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Edad de la Razón

A 28 años de la caída del Muro de Berlín: ¿A dónde hemos llegado?, por Fernando Nunes-Noda

 

¿De la Edad de la Razón a la Era de la Incertidumbre? ¿Del Nuevo Orden Mundial al nuevo caos globalizado? ¿Del fin de la Historia al comienzo de la Historia que no imaginábamos?

 

@nunesnoda

Los últimos 30 años podrían llamarse una Época de la Incertidumbre. Nunca el ser humano había tenido tantos conocimientos e instrumentos, pero tampoco una cantidad tan vasta de preguntas sin respuestas

Tras la caída del Muro de Berlín, hace hoy 28 años,  se pensó que “un Nuevo Orden Mundial” inauguraría el nuevo milenio. Destacó en particular la obra de 1992 El fin de la historia de Francis Fukuyama, según la cual el mundo libre regiría, la democracia sembraría unidad política, sin guerras (o con conflictos muy controlables), fundada en un ciberespacio de liberadora tecnología, todo bajo la mirada atenta de una gran superpotencia: los Estados Unidos y su “socia” la Unión Europea.

No se puede evitar pensar en la Era de la Razón, a finales del siglo XVIII, cuando los intelectuales franceses soñaron el futuro construido por la razón pura, el intelecto, exilando los bajos instintos que caracterizan la Humanidad, relegando las fuerzas emotivas que han hecho del mundo lo que ha sido. No tuvieron “razón” quienes soñaron ese desenlace, aunque ciertamente la ciencia laica, la separación del Estado y la religión, así como las democracias lograron avances increíbles en el bienestar colectivo.

Luego de la reunificación alemana, muchos vislumbraban la utopía del Fin de la Historia. Habría bloques, por supuesto, pero el libre mercado sobrepasaría el proteccionismo. La ONU, entonces, asumiría una especie de paraguas mundial, una Confederación de países al estilo de Isaac Asimov…

Uff, George Bush padre, cómo te equivocaste (y luego el hijo también, pero en otras cosas) al anunciar ese “Nuevo Orden”. Unos pocos años hicieron polvo tales “megatendencias” al punto de que, incluso, los expertos han optado por fragmentar la “historia” en  microtendencias a plazos más cortos.

La historia quiso continuar

El fin de la Guerra Fría sólo dio paso a un desorden que puso en jaque a todos los organismos multilaterales: la ONU, la OTAN y ni qué decir de la entonces joven Organización Mundial de Comercio. La democracia se impuso en lugares impensables, como Europa Oriental, pero igual ha hecho poca diferencia en los países pobres, que son la mayoría. Y ha experimentado retrocesos o reacomodos nada auspiciosos, como el de Putin en Rusia y el de América Latina, que tuvo un repunte estelar en los 1980s, pero sucumbió a la izquierda de inspiración peronista o castrista, que desarrolló un modelo autoritario que fue minando la democracia hasta llevarla a niveles mínimos y casi cosméticos como Venezuela.

Tampoco prosperó la auspiciosa Primavera árabe, condenando a Argelia, Egipto, Libia y otros países a más años de Edad Media política.

El libre comercio es torpedeado por pobres y ricos y nadie anticipó entonces la irrupción de China (donde por cierto tampoco han prosperado los esfuerzos de democratización desde Hong Kong). La globalización se ha cumplido por las fuerzas menos esperadas: en vez del comercio marítimo, ha sido internet (a mi juicio el mayor invento  de finales del siglo XX y acaso de todo el siglo) la plataforma que ha replanteado la mayoría de las cosas.

Pero nada detuvo el genocidio en Bosnia, luego vino Irak 1, el eterno conflicto en el Medio Oriente, Etiopía, Chechenia, Ruanda, Yemen, Irak 2, Palestina, Ucrania, Libia, Siria, Norcorea…

En vez de paz, para 2016 había (según el Índice de Guerras en Progreso de la Universidad de Uppsala) 130 conflictos armados en el mundo, desde escaramuzas entre grupos relativamente pequeños (los “warlords” en África) o guerras a gran escala como en Siria. Con Europa unificada, China, India, Rusia “neozarista”, el radicalismo islámico y el resurgimiento de algunos movimientos jurásicos revolucionarios, el mundo vive una multipolaridad más caótica que coherente.

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Los años 90 y el principio de siglo agregaron más caos: el cambio climático, el 11S, los atentados en Europa y EE. UU., Irak 2, la gripe aviar, la crisis de refugiados del Medio Oriente, la irrupción de Norcorea como miembro no esperado del club nuclear. El terrorismo (incluido el ciberterrorismo) se ha diversificado desde el 11A de 2001, ahora incluye -además del arsenal tradicional-, desde califatos hasta atropellamientos y otras formas más descentralizadas de causar terror. Según cifras de los monitores de ciberataques, actualmente ocurre uno en el mundo cada 30 segundos.

El balance del siglo 20 y lo que va del 21, sin duda, será materia de discusión por décadas, los más científicos y tecnológicos hasta el momento, pero también devastadores: por ejemplo, mientras World Watch estima que no más de 4 millones de personas perecieron por desastres naturales en el siglo 20, la cantidad de seres humanos muertos por guerras, genocidios, tiranías y hambrunas producidas asciende a 188 millones.

A pesar de tener una democracia rocosa, pocos anticipaban en 1988 (cuando se inauguraron las elecciones de gobernadores y alcaldes) que –28 años después– Venezuela estaría sumida en una “dictadura constitucional”, sin poderes autónomos efectivos y con una virtual destrucción de su aparato productivo.

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Países designados como Libres (en verde) por Freedom House en su reporte de 2017: Libertad en el Mundo, que cubre el año 2016. Nótese que a Venezuela se le considera “No Libre”, al igual que Nicaragua, o Rusia. Obviamente tampoco Cuba, casi ningún país musulmán, la mayor parte de África, China y el sureste asiático.

Este repaso histórico lo ofrezco porque recuerdo que hubo certezas cuasi religiosas (como aquellas que pronosticaron erróneamente el fin del mundo) de una causalidad histórica específica, de un orden democrático y de libre mercado que regiría el mundo.

Enfrentar la incertidumbre de principio

¿Y entonces? ¿Qué podemos aprender de esto? Algo obvio viene a la mente, la misma convicción que ha asaltado a filósofos, físicos y literatos: que el mundo y la realidad son esencialmente impredecibles e inciertos. No importa cuántos indicios tengamos hoy, hay infinidad de factores que afectarán desenlaces de mañana que no conocemos.

Por otro lado, no debería apelar al cliché de que «Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde» pero ¿saben qué? Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. En los 1980s, frente a la propuesta más audaz en materia política (descentralización), económica (liberación y sinceración) y social (menos poder para el establishment político) el «pueblo» venezolano prefirió apostar por el populismo que siempre ha funcionado en Latinoamérica, que abrió la puerta a intentos de golpe y finalmente a un régimen que no solo ha pulverizado la economía, sino hipotecado el futuro de varias generaciones y abolido la democracia.

Venezuela es un buen ejemplo de lo difícil de construir y lo fácil de destruir. ¿Cuántas décadas de esfuerzo tomó levantar una industria petrolera de clase mundial? Por lo menos tres. Reducirla a una empresa de Tercer Mundo no tomó más de unos pocos años. La destrucción del aparato productivo es sencilla, se decreta. Basta quitarle la propiedad a los involucrados, a los interesados y asignar a personas no interesadas o no aptas, excepto en «disponer» de los fondos. En poco tiempo tenemos fábricas abandonadas, silos vacíos, tierras improductivas.

A pesar del poder caótico, nuestra responsabilidad es luchar contra esas fuerzas entrópicas y revertirlas, aunque sea temporalmente. Los habitantes de los países desarrollados también son falibles, egoístas y diletantes, pero tienen un comando en su ADN social que los impulsa a organizarse, a imponer una apreciación por el orden y la ley que sobrepasa las ventajas provisionales del desorden y la dejadez.

Si el mundo es caótico por naturaleza, imaginen si a eso agregamos una sociedad que adora al dios Caos de manera incondicional y monoteísta. Para el éxito personal y social, el primer deber es luchar contra el caos y transformarlo en un orden que nos beneficie a todos. Comprender que el mundo es incierto y no-lineal, pero que tenemos la necesidad evolutiva de predecir y ajustar las acciones a esas proyecciones.

Y no confiarnos. La paz es un privilegio, no un derecho. La democracia (funcional) es un logro, no una dádiva ni una condición natural. Dar por sentados estos bienes es descuidarnos y dejar que las fuerzas del totalitarismo o del terrorismo actúen frente a ciudadanos demasiado ocupados o distraídos en disfrutar sus bondades.

Así, quizá, reivindicaremos toda la lucha de quienes lograron derribar el Muro, de quienes empujaron la democracia en tantos países otrora regidos por dictadores, a quienes promovieron primaveras que vieron muy pronto el otoño y el invierno. Para quienes luchan día a día por la democracia en Venezuela, en Cuba, en China… en un mundo caótico pero maravilloso cuando consigue la libertad y el balance.

Que el Dios del orden, un dios bastante lejano y a veces ausente, nos ayude en estos propósitos.

Nuestros muros

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