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Laureano Márquez P. Ene 11, 2017 | Actualizado hace 7 años
El mal, por Laureano Márquez

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Parece que la mejor manera de comenzar este año es hablando bien del mal (no bien a favor, sino bien correctamente). Es que la humanidad, como le suele suceder cada cierto tiempo, pasa por uno de esos bajones –casualmente- de humanidad. Un conocido dicho popular, a modo de consuelo, nos dice: “no hay mal que dure cien años…”. Puede que sea cierto, pero la historia revela que 18 y hasta menos, son más que suficientes para causar las peores catástrofes, que suelen ser las que el ser humano se produce a sí mismo.

A lo largo de la historia, escritores, poetas y filósofos han metido su cuchara en esto del mal y la maldad: Albert Einstein, por ejemplo, dijo: “El mundo no está en peligro por las malas personas sino por aquellas que permiten la maldad”. Bueno, el comentario es bastante relativo, porque muchas veces la maldad es una de las cosas más democráticas que hay, al punto que a veces llega al poder por el voto popular, como sucedió en la Alemania de la cual él hubo de huir. Sin embargo, no deja de ser cierto que la complicidad hace mucho daño. Mucho más precisa es la frase de Edmund Burke, el filosofo irlandés que tanto indagó sobre lo bello: “Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada”.

Pero a la hora de definir el mal, el diccionario de la Real Academia poco ayuda: “lo contrario al bien”, vale, como dirían los españoles. Busquemos entonces qué cosa es el bien: “En la teoría de los valores, la realidad que posee un valor positivo y por ello es estimable”. Ajá, pero en los valores de quién. Un terrorista que se abalanza con un camión sobre una multitud inocente, cree fervorosamente que eso le llevará al paraíso. La humanidad parece haber convenido en que la vida es un bien estimable, pero basta que para unos pocos la muerte en nombre de Dios se convierta en un bien estimable, para que se nos tranque el serrucho epistemológico.

Dicho de otra manera, el problema del mal en los tiempos que corren es bastante complicado. Porque aquellos que a mí me parecen malvados piensan exactamente lo mismo de mí (yo veo el canal 8). Solo hay una diferencia y esta es: hasta donde está dispuesto a llegar él y hasta donde estoy dispuesto a llegar yo. Como yo no estoy dispuesto a dañar a nadie por mi noción del bien y del mal y ellos sí, estoy en una profunda desventaja y sin duda seré tarde o temprano derrotado, vencido y quien sabe se hasta exterminado.

En otras palabras, a estas alturas de la evolución del homo sapiens sapiens, el año 2017, el ser humano no ha encontrado aun un camino de progreso, paz y convivencia universalmente aceptado. El bueno, el verdadera y auténticamente bueno está condenado a ser exterminado o sometido por malo que también se cree verdadera y auténticamente bueno, pero cuya “bondad” no conoce límites a la hora de imponerse al otro. Al bueno-bueno no le queda otra opción para sobrevivir al bueno-malo que convertirse también en bueno-malo, con lo cual al final la lucha de la humanidad es entre malos y malos. O.K. creo que me estoy enredando mucho y uno no es que sea Sócrates que decía que el hombre sabio solo puede buscar el bien, ni mucho menos San Agustín que exponía que el mal no existe, que solo es ausencia de bien y a lo que no existe no se le teme.

Yo lo que sé decirles es que comienzo este año 2017, como se dice en criollo “como palo e’ gallinero” (con perdón de las nuevas generaciones que nunca vieron un gallinero) con el mal que percibo en el pedazo de humanidad en la que habito y en el resto de ella. Finalizo con esta reflexión de Friedrich Nietzsche, por lo demás oportuna: “Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”.

 

@laureanomar

En el mal la vida es más sabrosa por Laureano Márquez

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    Vistos los acontecimientos de esta semana, es inevitable una reflexión sobre el mal y la maldad. ¿Existe la maldad? Muchos venezolanos de este tiempo estamos convencidos de que sí y de que, además, tiene demasiado tiempo veraneando en nuestra tierra.

I

    La primera cuestión que surge sobre el mal es si realmente existe, o dicho en términos filosóficos, tiene ser. ¿Es el mal la ausencia de bien o la abundancia de bienes mal habidos? ¿Puede un corrupto ser feliz sabiendo que es malo o requiere de un proceso psicológico que justifique su maldad? Las respuestas a estas preguntas son de suma importancia en la tradición occidental cristiana. Es la indagación más común en la gente el preguntarse: ¿si Dios es bueno por qué permite tanta maldad? En un tiempo, la respuesta teológica era que el mal no existe, solo es una privación del bien (“privatio boni”), es ausencia de lo que debería ser. Vamos a ver: supongamos que yo soy por decir algo…  un… lo primero que se me viene a la cabeza: …un fiscal del ministerio público y mis acciones condenan a un inocente. Eso parece ser algo más que una “privatio boni”. Un teólogo me dirá que en verdad yo conocía cual era el buen camino, pero en función de la libertad, que es un don divino, yo decidí no tomarlo.

II

    Según los antiguos griegos, el mal solo puede ser consecuencia de la ignorancia. Una persona sabia entiende que lo que más conviene a sí mismo es obrar bien porque el mayor bien es el bien moral y como somos egoístas por naturaleza y queremos para nosotros el mayor bien, no hay mejor negocio, ni nada más inteligente que ser bueno. En  otras palabras, Sócrates les diría a todos los titulares de cuentas mal habidas en Andorra, que más que millonarios vivos, son unos pobres brutos al creer que porque se chorearon 1.000.000.000.000,00 de $ van a alcanzar el mayor bien que es el de ser virtuosos (como sí lo es el rector de la UCAB). Claro que ellos desde su Ferrari, su yate y su casota se reirán del filósofo que bebe cicuta por obedecer las leyes, pero el filósofo será eternamente bueno y eso sí que no tiene precio. Sócrates les diría: si todo el mundo se comportara como ustedes no tendrían ni siquiera donde gastar ese dinero. ¡Imagínense un mundo solo poblado de corruptos! Dicho de otra manera: ser malo puede producir dividendos únicamente porque la humanidad es mayoritariamente buena y por ello hay esperanza en el hombre. Dios no tolera el mal, acompaña al hombre que lo sufre y lo sufrió en su propia carne, para redimirnos de él aquí y ahora.  

III

   Hegel decía que el mal también tiene su utilidad en la formación del espíritu del mundo. ¿Cómo sabríamos si no dónde está el bien? Sin Hitler o Stalin en toda su maldad, quien quita que la humanidad hubiese caído en una experiencia fascista o comunista peor, irremediable y definitiva. Dios y la maldad coexisten porque sin la opción de escoger el mal no seríamos libres. Somos libres porque podemos decidir tomar distintos caminos morales y éticos: en este será una cuenta milmillonaria mal habida en Suiza, en aquel encontrar la cura a la lepra y salvar a millones (de personas). Entonces, desocupado lector, si sientes que solo ves maldad a tu alrededor -sea esta porque hay ignorancia del bien o por imposibilidad de tomar el camino correcto aunque lo conozcan-, el día 6 de diciembre tienes la oportunidad de ejercer tu libertad–con todas las limitaciones del caso, lo sé-, de expresar con todas tus fuerzas un contundente ¡yo no!  

   La maldad no debe espantarnos. Lo verdaderamente esperanzador es que siendo el mal tan sabroso, haya tanta gente optando por el bien.

 

 

@laureanomar

El bien supremo por Alberto Barrera Tyszka

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Cuando en diciembre del año 2013 se realizó una reunión en Miraflores, donde por fin coincidieron gobernadores y alcaldes de la oposición con el gobierno central, Nicolás Maduro justificó ese encuentro asegurando que él creía “en la paz como bien supremo”. Un año y medio después, la paz en Venezuela es una herida. Está hecha mierda. Da susto. Da tristeza. Da vergüenza.

¿Cuál imagen puede ser más puntual, más exacta? ¿Un hombre delgado y verde, en el pasillo de un hospital, esperando un turno para ser operado? ¿La esposa de un policía, que ya no es esposa sino viuda, llorando a las puertas de la morgue? ¿La cola inmensa de gente, en cualquier lugar del país, esperando un turno para poder comprar jabón o harina de maíz? ¿Los jóvenes o los tuiteros que están presos por protestar? ¿La cantidad de estudiantes cuya única idea de futuro es huir del país? ¿80% de los venezolanos que, según una investigación de tres importantes universidades, no puede comer completo?… Un año y medio después, la paz de Nicolás Maduro lleva uniforme y tiene permiso para disparar contra las manifestaciones.

La idea de que la violencia es la única forma de garantizar la paz no es novedosa. Ha estado al servicio, durante buena parte de la historia, de la explotación y de la esclavitud, de las tiranías y de las guerras. Desde sus inicios, el gobierno de Maduro ha apelado constantemente a este argumento. Maduro asumió la presidencia y se declaró, instantáneamente, víctima de una guerra. Su fragilidad electoral definió un proyecto de fuerza que sentenció que gran parte de los ciudadanos pasaban a ser sus enemigos.

Una de las prioridades fundamentales de estos dos primeros años del gobierno de Maduro ha sido la legitimación de la violencia. El oficialismo se ha empeñado arduamente en lograr que la represión y la censura formen parte de nuestra normalidad. Esta semana, por ejemplo, la Asamblea Nacional se dedicó a debatir sobre una supuesta campaña mediática en contra de la honra de Diosdado Cabello. Se trata de una discusión insólita en un país donde no se consigue Eutirox y donde los policías marchan para que el Estado los defienda. Pero es un procedimiento coherente para que la sociedad perciba que es natural que Cabello demande a varios medios de comunicación, todos ellos independientes y cuestionadores del gobierno.

Es un método delirante y perverso. Una farsa descarada. Hace poco, el mismo Diosdado Cabello acusó a Felipe González de haber “dirigido grupos paramilitares para asesinar personas”. No ha presentado una prueba. ¿No debería el ex presidente español plantear una demanda? Hace dos meses, Diosdado Cabello acusó a Antonio Ledezma y a Julio Borges de tener un plan para “eliminar físicamente” a Leopoldo López. VTV reprodujo la noticia. ¿Le sale demanda? También responsabilizó a Lorent Saleh de la muerte de Robert Serra. Y escribió en su cuenta de Twitter que Henrique Capriles era un mafioso y un asesino. Nunca ha presentado una sola evidencia. ¿La justicia no debería hacer algo con un caso así? ¿Se puede demandar a todos los que retuitearon al presidente de la AN? ¿Se pueden declarar non gratas las cuerdas vocales de Diosdado Cabello?

En nombre de la paz, acorralan a los medios y a los periodistas. En nombre de la paz, organizan maniobras militares. En nombre de la paz, encarcelan a alcaldes. En nombre de la paz, se quedan con los dólares. Y todavía hay un chavismo cándido que cree en el nacionalismo, que se emociona con las consignas, que sigue pensando que esto es una revolución. Vivimos dentro de un espejismo absurdo. El gobierno desarrolla un modelo que –según las viejas y atinadas palabras del historiador Martin Malia– “no es un ataque contra abusos específicos del capitalismo, sino contra la realidad. Es una tentativa de abolir el mundo real, un intento condenado a largo plazo, pero que durante un determinado período consigue crear un mundo surrealista definido por esta paradoja: la ineficiencia, la penuria y la violencia se presentan como el bien supremo”.

 

@Barreratyszka

El Nacional