democracia archivos - Página 5 de 117 - Runrun

democracia

Volver al voto, iniciativa que clama por rescatar la institucionalidad del sufragio

Un grupo conformado por ciudadanos, dirigentes políticos, académicos, activistas sociales y gremiales, suscribieron un manifiesto denominado «Volver al voto», en el que buscan impulsar la iniciativa de que para generar cambios reales, debe rescatarse la institucionalidad del sufragio a través de la recuperación de la vía electoral.

En el escrito, fechado en enero de 2021, se afirma que la vía de concretar un cambio político en corto tiempo -como se planteó con la proclamación de un gobierno interino liderado por Juan Guaidó, que invitaba primero la salida de la administración de Nicolás Maduro antes de cualquier otra acción- no tuvo éxito y tras ese revés, existe la apertura a una nueva etapa en la lucha democrática que debe aprovecharse.

Recordó que la Asamblea Nacional electa en 2015 -y que afirma permanecer en funciones debido al precepto de «continuidad constitucional»- fue declarada en desacato desde casi el inicio de su funcionamiento, sus diputados fueron perseguidos y muchos se encuentran en el exilio. Además, los partidos políticos fueron judicializados y «se creó un ambiente hostil para ejercer la política que, junto a los errores» llevaron a los venezolanos a la abstención.

Aseveró que la percepción actual de la población es que se está más lejos de la salida a la crisis política, social y económica que atraviesa el país que en 2015, por lo que es importante que la oposición venezolana haga un verdadero balance de sus acciones de los últimos cinco años.

El texto destaca que a los venezolanos «hay que hablarles con la verdad. No se desconocen los esfuerzos hechos, pero se necesita una explicación por parte de sus dirigentes de las razones por las cuales no se pudo hacer realidad el cambio político. No con la idea de destruirnos mutuamente, sino para superar los errores cometidos».

Mientras ese debate ocurre, es esencial enfocarse y permanecer en el objetivo de continuar la lucha democrática en Venezuela. Por ende, subrayan que la misma, así como el cambio político que se espera, solo es producto de «un trabajo organizativo permanente, tesonero, responsable y consistente dentro del país», que debe realizarse basándose en una estrategia de unidad y de acumulación de fuerzas.

Sobre el voto, el escrito puntualiza que «es el principal instrumento de lucha ciudadana para manifestar el descontento» y la herramienta que tienen los venezolanos, junto a la protesta ciudadana, las que han dado logros palpables. Por ende, «no podemos renunciar a su ejercicio, aún en las circunstancias más difíciles. Se impone rescatar su valor ciudadano, en oposición al uso distorsionado y perverso que el autoritarismo hace del mismo».

Por ello, el concepto de las elecciones no solo se traduce en ejercer el derecho al voto, sino que es todo un proceso compuesto por luchas cívicas, hacer política y «es un llamado a luchar dejando de lado la fantasía», porque hay que abocarse a un trabajo de organización para reactivar y recuperar el tejido de la sociedad democrática.

Lea más aquí 

Antonio José Monagas Ene 16, 2021 | Actualizado hace 1 mes
¿Ilusión de democracia?

@ajmonagas

La teoría política explica el concepto de democracia acogiéndose a los valores de “libertad e igualdad política”, fundamentalmente. Pero ahí no queda todo, pues sobre “democracia” se ha escrito y debatido mucho. Así se han forjado múltiples definiciones, nociones y explicaciones de “democracia”. Sin embargo, en el curso de la historia política, la praxis democrática ha fluctuado según las circunstancias. Pero también, ateniéndose a lo que abrace todo discurso político que busque seducir ilusos. Tanto como afilar apetencias. Envalentonar sectarios. Ideologizar expectativas. O afianzar utopías.

Sin embargo, al mismo tiempo se sabe que la democracia ha cruzado históricamente por distintas transiciones. De esa manera, su ideario y postulados han logrado afinar su correspondiente teoría. Y es así que de su teoría (teoría de la democracia) proceden reflexiones, proposiciones y discernimientos que han marcado acontecimientos, decisiones y realidades.

Si bien la teoría de la democracia habla de la tradición aristotélica y de la tradición medieval de la soberanía, como concepto capital aducido por la teoría política, igual refiere la tradición bajo la cual se debate la concepción republicana moderna de democracia. Dichas tradiciones, por las que ha trascendido la teoría de la democracia, son vistas como estadios fácticos que indujeron mejores procedimientos al ejercicio de la política. Y que luego permitieron que la política se afincara y afianzara en prácticas más refinadas de sistemas políticos. La democracia fue uno, entre otros. Quizás, el de mayor envergadura conceptual. Aunque, tan amplia intención, no fue del todo alcanzada.

Esta perspectiva permite hablar de la relación entre democracia y liberalismo. Asimismo, de su correspondencia con el socialismo. Así como con otras corrientes del pensamiento político.

Circunstancias como estas dieron origen a la llamada “teoría de las élites”. Incluso a interesantes debates que han revelado contradicciones del ejercicio político en el contexto de la “democracia”. Incluso, han llegado a advertir cómo el gobernante, basándose en su ámbito de poder, manipula las realidades en provecho de intereses políticos particulares.

Un sistema permanentemente inconcluso

Esta introducción al tema, da cuenta del recorrido que, en el tiempo, se convirtió en razón para debatir el concepto de “democracia”. En consecuencia, se han tocado tópicos ante los cuales no podría negarse que su praxis se ha visto atribulada como resultado de múltiples objeciones. Y no menos conformidades. Algunas, sin suficientes argumentaciones de valor. Otras, soportadas en infundadas exageraciones. Pero siempre confrontada, reñida o exaltada hasta las nubes.

No ha habido momento de la historia política en que el concepto de “democracia”, tanto como su praxis, no haya sido objeto de pertinentes críticas. Para vigorizarla o extenuarla. Aunque deberá reconocerse que la “democracia” no es un concepto enteramente terminado. Razón por la que las mismas contingencias, o circunstancias reinantes, han ejercido la influencia suficiente para que se ajuste a las coyunturas vigentes. O para que sincronice sus criterios a las necesidades que establecen los distintos regímenes políticos.

No obstante, en medio de todo el afán teórico o práctico que el concepto de “democracia” acarrea, su ejercicio no se ha visto exceptuado de crisis políticas que han tendido a desnudarla. No hay país alguno cuyo sistema político democrático no haya sido víctima de alguna conjura que busca desplazar la democracia. De suplirla. O de vulnerar sus fortalezas, capacidades y potencialidades.

TALITA CUMI

TALITA CUMI

No hay duda que debajo de las estruendosas secuelas causadas por tan variadas crisis políticas que el mundo conoce, se esconde una nueva descendencia de paradigmas. Muchos de estos tienen como propósito desencajar los paradigmas vigentes demostrando su incapacidad para superar conflictos estructurales o circunstanciales.

La sobrevivencia de estos cansados paradigmas estriba en algoritmos que no han podido responder al urgente llamado de problemas que, no por pesados o irresolutos, se han acumulado a lo largo de problemas indeterminados. Y es ahí cuando la inercia propia de la gravedad social, económica o política vence la resistencia del paradigma hasta hacer que comience a desvanecerse sin que pueda evitar los atisbos de su fatiga funcional.

Y se imponen la desigualdad, la inconsistencia de políticas públicas, la segregación, la intolerancia como conducta colectiva e individual, la solidaridad invalidada, la inmoralidad como comportamiento de irrupción, la mediocridad política, la ética en abandono, la pobreza solapada, la desproporcionada dilapidación de recursos escasos, contravalores justificados e institucionalizados, derechos burlados, libertades violadas, la vida humana condicionada.

Estas y otras más son causas que han contribuido al derrumbe de paradigmas. Paradigmas esos para los cuales el positivismo, el liberalismo, el integracionismo, el desarrollismo, el humanismo, el cooperativismo sirvieron de cimiento o punta de lanza de sus preceptos y atenciones al funcionamiento de la vida misma en sus más integradas manifestaciones.

El desbarajuste de la democracia

No hay que observar tan atrás en la historia para advertir que las tendencias siempre buscan un cambio necesario. Solo queda rezar que dichos cambios inciten el escape necesario y suficiente de la esclavitud de identidad, de la sumisión de la inteligencia y de la renuncia de la conciencia. Estos son los problemas que, en los últimos tiempos, han magullado, despreciado y soslayado la dignidad del hombre. O quien que por vivir atado y acallado en medio de tan urdidas crisis, o seducido por el estado de confort en que suscribe su desempeño, haya aceptado vivir entre holguras y placeres que derivaron en la recrudescencia de sus debilidades y males de espasmódicas razones e inseguros efectos.

Todo ello podría explicar el problema de cómo la democracia ha venido resquebrajándose por desajustes que perturbaron los paradigmas sobre los cuales buscó cimentar sus objetivos. Pudiera ser la razón para entender cuán difícil es advertir que (por ahora) se vive aferrado a una teoría de la democracia que ha sorprendido a muchos haciéndole creer al “hombre político”, que lo que tiene ante sus ojos es solo una ilusión de democracia.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

La paradoja del “sándwich social”

@ajmonagas

Desde que el hombre comprendió la necesidad de proveerse una alimentación que advirtiera la relación entre los recursos culinarios que dispone, el entorno del cual los obtiene y los aspectos socioculturales que le confieren sentido a dicha relación, surgió la gastronomía. Es así que se estima como el arte de la preparación de una buena comida.

Hablar de gastronomía no es solo referir la relación entre el ser humano y su alimentación. Es también reseñar las tendencias que cada sociedad establece a objeto de exaltar sus tradiciones y de disfrutarlas. Siempre, exhortando su historia. Aunque las mismas se hayan visto vapuleadas por las realidades políticas, económicas y sociales.

En su devenir, el desarrollo de la sociedad luce de por medio. Además no es exagerado afirmar que cada proceso de desarrollo presenta su cuota de obstinación. Por haber vivido algo así como el naufragio de su propia identidad.

Así como la política o la economía han sido objeto de consecutivos reacomodos conceptuales y prácticos, el resto de las realidades también. Por ejemplo, la gastronomía ha adquirido distintas manifestaciones. Así es propio hablar de cómo la química u otras ciencias han incidido en su avance.

Si bien se habla de gastronomía molecular, es posible hablar de gastronomía política.

No solo para explicar cómo los gobiernos son capaces de incidir en la alimentación de una población. Tanto como para motivar buenos hábitos alimenticios, como para manipular el respaldo al proyecto político en boga. O para idiotizar el discurrir de la sociedad. Solo así, podría explicarse la paradoja del “sándwich social”.

Todos saben que un sándwich es una reunión de pan, queso y jamón. O sea el sándwich habitual cuya demanda invade hogares y cafés de medio mundo. Ese sándwich bien porta el calificativo de “social” dado que su consumo le merece tan fiel adjetivo.

Justamente, la presente disertación busca comparar su esencia y consistencia con lo que las características del “sándwich usual” permite interpretar. De ahí que se acude a prescribir la paradoja del “sándwich social” para desnudar el concepto de “mediocracia” desde sus acepciones más significativas.

La primera, tiene el sentido que proviene de la mediocridad (primera mitad del pan del sándwich). De la mediocridad entendida como recurso engañador sirviéndose de argumentos falaces para alcanzar sus propósitos.

La segunda acepción surge de la injerencia y manipulación de los medios de comunicación y las redes sociales. Así buscan enmarañar la información y sesgarla según los intereses que convienen a juicio de los poderosos (segunda mitad del pan del sándwich).

Mientras que el papel del queso y del jamón, lo asume la población maltratada. Siempre, a consecuencia de la locuacidad proferida desde la perversidad de la “mediocracia”. Indistintamente del juego político en que incursiona.

Cualquiera de las acepciones de “mediocracia”, deja ver la fragilidad democrática que se padece. Ya sea de este lado del globo o en cualquier otro lado. Mas, toda vez que, como recurrentes crisis, son el resultado de la acumulación de problemas políticos. Casi siempre causados por la desnaturalización de mecanismos políticos relacionados con la excesiva concentración de poder. Así como por la desconfianza entre poderes públicos y la reducción de capacidades del sistema político.

Desde cualquier banda o borde que corresponda en alguna de las mitades del “sándwich social”, siempre será la ciudadanía la aporreada.

No solo por estar en la mitad. Sino también, por ser el objeto de ataques de la “mediocracia”. Además que sobre la sociedad recaen los efectos que los discursos, informaciones, decisiones elaboradas o políticas mal formuladas por los apremios de la “mediocracia” generan.

Y es la razón por la que se habla de “paradoja”. Toda vez que por ella se entiende “una idea de aparente contradicción lógica”. Y aunque encarna algún sentido y cierta coherencia, implica una forma de verdad que tiene lugar en una parte de la realidad.

Lo que refiere el titular de esta disertación, quizás pudiera sonar extraño. Pero en lógica política, las circunstancias adquieren el sentido que resulta propio de cuando las realidades demuestran que en “política”, todo vale. Por eso las paradojas son habituales. Particularmente, cuando las realidades se implican entre sí.

De manera que la existencia de una, bien evidencia e involucra la coexistencia del resto. Es una situación propia del zarandeo que produce el discurrir de la política. Especialmente, cuando se tienen realidades que pueden contener diferentes acepciones. Como la “mediocracia”. Y es porque sus interpretaciones se prestan para jugar a las oportunidades aprovechándose de coyunturas y argucias posibles.

Es así como la política se convierte en un acto de equilibrio entre conjeturas, inferencias o conceptos análogos o solapados. Y la razón para hablar del efecto producido al superponerse o sobreponerse significados o acepciones distintas de una misma palabra. Típico caso de “polisemia”, según la gramática castellana. Y en el ámbito de la política, adquiere sentido la paradoja del “sándwich social”.

La música y la política

La música y la política

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Amenazas endógenas a la democracia

A veces  las amenazas a la democracia son más endógenas que exógenas. Es decir, provienen del propio sistema democrático y de los demócratas, y no de algún ambicioso con ideas autocráticas o contrarias a la democracia liberal, base de los principios y valores de la civilización.

El sistema democrático tiene la debilidad de la libertad de expresión que es, paradójicamente, también su fortaleza. La misma  permite divulgar ideas y programas que directa o indirectamente socavan la democracia. Con eso tenemos que convivir y neutralizar las malas prédicas con una mejor educación, buena gestión gubernamental, más y mejor democracia y con dirigentes sensatos.

Por parte de los demócratas es necesario aceptar que en el mundo existe una gran desigualdad social que es necesario reducir. Tenemos derechos, pero frecuentemente olvidamos que también tenemos deberes. Respetar las opiniones contrarias es fundamental para alimentar la democracia.

Cualquier ciudadano que se considere dueño de la verdad es un autócrata en potencia.

Perdimos la democracia en 1948, por no ser buenos ciudadanos. La recuperamos en 1958 y la volvimos a perder en 1999. Hace 72 años, el 24 de noviembre de 1948, se instauró una dictadura porque los venezolanos pecamos de intolerantes. Rómulo Betancourt reconoció la arrogancia de Acción Democrática durante el trienio 1945-1948 y escribió que existió una guerra civil incruenta y una manera casi bestial de embestirnos mutuamente los partidos. A las pocas horas de la intervención militar, tanto Caldera como Jóvito, líderes de los partidos de oposición Copei y URD,  justificaron esa acción.

La democracia establecida en 1958, empezó con buenos augurios, pero gradualmente se fue deteriorando. Concretamente, a partir de 1974 se inició la pérdida del rumbo. Los partidos se volvieron clientelares y se debilitaron al dividirse por diferencias en el liderazgo. Alianza Bravo Pueblo y Un Nuevo Tiempo se separaron de Acción Democrática; Convergencia, producto de la ambición de Caldera, surgió de Copei. Voluntad Popular nació de Primero Justicia.

Chávez no fue producto de la generación espontánea, ni del polémico sobreseimiento. Los venezolanos lo llevamos al poder, unos por acción, otros por omisión. Y todos por no exigir rectificaciones a la democracia. 

Una vez electo Chávez, pecamos por dejar hacer, dejar pasar. Fuimos alcahuetas o, si se quiere ser más suave, pecamos por apaciguamiento; como consta en el excelente libro de Miguel Martínez Meucci. En 1999 la oposición tenía mayoría en el Congreso, gobernaciones y alcaldías, y el TSJ no estaba en manos chavistas. Sin embargo, permitimos la fraudulenta Asamblea Nacional Constituyente, que legisló rueda libre. De allí en adelante, las violaciones a la Constitución y especialmente a los derechos humanos ocurren a diario.

TALITA CUMI

TALITA CUMI

¿Hemos aprendido la lección? Lamentablemente, algunos dirigentes  tienden a incurrir en los mismos errores. Pareciera que no perciben cuál es el peso específico de sus opiniones dentro del grupo opositor, ofreciendo opciones atractivas, pero poco realistas, que alimentan a tuiteros ingenuos o mal informados. Los ciudadanos tenemos la obligación de ser intolerantes ante los atropellos del régimen y del grupo que usurpa el poder; pero no podemos serlo ante los chavistas no corruptos y mucho menos entre la familia democrática opositora.

Esta intolerancia quedó de manifiesto ante las elecciones en Estados Unidos. La simpatía por Trump o por Biden no debió descalificar su sistema electoral. Extraña el fanatismo al apoyar la declaración de fraude sin conocer cómo funciona ese sistema.

El fraude (microanálisis)

El fraude (microanálisis)

También la credibilidad ante las disparatadas teorías conspirativas, que van desde papeletas sin marca de agua, hasta computadoras en Alemania que cambiaron los resultados; así como a comparar a Tibisay y su corte con las elecciones organizadas de acuerdo a las leyes de cada uno de los 50 estados de la Unión.  

Depongamos la intolerancia. Unámonos alrededor de la consulta popular, no busquemos peros a la misma. Participar no será una llave mágica para salir del régimen, pero es la dirección correcta para contribuir a desencadenar su caída.

El temor del usurpador

El temor del usurpador

Como (había) en botica

Nicolás Maduro encomendó a la juez Carol Padilla y al  fiscal Elín León Aguilar para ejecutar órdenes de allanamiento, persecución, hostigamiento e incautación de bienes a los ciudadanos Arghemar Pérez, Jonathan López, Gabriel Gallo, Freddy Orlando, Romer Rubio y David Natera, designados por la Asamblea Nacional como miembros ad honorem del Consejo Nacional de Defensa Judicial, creado para recomendar estrategias que eviten la pérdida de activos del Estado en el exterior. Sus domicilios fueron saqueados y la persecución y detenciones se extendieron a sus familiares.

El presidente Trump con su antipolítica y la cúpula republicana que lo apoya le hacen daño a la democracia estadounidense.

¡Bravo por la joven directora de orquesta Glass Marcano!

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Yascha Mounk Nov 07, 2020 | Actualizado hace 1 mes
La victoria de la decencia

Ilustración Pablo Bernasconi @BernasconiPablo

NBS: Queremos compartir con ustedes este artículo aparecido hoy en el diario El País de Madrid pues nos abre las puertas a una visión que, más allá de lo que significa el triunfo de Biden, nos da razones para entender a cabalidad la derrota de Trump.

Los estadounidenses han dado la presidencia de Estados Unidos a Joe Biden, un hombre moderado que defiende los ideales progresistas sin menospreciar al contrario ni alimentar el extremismo

 

@Yascha_Mounk

Desde la presidencia, Donald Trump ha causado dolor innecesario a una escala abrumadora, y ha sometido a las instituciones democráticas del país a la prueba más dura en más de un siglo. Las instituciones han sobrevivido. Joe Biden ha derrotado a Trump por un estrecho margen, poniendo fin a una pesadilla de cuatro años.

Una Administración competente y humana se prepara ahora para entrar en la Casa Blanca. Aunque muchos de los problemas a los que se enfrenta el país seguirán siendo difíciles de manejar, el 46º presidente de EE. UU. trabajará sin duda para afrontar la amenaza de la pandemia, y no para restarle importancia; para mejorar las vidas de emigrantes y minorías en vez de hacerlas peligrar; y para unir a los estadounidenses, más que para dividirlos.

¿Qué significa la victoria de Biden? Al principio de la campaña, los expertos se referían a Biden como a un anacronismo al que se le había pasado la oportunidad. El candidato a presidente nació durante la Segunda Guerra Mundial y juró su cargo de senador la misma semana que George Foreman ganó el Campeonato Mundial de Pesos Pesados. La primera vez que intentó llegar a la presidencia, el Muro de Berlín aún estaba en pie, y casi la mitad de los estadounidenses actuales todavía no había nacido. Mientras que sus predecesores demócratas Bill Clinton y Barack Obama fueron elegidos cuando eran unos jóvenes impacientes por conquistar el futuro, Biden asumirá el cargo como un abuelo aparentemente nostálgico de un pasado más plácido.

Sin embargo, Biden es un hombre mucho más en sintonía con este momento histórico a pesar de su edad y su experiencia, o precisamente por ellas.

Sus oponentes en las primarias pensaron que podían hacerse con la nominación demócrata repitiendo un discurso extremadamente pesimista sobre el país y sus perspectivas. Su rival en las presidenciales creía que podía aferrarse al poder apelando a los instintos más básicos de EE. UU. Biden fue el único que logró romper con el juego de suma cero de la guerra cultural que ha consumido a nuestra clase política. Ni defensor ni detractor del movimiento por la conciencia sobre la justicia racial y social, ha logrado con esfuerzo una rara victoria contra un titular del cargo siendo, sencillamente, decente.

Si en 2016 los estadounidenses premiaron la ira y el extremismo, en 2020 han dado la victoria a un hombre moderado que defiende los ideales progresistas sin menospreciar a los conservadores, y que cree que se puede ser sincero respecto a los defectos del país y, al mismo tiempo, estar orgulloso de sus puntos fuertes. Biden ha ganado porque ha reconocido que la mayoría está mucho menos hambrienta de extremismo político de lo que los presentadores de los informativos por cable del país y las celebridades de las redes sociales parecen creer.

Es demasiado pronto para escribir la versión final de uno de los capítulos más oscuros de Estados Unidos. Sin embargo, la derrota decisiva de Trump da a entender que la primera versión —escrita por expertos, políticos, politólogos y por el propio presidente a lo largo de los últimos cuatro años— era exageradamente pesimista.

Cuando Trump ganó una primaria tras otra y derrotó a Hillary Clinton en una victoria inesperada, los expertos y los politólogos atribuyeron su ascenso al racismo. Algunos dieron por sentado que un gran número de estadounidenses esperaban con ansia los reclamos racistas que fueron indiscutiblemente fundamentales en la primera campaña.

Una investigación académica de Diana Mutz contribuyó a consolidar esta visión al sostener que “las elecciones de 2016 fueron un esfuerzo por parte de los miembros de los grupos ya dominantes de asegurar su dominio continuado”. Pero las verdaderas conclusiones del estudio eran mucho más ambiguas que los resúmenes que hicieron los medios de comunicación convencionales. La autora reconocía que la mayoría de los estadounidenses que votaron a Trump lo hicieron porque eran votantes del Partido Republicano desde hacía mucho tiempo. Y aunque la mayor parte de los estadounidenses que pasaron de dar su apoyo a Obama en 2012 a dárselo a Trump en 2016 tenían la sensación de que su posición social estaba amenazada, su motivación no fue fundamentalmente de carácter racista.

Mutz analizó tres indicadores del miedo a perder la posición social: “el apoyo al comercio internacional, el apoyo a la inmigración, y si la relación entre Estados Unidos y China constituía una amenaza o una oportunidad”. En otras palabras, dos de los tres indicadores que, según una serie de informes de prensa, demostraban que el resentimiento racial estadounidense había sido decisivo, en realidad apuntaban más a los problemas económicos.

El racismo probablemente explique por qué Trump logró atraer el apoyo ferviente de una parte de la base republicana y ganar unas primarias sobradas de candidatos hace cuatro años. Además, muchos estadounidenses estuvieron vergonzosamente dispuestos a pasar por alto la declaración de intolerancia de Trump cuando le dieron su apoyo en 2016. Sin embargo, desde la perspectiva del presente, no parece ni mucho menos claro que la intolerancia de Trump le haya ayudado. Más bien todo indica que el racismo ha resultado perjudicial para la consideración del mandatario entre la opinión pública estadounidense en general, y que ha sido la causa de que un número considerable de sus antiguos partidarios haya votado en su contra en 2020.

Cuando se preguntó a los votantes estadounidenses sobre el desempeño de Trump de sus funciones durante el último año en el cargo, le dieron notas comparativamente buenas en economía, y fueron sorprendentemente generosos en su valoración de la gestión de la pandemia. El tema en el que salió peor parado con cierta diferencia fue en el de la raza.

El enfado con las ideas de Trump sobre la raza quedó de manifiesto en verano, durante mi participación en un grupo de debate de mujeres trabajadoras que antes habían dado su apoyo al presidente. Cuando se les preguntó por la economía o la pandemia, inventaron una serie de excusas. Aunque pensaban que Trump no lo había hecho muy bien en ninguno de los dos casos, insistieron en que no había tenido las cosas fáciles. En cambio, cuando se les preguntó sobre las manifestaciones del presidente sobre el asesinato de George Floyd, se pusieron furiosas. El deseo evidente Trump de inflamar las tensiones raciales las sublevaba, y no tenían el menor inconveniente en reconocerlo.

Los sondeos a pie de urna indican que muchas de ellas, efectivamente, han dado la espalda a Trump. El titular del cargo ha ganado apoyos significativos entre los afroamericanos y, en especial, los latinos. Si de todas maneras ha perdido, ha sido porque un gran número de votantes blancos que optaron por él en 2016 ahora lo han abandonado.

Apartado del poder, Trump hará cuanto esté en su mano para sacar lo peor de Estados Unidos. El país sigue estando profundamente dividido. La Administración entrante no tiene ni un momento que perder para reparar el daño causado por los últimos cuatro años y restablecer la reputación del país en el mundo.

Pero tras cuatro años de intimidación y vergüenza, es el momento de la esperanza y el orgullo. Estados Unidos ha impedido que un populista autoritario destruya sus instituciones democráticas. Su ciudadanía ha concurrido en un número sin precedentes para demostrar que, aunque sea por escaso margen, Trump no es la verdadera cara de este país. Por eso, debemos atrevernos una vez más a ser optimistas con respecto a la posibilidad de construir una democracia próspera e inclusiva que, cada año que pase, esté más a la altura de sus grandes ideales.

Hace 18 meses, durante la presentación de su campaña presidencial en la ciudad de Filadelfia, en un guiño a los ideales consagrados en la Constitución de Estados Unidos, Joe Biden dijo: “Todos sabemos quién es Donald Trump. Ahora tenemos que hacerles saber quiénes somos nosotros”.

Y lo hemos hecho.

* Profesor de la Facultad de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins y autor de El pueblo contra la democracia. 

Nota: artículo publicado inicialmente en el diario madrileño El País

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

A 62 años de su firma: ¿Debemos volver a la interpretación justa y cabal del Pacto de Puntofijo?

Los tres principales firmantes del Pacto de Puntofijo: de izq. a der. Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba. Foto en rafaelcaldera.com

 

A propósito de cumplirse los 62 años de la firma del Pacto de Puntofijo, reproducimos la charla del Dr. Rafael Caldera ¿Debemos volver a la interpretación justa y cabal del Pacto de Puntofijo?, que transmitiera el programa Actualidad política, de Radio Caracas Televisión; y tomada de su versión taquigráfica, publicada en el diario La Esfera el 8 de noviembre de 1959

Un documento que recobra urgente vigencia como referente para la unidad política y recuperación de la democracia, en momentos en que se profundizan la disolución de la República, la tragedia humanitaria y la deriva dictatorial.

A continuación, el texto íntegro de la charla del Dr. Rafael Caldera:

“El 31 del pasado mes de octubre se cumplió el primer aniversario de la firma del Pacto suscrito por los partidos políticos Acción Democrática, Unión Republicana Democrática y Social Cristiano Copei, con motivo de establecer compromisos y señalar lineamientos para el proceso electoral que se iba a iniciar entonces y que culminaría el 7 de diciembre de 1958, y para la organización del país en el período constitucional.

Este documento, conocido generalmente como Pacto de Puntofijo, ha sido objeto de múltiples interpretaciones y comentarios en el seno de la opinión pública. Parece, por ello, interesante refrescar algunas ideas acerca de los antecedentes del Pacto, sus alcances y efectos para juzgar la situación actual de los distintos grupos políticos y los intereses nacionales en relación al mismo.

Debo empezar por reconocer que, con buena o mala intención, muchos han querido presentar el Pacto de Puntofijo como una regla para el reparto de prebendas burocráticas, como un compromiso para fijar la participación alícuota en los beneficios del Poder Público para los tres grandes partidos que lo suscribieron. Esta interpretación la hacen algunos, quizá de buena fe, pero debemos reconocer y recordar que el interés de deformar la interpretación de aquel documento existe, naturalmente en todos los que son enemigos del sistema democrático de gobierno.

Nada puede halagar más a quienes ambicionen un hecho de regresión en Venezuela, que el descrédito de las fuerzas políticas organizadas, que envolvería el descrédito del mismo sistema democrático y prepararía el terreno en la conciencia pública para cualquier hecho de fuerza.

Ambiente histórico del Pacto

En realidad, el Pacto se suscribió en momentos difíciles para el país. Habían transcurrido varios meses en los cuales las llamadas «reuniones de Mesa Redonda» no habían podido conducir a la proclamación de un solo candidato de unidad para la Presidencia de la República. Era ya un hecho el que los partidos políticos irían a las elecciones con sus respectivos candidatos, tanto para la Presidencia como para los cuerpos deliberantes. Había quienes hablaban en términos dramáticos, y con una intensa preocupación, de la ruptura de la Unidad. Había quebrado, según ellos, la unidad iniciada el 23 de enero, y no era posible ponerla a salvo ante el egoísmo de los partidos, cada uno de los cuales quería tener su organización específica y librar separadamente su propia campaña. Su conclusión era que la unidad iniciada el 23 de enero no había podido resistir a su primera prueba, es decir, el proceso electoral.

En esa situación difícil surgió la idea de suscribir un documento, un compromiso público, formal y solemne, para que ante el pueblo de Venezuela ratificaran los partidos políticos su voluntad unitaria; para que aun en el caso, visto ya inevitable, de que concurrieran a elecciones con candidatos diferentes, y de que contendieran con toda la pasión natural en un proceso electoral por obtener mayores votos, estaban dispuestos a salvar la Unidad, considerada indispensable para el robustecimiento del sistema democrático.

A 62 años de su firma: ¿Debemos volver a la interpretación justa y cabal del Pacto de Puntofijo?
Las firmas del Pacto de Puntofijo (izq.), y la mesa donde se firmó el histórico acuerdo democrático. Gráficas de la Revista Élite número 1728 del 8 de noviembre de 1958.

El Pacto de Puntofijo no se firmó, pues, en momentos de euforia; no fue fruto de ilusión momentánea, de embriaguez unitaria; se suscribió (y aquí está uno de los hechos más significativos de su existencia) en momentos de intensa preocupación, en que ya se estaban tomando posiciones para la contienda electoral, en que ya se veía a la gente formar filas para luchar por los comicios; y sin embargo, los contendientes, como en una sana justa deportiva en que se abrazan ante el público para recordar que por encima de la contienda hay interés común que defender, se llegaron a una mesa y suscribieron aquel compromiso que tiene por eso mismo una inmensa significación.

Reafirmación de la Unidad

En el propio texto del Pacto –el cual hemos hecho editar profusamente para que quede amplia constancia de él y lo puedan leer y analizar todos los que se interesen por la vida política de Venezuela, es decir, todos los venezolanos de buena voluntad– se señalaban algunos hechos bastante interesantes.

 Uno era el de la conciencia de la Unidad

Se hacía una especie de recapitulación de las Mesas Redondas y se señalaba que en medio de la agitación política inherente al cambio de sistema, el resultado obtenido era favorable, toda vez que «las naturales divergencias entre los partidos, tan distintas del unanimismo impuesto por el despotismo, se han canalizado dentro de pautas de convivencia que hoy más que nunca –se decía– es necesario ampliar y garantizar».

Había, pues, una afirmación básica: la aspiración a que el proceso electoral «no solamente evitara la ruptura del frente unitario, sino que lo fortaleciera mediante la prolongación de la tregua política, la despersonalización del debate, la erradicación de la violencia interpartidista, y la definición de normas que facilitaran la formación del gobierno y de los cuerpos deliberantes, de modo que ambas agruparan equitativamente a todos los sectores de la sociedad venezolana interesados en la estabilidad de la República como sistema popular de gobierno».

 La lección de la experiencia

Por otra parte, se señala en el Pacto de Puntofijo un hecho que con frecuencia se tiende a menospreciar, si no a olvidar: el de que se llegó al compromiso a través de una lección de la experiencia. Fue esa lección de la experiencia, y no un entusiasmo momentáneo, lo que hizo que grupos divergentes en muchos de sus planteamientos programáticos, que se habían combatido acremente durante años en las trincheras de la lucha política, llegaran a formalizar el compromiso de unidad.

A 62 años de su firma: ¿Debemos volver a la interpretación justa y cabal del Pacto de Puntofijo?
«Se señala en el Pacto de Puntofijo un hecho que con frecuencia se tiende a menospreciar, si no a olvidar: el de que se llegó al compromiso a través de una lección de la experiencia». Foto El Mundo.

El análisis cabal de los antecedentes –dice el Pacto–, de las características actuales y de las perspectivas de nuestro movimiento democrático, la ponderación comprensiva de los intereses legítimamente representados por los partidos a nombre de los centenares de miles de sus militantes, el reconocimiento de la existencia de amplios sectores independientes que constituyen factor importante en la vida nacional, el respaldo de las Fuerzas Armadas, el proceso de afirmación de la República como elemento institucional del Estado, sometido al control de autoridades constitucionales, y el firme propósito de auspiciar la unión de todas las fuerzas ciudadanas en el esfuerzo de lograr la organización de la nación venezolana, han estado presentes en el estudio de las diferentes fórmulas propuestas.

Fue, pues, una expresión clara, inequívoca, paladina, no egoísta ni excluyente de los sectores independientes ni de las otras fuerzas políticas o sociales organizadas, sino el reconocimiento de todos estos factores y el análisis de la experiencia histórica los que llevaron, en acto de gran responsabilidad, a los personeros de los tres partidos políticos, a suscribir aquel pacto, que tomó el nombre de Pacto de Puntofijo.

Alcances del convenio

El alcance esencial del pacto, naturalmente, era el de salvar la unidad en medio de la lucha electoral. Este fue el objetivo preciso. Pero no quedó confinado a estos términos el alcance del documento: hizo algunas afirmaciones que tienen inmenso valor dentro de la vida venezolana.

Uno de ellos es la exclusión del monopartidismo, es decir, del gobierno de un solo partido como sistema adecuado a la realidad democrática de Venezuela: «Se deja claramente sentado que ninguna de las organizaciones signatarias aspira ni aceptará hegemonía en el Gabinete Ejecutivo en el cual deben estar representadas las corrientes políticas nacionales y los sectores independientes del país, mediante una leal selección de capacidad».

Había, pues, una definición básica de gran interés para el afianzamiento de la vida venezolana. Y por eso se estableció que «si bien el ejercicio del poder por un partido es consecuencia legítima de una mayoría electoral, la suerte de la democracia venezolana y la estabilidad del Estado de derecho entre nosotros imponen convertir la unidad popular defensiva en gobierno unitario, por lo menos por tanto tiempo como perduren los factores que amenazan el ensayo republicano iniciado el 23 de enero».

Este reconocimiento lo hacían los tres partidos antes de conocer el resultado electoral; más aun, antes de iniciarse definitivamente la contienda.

El resultado, cualquiera que fuese, no podría justificar la tesis del gobierno por un solo partido.

Cualquiera que fuese el resultado o la mayoría que hubiere favorecido a alguna de las corrientes en pugna, aun reconociendo el derecho emanado de esa mayoría, las organizaciones signatarias expresaban el reconocimiento de que la democracia venezolana, para consolidarse, debía buscar la fórmula de un gobierno unitario por todo el tiempo necesario para erradicar los obstáculos que se oponen a su desarrollo, con participación de las fuerzas representativas de casi la unanimidad de la opinión nacional.

Por otra parte, para reafirmar el sentido de esta unidad en medio de la variedad, de este entendimiento en medio de la divergencia, de este compromiso al iniciarse una contienda, se hacía un señalamiento simbólico de una gran importancia para la vida venezolana: el de que los votos de los partidos signatarios habrían de constituir, todos juntos, una gran manifestación de la voluntad nacional contra la tiranía.

Si Pérez Jiménez había montado la farsa de un plebiscito absurdo, en el que nadie se daba la posibilidad de elegir, los partidos signatarios del Pacto de Puntofijo quisieron darle el sentido de un espontáneo y libre plebiscito a favor del sistema democrático de gobierno y en contra de la autocracia, a la suma de todos los votos que recogieran todos ellos en medio de la campaña electoral.

Un plebiscito contra la tiranía

Esta era la advertencia previa que se hacía al pueblo de Venezuela desde antes de registrarse las distintas candidaturas para la lucha electoral. Desde antes que esas candidaturas se presentaran al electorado, se le advertía a toda la ciudadanía el que los votos que se dieran por las distintas listas se sumarían todos, simbólicamente, como una gran afirmación de la voluntad nacional contra el despotismo.

Todos los votos emitidos –dice el Pacto de Puntofijo– a favor de las diversas candidaturas democráticas, serán considerados como votos unitarios y la suma de los votos por los distintos colores, como una afirmación de la voluntad popular a favor del régimen constitucional y de la consolidación del Estado de derecho.

No era una simple reglamentación formalista, sino el alineamiento definitivo de las fuerzas políticas a favor de un sistema de gobierno, el sistema democrático, y de la organización de la República dentro del Estado de derecho.

Para que esto se realizara de manera formal, y para que el compromiso con el pueblo tomara el cauce de una gran reforma social, se establecía allí el anticipo de lo que habría de ser el documento firmado el 6 de diciembre de 1958, es decir, el programa mínimo de gobierno, en el cual nos comprometíamos los candidatos presidenciales de los tres partidos para obligarnos a que cualquiera de los candidatos, al resultar electo, pusiera en práctica durante su período la ejecución de ese programa, en el cual quedamos comprometidos en coincidir y al cual quedamos comprometidos en respaldar en nombre de las organizaciones políticas que representábamos. Un programa mínimo preveía, pues, el Pacto de Puntofijo, «cuya ejecución sea el punto de partida de una administración nacional patriótica y el afianzamiento de la democracia como sistema».

Efectos del Pacto de Puntofijo

Casi no sería necesario recordarlo, si no fuera por las interpretaciones que han surgido en el acaloramiento de los tiempos. El primer efecto del pacto fue el de dar el ejemplo de una gran campaña electoral que se puede presentar como modelo en cualquier parte del mundo.

Un observador extranjero me llegó a decir alguna vez que oyendo a los candidatos no se sabía si estaban haciendo propaganda por su propia candidatura o por la de los demás. Claro, no faltaron dentro de la lucha electoral momentos de pasión. Especialmente en los últimos días hubo algunos encuentros físicos, algunos graves rozamientos, hubo maniobras, trucos electorales, y era imposible, dentro de la naturaleza humana, el aspirar a que no los hubiera.

Pero el proceso de las elecciones en Venezuela nos acreditó ante la conciencia del mundo como un pueblo culto, que sabía lo que quería y que tenía conciencia de cómo ejercer los derechos fundamentales de la vida democrática.

Pero, además del proceso mismo de la campaña, no podemos sustraer a los efectos del Pacto de Puntofijo el hecho de la aceptación del resultado de las elecciones. A veces somos propensos a olvidar, pero los días más difíciles quizás que ha tropezado nuestra experiencia democrática después del 23 de enero, y aparte de los incidentes violentos de las jornadas de julio y de septiembre (que al fin y al cabo nos encontraron a todos juntos, formando todos un solo y compacto bloque) fueron los días posteriores al 7 de diciembre, cuando se empezaron a conocer los resultados electorales y los ánimos enconados y las actitudes dubitativas plantearon ante la República el tremendo interrogante de si se iba a reconocer o aceptar aquellos resultados que comenzaron a arrojar los escrutinios.

El Pacto de Puntofijo señalaba como uno de los compromisos fundamentales el reconocimiento del resultado electoral, la adhesión de todas las fuerzas políticas a ese resultado y el compromiso de defenderlo, cada uno de nosotros y todos juntos, como si nos favoreciera el propio resultado a nuestros determinados y particulares intereses.

El afianzamiento del sistema a través de la constitución de los poderes elegidos por el pueblo, el retorno a la vida constitucional, la instalación de las cámaras legislativas, de las asambleas legislativas y de los concejos municipales, el 19 de enero, y la toma de posesión del presidente electo el 13 de febrero, fueron resultado de no escasa importancia, que no podemos olvidar, y que en gran parte debemos atribuir a los propósitos y compromisos formales estampados en el susodicho Pacto de Puntofijo.

El Gobierno de coalición

De acuerdo con el Pacto, el presidente electo llamó a las fuerzas políticas para reclamarle su participación en el Gobierno. Y quiero señalar este hecho, porque es de importancia para el esclarecimiento de nuestra historia política reciente. La participación de COPEI y de URD en el Gobierno, tanto en el Gabinete Ejecutivo como en las gobernaciones de estado y en otros cargos públicos, no fue el resultado de una presión ejercida por estos grupos sobre el presidente de la república, sino el resultado de una iniciativa del presidente de la república que, invocando los principios del Pacto y con el respaldo de su propio partido favorecido por la mayoría electoral, nos exigía compartir responsabilidades para el afianzamiento del sistema democrático.

Así empezó a funcionar el régimen de coalición. Así empezaron también las lamentables pugnas por posiciones políticas, degeneradas a veces en pugnas por situaciones burocráticas, que dieron a muchas gentes la impresión de que el Pacto de Puntofijo era una medida de reparto de prebendas, cuando la real situación había sido llegar al compromiso solidario por la firme convicción de la necesidad de fortalecer el sistema democrático de gobierno.

El gobierno de la Unidad no se hizo tampoco con carácter de agresión, ni mucho menos, a las fuerzas independientes ni a otras fuerzas políticas, sino con la ratificación de la importancia de los sectores independientes y del derecho de las otras organizaciones existentes en el país. Por eso se decía en el Pacto de Puntofijo que «su leal cumplimiento no limita ni condiciona el natural ejercicio por ellas de cuantas facultades puedan y quieran poner al servicio de las altas finalidades perseguidas». Y por ello también se invitaba «a todos los organismos democráticos a respaldar, sin perjuicio de sus concepciones específicas, el esfuerzo comprometido en pro de la celebración del proceso electoral en un clima que demuestre la actitud de Venezuela para la práctica ordenada y pacífica de la democracia».

La experiencia iniciada bajo el signo de Puntofijo ha tropezado con dificultades. Las dificultades son inherentes a los mecanismos de coalición. Pero debemos de reconocer con sinceridad (y ya lo hemos expresado varias veces) que el espíritu de la coalición parece que se hubiera hallado ausente en los últimos tiempos: esa gran fuerza que debe impulsar al cumplimiento de los fines específicos del Gobierno y de la administración en esta etapa constitucional en que vivimos.

Momento decisivo

Debemos reconocer que aquella idea generosa, básica, ha presentado frecuentes deterioros. Que la gente tiene la impresión de que las fuerzas políticas a veces pierden la conciencia del deber común ante la divergencia de determinados conflictos. Encontramos a veces situaciones de crisis que alarman –no sin razón– a las conciencias preocupadas de todos los venezolanos que queremos que el régimen constitucional sea estable, que la Reforma Social se haga a paso firme y que podamos dar garantías suficientes para el desarrollo económico, a fin de crear oportunidad de ocupación a los venezolanos que no encuentran trabajo.

Tenemos por delante un momento verdaderamente decisivo. Para salvar el espíritu del Pacto de Puntofijo es necesario que hagamos y ratifiquemos el propósito de vigorizar el espíritu unitario que logró la coalición hoy existente. Yo estoy perfectamente convencido de que la coalición es una necesidad en Venezuela; pero también lo estoy de que el pueblo concebiría el pacto como una burla a sus intereses, si no pusiéramos todos de nuestra parte un esfuerzo para que la acción administrativa y la realidad política se impulsen hacia finalidades claras.

Lo más grave que le podría pasar a Venezuela, en el actual momento que atraviesa, sería perder la fe en las instituciones democráticas. Estas están representadas en los partidos. En los días de enero del 58, el pueblo tuvo un gran respeto, adhesión fervorosa por la palabra de sus dirigentes, los dirigentes de los partidos.

Crisis tremendas, que habrían provocado en otros pueblos estremecimientos violentos, pudieron conjurarse porque, día tras día y en cada momento de peligro, las voces de los dirigentes responsables de los distintos sectores de opinión se le dieron al pueblo, y el pueblo tuvo oídos abiertos y espíritu receptivo para escuchar sus consignas.

Este tesoro, este capital que otras naciones no tuvieron en ocasiones similares, tenemos que salvarlo ahora. Y seríamos verdaderamente injustos, duros y mezquinos, y hasta traidores con los derechos del pueblo de Venezuela, si sembramos en su conciencia la idea de que los partidos políticos no son organizaciones para defender sus intereses, sino representaciones de burócratas, comanditas de intereses que pelean por arrancar presas dentro de un gran festín presupuestario.

Llevar esa idea al ánimo del pueblo sería preparar inevitablemente, quiérase o no se quiera, el retorno a formas de autocracia y despotismo. Porque si el pueblo no cree en los partidos, ¿cómo puede creer en el ejercicio de la democracia? Si el pueblo perdiera la fe en los grupos que han luchado por él, que se han sacrificado por la libertad y que han sacrificado egoísmos para plasmar en una realidad concreta la vida democrática, ¿quién podría entonces poner coto a través de la misma voluntad popular, a las ambiciones que pueden estar acechando, como acecharán siempre a vuelta de la esquina?

El espíritu de Puntofijo

Es necesario, por ello, que volvamos a la interpretación justa y cabal del Pacto de Puntofijo. Este no se realizó con cómoda tranquilidad alrededor de una mesa en que hubiéramos colocado un pastel para ver cuál era la tajada que le tocaba a cada uno.

El Pacto de Puntofijo se celebró en momentos en que la angustia de que la Unidad estaba en quiebra amenazaba hacer crisis en la opinión de los venezolanos.

Entonces fuimos a decirles que a pesar de que nuestras convicciones partidistas y las conversaciones celebradas nos llevaban a la convicción de que habría candidaturas separadas y opuestas, y de que cada uno de nosotros haría campaña por su candidatura respectiva, no olvidábamos el compromiso de unidad que nos vinculó en las jornadas de liberación de enero del 58 y al cual llegamos (cosa que no debemos olvidar y que debemos recordar muchas veces) por el camino del sufrimiento, por el camino del dolor, en la noche oscura de la tiranía, que nos fue vinculando y poniéndonos uno al lado del otro para hacernos ver que por encima de nuestras diferencias había un gran común interés en el bien del pueblo venezolano y en la defensa de la libertad.

Ese espíritu de Puntofijo, la interpretación genuina de aquel Pacto, es la que debemos reclamar ahora: que el Pacto de Puntofijo sea la expresión vigorizadora del espíritu de entendimiento de los venezolanos, y que tengamos presente el deber de unidad, que nos puede llevar a paso firme a la meta que andamos buscando.

Cuando estemos en un régimen democrático consolidado, podremos darnos el lujo de comenzar a pelear entre nosotros y ojalá que entonces no olvidemos que por el camino de la negación sistemática no se llega nunca a las grandes soluciones creadoras. Pero hoy estamos más obligados que nunca a continuar en nuestra jornada. Y mi voz, que en este caso no es una voz personal, sino la voz de todo el movimiento copeyano y de todos aquellos venezolanos que sin formar filas en nuestro movimiento comparten las ideas que sustentamos, esa voz representa el compromiso de luchar para que no se rompa la Unidad, para que no se rompa el compromiso, y todo lo contrario, para que desaparezca la presencia odiosa de las mezquindades y que una grande y positiva fraternidad presida la recuperación del destino de Venezuela.

Buenas noches».

Nota: este artículo fue publicado originalmente en la web oficial www.rafaelcaldera.com

Laureano Márquez P. Oct 28, 2020 | Actualizado hace 1 mes
TALITA CUMI

@laureanomar

Como estamos en tiempo de honrar a los difuntos, recordamos con dolor que desde hace 21 años vivimos con la sensación de que dejó de existir la democracia de Venezuela. Nacida en 1958, tuvo una vida difícil en sus comienzos; sin embargo, gracias al cuidado de sus padres, que, a pesar de los desacuerdos entre ellos, le dieron estabilidad y seguridad, logró sobrevivir a su complicada infancia, en la que en varias oportunidades estuvo a punto de perder la vida, pero con el respaldo de familiares y amigos logró salir adelante.

Con el paso del tiempo, ganó la suficiente fortaleza como para convertirse en instrumento de avance, progreso, cultura y educación para el pueblo venezolano.

Desafortunadamente, ella, que era en la envidia de sus vecinos y ejemplo de crecimiento y madurez para todo el mundo, comenzó a tener ciertas dificultades que la alejaron de sus sueños infantiles, como suele sucedernos a todos. Así fue perdiendo el afecto de la gente que consideraba que ella ya no estaba a la altura, que demasiadas personas estaban excluidas de sus beneficios, que se había vuelto derrochadora y corrupta.

Esta mala imagen fue aprovechada por quieres urdían su asesinato, el cual tramaron de la forma más alevosa y cruel, porque la usaron a ella para su propia aniquilación. Haciendo creer a todos que la salvaban, sus enemigos usaron sus ropajes, se disfrazaron de ella en un carnaval de petrodólares que duró muchos años y puso en evidencia las verdaderas intenciones.

De manera progresiva la fueron mutilando: primero acabaron con su partida de nacimiento, luego la embriagaron de elecciones, como para que nadie se diera cuenta de que con sus propios mecanismos le quitaban toda fuerza. Muchos levantaron la voz, perdieron la libertad y demasiados la vida, pero el mal estaba hecho. Es muy difícil después de que se ha asesinado a la democracia usando el voto, que el camino de regreso sea el mismo, más cuando se enseñorea la tiranía.

Ahí la tienen, tendida en su lecho de muerte. Pero ¿en verdad está muerta la democracia venezolana? ¡De ninguna manera!

Vale la pena recordar aquel pasaje del evangelio cuando Jairo busca a Jesús para que salve a su hija enferma. Cuando llegan a la casa de aquel, les avisan que la niña ya ha muerto. Jesús dice “la niña no está muerta, está dormida”; luego entró en la habitación y pronunció estas palabras en arameo: “talita cumi”, que quiere decir: “muchacha, levántate”.

La democracia venezolana no ha muerto, solo está dormida; duerme en el corazón de los que seguimos creyendo en ella, en el coraje de la gente que resiste, en el alma justa de una inmensa mayoría de venezolanos de bien. La democracia es una idea y las ideas no mueren mientras haya cabezas que sigan creyendo en ellas y las alimenten.

“Talita cumi”.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

El revisionismo histórico contra la democracia

@AAAD25

Si usted es de esos venezolanos que, frustrado o simplemente aburrido por la inercia en la que ha caído el juego político criollo, se ha sumergido en el juego de otras latitudes, probablemente ya se habrá familiarizado con la expresión “guerras culturales”. En caso contrario, permítame aclararle que la misma alude al cúmulo de disputas sociales no materiales que caracteriza a una parte considerable de la diatriba política en los países desarrollados. Querellas como los roles de géneros o la influencia de la moral judeocristiana en la sociedad.

Se habla de “guerras” porque las posiciones asumidas a cada lado de los desacuerdos son cada vez más irreconciliables, y cada parte trata a la otra con creciente hostilidad. En otras palabras, son un factor importante de la polarización en países como Estados Unidos o España. La división es lo opuesto a la comunidad. Por eso, cuando una sociedad está severamente polarizada, ello suele ser síntoma de que el sentido común brilla por su ausencia. En cambio, abundan el absurdo y la insensatez.

La semana pasada leí un artículo maravilloso del historiador Tomás Straka, en el cual hizo alusión a lo que denominó “guerras históricas”. Estas no son otra cosa que la penetración de las hoy tristemente inefables guerras culturales en el terreno de la historia. La invasión de la doxa en el campo de la epistemehistórica. Me la paso advirtiendo sobre la peligrosa pretensión nietzscheana de relativizar todo, de negar la realidad objetiva. Eso está pasando con el estudio de la historia, a menudo con motivaciones políticas de las peores, ligadas con las guerras culturales, pero también con el resentimiento, el revanchismo y la intolerancia autoritaria.

La herramienta aquí es un revisionismo que no desafía interpretaciones tradicionales de los hechos pasados (cosa sana para la pluralidad de ideas), sino que niega los hechos y pretende suplantarlos con ficciones. Hay revisionismo para todos los gustos. Está el del chavismo y el de otras especies de la ultraizquierda tumbaestatuas, con sus juicios anacrónicos y abuso tosco de la noción de «genocidio», como vemos cada 12 de octubre.

Conócete a ti mismo

Conócete a ti mismo

Pero también está la derecha reaccionaria y nostálgica de la monarquía y las castas, con sus panegíricos ridículos de la conquista, su visión romántica del colonialismo español y condena desproporcionada de la independencia. Y así, vemos una fauna variopinta que incluye a comunistas trasnochados que glorifican las guerrillas de los 60, así como a neogomecistas y neoperezjimenistas psicopáticamente fascinados por La Rotunda y Guasina. Sé que el adverbio “psicopáticamente” suena duro, pero no se me ocurre otra palabra para describir a sujetos que son conscientes de los horrores de las cárceles de Gómez y Pérez Jiménez, ¡y lo reivindican! Así es la mediocridad intelectual, incapaz hasta de los juicios éticos más sencillos, lo cual se traduce en la banalidad del mal que Arendt diagnosticó en Eichmann.

Hoy me voy a detener en el fenómeno de los nuevos admiradores de Pérez Jiménez, un grupo cuyas filas me atrevería a decir que no son lo suficientemente grandes como para constituir una amenaza para una hipotética Venezuela poschavista y democrática… Aún. Como señalé en una emisión previa de esta columna, tampoco me parece prudente asumir que nunca podrán aumentar su membresía.

Por ello, es pertinente desmentir el revisionismo de estos señores, en aras de mantenerlos relegados a los márgenes del debate político. ¿Que la prioridad en este momento debe ser la restauración de la democracia suplantada por el chavismo? No me digan.

Pero, no me canso de repetir, más vale estar prevenidos para cuando llegue ese momento y nunca volver a perder la democracia a manos de otra camarilla autoritaria.

Además, considerando que, insisto, el juego político se halla lamentablemente inerte, ¿por qué no?

No debe sorprendernos que el neoperezjimenismo (llamémoslo así por falta de un mejor término) concentre sus esfuerzos revisionistas en denigrar del período democrático. Tal como hace el chavismo, ¿saben? Y es que el neoperezjimenismo y el chavismo tienen mucho en común, incluyendo un desprecio total por la democracia (espero que no se hayan olvidado de aquella entrevista que Chávez tuvo con Pérez Jiménez en la mansión de La Moraleja, el acaudalado vecindario madrileño donde el dictador pasó su último exilio). Pero dejemos esa comparación para otro artículo.

En esencia, el revisionismo neoperezjimenista actúa de dos maneras.

 La primera consiste en magnificar el legado de la dictadura militar para hacerlo parecer más grande que el de los gobiernos democráticos.

Como sabemos, dicho legado es única o principalmente material. Obras de infraestructura. Todos hemos escuchado la cantinela: “Ay, es que al menos ese hombre construía cosas”. Si no fuera por el carácter inherentemente pretoriano de la admiración por Pérez Jiménez, al señor bien pudieran cambiarle el quepis por un casco de obrero en todas sus evocaciones. Ahora bien, nadie puede desconocer las obras que en efecto fueron realizadas en esos años, incluyendo la autopista Caracas-La Guaira, los primeros tramos de las autopistas Francisco Fajardo y Regional del Centro, las torres del Centro Simón Bolívar en El Silencio, el Teleférico de Caracas, la Ciudad Universitaria de Caracas y los bloques 2 de Diciembre (hoy 23 de Enero).

Pero precisamente por eso me resulta tan mezquino que se desconozca las obras hechas total o parcialmente en democracia, entre las cuales están los puentes Rafael Urdaneta, Angostura, Simón Bolívar y José Antonio Páez; el Teleférico de Mérida, los tramos restantes de las autopistas Francisco Fajardo y Regional del Centro, las autopistas Prados del Este y Centroocidental, las avenidas Boyacá y Libertador de Caracas, los distribuidores La Araña, El Pulpo y El Ciempiés; los embalses de Guri y Macagua, la urbanización Caricuao, el Metro de Caracas, el complejo arquitectónico de Parque Central y el Teatro Teresa Carreño.

Noten que estas obras están dispersas a lo largo y ancho del territorio nacional, a diferencia de las de la dictadura, muy concentradas en Caracas y sus alrededores.

Una ficción particularmente burda del revisionismo neoperezjimenista es atribuir a la democracia la formación de barriadas informales en los cerros de Caracas y otras ciudades, insinuando así que durante el gobierno de Pérez Jiménez no se veía tal cosa. Si bien la democracia experimentó un déficit de vivienda notable, que el chavismo heredó y explotó demagógicamente, este problema no comenzó con ella. Comenzó con el petróleo, con los millones de campesinos que se desplazaron a las urbes industriales y comerciales buscando una vida mejor. Por lo tanto, los barrios fueron un problema antes, durante y después de la dictadura militar. En De la cuadrícula al Aleph: Perfil histórico y social de Caracas, Francisco Ferrándiz refiere que, según estimaciones de la época, para 1950 había 40.000 ranchos en Caracas. Obviamente esos ranchos no desaparecieron entonces para reaparecer ocho años más tarde, como consta en Caín adolescente y otras películas venezolanas de la década.

Por otro lado, el progreso educativo durante los 40 años de democracia fue significativo. Cerca de la mitad de la población nacional era analfabeta cuando volvió la democracia, y menos de 10 % lo era cuatro décadas después, gracias a iniciativas como Acude. Fue en democracia que se masificó la matrícula universitaria femenina. Para 1958, solo había cuatro universidades públicas en Venezuela (UCV, ULA, LUZ y UC), ninguna creada por Pérez Jiménez. Esa cifra se disparó durante los gobiernos democráticos, con la fundación de la USB, la UCLA, la Unerg y la Unellez, entre otras.

 La segunda manifestación de revisionismo neoperezjimenista pretende desdibujar las distinciones que separan a la dictadura del período democrático.

En otras palabras, tratan de mostrar a la democracia venezolana como un régimen tan autoritario como el de su ídolo, en aras de exponer a los demócratas como manipuladores hipócritas. Ello es bastante irónico, dado su afán por demostrar que la democracia es una estafa hasta en sus cimientos teóricos. ¿Se puede destapar dicha estafa examinando algo que no es realmente democrático? En fin, no esperen coherencia de estos atolondrados.

Para ilustrar su disparatado ejercicio de equiparación, los neoperezjimenistas señalan las violaciones de derechos humanos cometidas por los gobiernos democráticos en el combate a las guerrillas comunistas. Si se le recuerda a la gente el asesinato de Víctor Soto Rojas, el de Leonardo Ruiz Pineda deja de verse tan perverso, piensan ellos. Si bien ambos casos son inexcusables, igualarlos, omitiendo su contexto, es una barbaridad muy descarada. Hay tantas diferencias que no sé por dónde empezar. En un conflicto armado, como el que Venezuela vivió en los 60, es inevitable que ambos bandos cometan excesos.

Y aunque hubo resistencia armada a la dictadura por parte de adecos y comunistas, nada de eso se compara con la magnitud de la insurrección guerrillera de la década siguiente, respaldada firmemente por un agente extranjero (Cuba).

En segundo lugar, no es lo mismo en términos morales rebelarse contra un gobierno electo y ampliamente legitimado por la ciudadanía en pleno, que hacerlo contra uno de origen golpista y que no permite al pueblo expresarse en las urnas. Por último, en democracia había una sociedad civil y unos medios de comunicación que denunciaban activamente los excesos en la supresión de la izquierda armada. No en balde hubo castigos severos para los responsables de algunos crímenes (no todos, por desgracia). Todo esto era impensable en dictadura. Nadie iba a sancionar a los esbirros y matones de Pedro Estrada.

Otro argumento revisionista para negar el carácter democrático de la mal llamada “cuarta república”: la interferencia en las candidaturas del exiliado Pérez Jiménez. Ocurrió con su nominación al Senado en 1968, y a la presidencia en 1973. Los argumentos jurídicos empleados en ambas instancias (Pérez Jiménez estaba inhabilitado debido a su sentencia penal por crímenes de peculado y malversación) ciertamente lucen en retrospectiva como una aplicación politizada y personal de la ley, incompatible con el Estado de derecho propio de una democracia moderna y republicana. Sin embargo, el truco aquí es exigir pulcritud absoluta a algo que en el mejor de los casos puede tener muy pocas manchas. No hay democracia perfecta e inmaculada. Estados Unidos carga con la vergüenza del macartismo y la supresión del voto negro. La España postfranquista, con los infames GAL. Cuán democrático es un Estado es algo que se determina observando una suerte continuum, no con categorías maniqueas.

Así que el veto a Pérez Jiménez no basta para negar el carácter democrático del sistema responsable, ni lo hace equiparable con la persecución y el fraude electoral sistemáticos de la dictadura.

Para muestra, las demás candidaturas de Cruzada Cívica Nacionalista, partido de Pérez Jiménez durante la democracia, no fueron obstaculizadas. CCN tuvo nominados presidenciales en 1978, 1988 y 1993. Ninguno obtuvo más de 0,1 % del sufragio.

Tristemente, me atrevería a decir que no veremos el fin de las guerras históricas pronto. Ni en Venezuela ni fuera de ella. En nuestro país, algunos de sus “generales” han estado gobernando desde 1998. Han tratado de reescribir la historia nacional a su antojo, lo cual ha sido objeto de críticas numerosas desde este modesto espacio. Hoy toca desmentir a otros revisionistas. Si quieren guerra, guerra tendrán. No para promover una narrativa alternativa pero igualmente falaz y mentirosa, sino para, siguiendo a Popper, repudiar a los intolerantes que quieren justificar su intolerancia retorciendo el pasado. Y para defender un mínimo de verdad objetiva, ajena al relativismo. Que esa verdad sea también el arma para su propia defensa. Veritas liberabit vos, escribió el evangelista. La verdad es nuestro muro de contención contra los autoritarios de todo cuño.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es