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Laureano Márquez P. Oct 28, 2020 | Actualizado hace 1 mes
TALITA CUMI

@laureanomar

Como estamos en tiempo de honrar a los difuntos, recordamos con dolor que desde hace 21 años vivimos con la sensación de que dejó de existir la democracia de Venezuela. Nacida en 1958, tuvo una vida difícil en sus comienzos; sin embargo, gracias al cuidado de sus padres, que, a pesar de los desacuerdos entre ellos, le dieron estabilidad y seguridad, logró sobrevivir a su complicada infancia, en la que en varias oportunidades estuvo a punto de perder la vida, pero con el respaldo de familiares y amigos logró salir adelante.

Con el paso del tiempo, ganó la suficiente fortaleza como para convertirse en instrumento de avance, progreso, cultura y educación para el pueblo venezolano.

Desafortunadamente, ella, que era en la envidia de sus vecinos y ejemplo de crecimiento y madurez para todo el mundo, comenzó a tener ciertas dificultades que la alejaron de sus sueños infantiles, como suele sucedernos a todos. Así fue perdiendo el afecto de la gente que consideraba que ella ya no estaba a la altura, que demasiadas personas estaban excluidas de sus beneficios, que se había vuelto derrochadora y corrupta.

Esta mala imagen fue aprovechada por quieres urdían su asesinato, el cual tramaron de la forma más alevosa y cruel, porque la usaron a ella para su propia aniquilación. Haciendo creer a todos que la salvaban, sus enemigos usaron sus ropajes, se disfrazaron de ella en un carnaval de petrodólares que duró muchos años y puso en evidencia las verdaderas intenciones.

De manera progresiva la fueron mutilando: primero acabaron con su partida de nacimiento, luego la embriagaron de elecciones, como para que nadie se diera cuenta de que con sus propios mecanismos le quitaban toda fuerza. Muchos levantaron la voz, perdieron la libertad y demasiados la vida, pero el mal estaba hecho. Es muy difícil después de que se ha asesinado a la democracia usando el voto, que el camino de regreso sea el mismo, más cuando se enseñorea la tiranía.

Ahí la tienen, tendida en su lecho de muerte. Pero ¿en verdad está muerta la democracia venezolana? ¡De ninguna manera!

Vale la pena recordar aquel pasaje del evangelio cuando Jairo busca a Jesús para que salve a su hija enferma. Cuando llegan a la casa de aquel, les avisan que la niña ya ha muerto. Jesús dice “la niña no está muerta, está dormida”; luego entró en la habitación y pronunció estas palabras en arameo: “talita cumi”, que quiere decir: “muchacha, levántate”.

La democracia venezolana no ha muerto, solo está dormida; duerme en el corazón de los que seguimos creyendo en ella, en el coraje de la gente que resiste, en el alma justa de una inmensa mayoría de venezolanos de bien. La democracia es una idea y las ideas no mueren mientras haya cabezas que sigan creyendo en ellas y las alimenten.

“Talita cumi”.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Siempre nos quedará Venezuela

@juliocasagar

Con la frase “Siempre nos quedará París” fue que Rick Blaine (Humphrey Bogart) despide a Ilsa Lund (Ingrid Bergman) en las puertas del avión en Casablanca, sin tener idea de que podía ser la última vez que pudieran abrazarse. Era una promesa a la esperanza. La misma que tenemos los venezolanos de que siempre nos quedará esta tierra para regresar a trabajar por hacerla grande y buena.

Los venezolanos saldremos de esta pesadilla más temprano que tarde y, aunque la frase es un tópico y un lugar común, es una verdad del tamaño de un templo.

Muy pronto nos veremos en las tareas de reconstrucción y muchos, muchos compatriotas regresaran a ayudarnos a poner ladrillos en ese proyecto de vida.

Una sola preocupación nos asalta y es que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Pareciera, en efecto, que no estamos en el mejor momento para ponernos de acuerdo en cómo son los planos y los materiales que necesitaremos para levantar ese edificio. No se trata de que carezcamos de los talentos que ciertamente nos sobran. Se trata de que estamos viviendo en una sociedad polarizada desde hace mucho tiempo y cuando las sociedades pasan por estas experiencias, suele apoderarse de los espíritus el sentimiento de que yo solamente tengo la razón y que todo el que no piense como yo está equivocado y debe ser dejado de lado, en el mejor de los casos, cuando no, eliminado de raíz.

Esas polarizaciones y las ganas de ajustar cuentas y hacer prevalecer las “verdades” de cada quien, llevan a los fanatismos, a los linchamientos morales y físicos y, en ese ambiente no es fácil construir.

Nos puede pasar lo mismo que a los obreros de la Torre de Babel. Tuvieron que abandonar la construcción porque comenzaron a hablar lenguas distintas y no se entendían. “Pásame el ladrillo”, decía uno y el otro entendía: “Te voy a lanzar el ladrillo”.

Esto nos da una pista sobre cómo debemos orientar la transición y cuáles son los límites tolerables para trabajar juntos. Quizás una de las cosas que deberíamos proponernos es desembarazarnos de las ideologías que son en realidad quincallas y trampas dialécticas que nos han vendido para separarnos y para que algunos lleguen al poder. También de los dogmas debemos huir. Ellos no funcionan para las sociedades, sino para las religiones. A veces se nos ponen los pelos de punta cuando algunos dicen que tienen la piedra filosofal que convierte en oro a la economía y dicen que una receta nos va a resolver los problemas. Unos ven el Santo Grial en la dolarización; otros en continuar con la política de control estatal sobre PDVSA; otros piensan que hay desguazarla y venderla. Son todas ideas, muchas de ellas valiosas, que deberíamos analizar con serenidad y sin fanatismos.

La verdad, dicen algunos, que están en el justo medio. Esta afirmación no tiene nada que ver con que estemos propugnando meter las ideas en una licuadora y aplicar lo que salga de ella. Esas cosas sirven para los batidos de parchita, pero no para la sociedad. Lo que sí es cierto es que habría que lograr un clima de serenidad y sobre todo un tiempo de reflexión para debatir, comparar, pedir asistencia y luego tomar decisiones.

Los únicos límites que deberíamos poner al nuevo consenso que necesitamos son los de la ética y la moral. Esto implica separar a los que han sido responsables de la corrupción y el despilfarro; a los que han comprado conciencias de lado y lado e hicieron ley la cínica máxima de darle “un tirito al gobierno y otro a la revolución”; a los que violaron los derechos humanos; a los que torturaron y asesinaron; a los que voltearon para otro lado porque tenían un negocito con el régimen. A estos solo cabe entregarlos a la justicia. A una nueva justicia, independiente, profesional e integrada por hombres y mujeres capaces y honestos (que los hay)

Estos nuevos consensos que hay que tratar de invocar tampoco tienen nada que ver con la ingenua idea de acuerdo con la cual todos vamos a marchar unidos sin contratiempos de ahora en adelante. La controversia es real y además necesaria. Todas las unanimidades son sospechosas o tramposas. La bucólica idea de que todos caminaremos agarraditos de manos solo ocurre en los cuadros religiosos del Renacimiento que nos muestras angelitos desnuditos en esa actitud en torno a una piadosa Madona. Las confrontaciones están en el ADN de la naturaleza, el universo y la sociedad.

Solo de las confrontaciones salen síntesis de materia y de pensamiento.

Los organismos celulares se dividen y generan excretas que son una señal de que están vivos. Pero también es verdad que el misterio de la vida no es la confrontación que se da en el propio interior de la materia con el caótico y azaroso comportamiento de las partículas subatómicas. El verdadero misterio de la vida es cuando esas partículas, para que se mantengan los seres y organismos que han formado, deben colaborar entre ellas; deben formar tejidos, órganos y sistemas. Es allí cuando deja de actuar el azar y aparece la conciencia de entenderse para realizar una misión.

Allí está la base del nuevo consenso. Uno vivo, que genere excretas, que tenga confrontaciones, pero que colabore en un objetivo común. Así ocurrió el 23 de enero y se reflejó en la Constitución de 1961 que nos permitió vivir en relativa paz y progreso durante más de 40 años.

A esa mítica celebración debemos concurrir despojados de dogmatismos; desprovistos de intereses egoístas y, aunque suene poético y hasta cursi decirlo, con el corazón puesto en el país.

Siempre habrá una Venezuela, como hubo un París para Rick en Ilsa, a la cual regresar y en la cual encontrarnos.

Bailar hasta que llueva

Bailar hasta que llueva

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Laureano Márquez P. Oct 20, 2020 | Actualizado hace 1 mes
Greguerías

@laureanomar

Este año no existe, es solo una excusa para que venga el próximo.

En algunos países, el distanciamiento social es la parte positiva de la pandemia.

Nunca imaginé entrar a un banco enmascarado y salir con mi propio dinero.

En Venezuela se juntó la pandemia con el pandemónium.

Ya hace mucho tiempo que este régimen es su propio gobierno anterior.

En la Venezuela revolucionaria, el billete es el motor de la historia.

Estamos viviendo una desorganización muy bien organizada.

En Venezuela “exhorto” significa “ordeno”. En Argentina no sé.

Si tanto se dijo que éramos el tercer país más feliz del mundo, ¿Por qué la gente emigró a sitios menos felices?

Las noticias ahora se saben incluso antes de que sucedan.

Las comunicaciones se aceleraron tanto que ya no comunican.

Reducimos nuestro pensamiento a 280 caracteres, pero no debemos acostumbramos a pensar poquito.

Publicamos en la red nuestra vida privada, mientras exigimos leyes de protección de datos.

Chateamos con el que está al otro lado del planeta y no saludamos al vecino. 

Nuestros pulgares terminarán mutando, eso dicen los índices de tendinitis.

La pareja tiende a la fidelidad conyugal, no por convicción, sino porque ya no hay excusa para estar inubicable.

Todo puede ser visto, todo fotografiado y enviado en directo. Cada hombre es una agencia de noticias, pero la credibilidad es cada vez menor.

Hay que preguntarse de buena fe qué es la mala fe.

Cuando uno tiene que pensar demasiado lo que dice, dice poco lo que piensa.

Apenas dejan el poder, los gobernantes recobran la lucidez crítica.

En los regímenes autoritarios se jala con mayor intensidad, porque la adulación es el único mecanismo de ascenso social.

La mesura en la jalada de mecate es fundamental: ni tan poco que no se sienta, ni tanto que lastime.

¿Será que ellos consideran que “iniciar una ofensiva” es ofender?

Las ofensas son tantas que ya uno ni se ofende, porque hay insultos que halagan.

El humor desenmascara y da cuenta de aquello que, estando a la vista de todos, nadie observa.

Las sentencias del ingenio humorístico son inapelables, salvo que se aplique en la respuesta similar ingenio.

No son los humoristas los que ridiculizan al poder: el poder hace el ridículo -que es cosa muy distinta- y el humorista solo da buena cuenta de ello.

En países como el nuestro, ser humorista y ser cronista es casi lo mismo.

El humorista vive de la incongruencia, por eso se ocupa tanto de los gobernantes.

El gobernante siempre está en desventaja frente al humorista, es tanta su debilidad que solo cuenta con la fuerza

Quien reprime al humor ya perdió, incluso aunque tenga razón, perdió.  

Moral y luz siguen siendo nuestras primeras necesidades.

En la democracia y en los concursos, hay que consultar a la audiencia. 

Democracia no es solo votar mucho, sino también una manera de vivir, votando mucho.

Como el chiste de Jaimito

Como el chiste de Jaimito

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Roberto Patiño Oct 15, 2020 | Actualizado hace 1 mes
La emergencia educativa en pandemia

Protesta de maestros y enfermeras el 5 de octubre de 2020. Se agudiza la emergencia educativa en pandemia. Foto Daniel Hernández / El Estímulo.

@RobertoPatino

El inicio de clases se da en medio del colapso de servicios básicos y crisis hiperinflacionaria, agudizado por la inédita realidad de la cuarentena por la COVID-19.

Esta situación impacta con mayor fuerza a las comunidades en las que el ya maltrecho sistema público de educación se resiente aun más en medio de graves carencias. Las modalidades de educación no presencial se dificultan frente a la falta de servicios eléctricos y el acceso a internet.

De igual forma, los profesores protestan ante la situación de sueldos casi inexistentes y la precariedad de las condiciones de trabajo, a las que se suma las nuevas dificultades que trae consigo la adaptación de materiales y contenidos a la nueva modalidad de educación en línea. Como se ha visto en las diferentes manifestaciones que este gremio ha realizado en las últimas semanas, la respuesta del Estado victimario ha sido de desconocimiento y represión violenta.

A través de la red de comedores de Alimenta la Solidaridad en estados de Miranda, Aragua, Carabobo, Táchira y Distrito Capital, hemos monitoreado esta situación que afecta a las familias de las comunidades más vulnerables.

Los niños y jóvenes acuden en casi un 80 % al sistema público de educación. En encuestas realizadas en las últimas semanas en nuestra red, un 37 % de las personas afirmaron que no habían podido iniciar las actividades educativas; mientras que un 67 % afirma no contar con las condiciones necesarias para volver a clases. El 70 % de los encuestados en el nivel de secundaria no cuentan con profesores suficientes para todas sus materias.

Esta realidad constata la continuidad de procesos de exclusión y colapso en el área de la educación, que inciden con mayor fuerza en sectores vulnerables.

Es significativo que en nuestro monitoreo casi un 70 % de los encuestados no consideran que haya condiciones para volver a clases.

Esto se opone a la propaganda oficial que insiste en pintar un cuadro de efectividad y funcionamiento; de alcance masivo y logros alcanzados, que es sencillamente irreal.

La precariedad de la educación primaria, secundaria y superior es uno de los principales factores de profundización de los procesos de fragmentación y desigualdad que está generando el modelo dictatorial que destruye a Venezuela. En respuesta a ello, redes de apoyo y solidaridad, así como grupos civiles y ONG, han tenido que ampliar el alcance de sus trabajos para aliviar esta situación. Lo hacen a través de iniciativas que buscan conseguir materiales, realizar actividades y apoyar al personal educativo y a los grupos familiares. 

Es evidente que sin un cambio en el modelo político dictatorial no podremos enfrentar efectivamente el colapso educativo. Pero por otro lado es fundamental la vinculación de los diferentes actores sociales en torno a la generación de iniciativas que aborden esta situación.

La protesta, la movilización dirigida a la mejora de condiciones de planteles y personal, así como el encuentro alrededor de esta situación de comunidades y organizaciones civiles pueden representar un alivio de enorme importancia para muchos. Así como una forma de ejercer presión y priorizar la implementación de soluciones reales y efectivas que nos permitan enfrentar esta emergencia.

* Coordinador de Movimiento Mi Convive y Alimenta La Solidaridad / Miembro de Primero Justicia

robertopatino.com

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Carolina Jaimes Branger Oct 05, 2020 | Actualizado hace 1 mes
Del Caracazo al carajazo

@cjaimesb

Si hay un tema delicado, explosivo y que ha sido tratado como una papa caliente en Venezuela, es el de la gasolina. Desde los tiempos de Medina Angarita se instaló la idea de que como país petrolero que éramos, la gasolina debía ser barata. Hasta que Maduro subió los precios en 2020, tuvimos la gasolina más económica del mundo. No había artículo en Venezuela que fuera más barato que la gasolina.

Sabemos que el Caracazo no fue espontáneo. El grupo de Chávez estuvo involucrado en los trágicos sucesos de 1989, que dejaron tres centenares de muertos, miles de heridos y pérdidas materiales multimillonarias. Pero siempre existió el miedo de subir el precio de la gasolina. Y los subsidios a la gasolina producida en el país, siempre fueron altísimos. Un dinero que, con aumentos sensatos y escalonados, podía haberse invertido en salud, educación y seguridad.

Por ejemplo, en 2008, PDVSA soportó la carga de perder 8800 millones de dólares solamente por el subsidio de la gasolina. Ese subsidio en 2020 llegó a $10.000 millones. Douglas Barrios, investigador de la Universidad de Harvard, sostiene que, “durante el régimen de Chávez, el costo de oportunidad del subsidio a la gasolina en Venezuela alcanzó a la astronómica cifra de US$ 135.000 millones, monto superior al gasto conjunto en salud y educación en ese lapso”.

En 1995, Caldera hizo un ajuste: la de 95 octanos pasó de Bs. 5,85 bolívares a Bs. 14 el litro, y la de 91 octanos, de Bs. 5,65 a Bs. 10 bolívares. Mantuvo el precio de la popular y el del gasoil a Bs. 5,20 bolívares el litro. En su momento fue un escándalo, pero no pasó más nada. Y “sólo” había subido en un 139 %.

Veintiún años después, en 2016, Maduro decretó nuevos incrementos, aprovechando la emisión de la nueva moneda: la gasolina subió 6000 % (y ellos que se quejaban del aumento de Caldera): la de 95 octanos -un 70 % del mercado- pasó a Bs. 6 por litro. La de 91 octanos, subió a Bs. 1 por litro. Pero no hubo escándalo… no había monedas con qué pagar la gasolina.

Llegamos a 2020, con las refinerías de Amuay, Cardón y Bajo Grande (hoy unificadas como el Centro de Refinación de Paraguaná) y El Palito, escasamente produciendo gasolina que no alcanzaba para abastecer Caracas (parte de la destrucción de nuestra industria petrolera, una de las funestas consecuencias del chavismo).

Aquellas rimbombantes expresiones de que “el Estado garantizaba la soberanía energética del pueblo venezolano” y “la gasolina venezolana tiene calidad humana”, se fueron al traste.

Ya el interior del país llevaba al menos tres años con la escasez grave de gasolina, sobre todo en los estados fronterizos donde los militares venezolanos hacían pingües negocios. El régimen de Maduro usó como excusa la cuarentena radical para explicar por qué las estaciones de servicio estaban cerradas. Pero la situación se tornó tan grave que tuvieron que importar gasolina. Una gasolina mala, sucia, chimba, con un octanaje distinto al que usan nuestros vehículos, que compraron a Irán pagando con oro.

El precio de la gasolina subió en 50.000.000.000% (sí, leyó bien, subió cincuenta mil millones por ciento) y en ese momento no pasó nada, por el estado de necesidad de combustible. Nos tragamos el aumento: entre la angustia por la pandemia, la paralización del transporte y el poder conseguir alimentos y medicinas, los venezolanos aceptamos –por poco tiempo- los nuevos e increíbles precios de nuestro combustible, que pasó de ser el más barato a ser el segundo más caro del mundo.

El régimen, por supuesto, se regodeó de que había aumentado el precio, y no había pasado nada.

Pero con los nuevos precios, comenzaron “las chambas”: los negocios en torno a la gasolina. Los guardias nacionales que cobran por colear carros en las bombas o que dejan pasar sin demora a los altos jerarcas del chavismo, quienes compran gasolina subsidiada para revenderla en el mercado negro, los transportistas de las cisternas que van dejando el precioso líquido en manos de bachaqueros y, por último, pero no de menos, el contrabando.

Pero esta situación tan anormal, tan anárquica y tan desquiciada no podía seguir así y comenzaron las protestas. Primero, en las estaciones de servicio donde los GNB coleaban a quienes pagaban, se formaron tremendos pleitos que llegaron hasta golpes y disparos al aire. Luego, por la subida de los precios de los alimentos, bienes y servicios. El hecho es que, a pesar de la pandemia, la gente ha salido a la calle a reclamar con furia y con fuerza los desmanes de este régimen. Estados tradicionalmente chavistas, quieren salir de Maduro ya.

Todo empezó por el Caracazo… parece que esta pesadilla terminará con el carajazo que les dará el pueblo a los usurpadores.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Víctor Maldonado C. Sep 29, 2020 | Actualizado hace 1 mes
La dura experiencia del cambio

“Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas lo libra el SEÑOR”.  Salmos 34

 

@vjmc

¿Los venezolanos hemos aprendido? Luego de más de veinte años de borrascas y vientos en contra, seguro que sí. El saldo de experiencias nos ha transformado en algo totalmente diferente, no tanto por el crecimiento de nuestra virtud sino por el monto del trauma sufrido. Cientos de miles de muertos por violencia nos confrontaron con la ingrata sensación de reconocer que no somos tan pacíficos como siempre nos imaginamos, y que los fantasmas del cruento siglo XIX, con sus guerras civiles y sus insaciables ganas de matarnos, han mutado hasta ser lo que somos hoy, tal vez con las mismas justificaciones.

No hay país que pueda procesar tanto duelo, tanto dolor, sin que algo cambie en su esencia.

Pocos, muy pocos, pueden intentar siquiera narrar su vida sin que se entrometa el miedo, que se ha transformado en el leitmotiv de todas nuestras decisiones. El argumento es variopinto, así como nos torturan las sinrazones. Un robo, un secuestro, el caerle mal al malandro del barrio, el sentirse perseguido debido a las convicciones políticas, la joven que simplemente desapareció, las víctimas de eso que llaman “enfrentamiento con la autoridad”, lo cierto es que la vida se nos ha convertido en puro azar.

Los venezolanos compartimos, muy a nuestro pesar, una convicción universalmente compartida de que cualquier cosa nos puede suceder, como si todos jugáramos obsesivamente a la ruleta rusa, pero con todo el tambor del revolver cargado. Ya es un decir el advertirnos entre nosotros que cada uno tiene un número marcado en la espalda. Que a todos nos va a tocar, que tarde o temprano seremos engullidos por la voracidad depredadora del ecosistema criminal que necesita devorarnos sin compasión. Lo cierto es que la represión es ejercida sin atenuantes; y al final se nos impone la convicción, fatalmente ratificada por la realidad, de que no hay distancias entre el malandro y el policía, que ambas caras de la misma moneda responden a una lógica de sistema, que con intensa perversidad extiende su influencia más allá de lo razonable. Todos parecemos coincidir en que es cuestión de tiempo para que nuestra puerta sea tocada.

Porque tenemos miedo y nos sentimos abrumados por la inseguridad descubrimos que todo es relativo, que la vida no tiene más valor que la muerte, que el futuro no es un regalo sino un resultado y que el coraje tiene un buen maridaje con la astucia. Porque estamos tan confrontados con las fragilidades de la vida, redescubrimos la valentía. Los que decidimos quedarnos en este país a pesar de todas las calamidades, y los que se aventuraron a la soledad del extrañamiento, en partes iguales diseccionamos la experiencia cotidiana del arrojo. Dejamos atrás el espejismo de una comodidad que tenía fundamentos muy frágiles y comenzamos a encarar la vida.

Fuimos un país que vivió por muchos años la ilusión de una riqueza súbita, abundante y que parecía poder distribuirse como un derecho adquirido sin contraprestación alguna. Nos pretendíamos los privilegiados de toda América Latina, nos sentíamos con el derecho de mirar al resto como los desafortunados a los que había que ayudar, mientras nosotros exhibíamos el derroche como algo consustancial a nuestro papel en el mundo. Tanta obnubilación nos impidió presentir las embestidas inminentes de la pobreza, cada día más atroz, y el resentimiento de las clases medias que nunca comprendieron los porqués de ese rápido tránsito entre tenerlo todo y no tener demasiado. Ahora somos tan pobres como el país más arruinado de todo el hemisferio.

Bastaron veinte años de socialismo compulsivo para acabar con reservas, riquezas y recursos. Ahora somos el absurdo de un país fallido con cerca de un millón de kilómetros cuadrados de recursos inconmensurables.

Ya no somos el país petrolero, tampoco el energético, mucho menos el que bordeaba los confines de la soberanía alimentaria. Ahora somos apagones, escasez y hambre. Todo a la vez, como si la condena impuesta es vivir en nuestras propias ruinas para recordamos lo que fuimos pero que ya no somos.

Al miedo como rúbrica indeleble del totalitarismo se suma la ansiedad. No es solamente que la vida se reduce al azar primitivo de una situación decidida por la lógica de la fuerza, totalmente desamparados de cualquier expresión de justicia, no es solamente que tememos por la vida, sino que también vivimos sin certezas algunas sobre el futuro. No sabemos si al final del día tenemos servicio eléctrico, o si podremos reponer el gas, o si la COVID-19 se va a cebar en nuestras familias. No hay problema que tenga solución fácil. Todo carece de certezas y cada situación exige de cualquiera de nosotros un esfuerzo descomunal para salvar todos los obstáculos, reales y aparentes, que se hacen presentes para resolver lo que debería ser un procedimiento fluido y a favor. Ni el pasaporte, ni el entierro de nuestros seres queridos. Nuestros carceleros saben que el proceso de dominación requiere del miedo abrumador y de la angustia inatajable. Nadie puede escrutar el momento siguiente. Es como pedalear una bicicleta fija que no nos lleva a ningún lado.

Un fantasma que no descansa

Un fantasma que no descansa

Ahora los procesos y los resultados sí nos importan. Si en algún momento llegamos a creer que nada era lo suficientemente importante como para preocuparnos, ahora sabemos que el tiempo juega un rol determinante en nuestra suerte. Algunos se quejan de nuestra capacidad de adaptación, y de parecer tan distantes de las falsas soluciones que algunos nos proponen. El aprendizaje es brutal: nada que nos genere suspicacia sobre su capacidad para resolver efectivamente merece nuestra atención. El tiempo nuestro, ese que no merece seguir siendo inmolado en el altar de la inutilidad nos ha convertido en ciudadanos más exigentes, y más sobrios, expuestos al sufrimiento sin que por eso dejemos de trabajar y de cumplir con nuestras obligaciones. 

Rafael López Pedraza relaciona depresión con lentitud. Lento es el que recorre poco, sin que eso signifique inmovilidad. Otros, que dicen ir más rápido, lo hacen en sentido contrario a nuestros intereses. El miedo y la ansiedad nos han deprimido, pero solamente en el sentido de que ahora lo realmente valioso, es lo único que efectivamente podemos hacer, y son pequeñas cosas. De la manía que nos provocaba la riqueza súbita e irresponsable, pasamos a la experiencia de la sobriedad por corrección; pero ahora somos más conscientes de los detalles, esos que la velocidad impedía apreciar. Son tiempos para el recogimiento, la modestia y la excesiva escrupulosidad. Son tiempos de resistencia.

Pero una cosa es la sobriedad y la lentitud y otra muy diferente el terminar envilecidos y rastreros, aceptando cualquier cosa, dejando pasar cualquier desafuero, perdonando cualquier exabrupto. Por primera vez estamos atentos a esas pequeñas cosas que hacen la diferencia. Y de la temeridad hemos pasado al cálculo y a la reserva.

Sabemos que tenemos pocas fuerzas, y que el ecosistema criminal sigue depredando a los nuestros y haciendo pasar por aliados a los que son sus cómplices.

De allí la desafección brutal que ha sufrido la política y la dura transición que implica el deshacernos de lo anacrónico e inútil para dejar entrar aquello que es su alternativa. Son tiempos para esquilmar y dejar atrás lo excesivo.

Algunos han huido en desbandada hacia cualquier forma de evasión. Otros han preferido el exilio interno, esa ausencia patológica de toda lívido imaginable. Otros han sido víctimas del pánico y se han querido adentrar en las aguas profundas solo para entender que el poder grotesco de las olas los devuelve a la playa, revolcados y humillados por el vano intento. Pero hemos aprendido también que las miradas pueden alternarse entre la firme exigencia a la política, el severo juicio moral que nos merecen los traidores y la compasión de los que no soportan tanta presión.

Nos hemos humanizado. Y a pesar del sufrimiento y la crueldad de la que hemos sido objeto, hay algo presente en nuestra contemporaneidad que nos hace mejores. Ahora valoramos más la vida, porque se nos ha vuelto frágil y azarosa. Apreciamos lo que somos porque ya no tenemos que inventar otro mérito que el inmenso esfuerzo de seguir sobreviviendo al totalitarismo criminal que nos tiene como sus principales enemigos.

Ya no confiamos en la benevolencia de un tipo de gobierno que ofrece todo y que al final nos encadena a su fatal arbitrio. Somos víctimas seriales del estatismo y de su traición. Ahora, en medio de las ruinas de un país que fue emboscado y abatido, e insisto, traicionado por los que pasaban por ser “sus mejores”, tenemos más claro que lo mejor que nos puede pasar es intentar la fundación de una nueva relación donde el gobierno tenga un tamaño, un alcance y un poder totalmente limitados.

La pobreza atroz nos ha recordado lo ingeniosos que somos. Esa sagacidad que nos hace imbatibles y capaces de resolvernos con lo que tenemos a la mano. Si las condiciones son excelentes somos capaces de mandar cohetes a la luna. Y si son adversas vendemos bollos de carne y chicharrón con la sonrisa de siempre. Hemos enterrado a nuestras víctimas, nos hemos acostumbrado a la dispersión y al dolor compartido a la distancia. Lloramos y reímos desde el altavoz y hemos aprendido a rezar y a encomendar a la divina providencia de Dios a propios y ajenos, colocando nuestras manos en un celular y pidiendo por los que a través de las redes sociales piden a gritos compañía y ayuda.

Son tiempos para los pequeños gestos, aunque estemos tan débiles que en ellos se nos vaya la vida.

Son veinte años en los que, entre el yunque y el martillo, nos hemos forjado para la verdadera cooperación y la proximidad a pesar de las distancias. Y la lentitud, insisto, nos muestra lo maravilloso de lo esencial, la familia, los amigos, y la esperanza de los jóvenes, que todos los días buscan esas pequeñas razones para la realización del amor y la vigencia de la esperanza. 

victormaldonadoc@gmail.com

 

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Notas sueltas de dolor y esperanza

@ArmandoMartini

En el país de los ciegos el tuerto es rey. Puede pasar que en el país de los tuertos, el rey sea el ciego. Por años dos “invidentes” han dispuesto destruir Venezuela. Internas distorsiones y perversidades, sin ver lo que sucede a su alrededor. Recorren hacia la izquierda en la vía con dirección a la derecha.

Acá mis notas sueltas:

Suben colinas cuando el mundo va de bajada. Economía controlada, manejada y estropeada por el Estado, a diferencia de sus camaradas chinos, comunistas de doctrina, pero que desde Pekín incentivan la iniciativa privada. Con un sistema de salud eficiente, sin trabas a médicos, sea medicina moderna, o tradicional -aunque escape un revoltoso murciélago contaminado. Parte de la estulta ceguera. No siempre escuchar cantos de sirenas cubanas enmohecidas es suficiente.

Dudar de la importancia y capacidad de las mujeres, es una gran pendejada. Vivimos tiempos en los cuales, excepto en tierras islámicas, el género femenino ha recorrido un largo camino para superar injusticia y humillación. Comparten con hombres, en condiciones reales de igualdad, esfuerzos para llevar al mundo adelante; disponiendo talento, voluntad y capacidad al servicio de la humanidad, manera de servir a sus familias, a sí mismas y a la realidad.

Son parte integral de la economía y la política. Líderes, estadistas, exitosas jefes de Estado, para orgullo y bienestar de sus naciones; forman parte de la ciencia, del pensamiento intelectual, la cultura, de fuerzas militares institucionales, del magisterio, la sanidad. Sin dejar de ser cuidadosas en su apariencia, coquetas, fascinantes, sin descuidar un segundo esa relación especial, profunda, maravillosa, que es la de madre.

No es en la belleza física donde está la grandeza de ser mujer, sino en su intelecto, sentido de responsabilidad. En los espacios que, a base de coraje, convicción e intransigencia con la injusticia, han ocupado.

Invidentes precipitan la ruina, que convierten en despeñadero de ilusiones y esperanzas; gobiernan entre escombros, rudos bajones que necesitan frenar con tanques y fusiles rusos, camaradas cooperadores que se asfixian, autoridades civiles, militares, comunales con ilegítimas e inmorales licencias para robar, cobrar ilegalidades, desconocer tráficos diversos, abandonar parte del país a caprichos y conveniencias para delincuentes venidos de naciones vecinas, lejanas, para explotar recursos que deben ser manejados por venezolanos y expertos autorizados.

Buscan ignaros que ponen una condición, como decía aquel fiel obediente al tirano, “no me dé nada, póngame donde haiga”. Que en el socialismo castro-chavista es solo para pocos corruptos quienes aprovechan y se benefician, no para ayudar excepto a quienes, por conveniencia, interés, codicia e incompetencia, se hacen socios y cómplices de violadores de los derechos humanos.

Ya ni siquiera somos nación de tuertos ni de ciegos, tras años de chavismo-madurismo, hemos terminado en un no-país, territorio de explotación para llenar bolsillos delincuenciales. Inclinados ante jerarcas que, tras sesenta años de absolutismo, opresión mantienen miserable y  calamitosa su isla, que jerarcas cubanos; y ahora ante los iraníes.

Fanáticos de un comunismo que aplican a los cubanos, no a sus familias. Exaltados de una religión inventada por un árabe que tomó elementos de ventaja e interpretación malvada, traicionando la esencia y observancia del Corán. Sin embargo, ambos coinciden en un objetivo común: destruir la democracia estadounidense poderosa pero respetuosa de los derechos ciudadanos, y los israelíes a quienes, les tienen culillo.

El socialismo bolivariano y el comunismo castrista son ideologías para resentidos. Cubanos e iraníes dejan mensajes perversos, distorsionados a sus pueblos y al mundo, mientras el madurismo les da campo de acción, no dejan nada a nadie, excepto destrucción y miseria.

Igual que hombres, hay mujeres infames, de mentes distorsionadas, que cometen pecados de corrupción, inmoralidad e hipocresía, como forma de ser; no por venganza o sufrimiento previos, sino porque la perversión se siembra, cultiva, cosecha. No es solo una consecuencia, es maldad personal.

En Venezuela tenemos ambos ejemplos, mujeres que ejercen gobierno en plena cooperación con la tiranía, represión, robo, opresión e intolerancia; y las que sostienen con coraje, integridad, decisión, un mensaje claro, definido, coherente de oposición, enfrentamiento a lo retorcido y cruel.

No hace falta dar nombres, conocemos cooperantes de la descomposición, que arremeten contra la venezolanidad; y a las que no han dado jamás su brazo a torcer en defensa de los derechos y libertades, que representan democracia y esperanza para Venezuela. Sabemos quiénes son, las que se mantienen como los hombres vilmente revolucionarios, perversos rodilla en tierra con el latrocinio.

Y las que se mantienen en alto, sin amilanarse, con la ilusión y confianza de que vendrá justicia sin impunidad, recuperación verdadera y sustentable.

 

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Jose A. Guerra Sep 23, 2020 | Actualizado hace 1 mes
El fogón de mi tía Rosario

@JoseAGuerra

Mi tía Rosario Brito fue una mujer que no pudo trabajar más porque los días solamente tienen veinticuatro horas. Ella era viuda con seis hijas hembras y cuando regresó de El Tigre, en el estado Anzoátegui, a Río Caribe a mediados de los años cincuenta, en su casa había un fogón donde dejó parte de su vida. Ese fogón era una construcción de cemento con una cavidad por donde introducían la leña, la cual se quemaba y luego de la otra cavidad brotaba el fuego con el cual se cocinaban los alimentos. Para avivar la candela, había que soplar las brasas incandescentes con un cartón. Y la persona que lo hacía recibía toda la descarga de calor.

Cocinar caramelo para hacer los capullos azucarados y el papelón para las melcochas, que luego se vendían a los muchachos, le proporcionaba su sustento diario. De lunes a lunes era la jornada laboral de mi tía Rosario; y en la noche dejaba la vista andar mientras tejía escarpines azules para niños y rosados para niñas.

La vida en esos años cincuenta y mediados de los sesenta era muy dura todavía aunque el país progresaba. Siempre la veía sudando para mantener viva la llama del fogón que era la cocina que le permitía trabajar dignamente para criar a sus hijas que le quedaban en Río Caribe; y también para complacer a sus sobrinos favoritos, uno de los cuales era yo. De carácter duro pero con un corazón del tamaño del cielo, todos los días había que buscar la leña para que el fogón de su vida se mantuviese activo y prendido. Y, con él, su sustento.

Mi tía, cuando gobernaba Pérez Jiménez, no se dejó intimidar por los esbirros de la Seguridad Nacional que regularmente allanaban la casa de mis padres buscando a mi tío Herman Brito, dirigente de la resistencia de Acción Democrática; finalmente fue capturado en Caracas, torturado hasta el límite, pero sin soltar una palabra delatora; y luego enviado a Guasina, uno de los campos de concentración de la dictadura. Hasta allá viajaban mi tía Rosario y mi tío Luis Brito para visitar a su hermano de 26 años, luego de soportar las humillaciones y el robo de las verduras y el pescado salado que le llevaban, por parte de los guardias nacionales que custodiaban la cárcel.

Con la democracia, desde 1959 se fue apagando el fogón y llegó la cocina de querosén y después de gas; y este no faltaba en Río Caribe porque el señor Jesús Rodríguez y su hijo Hernán (Nango), con su camión cargado de bombonas, garantizaban que en la casas no faltara el gas para cocinar.

Cincuenta años después, el socialismo chavista-madurista retrotrajo a Venezuela a la época del fogón y a cocinar con leña, en pleno siglo XXI; en medio de la era digital, de la información en tiempo real, donde todo se sabe en todas partes cuando los hechos suceden.

El cocinar con un fogón es la expresión de este momento aciago que hoy viven los venezolanos, en mala hora.

Pero así como se extinguió el fogón de mi tía Rosario, se extinguirá esta tragedia. Y vendrá un tiempo mejor, donde estos experimentos llamados socialistas queden como un mal recuerdo. 

 

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