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Venezolanos en Israel: otro refugio para escapar de Nicolás Maduro

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El recrudecimiento de la situación política en Venezuela ha hecho que venezolanos emigren no solo a EE UU, Panamá, Colombia o Argentina, sino a Israel.

En comparación, la inmigración venezolana a Israel es diminuta, pero llama la atención por el contexto, pues Venezuela rompió relaciones diplomáticas con Israel en 2009, debido a la guerra en Gaza. Además, existen importantes barreras de idioma y costumbres que deben afrontar los recién llegados.

A pesar de que la inmigración hacia el Israel no es abundante, el país recibe a aquellas personas que puedan probar su pertenencia a la religión judía, sea tanto por lazos de sangre como por conversión. Para los inmigrantes, el Estado ofrece numerosos incentivos, que van desde asistencia financiera a cursos gratuitos de hebreo, reseñó Infobae.

«La situación en Venezuela es complicadísima para todos los venezolanos, y por supuesto, para la comunidad judía», dijo Igal Palmor, vocero de la Agencia Judía, organización en Jerusalén que gestiona los procesos migratorios hacia Israel. «La Agencia Judía está atenta y cercana a la comunidad judía en Venezuela», afirmó. Sin embargo, aclaró que, debido a la crisis venezolana, evitan hacer declaraciones al respecto.

Algunos datos informales apuntan a que 48 inmigrantes venezolanos llegaron a Israel solamente entre enero y julio de este año. Guillermo Anderson Benaim es uno de ellos: «Llegué hace tres meses. Nunca en mi vida pensé que iba a venir a Israel», confesó.

«Los mejores años de mi vida los pasé en Venezuela, los peores también. Ahora, Israel para mí es mi nueva casa, y espero que vengan los mejores momentos», dijo al portal argentino otro venezolano que se fue del país huyendo de Nicolás Maduro.

Lea la nota completa en Infobae.

¡Bendición mamá, me voy, no llores! Por Armando Martini Pietri

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Impensable, que fuera común en hogares venezolanos observar una madre inundada en lágrimas e inconsolable llanto exclamar: “¡Pobrecito, mi muchachito!” ¿Por qué? ¿Qué pasó? Pasa que su hijo se va en busca de mejor futuro y calidad de vida. Son muchas las interrogantes ante lo desconocido, no saber lo que sucederá en tierras extrañas a quienes han sido paridos con esfuerzo y dolor. Pero así es esta vida que no conocíamos, por el contrario, éramos nosotros quienes recibíamos con los brazos abiertos, cordialidad y generosidad, a chilenos, uruguayos, argentinos, ecuatorianos y colombianos, sólo para recordar a quienes encontraron amparo contra crueles dictaduras y desaciertos económicos.

En esta Venezuela desvalijada que nos deja la revolución, lo triste y lamentable es que no todos los que deciden huir y buscar futuro, tienen la suerte de poseer dinero para estar cómodos al menos por un tiempo. Por ello, es posible y no debe causar asombro, encontrarse coterráneos desempeñando labores por debajo de sus capacidades, que nunca imaginaron ejecutar.

La mayoría no tienen la costumbre de barrer o pasar coleto, jamás cocinaron, mucho menos lavar su ropa o zurcir una media. Cuando iban a algún restaurant, miraban con amable supremacía al mesonero, veían con suspicaz descortesía al que cuidaba el carro, y ni hablar de la cajera del abasto o recepcionista de algún consultorio u oficina. Eran menos que ellos.

Estudiantes en universidades venezolanas se gradúan con buen e incluso magnifico nivel académico. Su calidad profesional es apreciada y reconocida en los países. Alumnos de buenas universidades, recién graduados con pasantías, profesionales que surgen sobresalientes en sus disciplinas, ahora son empleados domésticos, parqueros, cuidan perros y gatos, lavan carros o limpian jardines y piscinas para ganarse la vida, tras haberse preparado para un camino hacia el éxito.

La tradición y situación cambiaron, Venezuela se arrugó, se hizo estropajo, la volvieron caca y ni siquiera es capaz de producir suficiente papel higiénico. Se nos hizo polvo el futuro, y a nuestros hijos les tocó migrar, salir corriendo -huyendo- de un país descuartizado donde se mueren de hambre, falta de medicinas, o los mata la delincuencia.

Existimos esparcidos por Panamá, Canadá, Francia, España, Estados Unidos, México, Australia, Perú, Inglaterra, Italia, Costa Rica, República Dominicana y pare de contar, estamos por todas partes, el mundo que era una inmensidad, se hace pequeño para ciudadanos venezolanos. Está tan mal la Venezuela revolucionaria, que hasta coletear en otro país es mejor que vivir aquí. Eso sí, nunca olvidando y siempre recordando nuestros orígenes. Pero una cosa es recordar y otra estar.

Es frecuente, ya habitual, encontrar ingenieros de mesoneros, arquitectos como cocineros, abogados conduciendo un taxi, químicos cuidando bebes, publicistas lavando baños y vidrios, diseñadores pintando uñas o dibujando caricaturas en plazas, verbenas o circos, médicos haciendo de recepcionistas o dando clases de anatomía básica o puericultura en algún colegio de primaria, psicólogas atendiendo tiendas boutique, periodistas cargando cajas en un almacén o despachando comida rápida, administradores haciendo empanadas y arepas vendiéndolas en mercados. Lo importante, ninguno se queja, no critican, hacen lo que tienen que hacer, lo que nunca pensaron hacer, pero están contentos, nunca arrepentidos, sus familias están mejor, con papeles o sin ellos son parte de Estados dignos de confianza.

Luego de un arduo día y sus complicaciones, un bien merecido rato de esparcimiento y descanso, cocinan sin angustias, toman una cerveza, colocan música -sin molestar al vecino-, comparten con amigos. Crean lazos. Imaginan a su madre y llaman por whatsapp, presentarán novias, novios, pretendientes, quizás se casen y lo harán, entonces enseñarán sus nietos y así sucesivamente, hasta que Venezuela vuelva a ser un país decente, con valores éticos y morales, con buenas costumbres ciudadanas y la inseguridad sea minimizada a cifras tolerables de convivencia.

Esa maravillosa generación que crece, se prepara, pasa trabajo, llora, ríe, se enferma, está “echándole bolas a la vida”, y tendrá una gran descendencia. Tienen la formación profesional, pero a la vez aprenden una lección de vida, de humildad, respeto al dinero, ponerse en el lugar del otro, entender el valor del trabajo, que nuestros derechos terminan cuando empieza el del otro. Están asimilando diferentes culturas, nuevos idiomas, distintas costumbres y haciendo bueno el refrán bíblico y popular de: “ganarse el pan con el sudor de la frente”.

No hay duda que esa generación será más fuerte, astuta, audaz, prudente, menos confiada y bondadosa. Soñarán con una Venezuela renovada, emprendedora, libre, a la cual se sientan deseosos de regresar, y más importante, de quedarse.

¡Madre no llores, dales tu bendición! Sé feliz, tus hijos están mejor, construyendo vida que en la Venezuela donde tú los esperas, no se les permite. Cuando regresen quizás algunas madres ya no estén, pero su angustia y abnegación conforman la base de la resistencia de esos hijos triunfantes, y nietos, que serán la recompensa de un pueblo golpeado pero que no se deja vencer.

Retornarán saludables, repletos de ánimos, ilusionados, esperanzados, atiborrados de ideas, listos para la reconstrucción, con fortaleza de gladiadores, sabiduría e inteligencia; el sacrificio y esfuerzo enseñan lo que en Venezuela a veces se olvida, el valor del otro, el compromiso con la ciudadanía, para nunca más permitir que fantoches, ladrones y bufones vuelvan a tener oportunidad de engañar, de hacerse con el poder y arruinar el país que es de nuestros hijos, aunque estén en otras tierras, que hoy es nuestro y que no supimos defender.

Han aprendido a valorar lo suyo desde la distancia. ¡No se sabe lo que se tiene hasta que se pierde! Pero habrán ganado mucho, serán mejores, nunca perderán sus vínculos y menos la gratitud con el país que les dio la bienvenida.

Ese coraje que han recibido quienes siguen aquí y los que han tenido el valor de irse, que no es sencillo y merece respeto, una decisión que exige bravura y valentía. Nuestros hijos no nos han abandonado, han salido a prepararse con excelencia para un nuevo país, ser mejores personas, óptimos venezolanos e insuperables ciudadanos del mundo. Nosotros sostenemos la resistencia mientras ellos se rearman mental y espiritualmente; esa Venezuela que se está forjando en el mundo es también presión y ejemplo, con renovados ímpetus volverán. Tardará un poco, aun hay creídos, ególatras, bandidos y sinvergüenzas, pero mientras los que aquí estamos, hagamos lo que tenemos que hacer, resistir, más temprano que tarde llegarán y todos juntos reconstruiremos la patria con nuevas, mejores experiencias y tecnologías.

Irse no es abandonar, es para volver mejor. ¡Que Dios bendiga los hijos de Venezuela!

 

@ArmandoMartini

Las malas costumbres por Gonzalo Himiob Santomé

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El devenir diario, salpicado de vertiginosas malas nuevas que nos bombardean sin tregua, y la dura carrera por la simple supervivencia, muchas veces nos impiden tomarnos un minuto para valorar en su justa medida la gravedad de la situación que padecemos. No me refiero en este caso solamente a la inclemente crisis económica, hablo también de otros aspectos, particularmente perversos por su sutileza, que vienen moldeando las relaciones entre el poder y la ciudadanía en nuestra nación desde hace ya más de tres lustros, y que nos han convertido en un pueblo sumiso y desencajado, uno que ya no sabe ubicarse en el siglo en el que le tocó vivir y que, por el contrario, se ha visto forzado a aceptar atrasos que ya deberían haber sido superados.

Mientras el resto del mundo, con contadas excepciones, parece estar mirando hacia adelante, los venezolanos somos nariceados hacia el pasado. La excusa que es y ha sido siempre la “revolución” nos muestra patentes ejemplos esto. Son muchos, pero podemos referirnos a unos cuantos para demostrar la validez de la tesis.

Empecemos por el cuento de la reelección indefinida. Chávez propuso en 2007 una reforma a la Constitución que, al final los hechos lo demostraron, no tenía otro sentido que el de permitirle, cual monarca de los de antaño, enquistarse en el poder de por vida. Tan es así, que cuando el pueblo le dijo “no” a su esperpento, ya que olía tan mal que no gustaba ni a muchos de los mismos chavistas, de inmediato pataleó y propuso una ilegítima enmienda a nuestra Carta Magna en la que el único tema a discutir era el de si se le iba a permitir eternizarse en el poder o no. Al final del día, eso debe haber quedado ya claro a todos, eso era lo único que en realidad le interesaba de su reforma fallida, pues era lo único que no podría luego imponer disfrazado de decretos o de leyes que desconocerían la que fue una contundente expresión popular de rechazo a su proyecto político.

Lo demás es historia. Chávez había perdido esa batalla, pero solo “por ahora”, como nos los restregaron en cara cientos de costosas vallas a nivel nacional por esos días. Después de lograr su “comodín” (la reelección indefinida, que era lo único que le preocupaba verdaderamente), una a una las restricciones y limitaciones a nuestros derechos que habían sido propuestas en la fallida reforma de 2007, y las modalidades también fallidas de control del Estado sobre la economía y sobre nuestros capitales fueron implementadas, paso a paso pero por los caminos verdes, desconociendo la voluntad popular y a través de mecanismos engañosos. El pueblo le había dicho “no” a la visión socialista radical, excluyente y sesgada que Chávez planteó, pero eso no lo detuvo.

Porque el gran pecado del chavismo, y ahora del madurismo, es que gobiernan y hacen lo que les place con el pueblo, sin el pueblo o incluso contra el pueblo, si así les toca. Es una muy mala costumbre a la que nosotros nos hemos habituado. Los ciudadanos no somos más que instrumentos al servicio del poder, que solo somos “buenos” cuando les reímos las gracias, pues cuando se nos ocurre cuestionarle los modos pasamos de inmediato a ser, independientemente de que seamos o no oficialistas, “criminales”.

¿Otro ejemplo? La mala costumbre que seguimos validando de regalarle el sueldo a los legisladores, que nunca pierden la oportunidad, cuando así se les pide, de “habilitar” al presidente para que haga el trabajo, que se supone, ellos deben hacer. Ahora hasta se dan el tupé de sesionar formalmente solo una vez por semana, a menos, por supuesto, que alguna emergencia “revolucionaria” les imponga la carga de debatir temas tan “trascendentes” e “importantes” (la ironía es expresa) para nuestro país como los créditos adicionales que se le van a dar a Jorge Rodríguez para que mantenga el circo de “Suena Caracas” o el “dolor” de algún gobiernero cuando le “ofenden” los opositores. Para esas cosas sí hay tiempo, como también lo hay para aprobar, apurados y aprovechando el letargo popular de las fiestas decembrinas, la designación del nuevo Defensor del Pueblo, del nuevo Contralor o del nuevo Fiscal General de la República.

Lo peor del guiso “habilitante” ni Chávez ni Maduro han perdido la oportunidad para hacer con la encomienda legislativa lo que en ninguna parte tienen permitido hacer: Crear nuevos delitos o agravar las penas de los ya existentes, a placer y por vía de los denominados “decretos leyes”, que no son leyes en sentido estricto. La Constitución es clara (Art. 49, numeral 6º) cuando nos dice que solo las leyes pueden crear delitos, faltas o infracciones y también lo es cuando nos define, en su Art. 202 a la ley como el acto sancionado por la Asamblea Nacional como cuerpo legislador. Con las bravatas habilitantes, los ciudadanos nos estamos habituando a permitir que los legisladores no cumplan con sus obligaciones, y además a la mala costumbre de consentir que, como ocurría en las monarquías absolutistas, el soberano (no el pueblo, sino el monarca) monopolice el poder ejecutivo y también el legislativo. Lo único que nos falta es dejar que a Maduro se le conceda formalmente el poder de juzgar, lo cual por cierto sí hace, como lo hacía Chávez, cuando en cadena nacional se da el gusto de dictarle pautas a los jueces señalando quién debe ser tenido como criminal y quién no ¿No me lo creen? Busquen qué juez se atreve a ir, en este país desvencijado, contra la “condena” que emite públicamente el presidente contra cualquier ciudadano, sin pagar con su puesto o con su libertad por ello. Esto es el “efecto Afiuni”, así se le llama hoy, y nos está haciendo mucho daño.

Estudien ustedes las recientes normas contenidas en la marea apurada de nuevos “decretos con rango de ley” (que insisto, no son “leyes” en sentido estricto) que acaba de promulgar Maduro y veamos las pruebas de lo que afirmo. Puro retroceso. No solo estamos exacerbando el personalismo y promoviendo el carácter vitalicio del mandato presidencial (ya Chávez no había obligado a tragar esa píldora) sino además le estamos permitiendo al presidente que asuma funciones que no le corresponden. Peores aún son los atrasos que de ello nacen. Por solo mencionar uno, en el Decreto Ley que regula los ilícitos cambiarios se consagra como delito (en su Art. 22) la falta de reintegro de las divisas al Estado, cuando así se haya decretado. En otras palabras, el incumplimiento de una obligación patrimonial, del pago de una acreencia, en este caso con el Estado, pasa a ser punible, castigado con penas pecuniarias pero también con penas privativas de la libertad, lo cual nos devuelve al esquema superado de la “prisión por deudas” que fue abolido en Venezuela hace casi doscientos años por Juan Crisóstomo Falcón.

Si seguimos así, callando y validando estas malas costumbres y estos graves retrocesos, dentro poco estaremos aceptando de nuevo la esclavitud y formalizando otra vez, contra los “enemigos de la Patria”, la pena de muerte.

 

@HimiobSantome