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Francis Fukuyama

Julio Castillo Sagarzazu Ago 04, 2020 | Actualizado hace 3 días
La política como religión

@juliocasagar

Toda religión tiene sus preceptos y, en muchos casos, sus catecismos para hacerlos didácticos y comprensibles para todo el mundo. Descansan todas en dogmas insondables para la razón y para la ciencia. En esos dogmas se creen por fe y esa es la clave. Que no discutas, que no te plantees interrogantes sobre ellos, precisamente porque esa creencia ciega, necesita esa inmensa fuerza espiritual que es la fe para que funcione.

Ninguna religión puede permitir tampoco que sus principios se decidan democráticamente. Faltaba más. Ninguna va a correr el riesgo de que se repita la historia de aquella famosa votación del Ateneo de Madrid en 1936, que decidió que Dios no existía en reñidos comicios. Ese día, por cierto, Dios perdió por un solo voto.

Eso que vale para la religión y que un creyente acepta de manera libre, desgraciadamente tiene su correlato en la política. Y aquí, querido lector, sí no funciona eso de que “la salsa que es buena para el pavo, es buena también para la pava”.

Ocurre que la política debería estar fundada en la razón, en la verificación, en la táctica y la estrategia para el logro del poder político que es lo que las formaciones políticas se proponen, pero nunca en verdades eternas e inmutables

Ahora bien, todo esto no significa que la política debe prescindir de la teoría y los principios. También es cierto que las ideas del mundo que se sueña deben darse a conocer. Es necesario que alguien venda esos sueños y que nos muestren, como lo hace el arquitecto en sus planos, el diseño de esa nueva casa en la que todos quisiéramos vivir.

También es permisible que así como hay escuelas de arquitectura con ideas sobre cómo utilizar el espacio, sobre a quién hay que darle prioridad en la construcción de esos espacios, sobre cómo diseñar ciudades y edificios, que en la política existan escuelas de pensamiento y que se debatan las ideas que la sustentan. Hasta allí todo está bien. Como dijimos, la política debe seguir una doctrina y unos postulados “teóricos” o “filosóficos”. De otra manera sería pragmatismo puro y duro, lo cual es absolutamente deleznable para quienes quieren ser arquitectos del futuro.

El problema se presenta cuando la doctrina la convierten en sí misma en una religión y entonces aparece el catecismo de las ideologías, con sus mandamientos, sus dogmas, sus verdades indiscutibles, sus santos y sus iglesias.

De esta suerte, la ideología se convierte en un recetario de repostería en el que desparecen “la pizca”, “el puñado”, el toque de un ingrediente, que son detalles que hacen grande la comida salada y aparecen entonces los gramos exactos, las cantidades escrupulosamente medidas y el orden en su mezcla, so pena de que “pongas la torta” horneando la torta si no lo sigues al pie de la letra.

Para mayor desgracia, como en “La Sociedad de los Poetas Muertos”, la mayoría de los preceptos de las ideologías son de autores y políticos muertos cuyos capítulos y versículos se recitan y se recetan desde hace décadas, incluso siglos, como si nada hubiera cambiado desde que estos sumos sacerdotes hablaron.

De esa suerte, la ideología es la mejor camisa de fuerza del pensamiento, es como una inyección castradora de las que aplican en algunos países a los pederastas y delincuentes sexuales irrecuperables. ¿Si ya está todo dicho y todo está resuelto, para que vamos a pensar?

Política, poder y realidad

Política, poder y realidad

Cuando Francis Fukuyama decretaba el fin del historia y pronosticaba el reinado a perpetuidad de la sociedad liberal y democrática, no contaba con que en la próxima esquina le esperaban, para emboscarlo, los inefables líderes de la izquierda y la derecha para resucitar las viejas consejas y las viejas verdades reveladas y nunca cumplidas.

En un intento por remozarlas y por “poner vino nuevo en odre viejo” les consiguieron disfraces y maquillajes, así, el neoliberalismo, el progresismo y otros tantos “ismos”, consiguieron trajes nuevos.

La gran feria de los engaños seguía. Todo pretendía estar funcionando hasta que llego el coronavirus y “mando a parar”

De pronto los piaches del neoliberalismo, rebuscando en sus cajones de sastre, consiguieron a Keynes y comenzaron a gastar y regalar dinero público. Los cheques comenzaron a llegar a las casas de norteamericanos sorprendidos y el proteccionismo conoció un remozamiento para hacer “America great again”.

La Unión Europea, por su parte, acuerda un paquete de medidas e insta a su Banco Central a poner en el pote más de 700.000 millones de euros, la mitad de los cuales serán a fondo perdido para los países miembros afectados por la pandemia.

López Obrador y Bolsonaro comienzan burlándose del coronavirus y diciendo que hay que trabajar para que la economía no colapse. El primero saca estampitas y escapularios a modo de vacuna y el segundo cae enfermo por no hacerle caso a su colega izquierdista.

La izquierda redentorista de los pobres se convierte en la fábrica de fortunas mal habidas más grande de la historia de la humanidad.

Odebertch (el del Lula trotskista para remediar el fracaso de la IV Internacional fundada por Trotsky) se convierte en la V Internacional y mete sus pezuñas en gobiernos de izquierda y derecha, demostrando que la ideología del dinero es más poderosa que todas las demás, que no son más que quincallas, baúles de abalorios y espejitos para engañar incautos.

En Venezuela nos va a tocar reconstruir el país después de esta pesadilla. Ya, en los círculos de pensadores de izquierda y de derecha nos comienzan a predicar desde sus púlpitos las nuevas (viejas) ideologías que deben inspirar la acción del Estado para esa etapa. Ojalá que no caigamos en sus trampas, y no nos dejemos seducir por sus recetas y sus catecismos. Ojalá no nos tropecemos con la misma piedra.

Para gobernar un país solo hace falta honestidad y sentido común. Rodearse de los mejores y tener un poquito de grandeza (valga la contradicción).

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

A 28 años de la caída del Muro de Berlín: ¿A dónde hemos llegado?, por Fernando Nunes-Noda

 

¿De la Edad de la Razón a la Era de la Incertidumbre? ¿Del Nuevo Orden Mundial al nuevo caos globalizado? ¿Del fin de la Historia al comienzo de la Historia que no imaginábamos?

 

@nunesnoda

Los últimos 30 años podrían llamarse una Época de la Incertidumbre. Nunca el ser humano había tenido tantos conocimientos e instrumentos, pero tampoco una cantidad tan vasta de preguntas sin respuestas

Tras la caída del Muro de Berlín, hace hoy 28 años,  se pensó que “un Nuevo Orden Mundial” inauguraría el nuevo milenio. Destacó en particular la obra de 1992 El fin de la historia de Francis Fukuyama, según la cual el mundo libre regiría, la democracia sembraría unidad política, sin guerras (o con conflictos muy controlables), fundada en un ciberespacio de liberadora tecnología, todo bajo la mirada atenta de una gran superpotencia: los Estados Unidos y su “socia” la Unión Europea.

No se puede evitar pensar en la Era de la Razón, a finales del siglo XVIII, cuando los intelectuales franceses soñaron el futuro construido por la razón pura, el intelecto, exilando los bajos instintos que caracterizan la Humanidad, relegando las fuerzas emotivas que han hecho del mundo lo que ha sido. No tuvieron “razón” quienes soñaron ese desenlace, aunque ciertamente la ciencia laica, la separación del Estado y la religión, así como las democracias lograron avances increíbles en el bienestar colectivo.

Luego de la reunificación alemana, muchos vislumbraban la utopía del Fin de la Historia. Habría bloques, por supuesto, pero el libre mercado sobrepasaría el proteccionismo. La ONU, entonces, asumiría una especie de paraguas mundial, una Confederación de países al estilo de Isaac Asimov…

Uff, George Bush padre, cómo te equivocaste (y luego el hijo también, pero en otras cosas) al anunciar ese “Nuevo Orden”. Unos pocos años hicieron polvo tales “megatendencias” al punto de que, incluso, los expertos han optado por fragmentar la “historia” en  microtendencias a plazos más cortos.

La historia quiso continuar

El fin de la Guerra Fría sólo dio paso a un desorden que puso en jaque a todos los organismos multilaterales: la ONU, la OTAN y ni qué decir de la entonces joven Organización Mundial de Comercio. La democracia se impuso en lugares impensables, como Europa Oriental, pero igual ha hecho poca diferencia en los países pobres, que son la mayoría. Y ha experimentado retrocesos o reacomodos nada auspiciosos, como el de Putin en Rusia y el de América Latina, que tuvo un repunte estelar en los 1980s, pero sucumbió a la izquierda de inspiración peronista o castrista, que desarrolló un modelo autoritario que fue minando la democracia hasta llevarla a niveles mínimos y casi cosméticos como Venezuela.

Tampoco prosperó la auspiciosa Primavera árabe, condenando a Argelia, Egipto, Libia y otros países a más años de Edad Media política.

El libre comercio es torpedeado por pobres y ricos y nadie anticipó entonces la irrupción de China (donde por cierto tampoco han prosperado los esfuerzos de democratización desde Hong Kong). La globalización se ha cumplido por las fuerzas menos esperadas: en vez del comercio marítimo, ha sido internet (a mi juicio el mayor invento  de finales del siglo XX y acaso de todo el siglo) la plataforma que ha replanteado la mayoría de las cosas.

Pero nada detuvo el genocidio en Bosnia, luego vino Irak 1, el eterno conflicto en el Medio Oriente, Etiopía, Chechenia, Ruanda, Yemen, Irak 2, Palestina, Ucrania, Libia, Siria, Norcorea…

En vez de paz, para 2016 había (según el Índice de Guerras en Progreso de la Universidad de Uppsala) 130 conflictos armados en el mundo, desde escaramuzas entre grupos relativamente pequeños (los “warlords” en África) o guerras a gran escala como en Siria. Con Europa unificada, China, India, Rusia “neozarista”, el radicalismo islámico y el resurgimiento de algunos movimientos jurásicos revolucionarios, el mundo vive una multipolaridad más caótica que coherente.

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Los años 90 y el principio de siglo agregaron más caos: el cambio climático, el 11S, los atentados en Europa y EE. UU., Irak 2, la gripe aviar, la crisis de refugiados del Medio Oriente, la irrupción de Norcorea como miembro no esperado del club nuclear. El terrorismo (incluido el ciberterrorismo) se ha diversificado desde el 11A de 2001, ahora incluye -además del arsenal tradicional-, desde califatos hasta atropellamientos y otras formas más descentralizadas de causar terror. Según cifras de los monitores de ciberataques, actualmente ocurre uno en el mundo cada 30 segundos.

El balance del siglo 20 y lo que va del 21, sin duda, será materia de discusión por décadas, los más científicos y tecnológicos hasta el momento, pero también devastadores: por ejemplo, mientras World Watch estima que no más de 4 millones de personas perecieron por desastres naturales en el siglo 20, la cantidad de seres humanos muertos por guerras, genocidios, tiranías y hambrunas producidas asciende a 188 millones.

A pesar de tener una democracia rocosa, pocos anticipaban en 1988 (cuando se inauguraron las elecciones de gobernadores y alcaldes) que –28 años después– Venezuela estaría sumida en una “dictadura constitucional”, sin poderes autónomos efectivos y con una virtual destrucción de su aparato productivo.

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Países designados como Libres (en verde) por Freedom House en su reporte de 2017: Libertad en el Mundo, que cubre el año 2016. Nótese que a Venezuela se le considera “No Libre”, al igual que Nicaragua, o Rusia. Obviamente tampoco Cuba, casi ningún país musulmán, la mayor parte de África, China y el sureste asiático.

Este repaso histórico lo ofrezco porque recuerdo que hubo certezas cuasi religiosas (como aquellas que pronosticaron erróneamente el fin del mundo) de una causalidad histórica específica, de un orden democrático y de libre mercado que regiría el mundo.

Enfrentar la incertidumbre de principio

¿Y entonces? ¿Qué podemos aprender de esto? Algo obvio viene a la mente, la misma convicción que ha asaltado a filósofos, físicos y literatos: que el mundo y la realidad son esencialmente impredecibles e inciertos. No importa cuántos indicios tengamos hoy, hay infinidad de factores que afectarán desenlaces de mañana que no conocemos.

Por otro lado, no debería apelar al cliché de que «Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde» pero ¿saben qué? Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. En los 1980s, frente a la propuesta más audaz en materia política (descentralización), económica (liberación y sinceración) y social (menos poder para el establishment político) el «pueblo» venezolano prefirió apostar por el populismo que siempre ha funcionado en Latinoamérica, que abrió la puerta a intentos de golpe y finalmente a un régimen que no solo ha pulverizado la economía, sino hipotecado el futuro de varias generaciones y abolido la democracia.

Venezuela es un buen ejemplo de lo difícil de construir y lo fácil de destruir. ¿Cuántas décadas de esfuerzo tomó levantar una industria petrolera de clase mundial? Por lo menos tres. Reducirla a una empresa de Tercer Mundo no tomó más de unos pocos años. La destrucción del aparato productivo es sencilla, se decreta. Basta quitarle la propiedad a los involucrados, a los interesados y asignar a personas no interesadas o no aptas, excepto en «disponer» de los fondos. En poco tiempo tenemos fábricas abandonadas, silos vacíos, tierras improductivas.

A pesar del poder caótico, nuestra responsabilidad es luchar contra esas fuerzas entrópicas y revertirlas, aunque sea temporalmente. Los habitantes de los países desarrollados también son falibles, egoístas y diletantes, pero tienen un comando en su ADN social que los impulsa a organizarse, a imponer una apreciación por el orden y la ley que sobrepasa las ventajas provisionales del desorden y la dejadez.

Si el mundo es caótico por naturaleza, imaginen si a eso agregamos una sociedad que adora al dios Caos de manera incondicional y monoteísta. Para el éxito personal y social, el primer deber es luchar contra el caos y transformarlo en un orden que nos beneficie a todos. Comprender que el mundo es incierto y no-lineal, pero que tenemos la necesidad evolutiva de predecir y ajustar las acciones a esas proyecciones.

Y no confiarnos. La paz es un privilegio, no un derecho. La democracia (funcional) es un logro, no una dádiva ni una condición natural. Dar por sentados estos bienes es descuidarnos y dejar que las fuerzas del totalitarismo o del terrorismo actúen frente a ciudadanos demasiado ocupados o distraídos en disfrutar sus bondades.

Así, quizá, reivindicaremos toda la lucha de quienes lograron derribar el Muro, de quienes empujaron la democracia en tantos países otrora regidos por dictadores, a quienes promovieron primaveras que vieron muy pronto el otoño y el invierno. Para quienes luchan día a día por la democracia en Venezuela, en Cuba, en China… en un mundo caótico pero maravilloso cuando consigue la libertad y el balance.

Que el Dios del orden, un dios bastante lejano y a veces ausente, nos ayude en estos propósitos.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Francis Fukuyama: A los venezolanos les espera mucha miseria en los años que vienen

FrancisFukuyama

 

Francis Fukuyama, el politólogo estadounidense de origen japonés que se hizo famoso a escala mundial por su tesis sobre ‘el fin de la historia’, acaba de publicar una obra en la que analiza los grandes desafíos del orden político contemporáneo.

Su nuevo libro lleva por título ‘Political Order and Political Decay’ (‘Orden político y decadencia política’). EL TIEMPO conversó con Fukuyama sobre sus principales claves y sobre su mirada con respecto a Colombia y nuestra región.

Cuéntenos un poco sobre este nuevo libro y este título arriesgado que escogió.

Creo que estamos viendo evidencia de un desorden crítico en todas partes, particularmente en el Medio Oriente, donde cuatro Estados han fracasado completamente. La comunidad internacional se ha dado cuenta de que la estabilidad básica de los Estados es algo muy importante que no hemos estudiado adecuadamente. ¿De dónde viene y cómo se mantiene? Y está también la pregunta sobre la modernización del Estado. ¿Cómo se pasa de un sistema político altamente corrupto y sistémicamente clientelista a uno en donde el Estado es impersonal y puede ofrecer servicios de forma eficaz? Esto debe estar realmente en la agenda de los países, es un tema importante.

 

¿Es un estado de decadencia lo que estamos viviendo en todo el mundo, incluso en los Estados desarrollados?

Hay diferentes manifestaciones de decadencia y en algunos lugares las cosas están mejor. En América Latina ha habido un refortalecimiento de los Estados en los últimos 30 años, así como un deterioro en algunos países. En EE. UU. hay decadencia a través de la apropiación de las políticas de Washington por grupos de interés muy bien organizados (lobby). Eso no va a llevar a un colapso del Gobierno estadounidense pero sí se cruza en el camino de la calidad de los servicios y la legitimidad percibida. En otras partes, como el Medio Oriente, hay otros problemas más severos como el colapso total de la legitimidad y de la autoridad, y no veo realmente una salida. En América Latina creo que el problema es que ustedes tienen unos Estados relativamente débiles. No débiles en un sentido represivo, pero sí en su habilidad de ofrecer cosas como servicio de buses, infraestructura, educación decente, vivienda económica y todas estas cosas de las que los Estados se deben hacer responsables. Eso afecta su legitimidad y lleva a la inconformidad de los ciudadanos. Asimismo, la seguridad es un trabajo fundamental del Estado: mantener la gente a salvo. Y obviamente hay una epidemia de violencia en la región. Ese es el tipo de cosas que deberían ser parte central de la agenda.

 

 

Usted conoce bien la región y mencionó que hay casos de éxito y de fracaso, ¿podría ser más específico?

Creo que en términos de administración macroeconómica, casi todos los países de América Latina han mejorado mucho. Cuando usted compara la crisis global financiera del 2008 a la crisis de deuda de los 80, y analiza la habilidad de los bancos centrales y los ministerios de Finanzas para responder a estos golpes, se encuentra con un testimonio de un mejoramiento en la administración de las economías. Concretamente, Colombia no ha solucionado sus problemas de violencia pero los ha mitigado de una manera importante. El país se trasladó a otro tipo de contrato social, donde el Gobierno finalmente toma la responsabilidad de proveer seguridad y orden básico, no dejándolo en manos de grupos paramilitares. Estos son éxitos. Pero por el otro lado, hay países que van en direcciones contrarias. Es el caso de Argentina, por ejemplo, donde ha habido una corrupción sistemática en la Agencia Nacional de Estadística, el Ministerio de Finanzas, la compañía de petróleo… Entonces, tenemos países que han retrocedido y avanzado en el mismo periodo de tiempo.

 

¿Cuál es su percepción sobre Venezuela?

Ha estado tan mal administrada, no sé cómo no se va desmoronar en un momento dado. El problema es que los dictadores tienen otras maneras de mantenerse en el poder, entonces, y muy desafortunadamente, a los ciudadanos venezolanos les espera mucha miseria en los años que vienen. Creo que la oposición en Venezuela tiene que ir más allá de oponerse al chavismo y hacerse a un programa a largo plazo en el que incluyan algunas de las causas subrayadas por el populismo.

 

 

*Puede leer la entrevista completa de El Tiempo CO AQUÍ