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Asdrúbal Aguiar Dic 12, 2021 | Actualizado hace 1 mes
La guerra contra Occidente
No se nos oculta que determinadas expresiones de la izquierda contemporánea aspiran a ser hegemónicas en la batalla cultural que despliegan contra Occidente

 

@asdrubalaguiar

No se nos oculta que determinadas expresiones de la izquierda contemporánea −causahabiente del socialismo real y sucesivamente del socialismo del siglo XXI– aspiran a ser hegemónicas en la batalla cultural que despliegan contra Occidente. Eso, como lo apuntara el expresidente Luis Alberto Lacalle, lo saben los artistas, los escritores, los periodistas que cuando salen valientemente a discrepar de lo que tales expresiones imponen como opinión “legítima” o consagran bajo el dogma de lo políticamente correcto, son eliminados de los medios; se les margina o subestima y se les excluye de lo que es crítica o comentarios en conferencias, de libros o expresiones culturales que pretenden romper con esa hegemonía o tendencia de visos cabalmente totalitarios.

La libertad, que en Occidente y para sus raíces judeocristianas y grecolatinas, es arbitrio con conciencia y responsabilidad por las consecuencias del ejercicio de la libertad. Se la quiere por aquellas y, en apariencia, como un absoluto para fomentar la guerra de todos contra todos, atizar la desconfianza entre unos y otros; justamente para liquidar de raíz y al término a la democracia, dejando que la libertad se destruya a sí misma.

Se trata, exactamente, de desasir al todo y a todos de raíces; en otras palabras, pulverizar las columnas que le dan sustentación milenaria a nuestra civilización; sobre todo a su denominador común, la cultura de la libertad anclada sobre la razón que la hace trascender. Se habla y se repite, así, la conseja de malas herencias tachadas de resabios y fanatismos, propios de confesionalismos o formas de paternalismo u oscurantismo que deben superarse.

Quienes están comprometidos con las libertades en Occidente y quienes se sienten orgullosos de su patrimonio intelectual, no dudo que estén viviendo un dilema real y de presente, de orden existencial, primordialmente antropológico.

Los daños irrogados por las señaladas tendencias direccionales del siglo en curso, que afectan al orden histórico y político de la región desde hace treinta años, tienen su fuente en prejuicios nutridos de fanatismo, que ven al hombre y a la sociedad como desprovistos de un soporte ontológico, de realidad verdadera.

Para resolver, para poder ofrecer utopías reales o un futuro de seguridades al concierto de nuestras naciones, urge entonces que nos despejemos de mitos. Ellos son la obra de taras sostenidas por quienes pretenden seguir sojuzgándonos y mostrándonos como víctimas irredentas de un colonialismo que no cesa. Les conviene mantener vivo el complejo de nuestra dependencia. Por ello no cesan de tremolar las amenazas de imperios inexistentes o cuando menos en franca declinación.

Hemos de estar alertas ante el supremo peligro que significa para las generaciones más jóvenes y que se labran su porvenir, en plena era digital, el avance hacia sistemas políticos y culturales anclados en la idea de un hombre prometeico traficante de ilusiones, alimentado además por el narcisismo digital que distrae.

El socialismo que acecha

El socialismo que acecha

En síntesis, por vía de conclusiones, la primera constatación sobre la crisis corriente de la democracia en Occidente y en América Latina –acelerada por la expansión de «neodictaduras» que buscan justificarse en la pandemia del COVID-19 o en la defensa de los derechos de los excluidos o los llamados diferentes– es que ella reclama de una reinvención prescriptiva que equilibre a los extremos, sin que se neutralicen en una quietud centrista. Y ese centro creativo no es otro que el reconocimiento y la garantía de todos los derechos para todas las personas, sin discriminaciones de ningún género.

Cabe evitar, por ende, que la experiencia de la democracia pierda su referente esencial al momento de adecuársela a las realidades distintas que postula el siglo XXI y que cabe aceptar de inevitables. Me refiero a la salvaguarda y el restablecimiento del tejido social, cultural e histórico desde la idea amalgamadora de la nación –esa solo se concreta desde las ideas de la ciudad y del hogar– que, de suyo, una socialmente sin mengua de la diversidad.

¿Acaso a través de una vuelta al principio ordenador y liberal de la dignidad humana, como el denominador común que, en 1945 y tras el Holocausto, nos ofreciera un orden luego desconocido por la propia ONU, en el que se conjugue en favor de la persona y de su libertad, que no en favor del Estado o su gobierno? La respuesta debe ser afirmativa.

En la práctica, resolver sobre los derechos y acerca de sus garantías dentro de un renovado Estado constitucional de derecho, implica, en primer término y a la luz de las tendencias globales en curso, contextualizar democráticamente. Es decir, se requiere de afirmar el derecho a la democracia y al cabo resolver –¿acaso por el juez constitucional o el parlamento, o el gobierno, o todos a la vez y de forma cooperativa y en sus tareas esenciales de guardianes de la Constitución?– sobre la base de la naturaleza de la persona humana.

Entre derechos que se aleguen o se opongan y sus tutelas respectivas, para darle textura de base a la diversidad social, linderos democráticos al pluralismo, y para circunscribir el todo a las exigencias ineludibles de la misma libertad en democracia, cabe sostenerla junto a los principios de igualdad y de fraternidad entre todos. Todos los derechos, para que todas las personas sean libres y asimismo responsables.

En suma, dejar atrás los mitos ideológicos y forjar utopías realizables, animadas por una actitud ética que brote de la libertad, de valores humanos y universales compartidos en modo de que la globalización no se traduzca en vidas de coyuntura, meramente tácticas o de salvataje, e involutivas, es el desafío agonal en esta hora.

La utopía, en propiedad, es saber hacia dónde vamos y con qué seguridades contamos para ello; partiendo de la fuerza estabilizadora que nos dan las raíces, en nuestro caso las occidentales y americanas, que son hijas de una experiencia varias veces centenaria y que apuntan hacia el crecimiento en libertad.

correoaustral@gmail.com

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Convicciones que no terminan de irse
Hay doctrinas, como la presunción revolucionaria, que continúan hostigando al mundo actual

 

@ajmonagas

Pareciera que el pasado sigue inoculando el pensamiento de quienes, en su afán por prolongar arriesgadas emociones, han continuado fingiendo la gloria y la heroicidad política redentora de pretensiones que sedujeron multitudes. Hechos que trastocaron la dinámica política vivida durante las postrimerías del siglo XX. Sucesos que alentaron la creencia de estar viviéndose un tiempo de emancipación. Un tiempo en que se creyó haber dado con la fórmula ideológica que permitiría la transformación y revolución del mundo político, social y económico.

Sin embargo, nada así en verdad estaba sucediendo. Todo era producto de la inocencia política que la juventud debió purgar. Todo, por pensar que los herejes eran otros. Que eran quienes actuaban en contrario respecto de ideas de transformación que, paradójicamente, motivaron revoluciones populares. Revoluciones emergentes que creyeron que sus acciones construirían un mundo mejor. Incluso, el siglo XIX también sirvió de teatro de dichas presunciones.

Pero las realidades esgrimieron otras causas que terminaron reivindicando obtusas razones políticas. Ortodoxos criterios de represión que asfixiaron aires de libertad, de derechos humanos y garantías civiles. En consecuencia, buena parte del siglo XX fue escenario de una larga historia de opresión y decadencia política en importantes ciudades del mundo de cuyas repercusiones no escapó América Latina. En principio llegó a creerse que tales hechos acabarían con un pasado atiborrado de iniquidades.

Se pensó que el estudio de tan violentos eventos sucedidos allende los mares, serían lecciones que evitarían que aquellos errores fueran replicados en Latinoamérica. Las expectativas que ante las realidades surgían, hacían creer que habrían de corresponderse con los cambios pregonados. Y por consiguiente, comenzaron a pronunciarse por doquier.

Las universidades, los centros del debate político, se convirtieron en lugares de análisis y organización política. La palestra pública fue escenario básico para ensayar ideales que se confundían con ilusiones diferidas. Pretendieron hacerse ver como fórmulas de alguna extraña magia política.

¿Tiempos de oscurantismo?

Así pasaron varias décadas del siglo XX. Hasta que su final reveló la incongruencia que se desató en medio de la cultura de sociedades que solo comprendieron y reconocieron lo que sus necesidades más inmediatas reclamaban. Así que cuando esa visión estructurada en los cambios imaginados copó el fragor de las realidades, el inconsciente perturbado de los desquiciados líderes políticos se hizo evidente. Y así manifestó todo lo que sus apetencias guardaban.

La institucionalidad política que hasta ese momento había impresionado el panorama político con interesantes propuestas de cambio, comenzó a desmoronarse. Actos estos animados por las narrativas borrascosas de dirigentes políticos que alcanzaron el poder mediante groseras manipulaciones y gruesos engaños.

Pareciera que las convicciones inalterables siguen causando estragos. Sobre todo, donde han apuntalado sus pervertidos propósitos. Ahora dichas intensiones son provocadas por ideales que rozan con el resentimiento y odio que dieron forma al politiquero forajido que se ha empeñado en alcanzar el status de “ciudadano decente y reconocido”.

A pesar de los esfuerzos que todavía procuran hacerse a fin de revertir las crisis que han deformado la visión de desarrollo afianzada por la pluma de estudiosos filósofos y políticos. Aun así, sigue habiendo convicciones ideológicas (desfiguradas) que no han terminado de borrarse. Se piensan todavía “vigentes”.

Y aunque se han formulado ideologías sociales, económicas y políticas capaces de marcar el fin de un pasado contrariado, se tienen aún doctrinas que continúan hostigando al mundo actual. Episodios que bien recoge la historia contemporánea para ilustración y lección de nuevas generaciones a fin de evitar se repitan tales felonías. Es decir, sigue habiendo patéticos dogmas que intentan sustituir “progreso” por “retroceso”. Son cuales oscuras convicciones que no terminan de irse.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Roberto Patiño Nov 05, 2021 | Actualizado hace 1 mes
El Ávila amenazado
El régimen tiene mucho que explicar sobre su ciudad comunal en El Ávila. Sobre el caraqueño se extiende una amenaza más peligrosa que un proyecto urbanístico desordenado

 

@RobertoPatino

Desde hace un par de semanas, los caraqueños estamos en alerta ante el anuncio de Nicolás Maduro de organizar y convertir al grupo de comunas oficialistas que hacen vida en la zona de El Ávila, y el estado Vargas, en la primera “Ciudad comunal” legalmente constituida en el país, a través de las llamadas leyes del “poder popular”.

Más allá de la alarma sobre los efectos ecológicos que impliquen un proyecto urbanístico en el principal pulmón de Caracas (algo que debe explicar el régimen), existe un riesgo aun mayor sobre los ciudadanos; una amenaza que está presente en el texto legal que la Asamblea Nacional oficialista está aprobando con discreción (Ley de las ciudades comunales y la Ley del parlamento comunal). A saber: su aspiración a intervenir las formas de organización de base y alterar las organización política y territorial que existe en Venezuela.

El proyecto de las ciudades comunales integra un grupo de leyes del poder popular que ha aprobado el régimen desde el año 2006. Este pretende intervenir y controlar, de manera directa, todos los movimientos espontáneos de organización que existen en el país; una aspiración de la revolución, desde tiempos de Hugo Chávez, para avanzar en su muy personal concepción de lo que “debe ser” un venezolano que vive en socialismo: una sociedad donde el ciudadano consciente y políticamente independiente se convierte en militante revolucionario y miliciano armado dispuesto a defender al régimen.

Si se revisan los textos legales de este llamado “poder popular”, es evidente la aspiración a convertir las iniciativas comunales y los movimientos populares de base en una extensión del partido de gobierno; un vivero de formación ideológica del socialismo, un órgano ejecutor de políticas públicas controladas por el partido de gobierno, un lugar para asfixiar la descentralización, un proyecto para militarizar a la sociedad civil y un plan para vigilar a los ciudadanos. Es una forma que no se agota en lo comunitario, sino que quiere hacerse de carácter nacional, con un sistema que replantea la organización territorial de Venezuela y le quita competencias a las autoridades municipales y regionales, algo que no está permitido por la carta magna.

Todo lo que se señala en estos textos y que tiene su punto culminante en las llamadas “ciudades comunales”. La primera de ellas a estrenarse en El Ávila tras las elecciones regionales, atenta en contra de los espacios de libertades políticas que sobreviven en Venezuela, las organizaciones populares de base y las autoridades locales y regionales.

En nuestra experiencia, desde Caracas Mi Convive, hemos corroborado cómo la verdadera organización popular que subsiste en el tiempo, y que crece hasta consolidarse, nace con la participación voluntaria de las personas en torno a intereses que les son comunes. El poder popular, eso lo hemos visto, se funda de abajo hacia arriba, en escenarios de participación democrática y donde los liderazgos son reconocidos de manera espontánea y no impuestos por un partido.

Esta verdadera organización de base es un reservorio natural de democracia en el país y una fuente constante de las aspiraciones de cambio que hay en Venezuela.

Nicolás Maduro prometió, antes de iniciar la campaña electoral, que las figuras de los “protectores” revolucionarios serían suprimidos para respetar la voluntad del pueblo el 21 de noviembre. Sin embargo, con la aplicación de las llamadas “ciudades comunales”, existe un riesgo real de que muchas de las competencias administrativas y buena parte de los presupuestos que le corresponden a los estados y municipios queden en manos de esta forma de organización bajo control de Miraflores.

El régimen tiene mucho que explicar sobre su ciudad comunal en El Ávila. Sobre el caraqueño se extiende una amenaza más peligrosa que un proyecto urbanístico desordenado. Existe un riesgo de que los espacios ganados el 21 de noviembre se irrespeten y que se siga atentando contra las libertades políticas que existen en las comunidades de base en Venezuela.

*Cofundador de Alimenta la Solidaridad y Caracas Mi Conviverpatino.com

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Orlando Viera-Blanco Oct 12, 2021 | Actualizado hace 1 mes
El comunismo redentor
Tiempo de reivindicar la democracia liberal, relanzar el camino industrioso, armonioso/civilista entre capital y trabajo, de la prosperidad y la inteligencia del hombre, peligrosamente abatido por el comunismo redentor

 

@ovierablanco

Enrique Miguel Sánchez Moto en su obra Historia del comunismo, de Marx a Gorbachov, el camino rojo del comunismo nos comenta: “El marxismo y su vertiente político social, el comunismo, son totalitarios y obligan a los individuos a compartir la idea oficial y a no discrepar. Si lo haces (disentir) te espera el infierno del terror policial. Ese es el chantaje que ha vivido Venezuela y Cuba, y que por más de 70 años azotó la Rusia leninista, la China de Mao, secuestró el telón de acero de Europa del Este, a Vietnam o a Corea del Norte. 

Verdades y mentiras del comunismo

¿Qué hay detrás del comunismo? ¿Cuáles son sus verdades y sus mentiras? El primer mito del marxismo-comunismo es su oferta celestial. Una suerte de sistema de igualdades, que garantiza la paz eterna en un mundo ateo, donde todos somos iguales, socializamos libremente por no ser propietarios y lo entregamos todo para recibirlo todo. El comunismo se define como “una doctrina política, económica y social que aspira a la igualdad de las clases sociales por medio de la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción (la tierra y la industria)”.

A partir de esa vocación de fraternidad infinita e igualitaria, de ese ateísmo libertario y espiritual (donde la libertad del hombre racional e inteligente no existe sino por concesión de un estado contralor), el comunismo emerge como la nueva representación de la liberación en la tierra. De allí que el pensamiento marxista siga gozando de la tolerancia, la comprensión y el aplauso de muchos políticos, profesores e intelectuales, así como de propietarios o comentaristas de medios de comunicación (Sánchez Moto dixit).

Las tres grandes mentiras: I. Su oferta igualitaria a partir de la cual –al decir de Tocqueville– liquida la libertad; II. Vivir sin propiedad es bueno; III. El Estado es el garante de la paz porque evita el lucro (convirtiéndose ese “estado”, en el gran benefactor, propietario y explotador).

Las tres grandes verdades y carencias: I. Aceptación de la violencia para derrocar el orden social existente; II. La implantación de la dictadura del proletariado, una dictadura de partido único, y III. La eliminación de la propiedad privada de los medios de producción y de la economía de mercado.

La utopía del corazón

Lo cumbre de esta suerte de discoteca semántica reflexiva, socialista e intelectual, entre verbos y sentencias audaces, melodiosos, idealistas y románticos que los comunistas usan para atrapar el listón, es que ni practican lo que predican, ni a ciencia cierta se han leído El capital de Marx. «Luces» que encienden una sibilina inocuidad; palabras de paz que justifican el amor y la guerra a la vez, que nos conducen ciegamente a la teoría del poder absoluto y totalitario, con una sonrisa a flor de labios.

Alerta Sánchez que este modelo, “fue la referencia progre por excelencia y aún hoy sigue siéndolo para muchos… ¡Oh, la Cuba de Castro! ¡Oh, la boina del Che Guevara!” Cuantos bustos, camisetas, alegorías, templos y discursos desde la trasnochada Europa aún rinden oda a la revolución cultural de Gramsci, la bolchevique, la mexicana o la cubana, o el libro rojo de Mao, amén de la hambruna, la violencia y miseria que dejaron a su paso. 

“Los crímenes de las dictaduras comunistas a pesar de ser mucho mayores en número y crueldad que los de las dictaduras de derechas, son silenciados”. Y Sánchez hace una advertencia nada despreciable. “Muy pocos los denuncian (…) Igual ocurre con los crímenes de los grupos terroristas de izquierdas que, con éxito o sin él, han intentado implantar dictaduras comunistas. Se les suele considerar como «guerreros de la libertad y la justicia social» y nunca se les relaciona con los campos de concentración y con las salas de tortura”.

El presidente estadounidense Ronald Reagan, en Arlington, Virginia, el 25 de septiembre de 1987, habría dicho: “¿Cómo distingues a un comunista? Bueno, es alguien que lee a Marx y a Lenin ¿Y cómo distingues a un anticomunista? Es alguien que entiende a Marx y a Lenin”.

El justo medio entre libertad y fraternidad

Saint-Simon, Fourier y Owen pusieron de manifiesto que no existe un modelo único de producción y consumo para la sociedad humana. No cabe pensar en aplicar el ordenado régimen que existe en un hormiguero. No cabe pensar en una sociedad que elimine la libertad individual de poder acertar, equivocarse o distinguirse. El reto es definir un marco de reglas de juego que conjuguen la libertad y la fraternidad.

No estoy de acuerdo con la frase de Fourier que dice “no es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, es su ser social lo que determina su conciencia”. Ahí reposa pérfidamente el lenguaje socializante, esclavizante; el silogismo falaz del ser socialista cooptado por la trampa marxista y engeliana del manifiesto comunista: la dictadura del proletariado.

En los años posteriores, Marx y Engels (El Capital , La guerra Civil en Francia, Crítica del programa de Gotha, El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado) exhibieron con extraordinaria esencia suma cero “llegar a una lucha final a vida o muerte entre el proletariado y la burguesía, con el objetivo de eliminar la propiedad privada de los medios de producción e implantar la dictadura del proletariado, como etapa de transición hacia la sociedad ideal comunista”.

Sin duda alguna, nos han arrebatado el verbo, la verdad y con ello la ilusión… Tiempo de reivindicar la democracia liberal, relanzar el camino industrioso, armonioso/civilista entre capital y trabajo; de la prosperidad y la inteligencia del hombre… peligrosamente abatido por el comunismo redentor. Tiempo de entender a Marx y a Lenin…

* Embajador de Venezuela en Canadá

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Armando Martini Pietri Sep 02, 2021 | Actualizado hace 1 mes
Hambre
El comunismo debe ser declarado delito universal. No ha habido ideología más genocida, por el hambre que produce

 

@ArmandoMartini

Sensación física dolorosa e incómoda, causada por la exigua ingesta de energía alimentaria. Se hace crónica cuando no se consumen cantidades adecuadas y regulares de calorías para llevar una vida normal y saludable. Escasez generalizada de comida, causando malnutrición, epidemias y aumento de mortalidad.

La palabra “hambre” se refiere al estado general de carencia e inseguridad alimentaria que afecta a la población. La desnutrición es el resultado fisiológico del hambre o la enfermedad revelando un déficit de macro y micronutrientes.

La conocemos bien, la vivimos, nos acompaña, estamos acostumbrados, la sentimos a diario dos, tres veces. No hay nada más frecuente, invariable y vigente en nuestras vidas que el hambre. 

Entre esa apetencia repetida, cotidiana, reiterada, diariamente saciada que experimentamos, y el hambre desesperante, hay un mundo de diferencias y desigualdades. Ha sido, desde siempre, la razón de cambios sociales, progresos técnicos, revoluciones y contrarrevoluciones. Nada ha influido más en la historia de la humanidad. No hay enfermedad o guerra que haya matado más gente. Ninguna plaga sigue siendo tan letal y evitable que el hambre.

Existen casi 900 millones de personas con dificultades, desasosiegos, horizontes cortos y desesperación porque no comen lo suficiente. Aprenden a vivir con esa carencia. Desidia e indiferencia sin esfuerzo, ombligos relucientes. Anualmente nueve millones de habitantes mueren de hambre y desnutrición, es decir, un Holocausto y medio.

Otros tipos de hambrunas son la ética, la moral y la política. Producto del complot, trajín, maniobra; de incompleta nutrición manipulada, conviviente. Falta de bienestar, pocos privilegios, escasez de nutrientes metálicos y desesperación por incentivos casi siempre resultado de la pobreza intelectual, sinvergüenzura, ego desaforado y desmedida ambición politiquera; de la miseria y deterioro progresivo de principios y valores que impiden razonar con claridad y calidad adecuada. En especial a los jóvenes envejecidos que se dejaron conquistar, comprar por barbilampiños vetustos, mozos viejos y decrépitos para desempeñarse con normalidad.

Hay lo que se llama “trampa de la pobreza”. En síntesis: los pobres tienen hambre y su hambre los atrapa en la pobreza. ¡Solo el hambre tiene causas; la pobreza, efectos! El comunismo debe ser declarado delito universal. No ha habido ideología más genocida por el hambre que produce.

La dirigencia venezolana debería tener por lo que hizo con sí misma esa desazón que tiene el creador cuando da un paso atrás, observa su obra y ve una porquería. Callado, el asco se acumula, se amontona. Como el hambre.

Las “elecciones” regionales no resuelven –ni de lejos– la crisis de Venezuela pero sí –de cerca– las finanzas a muchos políticos. La debacle de la falsa y cohabitante oposición, al fin se quitó la máscara. Ha decidido sincerarse, unir su destino al régimen castrochavista. Se han fusionado en la estafa electoral. Y nuestro deber, obligación, es enfrentarlos, promoviendo el derecho constitucional de no participar, que en dictadura significa desobediencia.

Los farsantes ávidos de poder simularon ser oposición. Aprovecharon el hambre ciudadana por la libertad y democracia. Engañaron, mintieron descarados, erráticos con premeditación y alevosía; o quizás fue un plan preconcebido, ahora develado. Aun así, los fementidos se burlan de la sangre derramada y llaman intrigantes divisionistas a quienes han denunciado sus fechorías.

Sin rendirse, ni bajar la cabeza, el honor está en seguir luchando por el país. No hay dinero que compre dignidad. Solo compra la traición. La peor desgracia de Venezuela es que, en el mismo tiempo histórico, coincidió un régimen corrupto, cruel y ruin con una dirigencia corrompida, embustera, mezquina. Venezuela tiene hambre. Se desagua cerro abajo, se ahoga entre barro, desechos, pésimos servicios públicos, pobreza, coronavirus, sin internet, gasolina, diésel ni gas doméstico. La peor situación en un siglo.

Y solicitan respeto, que nunca dieron. Sin embargo, no se trata de respeto o irrespeto. Participar es una afrenta a la ciudadanía honorable, a los encarcelados y torturados por razones políticas, a los exiliados por la tiranía. Y en cualquier caso, a quienes cometen perjurio no se les respeta.

Es el resultado del castrismo, Chávez, Maduro, PSUV y MUD/PUV, haber llevado a Venezuela a la peor condición del mundo, a la anegación de ceguera política. Tiendas lavadoras de divisas mal habidas y un pueblo ahogándose en un mar de miseria, enfermo y con hambre.

Con esa dictadura de corrupción e ineptitud la otra minoría, de opositores hambrientos de codicia y cargos de presupuestos controlados por «protectores» que solo rinden cuentas a la tiranía. Nada bueno saldrá de México, menos de retorcidas elecciones.

Algo sí resultará de ambos eventos: una Venezuela peor.

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Brian Fincheltub Jun 14, 2021 | Actualizado hace 4 semanas
¿Cuándo se fregó Latinoamérica?

Los extintos Fidel Castro y Hugo Chávez. Foto en elojodigital.com

@BrianFincheltub

Nuestra tragedia no tiene más dolientes que nosotros, los propios venezolanos. Para los demás, lo nuestro no es más que una carga, un problema sin resolver, un relato cansón que les toca escuchar una y otra vez de boca de cada uno de los millones de venezolanos que estamos regados por el mundo entero, particularmente en Latinoamérica. Es probable que algunos hasta piensen que somos seis millones de exagerados, que sencillamente salimos del país en plan de turismo y que quienes lo hicieron caminando, solo querían admirar mejor el paisaje.

Frente a las pocas lecciones que parece haber dejado la destrucción de Venezuela en nuestra región, no veo otra explicación: no nos creen o simplemente Latinoamérica tiene vocación suicida. El caso de Perú, el segundo país del mundo con mayor número de migrantes venezolanos, es fiel reflejo de ello. Aproximadamente un millón de connacionales viven allí.

Con ellos también migraron sus historias, retratos de un país que antes de la llegada del chavismo al poder era receptor de migrantes y productor de petróleo y que hoy, veintidós años después, los exporta por millones y solo produce miseria.

¿Puede existir un testimonio más poderoso que ese? Personalmente, no lo creo. Aun así, los peruanos decidieron que la mejor solución para resolver los problemas de su país era votar por un comunista. Y no, esta vez no se trata nuevamente del cuento del coco, un recurso del cual se ha usado y abusado de campaña en campaña electoral. Pedro Castillo y su agrupación política son marxistas leninistas y no lo digo yo, lo dice el propio programa ideológico de Perú Libre cuando afirman textualmente que “decirse de izquierda cuando no nos reconocernos marxistas, leninistas o mariateguistas, es simplemente obrar en favor de la derecha con decoro de la más alta hipocresía”.

La inminente caída en desgracia del Perú la vivo con mucha tristeza, no solo por los miles venezolanos que deben sentirse de nuevo viviendo la misma pesadilla, sino por los millones de peruanos que serán las únicas víctimas de su venganza contra la clase política, las instituciones republicanas y en definitiva, contra la democracia peruana.

Paradójicamente, para quienes apostaron al comunismo para castigar a los ricos, los acomodados serán quienes menos sufran la destrucción de Perú, pues mientras los empresarios y las clases pudientes serán las primeras en trasladar sus capitales y bienes a otro país cuando el Perú se vuelva invivible, el peruano promedio vivirá la tragedia adentro; al menos que decida huir caminando a Colombia, Chile, Brasil o Ecuador.

Perú es también la nación que recibió a mis abuelos maternos cuando escapaban de otro sistema totalitario, el nazismo, así que este artículo está lejos de representar un acto de soberbia propio del “se los dije”. A los venezolanos también nos ganó la arrogancia y el resentimiento, cuando en 1998 la mayoría del país decidió ignorar a quienes siempre vieron en Hugo Chávez un títere de Fidel Castro y lo llevaron en hombros a Miraflores. Ese día se fregó Venezuela y con nosotros, aun sin saberlo, el resto de Latinoamérica.

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De izquierda o de derecha ¿to be or not to be?

@froilanbarriosf

Opinar sobre izquierdas y derechas se ha convertido en un desafío. A algunos puede no gustarle y a otros tampoco. En todo caso, se asume el reto de pensar distinto a lo que usualmente observamos en los medios y en toneladas métricas de opinión en las redes sociales, que simplemente despachan el tema pontificando a personas, partidos y gobiernos como de «izquierda» o de «derecha». 

Resulta que desde finales del siglo XVIII se asoció el concepto de izquierda a lo progresista y revolucionario, y de la derecha como conservador y reaccionario. Así transcurrió el siglo XIX al añadirse otro condimento al debate: el marxismo como teoría esencial del movimiento socialista y emblema mundial de la izquierda revolucionaria, adalid de los DD. HH. Mientras que la otra orilla a la derecha, fue catalogada como defensora del viejo orden representado en la monarquía, dictaduras y el capitalismo salvaje. 

Pronto la andadura del siglo XX fue redefiniendo los roles para uno y otro campo, cuyos representantes asumieron conflictos globales en defensa de sus proyectos políticos y económicos. Entre tanto, los horrores de las guerras mundiales y conflictos regionales, que culminaron en el exterminio de cientos de millones de seres humanos, determinaron la urgencia de detener la matanza planetaria so pena de la extinción del género humano. Se promovió así un nuevo orden mundial que, en el contexto de la ONU, se orienta hacia la democracia, la libertad económica y el ejercicio pleno de los DD. HH., asumido por cada cual según sus intereses en el contexto de la geopolítica global.

¿Que nos indica el cabalgar de la historia?, que durante la centuria pasada las dictaduras más atroces y devastadoras de la humanidad estaban en el campo denominado izquierda.

Mientras que en la Unión Europea, América del Norte y Japón se afianzaron sistemas democráticos. Con imperfecciones y arrugas, sí, pero que no han impedido ser espacios para el desarrollo de libertades de expresión, de cultos, económicas y de trabajo digno.

Por tanto ¿estas categorías decimonónicas definen en el siglo XXI el campo político?, considero que son antiguallas. En su lugar pudiera plantearse que la confrontación política parte entre aquellos que promueven al Estado como único dueño y señor de la economía, concentran los poderes públicos en el poder ejecutivo, restringen la democracia a la ideología del Estado, reprimen a los disidentes y supeditan el trabajo a los fines gubernamentales; contra quienes asumen el Estado como ente regulador que promueve la libertad económica, la libre expresión de las ideas, la autonomía de los poderes públicos y el desarrollo del trabajo digno. 

En resumen, el falso dilema de izquierdistas revolucionarios vs. conservadores reaccionarios, lo sustituye la evidencia histórica de estatistas autoritarios vs. demócratas progresistas. Se trastoca entonces la connotación tradicional de derecha asociada a lo retrógrado y reaccionario, y la categoría de izquierda asociada a lo progresista y de redentor del pueblo. Porque en realidad no lo son.

Estar afuera

Estar afuera

Hoy podemos ver esta nueva realidad en los resultados de las recientes elecciones presidenciales de Ecuador y Perú. En el caso del Ecuador, el programa de gobierno de Guillermo Lasso, ubicado a la derecha, es más revolucionario y demócrata que el del delfín de Correa, quien propugnaba en su campaña estatizaciones y políticas represivas de género. O en el caso de Pedro Castillo, más allá del hartazgo con la clase política peruana, la lucha antagónica será entre el autoritarismo estatista y la democracia liberal; incluso con los cuestionamientos a Keiko Fujimori. 

En el contexto internacional la economía social de mercado, reimpulsada por Ángela Merkel, es más progresista y revolucionaria que el estatismo dictatorial de Xi Jin Ping. Y en el caso de Vladimir Putin podemos preguntarnos ¿quién es más socialista entre el modelo nórdico y la autocracia rusa que envenena a sus disidentes y cuyo líder se autoproclama presidente hasta el 2036?

Por tanto, llamar izquierda y socialistas a quienes no lo son es un error y una burla a la historia. Lo hacen quienes manipulan las categorías y conceptos para imponer las dictaduras más atroces que han asolado a la humanidad. Ahí tenemos la Cuba castrista, la Nicaragua de Daniel Ortega y la Venezuela chavista-madurista, cuyas tiranías son los casos de tergiversación más acentuados del continente.

*Movimiento Laborista.

Política, poder y realidad

Política, poder y realidad

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Asdrúbal Aguiar Jul 25, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
Payá y el remedio contra el globalismo

El activista político cubano Oswaldo Payá (1952 – 2012). Foto Pedro Portal / Archivo El Nuevo Herald.

@asdrubalaguiar 

Pasadas tres décadas desde el final del comunismo franco y sin telones, en medio de una inflexión histórica demencial ganada para la sinuosidad y el relativismo, puedo decir, si llegan a admitirse paralelos, que somos observadores de un tiempo similar al que tuvo como testigos a la primera y segunda grandes guerras del siglo XX.

En la antesala de estos partos cruentos media una carrera competitiva demencial por el predominio político y económico entre distintas naciones. Las potencias, ávidas por hacerse de recursos y nuevos mercados, dan cabida al encono destructivo; mientras otras, más preocupadas por la disminución de sus poderes, le abren las puertas al templo de Jano.

En el primer caso, un “incidente”, el asesinato del archiduque austríaco Francisco Fernando en Sarajevo; y en el segundo, otro, la invasión a Polonia por la Alemania nazi, resucitan el miedo colectivo, el enclaustramiento de las familias o las migraciones forzadas en masa.

La muerte se hace presente sin discriminar – al igual que con el “incidente” de la COVID 19 – y los seres humanos pasan a depender de los imaginarios que se construyen desde sus gobiernos.

Estos imponen la disciplina pública y privada y hasta la regla del «distanciamiento social», extensivo entre amigos y ahora enemigos mutuos –en la hora, los «bioterroristas»– al punto de instaurarse, así ocurre en los espacios del fascismo según Piero Calamandrei, regímenes de la mentira y la maldad absoluta.

Pues bien, transcurridas las dos primeras décadas del siglo XX, a treinta años desde la declaratoria del “final de la historia” y tras la caída del Muro de Berlín, el errado predicado de la desaparición de las ideologías, la simplificación maniquea del agotamiento del socialismo real, el ingreso de la Humanidad a la edad de la Inteligencia Artificial –que muda la realidad geográfica y apaga el valor del tiempo que cuece costumbres y culturas para afirmar la virtualidad e instantaneidad de la experiencia humana– nos han ganado, como ayer, otro Sarajevo.

El conflicto USA-China por el dominio de la tecnología 5.G, favorecedora del gobierno digital y sus plataformas (Twitter, Instagram, Facebook, Snapchat, You Tube, la Qzone de los chinos) y la manida tesis del deterioro de la Naturaleza, que se mostraría incapaz de acoger a todos sus habitantes a menos que se revierta la relación de estos para con ella, se soportan sobre un denominador común, el globalismo integrista.

A saber, la aniquilación de los fundamentos de la civilización judeo-cristiana y el imperio de la “modernidad líquida”, que es la negación de toda forma estable de asociación y de afectos.

Avanzamos, así, hacia la construcción de un Nuevo Orden, de cuyas categorías constitucionales espera la globalización desde 1989 – lo reclama Luigi Ferrajoli desde la escuela florentina – pero que llegan contaminadas por una premisa inédita que es desviación que amenaza la vida en dignidad del género humano; ya no la vida biológica, gravemente comprometida y en cuarentena, sino la vida en dignidad, la del hombre varón y mujer como especie caída perfectible, hija de la razón libertaria, iluminada por la conciencia moral.

Esta vez, en defecto del Homo sapiens, desplazándose al Homo Videns  hijo acrítico de la televisión y sus realidades al detal –y al Homo Twitter en boga– el internauta que une textos telegráficos con imágenes de conveniencia para forjarse su propia y arbitraria verdad narcisista –el Homo Deus et Machina como inteligencia artificial se anuncia altivo, capaz de pensar y decidir por los humanos y de sustituirnos a todos y a conveniencia, asegurándonos protegernos de nosotros mismos. La vivencia de la cuarentena es aleccionadora. Adormece bajo las maravillas del Skype y el Zoom el sentido vital de la «otredad».

Por esto he vuelto a Oswaldo Payá, fallecido hace 8 años a manos de la satrapía cubana y atiendo a su experiencia, que es ajena a lo corriente y es profética. Releo su memorioso libro La noche no será eterna, a pedido de su hija Rosa María. Pocos párrafos me bastan, a la luz de lo anterior.

El pez no puede vivir fuera del agua, dice Oswaldo, pero metido en una pecera, con agua y todo, se le roba su libertad. Y eso es el comunismo, agrega. Al meter a los pueblos en peceras “para adueñarse de sus conciencias” se les irroga “un daño antropológico”, un “daño a escala humana” para someterlos.

Un fantasma que no descansa

Un fantasma que no descansa

“La descrita situación de confinamiento sin perspectivas genera en muchos el síndrome de indefensión incorporada”, pues marca a las personas en todo su quehacer, “en sus análisis y en su conducta, siempre modulados por el miedo y la desesperanza”, explica, casi que recreando nuestros aislamientos y encierros por el coronavirus.

Como cubano, víctima del comunismo hasta el sacrificio total, recuerda Payá que “el ataque, con abierta y manifiesta intención aniquiladora, fue masivamente contra la moral, la cultura y la memoria nacional, que era esencialmente cristiana”.

Hoy vemos desde nuestras pantallas digitales que se queman iglesias y derrumban símbolos de la memoria colectiva, bajo la ira desatada de quienes celebran sus orfandades y celebran como en Zaratustra la muerte de Dios.

Dios no ha muerto

Dios no ha muerto

Y Oswaldo, cuyo verbo es llama ardiente, hace crónica y siembra esperanzas con el ejemplo: “Si por una parte el intento de descristianización sistemática de parte del régimen cubano fue y es una de las bases necesarias para someter al pueblo totalmente, por esa misma parte el renacer de la fe es, sin duda, [nuestra] principal fuente de liberación”. Ella nos fija con raíces e impide seamos briznas de paja lanzadas al viento.

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