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Amistad

La amistad siempre ríe contigo, por Orlando Viera-Blanco

 

Escribo a esas siete letras –amistad- porque desde un pasado mejor podremos soñar un futuro feliz.

@ovierablanco

Siendo un niño sin pisar primer grado, conocí a mi mejor amigo. Mamá no quería dejarme en el colegio porque mi llantén superaba su débil vocación disciplinaria. De pronto un chiquillo minúsculo -(Javier)- se aproxima con una inmensa sonrisa, y me invita a corretear por el patio y conocer el salón de clases.

Al entrar quedé impactado por aquella indescifrable intensidad de colores entre libros, juguetes y pupitres, que atemperaba a la memorable profesora Cruz. Una mujer cuya irrepetible dulce mirada completaba el bosque de razones por las cuales cualquier niño dejaba de llorar y permanecía feliz en el sitio.

Ese día aprendí que la amistad trae alegrías, traza feudos, alivia tus miedos y da luz a tu vida….

Otro amigo de mi niñez (Paúl) me preguntó, mientras comíamos un delicioso perro caliente, «¿Tú juegas béisbol?». Al tiempo me batía entre correr, patinar, pedalear o subir montañas… No recuerdo haber soltado un bate y un guante desde el día siguiente de la pregunta.  De las chapitas, a la pelotica de tirro, de goma y a la olorosa y regia pelota del Sr. Rawlings. Ahorraba cada día para comprar mi guante ideal.

Mi nona Mercedes me regaló un fuerte para completar ocho bolívares y comprar una mascota -sic -con la cual !pretendía jugar tercera base! Pues así (con mascota), jugué varios partidos hasta que el manager (Julio Castro) me dijo: “O juegas con un guante normal o acabarás con la boca abierta”. El presagio no tardó en llegar…

Sería injusto dejar de mencionar las verdaderas heroínas de nuestro afán por el béisbol. Las madres de aquel equipo infante, los tigres de prados del este: Rosita Troconis, la Sra. Trujillo o mi incansable madre, cuyos carritos parecían carrozas de tanto muchachito que montaban para llevarlos de vuelta a casa (además, comidos).

De la sugerencia de Paul aprendí que un consejo de un amigo siempre es bueno porque nos lleva a un universo maravilloso de personas y circunstancias determinantes en tu vida. Sin duda debo al béisbol lo que soy. De su camaradería, picardía y bondad, «atrapé» amistades que se convirtieron en un infinito eslabón de contactos y referencias.

Imposible dejar de mencionar a Andrés en Venezuela o Peter Cousin en NY, anuentes de ese amor común por el béisbol. Por ellos consolidé regios logros profesionales; más por mi brazo (sin brújula) !que por mi pluma! (también curvera)…

Gracias a otra bella amistad (Coy), me topé con la música. Expresión del alma y extensión de libertad.  Con ella sueñas, visualizas y libras deseos. Aprendes a amar y a ser amado…Y con otros amigos de la adolescencia (Manuel, Cesar, el Flaco Losada), tanto gané el hábito por las pistas y la competencia, como por grabar mis TDK’s o comprar discos. Aprendí por cierto desde pequeño, que es preferible romper una sociedad que una amistad. Más vale regalarle a un amigo tu disco, tu libro o tu prenda de vestir, que reclamarlo o compartirlo, porque lo sublime es que al oír Hotel California, Polvo en el viento, Pedro Navaja o La dama de la ciudad, venga a tu mente la “fogata” donde estabas, el primer beso que te dieron (mi timidez me impedía darlo) o tu primer Belmont

Con mis amigos aprendí a rodar entre patines, carruchas y bicicletas. Y también a navegar mar adentro (Mauricio). Cuánta libertad depender solo de ti.

Aprendí que las rutas las haces tú, por lo que el destino no es suerte, es voluntad. 

De los primeros amigos tomé mis primeras grandes decisiones: no estudiar Medicina o Ingeniería, sino Derecho. No irme del país, ni de la carrera. Tocar cuatro o guitarra. Elegir a mi esposa (novia desde el colegio), con quien planté familia de cuatro irrepetibles críos… En la adultez vinieron otros amigos. Con ellos consolidé el respeto por los otros (Noel); el tacto en los negocios (Gastón); la pasión por la ética y la política (José Vicente), la decencia como solvente (Diego), la nobleza como redención (Carlos V.), el perdón sanador (mamá), y el amor por la familia y por Venezuela (mis alumnos, mis hermanos, mamá y papá). Porque también ellos -la familia, tu pareja, profesores, clientes o pupilos- son tus mejores amigos…

Quedan muchos en la lista, tanto del colegio como de la universidad. Son ellos quienes construyeron tu verdadera historia por lo cual merecen igual tributo.

Como escribía el grande Fernando Pessoa, poeta portugués: “El amigo que no sabe reír conmigo, no sabe sufrir conmigo. Mis amigos son todos así:  Mitad bromas, mitad seriedad… Quiero amigos serios de esos que hacen de la realidad su fuente de aprendizaje, pero que luchan para que la fantasía no desaparezca. No quiero amigos adultos ni comunes. Los quiero mitad infancia y mitad vejez. Niños para que no se olviden del valor del viento en el rostro, y ancianos para que nunca tengan prisa… Amigos para saber mejor quién soy yo, pues viéndolos locos, bromistas y serios, niños y ancianos, nunca me olvidaré que la normalidad es una ilusión estéril

En fin, amigos como océanos, tanto llanos y prístinos, como amplios y profundos…

Escribo a esas siete letras –amistad– porque desde un pasado mejor podremos soñar un futuro feliz. En estas festividades que han sembrado tanto dolor, levantemos el teléfono y llamemos a nuestros amigos. Ellos son el reflejo de que otra Venezuela existió y que otra será posible… Nunca está de más un ¡Hola amigo soy yo, tu hermano: te tengo presente y te quiero mucho…!

La circunstancia

La circunstancia

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Nota: artículo actualizado el 9 de octubre de 2010.

Enrique, Carlos… ¡gracias!, por Carolina Jaimes Branger

gracias

 

Venezuela es un país de grandes contrastes. De contrastes en todo. En las grandes mentiras y en las grandes verdades. En los actos más viles y en las mejores acciones. En las fiestas más rocambolescas y en la gente comiendo basura. En la capacidad de no ver más allá de las propias narices y en entregarse a los semejantes con absoluto desprendimiento.

En los procesos ideologizantes que se llevan a cabo en las escuelas y en los gritos que claman “libertad” desde las mazmorras más escalofriantes. En la superficialidad de quienes ven al mundo sin problemas y en quienes tienen todos los problemas del mundo. En los actos de valentía más elevados y en las acciones de cobardía más despreciables. En los que están dispuestos a morir por un ideal y en los que no tienen ideales. En los que tienen de sobra y en los que les falta todo. En los que creen que se las saben todas y en los que están convencidos de que no pueden sabérselas todas. En los fanfarrones y en los humildes.

En los que quieren y no pueden y en los que pueden y no quieren. En los que desean mejorar y en los que quieren quedarse en una eterna mediocridad. En los que esperan que alguien les resuelva sus problemas y quienes les resuelven los problemas a los demás. En quienes se van y quienes se quedan. En quienes quieren volver y quienes se quieren ir. En quienes sueñan y en quienes lloran. En los cínicos y en quienes tienen esperanzas. En quienes son indiferentes y en quienes velan por los demás. En quienes celebran y en quienes gimen.

La tragedia es que la balanza se inclina hacia el lado de la indiferencia o la maldad. Por esto, porque en estos tiempos tan difíciles que nos ha tocado vivir, estoy convencida de que hay que celebrar los actos de hermandad, de solidaridad y de amor. Les he hablado en otras ocasiones de Tuti, mi hija especial. Ella va todas las semanas a un acto cultural que le fascina. Ahí se siente a gusto, porque todos la quieren. No sólo es bienvenida, sino celebrada e integrada. Dentro de ese grupo maravilloso de personas, hay dos en particular que le han dado amor, que la han incluido y a quienes quiero agradecer desde el fondo de mi corazón de madre. Son ellos Enrique Berrizbeitia y Carlos Bendahán. Tuti habla de ellos todo el tiempo y los días de verlos son una anticipación gozosa.

No se necesita mucho para hacer feliz a Tuti. Y en su discapacidad, como en todas las discapacidades, lo que le falta por un lado lo tiene con creces por otro: ella puede recibir y dar amor a raudales. Lo aprecia, lo entiende, lo transmite. No sé por dónde andará su edad mental, tal vez alrededor de los ocho años, pero es conmovedor escucharla mencionar a Enrique y a Carlos como si fueran sus contemporáneos. Como si fueran sus compañeros de juegos. Y como los amigos a esa edad, ellos entienden todo, saben todo, se compenetran en todo. Si alguien que no los conoce le pregunta a Tuti quiénes son ellos, su respuesta es contundente: “son mis amigos”.

Que dos adultos que tienen sus trabajos, sus familias, sus intereses y sus problemas se tomen ratos de su tiempo –cada vez más precioso en la Venezuela de hoy- para hacer feliz a una joven especial, es algo muy hermoso. Y si para Tuti ellos son sus amigos, estoy segura de que tanto Enrique como Carlos consideran que Tuti también es amiga de ellos y que además, no es distinta de otras amigas.

¿Cuándo volveremos los venezolanos a ser personas de amar a los semejantes, sin importar su condición?… Tal vez Enrique y Carlos tengan la respuesta…

 

@cjaimesb