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Carmen Andrea Rengifo

La muerte de Hugo Chávez: Así transcurrió el 5 de marzo hace dos años

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@albertoyajure

 

5 de marzo, 2013. [dos años atrás] En el Hospital Militar Dr. Carlos Arvelo la rutina había cambiado drásticamente. Hacía exactamente 15 días desde que se había anunciado el regreso del presidente Hugo Chávez desde La Habana, donde había estado tratándose el cáncer que se le detectó en 2011. Un tuit lanzado desde su cuenta en la red social Twitter desató el delirio en redes sociales.

“Hemos llegado de nuevo a la Patria venezolana. ¡¡Gracias Dios mío!! Gracias ¡¡Pueblo amado!! Aquí continuaremos el tratamiento”, apareció en @chavezcandanga —con más de 4 millones de seguidores— el 18 de febrero sobre las 05:42 horas (en Caracas).

De allí en adelante, las informaciones sobre su estado de salud serían administradas en pequeñas dosis, casi a cuentagotas. Los familiares de pacientes recluidos en el Hospital Militar eran testigos de cómo se incrementaba la presencia de agentes de la Guardia de Honor, de la Guardia Nacional Bolivariana y de Contrainteligencia Militar.

“Los guardias llegaron en la madrugada. Por la mañana ya se podía ver el montón de militares y personal de seguridad”, relató el martes 19 de febrero la madre de un paciente de Traumatología en el piso seis. En la entrada principal de las instalaciones se colocaron detectores de metales y se incrementaron también los controles: los bolsos y paquetes eran revisados cuidadosamente, se hizo obligatorio la presentación de la cédula de identidad y se debía declarar el propósito de la visita al centro médico.

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El hospital donde Chávez pasó sus últimos días es una enorme mole de concreto con capacidad para 1.000 camas. Construido en 1960, cuenta con dos alas o naves —una de 15 pisos y la otra de 11— conectadas entre sí por largos pasillos, pasadizos y accesos, algunos de ellos restringidos. Tiene al menos 14 escaleras y más de 20 ascensores. Algunas áreas en la planta baja fueron clausuradas y permanecían bajo vigilancia militar. La rampa principal de acceso al Hospital conducía a una entrada en mezzanina, donde se descargaron el lunes 18 de febrero sobre las 10:00 horas decenas de plantas de palma que fueron dispuestas como una cortina que no permitía ver a los visitantes del presidente Hugo Chávez que ingresaban en vehículos oficiales.

Ese acceso conducía también a un pasillo, un Hall principal, que fue cercado con cinta roja y que a su vez llevaba a un ascensor, también vigilado por agentes de la Guardia de Honor. Pese a todas las medidas que sugerían la presencia del Jefe de Estado, había más dudas que certezas. No había evidencia de que Hugo Chávez hubiese sido ingresado a la instalación. Los medios oficiales presentaron a Dubraska Mora, una enfermera adscrita al Servicio de Emergencias, quien declaró que había visto a Chávez ingresar a pie.

“No llegó en camilla, ni en silla de ruedas, ni intubado, no llegó con ningún proceso invasivo. Nuestro Presidente está fuerte para seguir comandando”, afirmó en la pantalla de Venezolana de Televisión (VTV) el canal estatal.

“Si Chávez está aquí lo tienen en el piso nueve. Es un área para él solito. Eso lo tenían cerrado desde hace más de un año”, aseguraba una trabajadora. El piso nueve es compartido por la Unidad de Trasplantes de Órganos y un área para Rehabilitación.

La noche anterior al anuncio de la muerte de Chávez (4/3/13), el entonces ministro de Comunicación e Información, Ernesto Villegas, apareció en los televisores para dar lo que sería el último parte médico del Jefe de Estado. El pronóstico era crítico: una nueva y “severa” infección respiratoria agravaba su ya deteriorado estado, el tratamiento para combatirla no había surtido efecto debido a la supresión de su sistema inmunológico, se le sometía a fuertes dosis de drogas y a una última ronda de quimioterapia “de alto impacto”.

Apenas tres días antes, el 2 de marzo, Maduro aseguró que Chávez —a quien se le había colocado un tubo en la traquea— se comunicaba con sus allegados “por vía escrita y por otras vías que él mismo [había] inventado”. Incluso, voceros del Gobierno venezolano daban fe de que participaba en largas reuniones, algunas de hasta cinco horas, en las que pedía informes, evaluaba datos económicos y giraba instrucciones.

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Esa mañana fue distinta. El nerviosismo se acumulaba entre los seguidores de Chávez, que habían acudido —entre fervor y curiosidad— a la pequeña capilla que se construyó en su nombre y que fue inaugurada con una misa a la que asistió su hija María Gabriela. Cerca de 30 mujeres y hombres oraban ese martes a las 9:30 am por la salud del Comandante. Algunas lloraban y se ahogaban en sollozos.

Funcionarios de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) obstaculizaban el trabajo de los reporteros. Andrew Rosati, periodista estadounidense y corresponsal para el Miami Herald, fue detenido junto al autor de estas líneas y entonces reportero de Últimas Noticias, por seis agentes vestidos de civil y sin identificación visible. Interrumpieron entrevistas, tomaron identificaciones, leyeron anotaciones y borraron material gráfico. Se les increpó: «¿Cuál era el delito? ¿Por qué estamos detenidos? ¿Por qué nos interrogan?». El agente respondió: «Chamo, esto todavía no es un interrogatorio». Rosati fue retenido por más de una hora hasta que lo sacaron escoltado de las instalaciones. Durante ese tiempo, indagaron por cada nombre de contacto y número registrado en su teléfono móvil e hicieron copias de su tarjeta de memoria.

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Decenas de seguidores de Chávez se congregaron por la tarde a las afueras del Hospital. Una multitud gritaba consignas y ondeaba banderas rojas en apoyo a la revolución y su líder. Otros pedían detalles sobre la salud de Chávez. Jorge Rodríguez, alcalde de Caracas, salió cerca del mediodía a bordo de un vehículo negro. La multitud detuvo el carro, que iba escoltado por motorizados. Rodríguez bajó el vidrio, agradeció las muestras de apoyo y el vehículo arrancó.

A partir de las 2:00 pm entró en cadena nacional el entonces vicepresidente, Nicolás Maduro, quien hacía votos para mantener la estabilidad y tranquilidad en el país para cerrar filas “junto al comandante Chávez”. El anuncio presagiaba el desenlace.

Una decena de corresponsales y fotógrafos de agencias de noticias observaron atentos las declaraciones de Maduro a través de una pequeña televisión en una  panadería frente a la entrada del Hospital. Tres cuadras más adelante, frente a la sede de Ipostel, la imagen de la reunión entre Maduro y los miembros del Comité Político del Psuv era reproducida en pantallas gigantes.

El Instituto Postal y Telegráfico había organizado una jornada deportiva que tomó toda la avenida José Ángel Lamas, en San Martín. En el espacio se habían improvisado canchas de fútbol, basquetbol, voleibol. Se habían traído colchonetas para exhibiciones de Karate-do, Tae Kwon Do y material para tenis de mesa. En el estacionamiento del Ipostel se había armado un ring de boxeo.

Pero la cadena acaparaba la atención de todos los presentes. A las tres de la tarde el ambiente ya no era festivo. Nadie podía saberlo, pero las decenas de entrenadores e instructores cubanos conversaban entre sí, en murmullos, mientras observaban de pie la transmisión.

A las 5:25 de la tarde apareció de nuevo en las pantallas el vicepresidente, Nicolás Maduro. Esta vez desde la planta baja del Hospital y acompañado de Cilia Flores, Elías Jaua, Jorge Rodríguez y Jorge Arreaza, entre otros. Chávez había muerto.

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En Caracas la noche cayó como una gran sábana negra. Las empresas apresuraron el cierre de actividades. Miles de caraqueños salieron de sus lugares de trabajo para encontrarse sin alternativas de transporte para volver a sus casas. El principal sistema de transporte en la capital, el Metro de Caracas, suspendió el servicio a pocas horas de haberse anunciado el deceso de Chávez. Muchos optaron por caminar. La autopista Francisco Fajardo, que recorre la ciudad de Este a Oeste, se convirtió en un estacionamiento con miles de vehículos atascados en el tráfico. Solo las motos se movían, surcando las colas, cambiando de canal una y otra vez para abrirse paso entre las interminables filas de carros que expiraban gasolina y CO2.

Solo las motos se movían.

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A las 7:00 pm la avenida José Ángel Lamas era un hervidero. La noche caminaba sobre la ciudad. Y con ella cada vez más y más seguidores de Chávez llegaban al Hospital Militar para despedirle. Un piquete de la Policía Militar se había instalado frente al portón principal. Había también vehículos oficiales y una ballena. La escena era de frenesí. Cientos de personas vestidas de rojo lloraban mientras entonaban canciones de Alí Primera.

“Chávez vive, la lucha sigue”, gritaba Nelson Merentes, entonces presidente del Banco Central de Venezuela, desde el techo vehículo militar. Lucía traje y corbata. En la mano llevaba un megáfono.

El eco recorría todo el lugar.

Hombres y mujeres trepaban a los techos de casas. Había pancartas por todos lados, fotos de Chávez. Las consignas retumbaban en por todo el lugar. Y llanto, mucho llanto. Poco a poco ingresaban vehículos con altos funcionarios del gobierno. Otros lo hicieron a pie, como Darío Vivas y Farruco Sesto.

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Un grito antecedió a un tumulto de personas que se abalanzó sobre Carmen Andrea Rengifo, periodista colombiana y corresponsal de Radio Caracol. Alguien pronunció “Globovisión” y la chispa encendió los golpes. Desde arriba se observaba la andanada de puños. Rengifo corrió. Su camarógrafo fue lanzado contra la puerta de una vivienda. Desde arriba, en el techo de una bodega, parecían dos presas luchando por escapar del predador. Las imágenes dieron la vuelta al mundo, Rengifo huía despavorida mientras la sangre manaba de su cabeza y corría por su cara.

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Darío Vivas anunció los preparativos para el día siguiente: Una caravana fúnebre partiría a las 08:00 horas con el cuerpo del ex presidente Hugo Chávez. El cortejo recorrería la avenida San Martín y el centro de Caracas hasta el Paseo Los Próceres. La noche acabó. El país había cambiado.