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Cipriano Castro

Eddie A. Ramírez S. Mar 23, 2021 | Actualizado hace 4 semanas
De Cipriano Castro a Maduro

Foto izq. Cipriano Castro 1858 – 1924 (Getty / Dominio público), portada del libro Construcción y destrucción de un país (centro) y der. Nicolás Maduro (EFE).

¿Qué factores incidieron en estos últimos 120 años para que Venezuela tuviese una etapa de auge progresivo, una de estancamiento y una de decaimiento gradual, que en los últimos años resultó acelerado? ¿Qué papel jugaron en este proceso los sistemas de gobierno, los presidentes de turno, los ciudadanos, la educación, el petróleo y el ejército? ¿Por qué en este período ha persistido un elevado porcentaje de pobreza y de desigualdad social? ¿Por qué no hemos podido erradicar la corrupción? ¿Cuáles fallas impidieron que nuestra democracia se perfeccionara? ¿Por qué regresamos a la barbarie de siglos anteriores? ¿Acaso nuestra educación gratuita fracasó porque formó excelentes profesionales, pero no buenos ciudadanos?

¿Cómo fue posible que pasáramos de ser un polo de atracción para inmigrantes que contribuyeron a nuestro acervo cultural y a nuestra economía y hoy nuestros ciudadanos huyen a pie hacia países vecinos?

El siglo XX se inició con la entrada a Caracas de Cipriano Castro al frente de un grupo de andinos. Lo defenestró y sucedió su compadre Juan Vicente Gómez, quien acabó con el caudillismo regional y estableció una dictadura de 27 años.

Con los generales Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita, ambos también andinos, se inició una transición hacia la democracia. El proceso se interrumpió cuando Medina se empeñó en designar a su sucesor y que este fuese andino.

El movimiento militar del 18 de octubre de 1945 fue apoyado por el partido Acción Democrática. Se instaló una Junta Cívico-Militar. El pueblo entró en escena al establecerse el voto universal para elegir al presidente de la república, senadores y diputados. En 1948 se eligió presidente a Rómulo Gallegos, un escritor prestado a la política. Varios factores determinaron que el ejército lo destituyera el 24 de noviembre de 1948.

Regresó la barbarie. Inicialmente con una dictablanda, con el teniente coronel Delgado Chalbaud como presidente de una Junta Militar. Después de su asesinato, en 1951, el coronel Pérez Jiménez pasó al primer plano apoyado por las Fuerzas Armadas. Fue depuesto el 23 de enero de 1958 por los militares a raíz de protestas populares y manifiesto de intelectuales.

Surgieron aires de libertad con la transición de la Junta de Gobierno inicialmente presidida por el contralmirante Wolfang Larrazábal y, posteriormente, por Edgar Sanabria. En 1959 asumió Rómulo Betancourt como presidente constitucional. Se presentaron intentos de derrocarlo tanto por grupos militares, como por movimientos de extrema izquierda apoyados por Fidel Castro.

Conoce a tu Fuerza Armada

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Por primera vez en nuestra historia, un presidente electo popularmente le entregó el poder a otro. Raúl Leoni tuvo que enfrentar el terrorismo de la guerrilla comunista. Hubo violaciones a los derechos humanos, pero inició la pacificación al indultar a militares y guerrilleros. Con Rafael Caldera continuó la pacificación al legalizar a los partidos que participaron en la lucha armada.

Con Carlos Andrés Pérez se exacerbó una etapa populista influida por el aumento de la renta petrolera. ¿Fue una etapa de la Gran Venezuela como predicó el gobierno o de la Venezuela saudita como señalan sus críticos?

Los gobiernos de Luis Herrera Campíns y de Jaime Lusinchi se caracterizaron por dejar hacer a sus amigos. Luis Herrera, intelectual, amigo de refranes y muy austero. Lusinchi, bonachón y mangoneado por su amante. Fueron etapas de decaimiento.

Carlos Andrés Pérez volvió a ser electo. Realizó un mea culpa sobre su gestión anterior. El Gran Viraje ocasionó esperanzas en algunos, pero la mayoría acostumbrada al populismo y a estar recostada del Estado, lo rechazó. Se produjeron dos intentos de golpes de Estado. Próximo a terminar su período fue sometido a un juicio político y destituido.

El Congreso eligió presidente provisional al historiador Ramón J. Velásquez, quien cumplió con la transición. Rafael Caldera volvió a ser electo presidente. Para ello se apartó de Copei, el partido que había fundado. Los partidos políticos se siguieron desprestigiando y la renta petrolera ya no fue suficiente para atender las demandas.

La mesa estaba servida para que llegara un supuesto vengador que prometió acabar con la corrupción y con los políticos.

Hugo Chávez llego al poder despertando esperanzas y temores. Dispuso a su antojo de cuantiosos ingresos petroleros. A partir del 2001 se iniciaron violaciones a la Constitución. En el 2002 fue destituido y vuelto al poder por los militares. De allí en adelante hubo una gran división entre los venezolanos, y elecciones que sus partidarios consideraron legítimas y sus adversarios como fraudulentas. Confiscaciones de la propiedad privada. Falleció en el poder.

Nicolás Maduro fue ungido por Chávez. Se ha mantenido en el poder por el apoyo de los militares y del Poder Judicial. Cuenta con el respaldo de gobiernos dictatoriales.

Su elección no ha sido reconocida por la Unión Europea, ni por la OEA. La hiperinflación, escasez de productos y la violación a los derechos humanos ha sido masiva. Más de cinco millones de venezolanos han emigrado.  

Rafael Gallegos y quien esto escribe asumimos el reto de plasmar en un libro la historia de estos últimos 120 años.

En este lapso, Venezuela tuvo un período de construcción que grosso modo puede estimarse entre los años 1900 a 1975, uno de estancamiento que puede ubicarse entre 1975 y el año 2000, y uno de destrucción de allí en adelante.

Estos no son límites estrictos y hay cierto solapamiento. Así mismo, en el período de construcción y de estancamiento hubo también años de destrucción. Difícil es encontrar algo de construcción en el lapso de destrucción. Entre los constructores también hemos tenido a dictadores y entre los destructores no han faltado los demócratas. Los presidentes tienen la mayor responsabilidad, pero los ciudadanos de a pie no podemos eludir la nuestra. Unos más, otros menos, todos hemos contribuido a construir y a destruir a Venezuela. Ojalá enmendemos los errores del pasado

Invitamos a los lectores del libro Construcción y destrucción de un país: presidencias de Venezuela 1900-2020, publicado por Amazon en Kindle y en físico, con diagramación del periodista Eduardo Orozco, quien próximamente lo presentará. Y a formarse su propia opinión.

Como (había) en botica

Los padres del teniente Franklin Caldera denunciaron que su hijo está siendo torturado.

Lamentamos el fallecimiento de Nelson Ruiz, compañero de Gente del Petróleo y de Unapetrol.

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

La porquería de 1913, por Elías Pino Iturrieta

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La Constitución reformada al gusto de los golpistas para librarse de Cipriano Castro imponía la consulta electoral. Se debía elegir el próximo presidente de la república, en un ambiente de tranquilidad que controlaba Juan Vicente Gómez desde finales de 1908. Los nubarrones del castrismo no estorbaban la atmósfera. Los caudillos se juzgaban como escombros vivientes. Pocos se acordaban de los partidos del siglo XIX. Apenas un ruido que al principio no llamó a las preocupaciones insinuaba la posibilidad de sorpresas desagradables. Ezequiel Vivas, uno de los hombres más locuaces de Miraflores, había lanzado una consigna que podía anunciar incomodidades: ¡Gómez único! Pero los letrados y los políticos alejados del círculo montañés que se apuntalaba pensaron que aquello era pólvora mojada. Con tanta gente aguerrida, talentosa y decente, solo un insensato podía sugerir la jefatura exclusiva de un sujeto sin luces, la continuidad de un tonto que se había sostenido por obra del milagro durante cinco años. Veremos quiénes fueron los tontos de entonces.

En el entendido de que actuaba dentro de la más evidente normalidad, el ciudadano Rafael Arévalo González propuso la candidatura presidencial de Félix Montes, un abogado prestigioso y pacífico que jamás le había dado motivos al escándalo. Ignoraba Arévalo una noticia que lo dejó paralizado, antes de que fuera conducido a feroz cautiverio en La Rotunda, cargado de grillos: la novedad de una conspiración. El 17 de mayo de 1913, el gobierno anunció el descubrimiento de un movimiento armado que tenía el propósito de asesinar a Gómez para hacerse del poder. De acuerdo con las informaciones oficiales, bajo el influjo del coronel Román Delgado Chalbaud, hasta hacía poco socio del mandatario y director de una pujante empresa de navegación, se había desarrollado la felonía que obligaba a medidas extraordinarias. Agregaban los plumarios del régimen que lo acompañaba en el delito Leopoldo Baptista, personaje célebre, consejero de don Juan Vicente en la víspera y ahora tocado por el veneno de los iscariotes. Al frente del movimiento se encontraba un jefe temible que nunca había perdido una batalla y quien ahora afilaba el machete en Puerto Rico, Cipriano Castro, el “siempre vencedor jamás vencido”, información en la cual insistieron desde la casa de gobierno para que la sociedad calculara la magnitud de la convulsión que produciría un espantoso derramamiento de sangre. Gómez dijo que el tiempo no estaba para votaciones, suspendió las garantías constitucionales, encargó de la jefatura del Estado a un intelectual dócil, José Gil Fortoul, y se puso en campaña con un ejército de 5.500 hombres. Su cometido era la salvación de la patria.

Los ojos de entonces vieron el desfile de la formidable tropa, pero los oídos no se turbaron por el ruido de los disparos. No sonaron las balas porque no había enemigo. “Yo no puedo estar laborando en una guerra que no existe”, escribió Baptista desde el exilio. Cipriano Castro se enteró de los acontecimientos por el periódico de Santurce. Apenas se desarrollaron precarios movimientos de alzados en Guayana y en la frontera del Táchira, que desaparecieron en una primera escaramuza; e inició una heroica acción de guerrillas Horacio Ducharne, quien peleaba a solas en las montañas de Maturín. Para que la maniobra tuviera credibilidad, factores del gobierno, por intermedio del general León Jurado, propusieron a unos comités ciprianistas de las Antillas que se lanzaran a la lucha con su apoyo. Cayeron en la celada, y sus capitanes fueron capturados por el convidante cuando estaban en un hospedaje que les había facilitado. No hubo elecciones, desde luego, porque el patriotismo debía primero ocuparse de unos malvados. En abril de 1914, una Asamblea Nacional de Plenipotenciarios “en forma legal y solemne” entregó el poder a Victorino Márquez Bustillos, presidente provisional escogido por el héroe de una hazaña bélica que no tuvo lugar.

Escribo esta crónica porque estoy conmovido por la relectura de un libro mayor, las Memorias de un venezolano de la decadencia, que debemos a José Rafael Pocaterra. Me pareció útil volver con ustedes a las vicisitudes que tomé de sus páginas, pese a que, en sentido estricto, no se refieren a la decadencia de la actualidad.

@eliaspino

El Nacional

Cipriano Castro viaja a Europa con un enemigo al lado, pero sin saberlo…

Cuando Cipriano Castro abordó en La Guaira el barco francés Guadaloupe el 24 de noviembre de 1908, acaso no sospechó que viajaría en la misma nave con uno de sus más enconados enemigos: Pedro María Morantes o, sea, Pío Gil. Las gafas oscuras le daban un aspecto sombrío de espía de novela policial y, en efecto, desde distancia prudente, y acaso con ironía, observó la melancólica travesía del dictador y su viaje sin retorno, al Viejo Mundo y al destierro de nómada.

Más que en Blanco Fombona, la pasión política, y sobre todo el odio a Castro y a Gómez, marcó la obra de Pedro María Morantes, conocido como Pio Gil, por su “nombre de pluma”. . Mariano Picón-Salas lo describió de una manera que vale la pena retener:

“Es un terrible y silencioso observador de los tragicómicos días de la dictadura de Castro, que habrá de revelar después de 1908 en muy ácidos libros: la novela El Cabito, que presenta el amargo e indignado cuadro de la vida social caraqueña a comienzos del siglo XX, teniendo a Cipriano Castro como personaje central”. El Cabito, en efecto, vale la pena leerla porque es una novela que divierte e ilustra sobre los modos de vida, los placeres, los vicios y las costumbres de aquella Caracas conquistada por don Cipriano.

Otros libros del también tachirense Pío Gil son: Cuatro años de mi cartera y Los felicitadores, animados libros de memorias en que se recogen las anécdotas, la fraseología y los gestos reveladores de aquel período de historia bizantina. Libros que conviene leer y rescatar en una época de felicitadores tan desmelenados como esta de las primeras décadas del siglo XXI en la que hemos visto romper todos los récords. En adulancia y sumisión somos un País Guinnes.

Polemista y obstinado, Pedro Maria Morantes o Pio Gil dejó otros volúmenes como Panfleto Amarillo, Panfleto Azul, y  Personalismo y Verdades, en que, después de enjuiciar a Castro, inicia el proceso político de Juan Vicente Gómez y de los primeros hombres que se destacaban en la cábala dictatorial. Todavía, las letras y la política parecen condenadas a andar juntas: negándose, naturalmente. Este es el ambiente de Castro y Gómez. Del que andaba siempre bailando y bebiendo y del que se dedicó a ahorrar y hacer dinero. Y, naturalmente, a perseguir a todos los que se le oponían o criticaban. Ni siquiera Nostradamus imaginó que el amanecer del siglo XXI se iba a parecer al despunte siglo del tiempo de  Cipriano Castro, como una gota de agua a otra gota de agua.

Un dato curioso: ninguno de los dos viajeros que se embarcaron en el Guadaloupe el 24 de noviembre de 1908, rumbo a Europa, regresó a Venezuela. Ambos murieron en el exilio.  

 

SIMÓN ALBERTO CONSALVI

@consalvi2013

Las primeras concesiones petroleras en Venezuela por Simón Alberto Consalvi

Cipriano Castro aprobó el primer Código de Minas del siglo XX el 23 de enero de 1904, y reafirmó el principio de que el presidente de la República podía administrar y otorgar estas concesiones sin necesidad del consentimiento del Congreso. Tomadas estas precauciones, Castro abrió el periodo de las concesiones petroleras, procedió a darle luz verde al proceso que se prolongará durante la era de Gómez hasta 1956, cuando otra dictadura militar, bajo el régimen del general Marcos Pérez Jiménez, otorgará las últimas concesiones petroleras que dominarán el siglo.

El 16 de diciembre de 1905, a Eduardo Echenagucia García se le dieron los derechos sobre el petróleo en todo el estado Zulia por un periodo de cincuenta años. No cumplió, y perdió los derechos. En enero de 1907, Andrés Jorge Vigas obtuvo los derechos sobre dos millones de hectáreas en el distrito Colón; en febrero, Antonio Aranguren, recibió iguales privilegios para la explotación de un millón de hectáreas en los distritos Bolívar y Maracaibo. En julio, Francisco Jiménez Arráiz gestionó la tercera de la concesiones de Castro, sobre medio millón de hectáreas en los distritos Acosta y Zamora del estado Falcón. Bernabé Planas recibió la cuarta, también en julio, para explotar el subsuelo en el distrito Chivacoa de Falcón.

Obviamente, las concesiones no tenían otro propósito que el de ser negociadas con inversionistas extranjeros, y fue lo que sucedió. Los títulos podían ser negociados sin la consulta o el conocimiento del Presidente de la República, pero no con gobiernos extranjeros. Así apareció en Venezuela el capital internacional: la Colon Development Company, la Venezuelan Oil Concessions, la North Venezuelan Petroleum Company, la British Controlled Oilfields, todas subsidiarias de la Shell. Sir Henry Deterding, el gran estratega de la Dutch-Shell tenía más aguda visión que John D. Rockefeller. A los norteamericanos se les hizo tarde, pero cuando llegaron en los años 20 pronto tomaron el primer lugar: vinieron, vieron y vencieron. Las concesiones de Castro, a partir del Código de Minas de 1904, jugarán su papel a lo largo del siglo en manos de ingleses, holandeses o norteamericanos.

@consalvi2013

La reelección de don Cipriano por Simón Alberto Consalvi

Es el 28 de octubre de 1904, y el general Cipriano Castro proclama su reelección presidencial para el periodo 1905-1911. Desde el balcón de la Casa Amarilla, el caudillo tachirense habló así: “Conciudadanos! Ningún día más propicio al objeto con que os habéis reunido que el del onomástico del Libertador y Padre de la Patria para proclamar, en forma plebiscitaria, mi candidatura para presidente constitucional de la República en el próximo periodo. Es como si dijéramos la proclamación, bajo mi nombre, de un corte de cuentas del pasado con el presente y el porvenir, para abrir de hoy en adelante, únicamente, la del engrandecimiento y prosperidad de la Patria en el seno del orden y de la regularidad administrativa”.

Un lenguaje y unas promesas que se repitieron muchas veces en la historia. Como si Castro dijera: “Conmigo comienza la historia. Como en tantas otras ocasiones, son Bolívar y Dios los protectores, y en el caso de Castro, era el “Dios de las Naciones” a quien invocaba con frecuencia.

Castro anuló lo que había aprobado la Asamblea Constituyente de 1901. El Art. 73 señalaba que el presidente ejercería sus funciones por un período de 6 años, sin reelección inmediata. Ahora reformó la Constitución y según su texto, podría ser reelegido por un Cuerpo Electoral integrado por 14 miembros del Congreso. Naturalmente, fue reelegido por unanimidad. Sus 14 electores, entre los cuales había un ex Presidente de la República, no valoraron ni su obra desde 1899 ni lo que podría significar su continuación en el poder. Quería, además, presidir las ceremonias del primer centenario de la Independencia de Venezuela. (Siempre hay una excusa patriótica en toda ambición de poder).

¿Qué podía exhibir de su récord presidencial para optar a la reelección? Innumerables conflictos, el bloqueo de las potencias europeas, la última guerra civil, la Revolución Libertadora, a la cual se le había puesto fin apenas seis meses antes del año 1904, el 20 de julio de 1903, cuando Juan Vicente Gómez derrota a los viejos caudillos en Ciudad Bolívar. La Revolución Libertadora se prolongó en el tiempo, y dejó más de 20.000 muertos. Es difícil imaginar que en 1904 el país se hubiera recuperado de semejante trauma. No obstante, don Cirpiano quería seis años más y lo logró, pero el destino dijo la última palabra.

Simón Alberto Consalvi