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¿País posible? por Antonio José Monagas

constitucion

 

Todo proyecto político que por sus pretensiones de moldear realidades admirables luzca interesante, es objeto de ineludible estudio por la historia de los pueblos. La Biblia, es precisamente, la mejor muestra de propuestas político-ideológicas que, además de destacar hechos de hermosa trascendencia, revela orientaciones que, a modo de líneas de conducta, documenta las doctrinas que guían al cristiano en su vida apegada a los atributos y carácter de Dios.

No obstante, las realidades dan cuenta de situaciones que, en su esencia, se apartan de los trazados o dictados de moralidad y civismo, ciudadanía y buen gobierno, que siempre ponen de manifiesto proyectos de vida y de gobierno que ofrecen instituciones y organizaciones de naturaleza político-social. Es decir, organizaciones que anuncian su presencia mediante llamados a la paz, a la reconciliación y a la unión en nombre de valores y principios relacionados con el desarrollo de las naciones. Desde los que tocan al ser humano en sus sentimientos, expectativas y emociones, hasta los que exaltan el conocimiento como mecanismo de ascenso social y progreso económico.

Mucho se ha hablado de “la universidad posible”, de “la ciudad posible” y hasta del “amor posible”. Sobre todo, en tiempos electorales donde la palabra se convierte en manoseado argumento para disfrazar presunciones e intenciones de ganar el espacio necesario y suficiente que tienda a garantizar vías de superación en todos los ámbitos de la vida. Pero también, se ha exaltado la situación que compromete la idea de alcanzar el “país posible”. El país casi perfecto. Pero más allá de lo que apunta la posibilidad de lograr el objetivo anhelado, las realidades se topan con una perfecta maraña que encubre todo lo factible de lo cual se vale el individuo para excusarse ante lo pronunciado. O peor aún, ante lo escrito y publicado en forma de normas, proposiciones, planes o pautas de comportamiento cívico o de ordenamiento jurídico-institucional.

Las constituciones, de países revueltos por confundidas realidades, sirven para magnificar propósitos que se vuelven razones de subrayada complicación. En el ámbito de la retórica, previo a su aplicación, permite disociar de su texto cualquier connotación que traduzca todo lo opuesto a lo que, en principio, estableció su naturaleza político-etimológica. O sea, la letra constitucional se convierte en una “melcocha” que permite solapar ideas y trastocar principios. De manera que, en la coyuntura o entre gatos y medianoche, transforman la norma en una versión trampeada, en un diseño contrahecho y contradicho ante lo que inicialmente se tenía pensado o establecido. En consecuencia, se arma un mazacote jurídico capaz de torcer la más pundonorosa Constitución. Es decir, se preparan de antemano el mayor número de nudos que asfixian la noción y praxis de lo que denota el concepto de “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”.

Es el caso Venezuela, analizado desde las implicaciones que derivan del doloso manejo de la actual Constitución de Venezuela. Aunque dicho problema adquiere graves ribetes que terminaron embrollando la situación de crisis nacional. Y es que sin mediar efecto alguno, el alto gobierno se valió de un Tribunal de Justicia subordinado a los designios que ordena el interés político-partidista a instancia de lo que han definido las circunstancias. Circunstancias éstas, sopesadas por las reacciones de una Venezuela que comulga ideales democráticos y de libertad. O sea, una Venezuela libre.

Cuando se ha pensado en la posibilidad de reconstruir un país acorde con el esfuerzo de venezolanos que rindieron sus vidas a las luchas dirigidas a la reivindicación de derechos y libertades, o infundidas por el valeroso atrevimiento de precursores y libertadores por independizar al país del yugo que oprimía su autonomía y soberanía, la idea se transforma en una necesidad indeleble e ineludible. En una necesidad que debe considerarse cual proceso de educación ciudadana que configure un patrón de conducta cívico, moral y ética que no sólo comprenda valores políticos como inspiradores y motivadores de vida social, política y económica. También, que disponga de un conocimiento necesario de historia a partir del cual pueda consolidarse una base firme. Una base sólida que articule prácticas cognitivas dirigidas a cimentar ventajas que conduzcan al país a distinguirse y destacarse en términos de rangos de productividad y competitividad hacia adentro y hacia afuera del ámbito geopolítico, económico e industrial.

La idea brillantemente encaminada por el periodista Cesar Miguel Rondón, desde su matutino programa radial proyectado a todo el país, ha tocado el meollo de cuanto recoge la necesaria intención de dar o discutir el “País Posible”. Aunque conceptualmente. Sin embargo, cada corolario deja ver la hondura que envuelve al tema, tanto como su amplitud en virtud de las variables que determinan la hoja de ruta para resolver y aplicar tan necesario proyecto nacional. Más, cuando la idea de transformarse en un proyecto de Estado, mediante un juego de políticas públicas de permanente revisión y adecuación, se vea asociada al sueño y anhelo de cada venezolano. Cual es la de reconstruir a Venezuela. Particularmente, desde perspectivas que fueron líneas de pensamiento en hombres como Andrés Bello, Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Simón Rodríguez. O en Jacinto Convit, Humberto Fernández Morán, Arturo Uslar Pietri, Arístides Calvani. Alberto Adriani, Jesús María Bianco, Manuel Caballero, Rómulo Gallegos, Pedro Rincón Gutiérrez, entre otros. Todos, eximios militantes de la educación, la cultura o las ciencias.

Alcanzar el “país posible” que bien es propio y plausible construir, ha sido antagónico con ese país caracterizado por el facilismo consustanciado con el deseo de riqueza fácil. Condiciones éstas que no han permitido la generación de un proceso sostenido en el tiempo respecto de las transformaciones que comprometen allanar la vía para llegar al “país posible” y necesario. Alejado de tan honrados propósitos, no puede esconderse la verdad de ver cómo Venezuela se sumió en un lodazal de dejadez. Muchos de sus habitantes se sintieron más cómodos vivir conformándose con dádivas gubernamentales, que vivir con el esfuerzo de su trabajo. Tan volteada conducta, llevó a apoyar un gobierno al cual se le hizo bastante asequible, provocar situaciones de improductividad e inequidad a cambio de compensar al venezolano con migajas de moralidad, decencia y respeto. Así el país se desequilibró política y socialmente. Ello significó un dramático retroceso histórico que conjugó contradicciones y desviadas vocaciones que culminaron en un golpe de Estado a la ciudadanía, a la dignidad del venezolano y a su idiosincrasia o naturaleza civilista. Así que frente a estas amenazas, pareciera de suma complicación y a merced del largo plazo, acordar nuevas pautas de conducta que inciten a lograr un ¿país posible?

Un país donde no se crece, por Antonio José Monagas

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La Psicología del Perdedor, pareciera ocupar buena parte del Manual del Populismo que obedientemente practican quienes, desde las alturas del actual gobierno nacional, buscan amansar las actitudes que las libertades y los derechos humanos saben infundir en el pensamiento de venezolanos de conciencia democrática. Venezolanos cuya rebeldía suscribe su dignidad. Y aún cuando la resistencia que anima el hecho triste de sentirse ahogado en medio del lastre que despide el barco-país cuyo rumbo va en dirección opuesta al que señala la bitácora del desarrollo económico y social es de férrea consistencia, suele verse una población magullada por los efectos de tanto vapuleo, maltrato y humillación infringida en nombre de un socialismo que dividió, empobreció y trastornó a Venezuela a su máxima expresión.

En el fragor de este país, profundamente resquebrajado, donde no se han perdido las esperanzas que le imprimen valor a cada pronunciamiento de arrojo que ostenta todo venezolano cuando su perseverancia lo lleva a subsistir entre las miserias que distribuye el gobierno con el perverso invento de estos mal llamados Comités Locales de Abastecimiento y Producción, CLAP, no es difícil advertir el grado de la crisis que tiene embotada a la población.

Y aunque para la historia, los tiempos no son óbice para comprender la continuidad sobre la cual se movilizan los hechos, para Venezuela estos últimos dieciocho años de perversiones gubernamentales azuzadas por la encorvada revolución bolivariana, representan toda una vida de azoradas fatalidades.

Si bien debe reconocerse que los problemas que han irrumpido sobre la faz de esta tierra de gracia llamada Venezuela no se patentizaron exactamente con el arribo de la felonía que hoy tiene arruinado al país en casi todos sus ámbitos funcionales, si puede asegurarse que estos se pronunciaron con un énfasis inusitado luego de 1999. Y con marcada radicalización, luego de que el gobierno militarista comenzó a evidenciar el autoritarismo que más adelante asumió como política de gobierno.

A esta situación, sin duda alguna, contribuyó la candidez del venezolano cuya ignorancia política permitió el terrible desarreglo de la institucionalidad democrática y el desplome de la constitucionalidad asentida. Sobre todo, por culpa de venezolanos (militares) que no entendieron -y siguen sin hacerlo- que la verticalidad propia de su profesionalismo, no debe supeditarse a persona o parcialidad política alguna. Particularmente, al advertir que “sus pilares fundamentales son la disciplina, la obediencia y la subordinación” (Del artículo 328, Constitución de Venezuela). Además, que no está permitida su participación en “actos de propaganda, militancia o proselitismo político” (Del artículo 330, Ibídem). Pero la sumisión mal entendida e indebida, hizo de la función militar una actividad adosada a la doctrina política adoptada por el partido de gobierno. Es decir, la praxis militar se redujo a un vulgar activismo político-partidista, desmoralizado y alienado.

En el medio de tan compulsivas contrariedades, no podía esperarse otra respuesta del venezolano que no fuera la de vivir con miedo. Sobre todo, luego de tanta inquina gubernamental que sembró a través de cometidos impulsados desde la inseguridad y la violencia política y física. El miedo se apoderó del venezolano razón por la cual se vio obligado a confinarse a espacios no sólo reducidos. También estériles y estancos. Así la vida del venezolano fue perfilándose por miedos que frenaron posibilidades y oportunidades creadoras. Miedo a afrontar dificultades, miedo al riesgo, miedo a descubrir propias y extrañas virtudes y capacidades, miedo a querellar, miedo a revelar sentimientos y proyectos, miedo a compartir. Estos y otros miedos más, configuraron una de las estrategias del gobierno mediante la cual le inculcó al venezolano más miedos para mantenerlo confundido hasta mermar sus fortalezas. Sin embargo, esto no siempre funcionó sostenidamente. Aunque sí, financiada con recursos desviados del Estado venezolano.

Hoy, el país funciona a una muy menguada capacidad. Ésta, provocada por el flagelo de una delincuencia alcahueteada por la impunidad de un gobierno que distrajo recursos en un proselitismo internacional y a favor de una corrupción de alta factura. Pero además, influida por una pobreza carente de vergüenza y pudor cuyo resultado ha dejado vacíos anaqueles de farmacias, hospitales y de supermercados. Al mismo tiempo, sacudió una población de jóvenes profesionales que no se conformó con las exiguas e hipócritas muestras de apoyo gubernamental. Muestras supuestamente dirigidas a insertar estos jóvenes a un mercado laboral que hoy luce destruido.

Por esa razón, Venezuela dejó de ser un país de inmigrantes para convertirse en un país de emigrantes. Ahora es una nación con valores tan invertidos que los procesos de desarrollo económico, político y social dejaron de asentir condiciones que motivaban y propiciaban el crecimiento personal de todo venezolano con sueños y aspiraciones de convertirse en persona exitosa con base en méritos alcanzados por esfuerzo propio. Más cuando tenía claro el deber y poder, el interés y necesidad, de superar las fronteras que definen el hecho de actuar o vivir como militar o politiquero, oficios éstos preferidos por quienes tienen anhelos emponzoñados. Así que ante tan cruda razón, promovida por el grosero facilismo el cual ocasiona problemas tan escabrosos e infecciosos como la corrupción gubernamental, hay que aceptar -con el dolor que embarga reconocer tan mayúsculo inconveniente- que Venezuela pasó de ser un país en cuyo regazo patrio afloraban las oportunidades para progresar, a ser un país transformado en una gran mazmorra de asfixiante encierro. Es decir, un país donde no se crece.