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Nace Ideas por la Democracia para fortalecer valores de este sistema político en las Américas
El programa Ideas por la Democracia tiene como parte de sus objetivos empoderar a la sociedad con herramientas y conocimientos para comprender, salvaguardar y reclamar sus derechos dentro del contexto de las Américas caracterizado por retos a nivel político y social.

Foto: Porlademocracia.com

Un grupo de organizaciones venezolanas civiles e individuales, a través de un esfuerzo mancomunado, dieron marcha a la iniciativa «Ideas por la Democracia» que tiene el objetivo de consolidar y estructurar la participación ciudadana con el fin de fortalecer los valores democráticos en Venezuela y las Américas.

Este programa busca a su vez la promover la defensa de los Derechos Humanos «contribuyendo a la construcción de una sociedad más justa y democrática». Su lanzamiento se efectuó este 23 de enero luego de dos años de trabajo en debates, consensos y encuentros.

Esta iniciativa, además de incluir los derechos civiles y políticos, también busca la participación activa de la ciudadanía y sigue en procesos para la toma de decisiones.

 «Reconoce el impacto electoral del año 2024 y 2025 en Latinoamérica y destaca la necesidad en conjunto para abordar desafíos comunes» dentro de los que resaltan la corrupción, falta de transparencia y debilidad institucional.

Son 10 los principales objetivos de Ideas para la Democracia, entre los que se destacan el ejercicio ciudadano como pilar para la transformación del país, reconocimiento de los retos y dificultades que incluyen defender y exigir derechos en contextos autoritarios. 

A su vez, rechazan las prácticas basadas en la dominación y el desconocimiento de los derechos humanos.

Además, resaltan su firme creencia en el papel de los procesos electorales auténticos como vías para la democracia, reconociendo la importancia de los actores de la comunidad internacional en ellos, y se comprometen con la transformación de Venezuela a través de la democracia.

En el lanzamiento de este programa participaron distintas organizaciones y personalidades como Beatriz Borges por CEPAZ, Rafael Uzcátegui, Deborah Van Berkel de Laboratorio de Paz, Griselda Colina del Observatorio Global de Comunicación y Democracia yCarolina Jiménez de Wola.

Para conocer un poco más sobre este proyecto, se extendió una invitación a la sociedad en general a inscribirse en la página web porlademoracia.com. 

Antonio José Monagas Ene 30, 2021 | Actualizado hace 1 mes
Pandemia y ciudadanía

@ajmonagas

Es imposible dudar que la pandemia de covid-19, ocasionada por el surgimiento y propagación del coronavirus, ha actuado como la razón de crudos y enormes problemas que han atascado el desarrollo del planeta en casi toda su extensión.

La pandemia visibilizó, amplificó y agudizó dinámicas económicas, políticas y sociales destructoras de ciudadanía.

Con la llegada de la pandemia los conflictos preexistentes no marcaron mayores diferencias con las controvertidas situaciones causadas por la incidencia del virus. Las convulsiones generadas desde la irrupción de la covid-19, en todas las instancias de la sociedad, indistintamente del tamaño de los países afectados, alcanzaron abrumadoras proporciones. Aun cuando uno de los espacios donde mayor daño indujo tuvo que ver con el tejido de la ciudadanía y su ejercicio.

COVID-19 y derechos humanos

Las medidas de aislamiento impuestas a la población, a manera de prevención sanitaria, provocaron el resurgimiento de uno de los problemas que con más fuerza ha deshilachado las vestiduras de las libertades y de los derechos humanos. Incluso, hasta desnudarla de los principios que configuran sus consideraciones. Aquellas que escudriñan los resquicios donde se ocultan las desigualdades sociales.

Precisamente, es el tejido en el que se articulan las realidades que suscriben la ciudadanía, entendida como ejercicio de la política, fundamento de la convivencia, aliciente de la pluralidad y ancla de valores morales. Y por razones que explica la teoría de la democracia, es el contexto del cual, en contraste con la igualdad o valor sobre el que se construye el Estado democrático y social de Justicia y de Derecho, brotan las desigualdades sociales.

En el fragor de tan aberrantes contradicciones, el campo político ha sido bastión de crisis, fluctuaciones y movilizaciones que han puesto en entredicho conceptos que fundamentan la teoría de la democracia. Las limitaciones suscitadas del forzado confinamiento forman parte de la retahíla de torpezas que, en el marco de la democracia, han constreñido libertades y derechos.

Muchas realidades se han visto incitadas a rebatir estas limitaciones que impiden el alcance de objetivos libertarios trazados a manera individual o colectiva. De hecho, la economía se vio profundamente arrollada por las excesivas imposiciones. Asimismo, las sociedades han reducido sus necesidades casi que obligadamente. Sin embargo, esto no ha sido óbice para que el ejercicio de la política se aproveche de las debilidades expuestas para radicalizar ejecutorias que rayan con el abuso que finalmente ha permitido todo tipo de revancha, improvisaciones y decisiones acusadas de intemperancia.  

Ciudadanía limitada

Las condiciones que impuso la pandemia bajo el argumento del cuidado individual, con sus manipuladas medidas “preventivas”, terminaron frustrando importantes esfuerzos encaminados en la dirección de ampliar libertades y derechos del ciudadano. Es decir, esfuerzos dirigidos a validar potencialidades como personas autónomas frente al poder político. Más, cuando este pretende mantener al ciudadano  recluido en ámbitos cerrados.

La oquedad del ideario político bajo la cual los Estados intentan ordenar criterios y postulados constitucionales, salvo escasas excepciones, no se corresponde con las necesidades que clama la resolución de problemas del ciudadano.

El ejercicio de la política, en tales casos, contrario a lo que describen sus discursos, insufla vacíos e imprecisiones jurídicas que desvirtúan la construcción de ciudadanía.

En el fondo, estos ha sido el “caldo de cultivo” de todo lo que evidencia una ciudadanía escasa de estructura, identidad y pertinencia. Y es el terreno proclive en donde las carencias y ausencias han adquirido la fuerza necesaria para que la concepción de ciudadanía haya sucumbido ante convencionalismos y formalismos sectarios y arbitrarios.

Es ahí de donde emergen hechos que por, obstinados y ampulosos de mediocridad, se convierten en causales de problemas que asfixian la ciudadanía en su esencia. Sobre todo, al horadar lo que envuelve la convivencia. Particularmente, promoviendo acciones de violencia, regresivas y de la peor calaña en cuanto a sus estamentos de valores morales.

La pandemia, al concebir el confinamiento de las poblaciones de modo reactivo, sobre todo, en países con tendencias autoritarias y totalitarias, implicó el arraigo de las crisis humanitarias y de salud que ya venían haciendo estragos en importantes grupos de población. De ahí derivaron conflictos ocasionados por la polarización entre facciones políticas, la estigmatización de comportamientos sociales, el surgimiento de mecanismos sociales de violencia, los desplazamientos y migraciones de grupos humanos, entre otros.

No hubo el apoyo necesario de esos regímenes para contrarrestar con efectividad el susodicho abanico de problemas. El impacto de la pandemia desnaturalizó el ejercicio de la política. Tanto así, que se afectaron aquellos esfuerzos que dieron a la tarea de apalancar el desarrollo sobre lo que podía apuntalar la construcción del tejido social. Así ha sido esta realidad. Como la versión más afinada de la disconforme relación pronunciada entre pandemia y ciudadanía.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

La ciudadanía desde la política

@ajmonagas

La ciudadanía es fundamentalmente expresión del concepto de política. Aunque también la ciudadanía refiere otros ámbitos del conocimiento y actitudes que comprometen valores morales y éticos. Son aquellos que exaltan la honestidad, solidaridad, tolerancia, respeto, responsabilidad, comunicación, reciprocidad, unificación, equidad, generosidad, justicia, ecuanimidad y participación, básicamente.

Son múltiples las variables que en lo social, político y cultural encierra el concepto de ciudadanía. Sobre todo, su ejercicio.

Cuando la persona alcanza la adultez, la construcción de ciudadanía se complica. No solo porque, para entonces, encauzar una conducta distinta de la que se disfruta en su zona de confort propia es un proceso bastante intrincado. Porque dicho espacio de placidez suele estar supeditado a patrones de vida manejados desde el egoísmo, la arbitrariedad, la ironía, la prepotencia y la aversión. O también, desde la posición social, el nivel económico o la postura política. Razones estas que dificultan estimular en el adulto un sentido de ciudadanía que concilie valores morales y criterios políticos.

Se ha demostrado que la ciudadanía se construye preferentemente en la escuela. En escuelas abiertas. Regidas por el principio “valores y modales antes que conocimiento”. Y termina de cimentarse en el hogar. Aun así, cabría la posibilidad de inducirla por otra vía y otro momento. Y es a lo que esta disertación apuesta. 

Precisamente, en aras de reducir la brecha entre la resistencia del adulto a adoptar posturas de ciudadanía, y la terquedad propia de actitudes incompatibles con lo que compromete el sentido de ciudadanía, podría ensayarse una metodología de razón sociopolítica.

La misma podría comenzar advirtiendo el rechazo que, por naturaleza humana, condiciona cierta actitud personal alineada con una conducta anticívica. Y en cambio adquirir un mínimo conocimiento de conceptos tales como política, sociedad, gobernabilidad, ideología, desarrollo, historia, derechos humanos y valores morales y políticos. Esto, innegablemente, sumado al concepto de urbanidad.

La metodología considerada, se pasearía por los siguientes momentos de análisis:

1. Reflexión o de deliberación del propósito perseguido.

2. Recuperación, tiempo ocupado para ajustar la idea a las circunstancias reinantes.

3. Reconstrucción, dedicado a elaborar propuestas

4. Enriquecimiento teórico-instrumental dirigido a delinear las propuestas discutidas en la fase anterior.

La intención de afianzar el ejercicio de ciudadanía, apoyado en la praxis política, apuntaría a la idealización de un “país posible”. O de una “realidad armonizada”. Los participantes estarán asistiendo a un acto en el que el imaginario individual habrá de jugar con la posibilidad de construir el andamiaje de factores, razones, recursos, hechos y proyectos relacionados con la ciudadanía. Asimismo, se examinarán instituciones, organizaciones y sociedades dispuestas a relacionarse con tal propuesta.

Este proceso de enseñanza-aprendizaje, incitado por la necesidad de pautar una metodología que tienda a afianzar la construcción de ciudadanía desde el ejercicio de la política, está conducido por un factor común denominador: el concepto de ciudadano y el déficit de ciudadanía que pesa sobre el mismo.

De ahí la necesidad de plantear esta propuesta desde la óptica de la política. No solo para comprender que la ciudadanía detenta una condición política. Sino también para reconocer que la política constituye al terreno desde el cual el hombre le imprime fuerza a sus decisiones. O sea, es el recinto en el que descansan las razones de la conducta ciudadana ante cualquier coyuntura o situación. Indistintamente de si la misma es causante de equivocaciones o aciertos.

El problema de actuar al margen de un comportamiento ciudadano, se suscita cuando cualquier actitud afecta a otro. Y dado que el ser humano vive en sociedad, no debe obviarse el riesgo que implica tomar decisiones propias que perturben a otros.

La ciudadanía tiende a fracturarse cuando se rompe la convivencia. La pluralidad se fractura por la ausencia de tolerancia.

Cuando el egoísmo se apropia de la coyuntura social y política, se lleva la realidad al límite exacto entre la anomia, la barbarie y la civilidad.

La intención suscrita en estas líneas es proponer un modelo alfabetizador que despierte la necesidad y el interés en la dimensión política; se trata de “ciudadanizar” a cuantos sea posible. Así, con la mayor modestia, estas ideas podrían actuar como razón para construir ciudadanía. De tal modo de formar un ciudadano en todas sus potencialidades cívicas. Es la intención de motivar la ciudadanía desde la política.

 

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Antonio José Monagas Ago 15, 2020 | Actualizado hace 1 mes
Caos con olor a gasolina

Las colas de gasolina, que eran parte del paisaje de Maracaibo desde hace años, se extendieron en 2020 por todo el país. Y con ellas, los vicios que trae todo caos. Foto Carlos-Rodríguez / diario Versión Final, 2018.

@ajmonagas

La política sabe disfrazarse cuando las coyunturas lo exigen. Es ahí cuando el engaño surge como criterio político para justificar ciertas intenciones, indistintamente de la condición que las envuelve. Por eso la política se presta para lo posible. Y hasta para lo imposible. Aunque se valga del disimulo.

En tiempos de autoritarismo, el ejercicio de la política es basto y desenfrenado. En medio de sus cometidos, esta política juega a sobreponerse a las circunstancias, a pesar de tenerlas en contra. Es lo que caracteriza la consternada realidad ante la indigesta ideología de gobernantes desesperados por enquistarse en el poder.

De hecho, la historia política contemporánea ilustra episodios que dibujan con detalle las controversias derivadas de situaciones políticas empañadas por la codicia de gobernantes-tiranos.

El caso Venezuela es testigo de cuantas historias encharcadas de estiércol puedan ser imaginadas.

Cuando el régimen no inventa alguna historia, procede a decidir algo sobre la primera ocurrencia de sus actores políticos. Sin que entre el discurso y las realidades pueda mediar la protesta, porque de inmediato estos sistemas políticos apelan a la fuerza. Así, la represión se luce como estructura oficiosa para anular o mermar toda intención de resistirse a las pataletas, necedades o antojos gubernamentales.

Venezuela es testigo de excepción de historias con aroma a gasolina. Historias cundidas de delitos de moral, de civilidad, de ética de quienes se permiten, en nombre de la “revolución”, actuar a favor de las nuevas elites, denominándose “priorizados”.

Sin duda, esta situación de crisis revela serias grietas. No solo en los estamentos de gobierno. También, a nivel de la población cuya cultura política evidencia los desequilibrios que vienen arrastrándose desde el siglo XX. Tienen que ver con la fisura de la democracia cuya concepción pende de un hilo. De un hilo bastante fatigado por las abruptas tensiones recibidas tanto de arriba como de abajo.

El problema se fundamenta en la praxis de democracia. La relación del venezolano con el sistema político se desvirtuó hace buen número de años. No fue desde 1999 con el arribo del militarismo dogmático y arrogante al poder político. Fue tiempo atrás. Pudiera decirse que lo marcó el inicio de la explotación petrolera, en 1922. El mismo también sería inducido por la manera individual del venezolano de manifestarse de cara a una realidad hostil. Y así se perfiló en su genética colectiva la comodidad, el machismo y la viveza, entre otras mañas.

Estos problemas definieron su cultura política. Con el discurrir de tiempos confusos y conflictivos, al margen de un sentido firme de identidad y ciudadanía, dicha cultura política le imprimió a Venezuela una égida que rozaba contravalores. Y desgraciadamente, se convirtieron en características conductuales del venezolano.

La mesa estaba servida para el populismo, que terminó mellando la idiosincrasia de una sociedad apegada antiguamente a tradiciones de cierta cultura y civilidad. Tan insolentes actitudes de muchos coadyuvaron a la extinción de importantes esfuerzos de acentuar el desarrollo y evolución del sistema político.

Fue así cómo ese venezolano comenzó a asumir una conducta desviada de toda consideración de ciudadanía y de ciudadano.

Ayudado por la demagogia, confabulada con la impunidad y la impudicia, adquirió hábitos que desdicen de la moralidad, la ética y el civismo. Y en un país asediado por crisis de todo orden, dimensión y dirección, ese mismo venezolano se vulgarizó. Al extremo de que adoptó formas carentes de la más elemental urbanidad. Esa civilidad que dejó como legado el ejemplar académico venezolano Manuel Antonio Carreño desde el siglo XIX.

En concordancia con los tiempos, Venezuela vino retrocediendo. Tanto, que ya entrada la tercera década del siglo XXI, la crisis de servicios públicos terminó ofuscando y complicando la escena y el espíritu nacionales.

Basta con atender y entender lo que está sucediendo alrededor del agua, la electricidad, los alimentos, los medicamentos, repuestos de todo género, gas doméstico y gasolina, para reconocer el tamaño del caos promovido por un perverso ejercicio de la política.

Gobierno criminal

Gobierno criminal

El régimen sacó lo peor del venezolano. Tanto así, que hoy Venezuela padece de serias carencias y problemas de corrupción, el militarismo endiosado y la intimidación gubernamental. Pero también la pérdida de valores. Todo ello configura un caos nacional con aroma a gasolina.

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Orlando Viera-Blanco May 19, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
Sin ciudadanía no hay paraíso

@ovierablanco 

En la Venezuela de los últimos cuatro lustros perdimos el sentido del ciudadano que pertenece, que se identifica con su nación. El ciudadano de a pie tampoco lo es, porque carece de derechos y además de agua, luz, comida, medicinas y seguridad. No existe, sobrevive. Tampoco convive sino que compite por la vida. Es la muerte del Estado-nación…

Ciudadano es un concepto socio-político y legal de significado variable, usado a lo largo de la historia no siempre de la misma manera. Según Aristóteles “a menudo se discute sobre el ciudadano, y en efecto no todos están de acuerdo en quién es ciudadano. El que es ciudadano en una democracia con frecuencia no es ciudadano en una oligarquía”…

¿Quién es ciudadano? 

Aristóteles en su libro III sobre La política, abordaba la ciudadanía como el sentido de pertenencia de los derechos. El clásico pensador se hacía dos preguntas: ¿Quién es el ciudadano? y ¿a quién se le llama ciudadano? Respondía que «ser ciudadano» significaba ser titular de un poder público no limitado y permanente: “ciudadano es aquel que participa de manera estable en el poder de decisión colectiva, en el poder político”, y se le llama ciudadano a todo aquél que era capaz de ser tal. 

Se distinguen tres etapas: una «ciudadanía civil» en el siglo XVIII, vinculada a la libertad y los derechos de propiedad; la «ciudadanía política» propia del XIX, ligada al derecho al voto y al derecho a la organización social y política; y, por último, la del siglo XX, la «ciudadanía social», relacionada con los sistemas educativos y el Estado del Bienestar.

En la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789), se liga el concepto de derechos con ciudadanía y se afirma que los derechos del hombre son «naturales, inalienables y sagrados», y que todos los hombres «nacen libres e iguales».

El Diccionario de Julio Casares define ciudadano como «natural o vecino de una ciudad, o perteneciente a una ciudad». La ciudadanía es la expresión de pertenencia que una persona tiene hacia una sociedad determinada en la que participa. En la tradición occidental el ciudadano es un conjunto de atributos legales y a la vez un miembro de la comunidad política, como explica Isidoro Cheresky… “Cuando la ciudadanía no participa en la toma de decisiones, la mayoría de las veces las acciones del Estado son erróneas, llegando incluso a afectar drásticamente la ideología del país”, esto es, su cultura, su convivencia.

Borrar la historia de nuestra memoria

El novelista checo Milan Kundera decía: «para liquidar las naciones lo primero que se hace es quitarles la memoria. Se destruyen sus libros, su cultura, su historia. Y luego viene alguien y les escribe otros libros, les da otra cultura y les inventa otra historia. Entonces la nación comienza lentamente a olvidar lo que es y lo que ha sido. Y el mundo circundante lo olvida aun mucho antes”. Podríamos decir que la pérdida de la condición ciudadana es la pérdida del sentido de pertenencia producto del arrebato de nuestros valores históricos. Es la anomia, es la vaciedad cultural absorbida por el mandamás.  

Ser ciudadano es tener sentido de identidad con el lugar donde se interactúa socialmente, en el hábitat donde se desenvuelven los individuos con responsabilidad, derechos y obligaciones. El Consejo Europeo es cada vez más consciente de que «ciudadano y ciudadanía» puede definirse como «una persona que coexiste en una sociedad». Se trata, por tanto de traspasar los límites de la noción de «Estado-nación» y adoptar la comunidad que engloba el concepto de ciudadano global. 

En la Venezuela de los últimos cuatro lustros perdimos el sentido del ciudadano que pertenece, que se identifica con su nación.

El ciudadano de a pie tampoco lo es, porque carece de derechos y además de agua, luz, comida, medicinas y seguridad. No existe, sobrevive. Tampoco convive, sino que compite por la vida. Es la muerte del Estado-nación sustituido por una “toronja mecánica” agria y seca que se oculta en el rostro de una revolución que borró a Bolívar, Páez, Teresa de la Parra, Teresa Carreño, Gallegos, Nazoa, Simón Díaz o Betancourt y la permutó por: “patria, socialismo o muerte«. Oscurantismo que borró toda ilusión… 

Ciudadanía activa

El escritor Josep Ramoneda destaca: “La forma de las ciudades no es en absoluto inocente a pesar de que a menudo vayan perdiéndola a medida que nos alejamos de su centro. La urbanización del entorno urbano y la multiplicación de espacios de habitación y residencia sin voluntad cívica [mutilación y aislamiento cultural] es la consagración de la peor versión del individualismo” 

La cuestión del espacio público tiene que ver con la libertad de expresión. Cerrar o vaciar el espacio público es una forma de cercenar la interrelación comunicativa. El espacio público, como la ciudad, ha de ser abierto. La ciudad no debe ser una identidad cerrada. La ciudad es una morada. En su imaginario se cruzan la ciudad física, esto es la experiencia acumulada inscrita en sus grafitis, calles y paredes. Es la consciencia de espacio compartido que tienen los ciudadanos. 

Entonces ciudadanía es un concepto político, jurídico, pero es también cultural: el individuo se hace ciudadano compartiendo morada, ocupando y compartiendo espacios. ¿Cuántos [espacios] confiscados? Medios de comunicación clausurados. Parques y plazas ocupadas por el crimen y la destrucción. Hasta el béisbol o la fe quedaron de lado por la propaganda y la ideología. Qué decir de la formación social, moral y cívica… 

El coronavirus no acabó con nuestra ciudadanía. Hace rato otro virus la mató. Rescatémosla. ¡Sin ciudadanía no hay cambio, no hay paraíso! 

* Embajador de Venezuela en Canadá

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

 

Calma, prudencia y cordura, por Orlando Viera-Blanco
«Ser Embajador de Venezuela es un gran honor, un gran compromiso y  también un legitimo sufrimiento. No representamos un país en condiciones  normales. Somos voceros del  dolor de la gran mayoría de nuestros coterráneos»  

 

LA REALIDAD POLÍTICA venezolana no puede separarse de su realidad cultural. Explicar posibles desenlaces es recordar aspectos de orden grupal que nos condujeron a esta crisis. Cuando Intentamos buscar razones por las cuales aún superamos esta pesadilla no es necesario cabalgar tan atrás en la historia. Basta revisar actitudes recientes.


Ser Embajador

No es fácil en estos días ser venezolano y ciudadano a la vez. Lo primero jamás se abandona pero lo segundo [ciudadano] lo agrede, lo arrolla. ¿Cómo perder la condición de ciudadano sin perder la nacional? Ese es nuestro drama. Esa es la lucha. Recuperar nuestra ciudadanía para restaurar el sentido de la venezolanidad.   

Ser Embajador de Venezuela es un gran honor, un gran compromiso  y también un legítimo sufrimiento. Porque no representamos un país en condiciones normales. Somos voceros del dolor de la gran mayoría de nuestros coterráneos. Y ello nos exige mucho más de lo que contempla la Convención de Viena.  Así lo hemos asumido. Así vamos por el mundo. Con la bandera de Venezuela y la de los DDHH, que no tienen frontera. Acostumbro en reuniones de protocolo no sólo hablar como diplomático sino como nacional; como padre, como hijo y ciudadano del mundo, que le ha tocado vivir fuera de un país saqueado y devastado.  Esta licencia me permite describir con pasión y emergencia la tragedia venezolana, instando soluciones urgentes.

Recientemente participé en una mesa de trabajo uno a uno. Asistieron Embajadores de Europa y Latinoamérica. Propicia la ocasión para explicar-apelando a realidades aterradoras-en qué consiste la crisis humanitaria compleja venezolana. Niños de la calle, hijos de la patria, en Bogotá, Lima o Medellín, pidiendo limosna, impulsados al crimen. Así lo manifestó el Centro de Ayuda de Venezolanos de Bogotá. Niñas, quiero decir, menores de edad, atrapadas en el celestinaje, en la eroticidad infantil, vendiendo su pudor-si acaso su virginidad-por nada.  Esas imágenes me impedían hablar. El dolor produjo un nudo en mi pecho, me lanzó  al cieno de la indignación… 

Una crisis tanto horrenda como bochornosa que no merece pueblo alguno en el planeta. Mientras los tiempos de la diplomacia deshojan margaritas buscando salidas, lo cierto es que la descomposición material, moral, humanitaria y social de mi país llega a niveles inconcebibles en pleno siglo XXI. Es hora de ajustar el orden público internacional a los tiempos [que no esperan] de la desgracia y miseria humana en Venezuela.

 
Emerge la intemperancia

De pronto nos piden explicar cuál es la situación interna en Venezuela en cuanto a las fuerzas políticas disidentes, como está la gente. ¿Hay unidad? Contra un régimen manifiestamente autoritario la diplomacia no espera divisiones internas. Me preguntan: “¿Todos respaldan al Presidente Interino?”. Me tomo una pausa para responder…

Nuestro país está sufriendo el peor deterioro humano de su historia.  Más de 4 millones de venezolanos se han ido y el contador en marcha.  Jamás había sucedido algo así en Latinoamérica. Es natural que a lo interno existan profundas frustraciones que provocan contradicciones en el entendimiento interno. La desesperación, la indignación, la impotencia e incluso la confianza, lamentablemente son aderezadas por la intemperancia y la irracionalidad. ¿Cuándo la humanidad no ha reaccionado de ese modo ante tanta barbarie?”

Y agregamos: “Somos un pueblo indefenso, pacífico, sin otro medio para contener los abusos y la represión del régimen, que nuestro ADN democrático, nuestra historia ejemplar y nuestros aliados internacionales.  Nuestras convicciones, nuestros compromisos siguen intactos. El pueblo no se rinde y su líder se mantiene firme encarando riesgos y muchas limitaciones…”

Lo anterior es bueno compartirlo porque vemos como lavar los trapos sucios fuera de casa, es un moje harapiento que en tiempos globales, salpica [retumba diría] en cualquier rincón del mundo… Bajemos los tonos. La intemperancia resta y divide. Ni suma ni multiplica.

Los cargos diplomáticos están ocupados por personas sumamente calificadas con una estructura y background muy sólido y eficiente en lo político, que para nada desdice del carácter necesario para situaciones complejas e incluso violentas como la nuestra. Y es demostrando cohesión y capacidad de consenso frente a ellos como conservamos de manera igualmente sólida, sus respaldos.

Denigrar de nosotros mismos, descalificar o desafiar de manera desenfada a quien defiende una causa superior que es la libertad y la democracia, es perder credibilidad con nuestros propios aliados. Si queremos que las instancias internacionales intervengan con la contundencia que deseamos lo primero es demostrar la contundencia de la prudencia. La intemperancia nunca fue buena consejera…

Calma y cordura

Es preciso comprender que el Presidente Juan Guaidó enfrente importantes desafíos que aun gozan del fuerte y mayoritario respaldo popular. Taladrar la unidad y ese respaldo es inmolarnos nosotros mismos. Son tiempos de desenlaces que demandan temperancia, pliegue y solidaridad.

Nuestras alianzas marcarán la pauta y la diferencia. Tengamos la sabiduría y la nobleza de conservarlas. Calma y cordura decía López…hombre clave de transición histórica  de la dictadura a la democracia.

 

@ovierablanco

¿Para qué ciudadanía? Por Antonio José Monagas

@ajmonagas

EN MEDIO DE LA DESTRUCCIÓN ORGANIZADA DEL PAÍS, proceso ésta emplazado por el alto gobierno mediante arbitrariedad consensuada y otras atenciones de disfrazada alcahuetería, la ciudadanía pasó a un segundo plano. O mejor dicho, al último lugar en la escala de socialización referida por la teoría social y la pedagogía actual. En Venezuela, según la actitud demostrada individual y colectivamente, ya no queda espacio para situar la ciudadanía a instancia de lo que su importancia demanda y requiere. Contrario a todo dictamen cultural, la ciudadanía dejó de comprenderse como proceso social que compromete el hecho político. Incluso, más allá de las circunstancias que suscriben las realidades sobre las cuales se traza el devenir de una comunidad que busca registrar sus decisiones y hechos en los anales de la historia contemporánea.

Las realidades hablan por sí solas. La descomposición social, en complicidad con el desarreglo de la política y el desorden de la economía, pervirtieron las prioridades del desarrollo nacional. El obsceno y oneroso costo de la vida, se tradujo en deterioro de la calidad de vida. Este problema incitó una fuerza tan descomunal de hechos, que rayaron en graves consecuencias de toda índole. La calidad de vida, como concepto referido al bienestar en todas las expresiones del desarrollo humano, comenzó a verse arrinconado por la incidencia de circunstancias dominadas por intereses propios de una denigrante politiquería.

De nada valieron discursos y compromisos afirmados a través de declaraciones públicas o manifiestos escritos a nombre de convencionalismos tan manidos como “patria”, “soberanía”, “socialismo”, “revolución”, “democracia” o “ protagonismo del pueblo”. La brecha que se abrió entre la palabra pronunciada o escrita y las realidades o praxis, ha sido descomunal. Además, la magnitud del desastre que se dio en el cauce de tan enorme y aterradora fisura, no ha sido de fácil cotejo con anteriores coyunturas que igualmente pusieron en riesgo expectativas de vida del venezolano. Al menos, nunca, en la medida como se ha visto por estos tiempos de tan contradictorio siglo XXI.

El alto gobierno ha demostrado que poco sabe de ciudadanía. Quizás, porque como condición, no está comprendida entre los valores superiores del ordenamiento jurídico que invoca la Constitución Nacional sancionada en 1999. Escasamente, para la Carta Magna, la ciudadanía quedó precariamente establecida en su artículo 39 cuando explica que “quienes no estén sujetos a inhabilitación política ni interdicción civil (…), ejercen la ciudadanía. En consecuencia, son titulares de derecho y deberes políticos”. O sea, la ciudadanía queda reducida a un estado de derecho sin que para ello tenga alguna importancia las implicaciones sociales, culturales, emocionales, psicológicas y políticas que comprometen la construcción y el ejercicio de la ciudadanía.

Otras leyes que pudieran complementar la ciudadanía como práctica de afabilidad, concordia, solidaridad y respeto, tales como la Ley de educación o la LOPNNA, no dicen más que escuetas definiciones que si bien pudieran exaltar y exhortar debidas conductas de socialización, no tienen el empuje conceptual ni operativo para llevar adelante lo que implica la noción de ciudadanía y sus derivaciones.

La ciudadanía pareciera haber quedado para regular y evaluar consideraciones de razón teorética. Ni siquiera los aislados esfuerzos de construir ciudadanía desarrollados por reconocidas organizaciones privadas, han sido suficiente para construir ciudadanía en un país que fácilmente desvió el curso que forjaron precursores y libertadores. Igualmente, connotados hombres y mujeres al servicio de valores y principios a partir de los cuales vale comprometer la idealización de un “país posible” y su alcance integral.

Por consiguiente, construir ciudadanía, en tanto que constituye un acto en el que el imaginario juega con la posibilidad construir el andamiaje necesario sobre el cual han de erigirse factores, razones, recursos, hechos y propósitos, se convirtió en un objetivo de dificultoso establecimiento. Y es que ese proceso, descansa en la capacidad de interactuar que cada venezolano debería y podría desarrollar a fin de asentir lazos de afecto, adhesión y respeto entre personas. Indistintamente de que entre estos venezolanos exista o no consideraciones hacia el otro, tanto como una relación de amistad o compañerismo. Asimismo, que se establezca el respeto para con la normativa sobre la cual se cimienta el Estado.

Sólo así, será posible lograr que estas personas se sientan como sujetos que participan en un proceso de reconstrucción de realidades. Pero, en igualdad de derechos y deberes como miembros de la sociedad dentro de la cual conviven, coexisten y cohabitan. Todo ello, en un contexto determinado por espacios públicos que, en su conjunto, definen el perfil de una comunidad afianzada en la concordia y acuerdos que incita el concepto y praxis de ciudadanía. De lo contrario, poco nada tendría sentido al momento de confirmar lo que compromete el valor e importancia de disfrutar las realidades que se hacen día a día desde el ámbito de una ciudad, de un país. Pues entonces, quedaría preguntarse: ¿para qué ciudadanía?

 

Llegó el tiempo de la ciudadanía, por Antonio José Monagas

 

Antonio José Monagas

Muchas veces, las realidades tienden a confundir al hombre en su visual de vida. No sólo por las complicaciones que a su alrededor se desencadenan. También, por la precariedad emocional que subsume cuando se abstrae de las mismas. Sobre todo, cuando por esta razón se distancia de condiciones que fundamentan valores como la identidad, la pertinencia y la pertenencia. Es, precisamente, cuando se suscitan problemas relacionados con situaciones que provocan un ruptura entre lo que se dice y lo que se hace. O entre lo que se piensa y lo que se dice. Ello, pudiera ser consecuencia de cierta incongruencia entre lo que puede pensarse y lo que quiere hacerse. O quizás, un problema de actuación consciente. O de comprensión del entorno. O de concentración o de decisiones. Actuaciones éstas capaces de derivar en frustraciones o contradicciones manifiestas.

O tal vez la causa de tan serio problema, obedezca a consideraciones de otra índole. Aunque cabe que buena parte de dichas dificultades y que además terminan animando algún conflicto, sea provocado por la “enantiosemia”. Esto da cuenta de palabras que pueden significar una cosa y la contraria. Es decir, de distinta acepción. O que ostentan un tipo de polisemia en la que una palabra tiene dos sentidos opuestos. Por ejemplo, palabras como “sancionar” pues significa aprobar tanto como castigar. O “pedir disculpas” por cuanto expresa pedir que alguien se disculpe, al igual que disculparse uno mismo al ofrecerlas.

Sin embargo, así como existen palabras que tienen un poder extraordinario, capaces de infundir miedo, incluso antes de ser pronunciadas, igualmente hay situaciones que inducen un temor terrible al imaginarlas siendo vividas. El caso es que ante realidades que asoman dudas, resulta difícil hallar un equilibrio aceptable entre necesidades que lucen inminentes, y las que provienen de alguna apreciación o valoración del entorno.

Y es, justamente, el problema que detenta el ejercicio de la política cuando las realidades no exhiben plenamente sus características. Y así sucede, porque no termina de entenderse que todo ello es producto de lo que la incertidumbre induce y determina. Esto lleva a dar cuenta que quien actúa apegado al proceder político, se hace muy sensible a las críticas. Y es lo que dificulta reconocer al otro. Y que hace que no siempre sea posible, adelantarse al movimiento del otro.

Precisamente, es el problema que se plantea al momento de encarar la ciudadanía. Pero no la ciudadanía vista como una singularidad, un convencionalismo o una entelequia retórica. Sí, entendida como la manifestación de actitudes dirigidas a afianzar el ámbito de relaciones necesarias con el fin de establecer condiciones capaces de asegurar la unidad sobre la cual se deparan los valores políticos y morales a partir de los cuales se cimienta el desarrollo social, económico y político. Pero sobre todo, humano.

Cuando la ciudadanía se comprende de esta manera, holística, íntegra e integralmente, las contrariedades asentidas a consecuencia de diatribas impulsadas por el ejercicio político de asuntos que comprometen la dirección de una sociedad, tanto como por el embrollo que se establece de la conjugación entre ironías y paradojas, vinculación ésta que actúa como cómplice de toda crisis que desestabilice toda una estructura de gobierno, se habrá llegado al punto del cual parte el recorrido que conduce al estrado que da lugar a lo que define el llamado “Estado de Derecho y de Justicia”. Es decir, un Estado democrático cuya concepción descansa sobre el denominado Estado de Bienestar. Un Estado que al mismo tiempo garantice libertades y derechos pero dentro de una sociedad de bienestar. Mejo dicho, dentro de lo que puede concebirse como “Estado de Ciudadanía”.

Allanar esta ruta, es condición sine qua non para apostar a la solución o reducción de problemas que proceden de procesos epilépticos basados o derivados de lo que constituye un Estado de Necesidad. O lo que es igual a señalarlo como condición ipso facto que puede motivar a una sociedad a transitar hacia sendas, cuyas paradas se caracterizan por situaciones configuradas en torno a valores que exhorten el respeto, el trabajo y la solidaridad. De ahí que todos los actores deben adentrarse en el manejo de cuadros conceptuales y prácticos que hagan entender que concluyó el tiempo para apostar a impertinencias y argumentaciones políticas extemporáneas. Más, luego de reconocer que se alcanzó el valor de máxima resistencia. Y es porque en medio de todo lo afirmado, llegó el tiempo de la Ciudadanía.