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Américo Martín

Alejandro Armas Feb 25, 2022 | Actualizado hace 2 semanas
Lo que nos deja Américo Martín
La pérdida de ciudadanos como Américo Martín es trágica porque seguimos bajo un régimen que trata de ajustar nuestra historia a sus burdos esquemas de propaganda

 

@AAAD25

Siempre sentí fascinación por la política y cultura de los años 60 del siglo pasado. La década de la Nueva Ola Francesa y los inicios del Nuevo Hollywood. Del boom de la literatura latinoamericana. De la psicodelia de Cream y Jefferson Airplane. De la revolución sexual. Del alzamiento de los estudiantes en París y la Primavera de Praga. Y, en Venezuela, de la consolidación de la democracia, muy a pesar de los intentos de derribarla desde distintas fuentes.

Al principio, la mayor amenaza vino de los reaccionarios, molestos por el fin del gobierno militar de Marcos Pérez Jiménez. A esa especie pertenece la insurrección de Jesús María Castro León y el intento de magnicidio de Rómulo Betancourt, tramado por la tiranía dominicana. Pero mucho más prolongada y grave fue la amenaza de los marxistas que quisieron imitar a los barbudos de Sierra Maestra.

Se pensó por un tiempo que el peligro pasó cuando el Partido Comunista de Venezuela y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria decidieron deponer las armas en 1967, tras lo cual el primer gobierno de Rafael Caldera dio paso a la pacificación. Pero no fue así. Y no solo porque grupos marginales como Bandera Roja y la Liga Socialista siguieron recurriendo a la violencia en las dos décadas siguientes, sino además porque las corrientes más radicales tuvieron un papel protagónico en el origen de la calamidad política venezolana del siglo XXI, al captar para sus propósitos a jóvenes militares que formaron logias conspiradoras, luego devenidas en movimiento político. Una vez en el poder, construyeron la trama ideológica con la que el chavismo justificó sus acciones y, aunque duela decirlo, sedujo a las masas.

Pero entre los insurrectos también emergió un grupo alternativo que trató de construir una izquierda democrática, más a la izquierda de la socialdemocracia blanca, y que progresivamente se fue moderando y volviendo crítica del autoritarismo, sea cual sea su filiación ideológica. Personas como Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff y Argelia Laya. De estos, solo pude conocer al primero. Cronos avanza impertérrito y poco a poco acaba con esa generación de dirigentes.

Ahora le tocó a Américo Martín, a quien tampoco tuve el gusto de conocer. Solo lo vi una vez en persona, caminando como cualquier mortal por la Av. San Juan Bosco de Altamira. Pero siempre leía su columna de opinión en la edición física de Tal Cual, hasta que la misma desapareció por la censura indirecta que es el monopolio estatal sobre la importación de papel periódico. En ese espacio, así como en sus ocasionales entrevistas televisivas, me impresionó su sindéresis y afabilidad.

Me quedé con las ganas de compartir un café con él, como sí pude hacerlo con Pompeyo en un par de ocasiones en su modesto apartamento de Cumbres de Curumo. Hubiera sido una experiencia muy grata. Sé que no tiene mucho sentido lamentarse por la ley natural de la vida y la muerte, pero no puedo evitar sentir que la pérdida de ciudadanos como Américo Martín es trágica porque hacen falta personas que cuenten la historia, de manera testimonial, sobre lo que ocurrió en aquellos tiempos turbulentos de la década de los 60. Que, paradójicamente, fueron la época dorada de nuestro más prolongado experimento democrático, en términos de probidad gubernamental, crecimiento lento pero seguro de la economía y apertura para el ascenso social en un país históricamente pobre.

Lo digo porque seguimos bajo un régimen cuyo fin no se ve en el corto o mediano plazo, que sistemáticamente trata de reescribir nuestra historia nacional para ajustarla a sus burdos esquemas de propaganda.

Usando su hegemonía comunicacional, propagan esta versión distorsionada del pasado de una manera con la que es difícil competir.

Le ponen énfasis a las cuatro décadas de democracia que los antecedieron y que desde un principio se propusieron destruir, razón por la cual necesitaban denigrar de ella. En tal sentido, los guerrilleros de los 60 fueron héroes y mártires, aunque se estuvieran alzando para derribar, con apoyo de agentes extranjeros, gobiernos electos por el pueblo venezolano con amplia participación y condiciones limpias.

Así que, insisto, el testimonio de quienes fueron parte de aquello, pero luego entendieron el error que cometieron, es de un valor imponderable. Es un testimonio que no se envuelve a sí mismo en el manto épico y moral que el chavismo pretende darle, pero que tampoco omite los excesos cometidos en el combate a la sublevación.

Nos queda, por supuesto, su bibliografía. En el caso de Martín, queda en evidencia una evolución intelectual que da cuenta de la ruptura con el socialismo de corte marxista y una crítica a su principal impulsor en América Latina: el régimen castrista de Cuba.

A propósito, Fidel Castro jamás les perdonó a Américo Martín y similares el haber dejado la lucha armada. Desde la isla los tildaron de “traidores” que se pusieron al servicio del “imperialismo norteamericano”. Como nunca apoyaron al chavismo, este repitió los gruñidos habaneros.

Y en otro ejemplo más de la herradura política, el curioso fenómeno de una nueva extrema derecha venezolana que cree que oponerse al chavismo es abrazar un conservadurismo autoritario y paranoico estalla en ofensas y acusaciones infundadas con el mismo blanco. De Martín dicen que, hasta su muerte, fue un comunista impenitente que contribuyó con el ascenso de Hugo Chávez, sin importar la evidencia histórica monumental de lo contrario. Puras necedades, provocadas por el resentimiento irracional.

En cambio, quienes creen en la democracia valoran cuando uno de sus enemigos se redime y pasa a ser su defensor. En consecuencia, solo nos queda promover su legado, que consta principalmente en sus referidos textos. Es una cuestión de conocer la historia y explorar los dos lados de la política. Uno oscuro, violento y tiránico. Otro, luminoso, cívico y democrático. Américo Martín pasó del uno al otro.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Américo Martin y su irreverente pasión por Venezuela
La intensa formación cultural y política le permitió a Américo Martín forjarse una visión propia del tiempo y del espacio que le tocó vivir

 

@froilanbarriosf

La vocación de patria de Américo Martín le transmitió la energía necesaria que le acompañó durante toda su vida. La asumió y defendió en las difíciles circunstancias que confrontó en las diferentes etapas de su existencia, caracterizadas por su valentía, inteligencia y disposición a las tareas más adversas en función de lograr sus objetivos. 

Ese talante fortalecido a partir de una intensa formación cultural y política le permitió forjarse una visión propia del tiempo y del espacio que le tocó vivir, desde su adolescencia hasta su desaparición física. Su análisis político no obedeció a la tutela de liderazgo alguno; por el contrario, fue su fortaleza para sobrevivir a las torturas de la dictadura perejimenista y luego afrontar los dogmas que castraron a la izquierda latinoamericana, los cuales debió superar para reconocer equivocaciones y logros.

Con este bagaje teórico no vaciló en 1960 desafiar a la generación fundadora de Acción Democrática y fundar el MIR, cuya aureola lo acompañó en sus avatares políticos. Posteriormente se acogió a la política de pacificación del gobierno de Rafael Caldera iniciada en 1969 y rompió con el foquismo guerrillero castrista. 

La etapa de mayor esplendor de su liderazgo la desplegó en la fase de reconstrucción del MIR en la década de los 70, al ser candidato presidencial y destacarse en las brillantes jornadas que el partido librara en las universidades venezolanas. En el campus la Juventud del MIR pasó a ser la primera fuerza estudiantil universitaria, convirtiéndose en el dolor de cabeza del puntofijismo y del MAS de Petkoff, su competencia en la izquierda.

En ese periodo libró épicas batallas en el movimiento sindical al ganarle a la burocracia sindical adeca y al resto de la izquierda el sindicato SUTISS en Guayana; igualmente en los sindicatos petroleros de la Costa Oriental del Lago al ganar el Sindicato Petrolero de Lagunillas con la corriente sindical La Chispa. 

Si Moisés Moleiro fue un maestro de la ironía y el sarcasmo en el debate con el adversario en el Congreso Nacional, Américo fue un orador de fuste; el más destacado de la izquierda venezolana a través de un verbo flamígero y emotivo que contagiaba a quienes conocieron sus vibrantes discursos. 

Toda esta etapa de su trayectoria política confrontó la más dura prueba con la división del MIR, como manifestara Américo en su artículo Saber luchar, saber negociar, publicado el 12/4/2020 en el diario Tal Cual: “Enredados en hieráticas discusiones ideológicas, aquella generación, llamada a alcanzar la cima del liderazgo, sucumbió en medio de intransigencias recíprocas muy lamentables”.

Ello no impidió que continuara en su cabalgata por la democracia, como lo fue su participación en la mesa de negociación de 2002; allí se incorporó, por su valiosa trayectoria política, como asesor de la delegación opositora. 

El sacrificio de Américo a lo largo de su vida no fue en vano. Nos dejó una obra inmensa de análisis político de la Venezuela del siglo XX: sus memorias y artículos del presente siglo XXI frente a la dictadura que permanentemente cuestionó. Los mismos son una lección obligada para una clase política que no aprende de sus continuas pifias y disparates.

Para que veamos los misterios del destino, Américo Martín falleció el 17 de febrero de 2022, y su gran compañero de partido y fundador del MIR falleció el 16 de febrero de 2002. Mis condolencias a Nancy su esposa, a sus hijos, y a toda la familia, y a todos los venezolanos que lo reconocieron como una figura de primer orden en nuestro país.

*Movimiento Laborista.

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Américo, Henry, Lamartine y Weber
Aquel episodio de unos dirigentes preocupados por los libros es una buena imagen de uno de los desafíos que los partidos tienen hoy día

 

@juliocasagar

Bien lo dice Antonio Cortez, “cuando un amigo se va, comienza el alma a vibrar…”. La partida de Américo Martín nos ha puesto el alma a vibrar de recuerdos y saudades. Uno de ellos tiene la forma de una anécdota; una que calza muy bien en la intención de lo que, de todas maneras, estábamos pensando escribir esta semana.

Aquí se las cuento: debían estar corriendo los últimos años de la década de los 70 y comenzando los 80. El MIR, recién saliendo de las catacumbas a las que se condenó voluntariamente después de la aventura castrista, se sacudía de las profundidades y comenzaba a presumir de éxitos en la lucha legal.

Habíamos ganado todas las elecciones universitarias del país; tuvimos un resonante triunfo en las elecciones del sindicato del hierro en Guayana, donde Marco Aurelio Alegría y el propio Américo habían tenido un rol destacadísimo. De la misma manera, Gerásimo Chávez se hacía con la victoria del sindicato petrolero de Cabimas. Estrenábamos igualmente fracción parlamentaria y hasta Carlos Flores Conde (Pecho ´e Toro) se acomodaba en una poltrona del Consejo Nacional Electoral.

Era el momento de salir del cuchitril del edificio La Perla y buscar un mejor local. Por alguna razón, coincido con Américo y creo que Lino Martínez para ver una amplia casa de San Bernardino que estaba desocupada. En aquella casa había un cuarto atiborrado de peroles que tenían al basurero como destino. Allí entramos y esperándonos enfrente se veían tres preciosos volúmenes de la Historia de la Revolución francesa de 1848, de Lamartine. Los 15 años que me llevaba Américo me dieron la ventaja en el salto para ponerme en ellos a pesar de su refunfuño. Luego de leerlos y consultarlos muchas veces, aquellos tesoros fueron a parar como adorno (tenían unas portadas preciosas pues se trataba de una viejísima edición) en una mesita que aún está en la entrada de la casa.

Un día, varios años después, conversaba con mi paisano Henry Ramos Allup en el hemiciclo de la Cámara de Diputados. Me comentaba que estaba preparando un libro y que estaba necesitando consultar aquella obra de Lamartine y La ética protestante y el espíritu del capitalismo, de Max Weber que no conseguía. Le dije que tenía el último y callé sobre los volúmenes de Lamartine que, como ha quedado dicho, eran patrimonio de la sociedad conyugal y oficiaban de adornos en la mesita ya nombrada.

Al lunes siguiente, tomé el libro de Weber y lo metí en el maletín de las mudas de ropa para Caracas. Recuerdo que salí, me monté en el carro y allí mismo me dije “ya leí los de Lamartine; en manos de Henry, que está escribiendo un libro, tendrán mejor utilidad”. Sin consultar a María Mercedes los tomé y ahora los 4 volúmenes están en la biblioteca del paisano Ramos Allup. Por cierto, hace poco me sorprendió gratamente enviando una foto de ellos y de la nota con la que se los había obsequiado. No me equivoqué: los libros son seres queridos cuya partida no duele si sabemos que están bien cuidados.

¿Y este cuento que tiene que ver con la situación del país? Pues creo que bastante.

Veamos: hoy en día, los partidos de la oposición venezolanos han declarado, con sus bemoles y sus respectivas diferencias, que van a entrar en un proceso de relegitimación y revisión de sus organizaciones.

Se trata de una iniciativa plausible. No cabe duda de que la casi totalidad de estas formaciones políticas han entrado en una importante crisis de reconocimiento social y popular.

Ahora bien, lo más previsible es que aun cuando los partidos hagan grandes esfuerzos para revisar sus estructuras y la composición de sus direcciones políticas, va a ser muy difícil que lo que se exhiba como resultado delante de los venezolanos no sean más o menos las mismas caras de quienes hasta ahora han estado al frente de estas organizaciones.

Las razones para que tal cosa ocurra son muchas. Pero la más importante sin duda es que el clima de represión, persecución y hostigamiento del régimen contra los dirigentes naturales de los partidos opositores; el uso de la fuerza, los tribunales y el dinero oficial para descabezar y expropiar organizaciones han tenido un efecto importante en diezmar los liderazgos y en impedir el acceso natural de nuevas generaciones o el ejercicio efectivo de los dirigentes naturales.

Entonces, si sabemos que esta limitación es una realidad objetiva, bien deberían los partidos centrarse en la revisión no solo de sus estructuras y los nombres, sino también, y sobre todo, de sus líneas y tesis políticas; del balance profundo (hasta que duela) de sus aciertos y errores y en la construcción de una narrativa atractiva de nuevo para la gente.

En este proceso también debería ocupar (y aquí es cuando la anécdota tiene valor) un lugar preponderante la formación de los dirigentes y los nuevos líderes que puedan asegurar bien el relevo, bien la estabilidad de las organizaciones.

Aquel episodio de unos dirigentes preocupados por los libros, por la formación, por el acrecentamiento del acervo cultural, es una buena imagen de uno de los desafíos que los partidos tienen hoy día.

Un liderazgo formado produce un tipo de conducción distinto al de uno que ha sido formado aluvialmente. El fenómeno “alacrán” es una prueba fehaciente de la piratería y el método de caimanera sabanera con la que se ha reclutado militantes y dirigentes en el país.

Incluso, el espíritu crítico, tan necesario hoy en día en nuestra dirección política, se forma con mayor calidad y disciplina cuando los líderes se han formado y han tenido disciplina para el estudio y la elaboración teórica.

El propio Américo es un ejemplo singular de cómo un hombre bien estructurado, educado en la disciplina de la formación política, puede descubrir errores y rectificar. Toda la obra reciente de Américo es un maravilloso compendio de cómo la crítica debe asumirse y de cómo, a partir de esa crítica, se pueden producir virajes que impulsen nuevas realidades.

Ojalá este proceso de revisión interna de los partidos también concluya estimando este tema como esencial para tener nuevos partidos y nuevos liderazgos.

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#NotasSobreLaIzquierdaVenezolana | El Comandante Américo (V)
Américo Martín asumió su responsabilidad de muchos equívocos y despropósitos, improvisaciones y temeridades, terquedades y delirios de la lucha armada de los 60

 

@YsaacLpez

Cuentan versiones que el propio Fidel Castro supervisó y orientó al comando que debió desembarcar en las cercanías de Machurucuto en mayo de 1967. Un año antes, Luben Petkoff había dirigido otra incursión desde Cuba a las costas de Tucacas-Chichiriviche. Al despedir a los combatientes guerrilleros del MIR venezolano, Castro les obsequió un reloj y le envío uno a Américo Martín, por quien sentía especial simpatía.

Fueron Fabricio Ojeda, Américo Martín y Douglas Bravo, sucesivamente, las figuras que Castro concibió como sus homónimos, como Comandante Máximo de la Revolución venezolana.

Muchos son los análisis, testimonios y reflexiones sobre la insurgencia de izquierda de la década de los sesenta. Una cuestión parece quedar establecida desde los primeros intentos serios de explicación: la permanente indecisión interna de los partidos sobre la viabilidad de la lucha armada. La constante discusión sobre la pertinencia de la violencia signó todo el proceso.

Para los participantes más radicales, y aquellos que continuaron en rebeldía más allá de la “Política de Pacificación” desarrollada a partir de 1969, esa situación fue determinante en el resultado de la insurrección. 

Fue en Venezuela donde por primera vez en América Latina se utilizó el recurso de la guerrilla, asumida como norma de acción por los partidos políticos de izquierda. Así lo señala Luigi Valsalice en su obra pionera sobre el proceso de la lucha armada venezolana, publicada en el país con el título La guerrilla castrista en Venezuela y sus protagonistas 1962-1969 (Caracas, Centauro, 1979).

Uno de esos protagonistas, dirigente fundamental del MIR -ícono de la juventud rebelde venezolana de la época y uno de los partidos que asumieron la guerrilla como norma de acción-, fue Américo Martín (Caracas, 1938-2022) quien publicó hace una década dos tomos con sus memorias.

Señalado por los sectores radicales de su partido y fuera de él de capitular prontamente en el esfuerzo insurreccional, de cometer acciones indignas del liderazgo revolucionario, falsear la verdad de los hechos en el empeño de deslastrar su imagen de las responsabilidades en la violencia y adoptar posiciones contrarias al ideario marxista-leninista, Martín vuelve sobre esos y otros tópicos.

Revisión y arreglo de cuentas, despedida de la militancia política y social, el primero de los tomos de Américo Martín trata esencialmente de su participación en la resistencia a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1952-1958), y el segundo sobre su protagonismo en principales hechos de la política venezolana en la década siguiente, entre otros: la división del partido Acción Democrática y el surgimiento del MIR (1960-1961), el planteamiento de la lucha armada contra los gobiernos de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni a través de la guerra de guerrillas (1962-1968) y el proceso de pacificación que reintegró al grueso de los sectores alzados al debate democrático (1969).

Marcado por la justificación y la enmienda, por la necesidad de ubicación en la crítica a la izquierda nacional y a la Revolución cubana, por el presentismo y el rechazo al proyecto chavista en el poder en Venezuela, el libro presenta de entrada una valoración fundamental para entenderlo: la lucha armada fue “la aventura más valiente, sí, pero también más demencial emprendida por tantos jóvenes venezolanos.” El autor uno de ellos. Pero, nos dice: “Yo tenía 21 años y una sed infinita de grandeza” (p. 11).

Ya en 1978 con Alfredo Peña (Caracas, Ateneo de Caracas) y en 1982 con Agustín Blanco Muñoz (Caracas, UCV), Américo Martín había señalado a la lucha armada como un disparate, una trágica equivocación, uno de los errores más graves de la izquierda nacional. Tal valoración le valió desde entonces el rechazo y estigmatización por parte de los sectores radicales derivados del MIR y el PCV, quienes lo calificaron de traidor, reformista, integrado, revisionista, electoralista…

Blanco Muñoz refiere al presentar el testimonio de Martín: “el “libro abierto” de la vida de Américo: un permanente generar de polémica que le ha facilitado grandes elogios y acusaciones.” (Hablan 3 comandantes de la izquierda revolucionaria. 1982, p. 304). Una muestra en sus memorias de 2013: “La temperatura política venezolana llegó al clímax entre los años que van de 1962 a 1966. En ese período se sintió la insurrección armada que no llegó a serlo, pero sí parecerlo.” (83).

Y más adelante: “En ese espacio de tiempo que va de enero a julio estuve afectado o directamente envuelto en hechos que forman ya parte de la historia del país. Los principales fueron los alzamientos militares revolucionarios de las bases navales de Carúpano y Puerto Cabello y la prolongada huelga de hambre que protagonizamos en el penal, todo sobre una base tan alocada o ligera como ocurrió con buena parte de las decisiones que tomamos en esos años” (p. 84).

En La terrible década de los 60. Memorias II. 1960-1970, Martín repasa hechos como: el Pacto de Punto Fijo y la exclusión de los comunistas, la emergencia juvenil y universitaria, la división de AD, las relaciones entre el MIR y el PCV, la cercanía con líderes cubanos como Fidel Castro, Carlos Rafael Rodríguez, Blas Roca o Raúl Roa; el incidente con el embajador Moscoso en 1961 en la Universidad Central de Venezuela, la violencia venezolana de los años 1962-66, la influencia castrista en la insurrección, la represión gubernamental, los tiempos de encarcelamiento y la conmutación de pena otorgada por el gobierno de Rafael Caldera.

Américo Martín presenta su relación con líderes políticos venezolanos como Jóvito Villaba, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Jorge Dáger. Domingo Alberto Rangel, Moisés Moleiro y Simón Sáez Mérida, entre otros, de los cuales deja semblanzas, crónicas de hechos, recuento afectivo, anécdotas o explicaciones de separaciones y desavenencias. Dos nombres fundamentales de esta historia se extrañan en las valoraciones, nombres que habían merecido esclarecedoras referencias en otras revelaciones del memorialista: Gumersindo Rodríguez y José Vicente Rangel. Ahora apenas se les menciona.

Si en 1978 señalaba Martín: “El MIR fue un gran impacto nacional, empezamos a ganar elecciones sindicales. Se produjo la reacción del Gobierno y de A.D. Asaltaron sindicatos (se conoce el caso de Lagunillas), nos reprimieron brutalmente procurando detener los avances que teníamos en el movimiento obrero y estudiantil…” (Peña, Conversaciones con Américo Martín, 1978: 39); o “Mientras tanto, la izquierda ha visto cómo le destruyeron todas las organizaciones que había creado en los tiempos iniciales, después de la caída de Pérez Jiménez, y a las cuales me referí antes. Ha visto cómo le destruyen su influencia parlamentaria, cómo se liquidan sus vanguardias sindicales y de barrio, cómo le desvanecen su influencia en el campo. Rompen toda su estructura y encima de eso la ilegalizan.” (Blanco Muñoz…, 310).

Es decir, hay un enemigo político que no da tregua, que utiliza su poder para destruir, reprimir, asaltar, liquidar, desvanecer, ilegalizar, romper las nuevas estructuras partidistas. Se llama Acción Democrática, la misma de la cual su compañero de luchas Moisés Moleiro hará largo prontuario en El partido del pueblo (Crónica de un fraude) (Vadell Hermanos, 1978).

En cambio, en estas memorias de 2013 el mismo Américo Martín señala: “La explosiva lucha librada en los dos primeros años del gobierno de Betancourt ha despertado en los venezolanos un mayoritario sentimiento de paz y de rechazo a la violencia. El país exige la pacificación. Los medios, en su totalidad, le prestan tribuna a ese sentimiento. Y ahora el gobierno le ha tendido la mano a la oposición en todas sus tendencias. El ala moderada asiente inmediatamente y se une al deseo general de paz. Nos toca decidir a nosotros. ¿Responderemos con soberbia? ¿Perseveraremos en la fuerte confrontación en la que hemos estado envueltos? Doy fe de la solvencia y densidad de nuestro debate, pero un gusanillo de soberbia nos impidió llegar hasta las últimas consecuencias” (pp. 62-63). Y también: “…cuando ordenaron estas operaciones el MIR y el PCV no estaban jugando; estaban poniendo en marcha una guerra revolucionaria frente a la cual la otra parte reaccionó con fuerza equivalente a la desplegada por nosotros” (p. 108).

Alejado del discurso contundente de sus comparecencias con Peña y con Blanco Muñoz, de narración poco atractiva y con problemas en la exposición cronológica de los hechos, este tomo de memorias de Américo Martín se torna muchas veces superficial e insulso, con desviaciones del tema central e intentos de mostrarnos conocimientos literarios, con marcada intención reivindicadora de los aportes del sistema democrático a la vida nacional, y un afán por exaltar a figuras como Rómulo Betancourt, Rafael Caldera o Jóvito Villalba, en un todo de acuerdo a los discursos de la oposición al régimen en el poder en Venezuela.

Cambios y trasvueltas que no siempre lucen elegantes. Un tono conciliador y melancólico marca este escrito, en muchos de sus pasajes francamente insustancial. Es también comprensible, en aquellas entrevistas se tenía cuarenta y cuatro años, ahora se tienen setenta y cinco. El tiempo nos cobra a todos, la palabra no siempre vence frente a esa guadaña. Estandarizados como testigos perfectos, como las principales fuentes de aquella historia, es un imperativo para la comprensión de ese proceso político-social-cultural, es decir histórico, romper con la primacía de esos testimonios ampliando la revisión de materiales.

No sé si otras generaciones de políticos venezolanos han hablado tanto al país como la de los años sesenta. Un gran corpus biblio-hemerográfico existe de ellos y del proceso que los llevó desde enfrentar a la última dictadura de viejo tipo de la Venezuela contemporánea hasta intentar derrocar el proyecto reformista democrático que la reemplazó. Han dado su recuento durante tantos años al país que ya el mismo constituye un interesante motivo de investigación, parcial y precariamente aprovechado desde los estudios históricos o la reflexión política.

A la misma intención de estas memorias de Américo Martín pertenecen otras obras de militantes de izquierda como La invasión de Cuba a Venezuela. De Machurucuto a la Revolución Bolivariana, de Antonio Sánchez García y Héctor Pérez Marcano (2007), Sangre, locura y fantasía. La guerrilla de los 60 de Antonio García Ponce (2009), Conversaciones secretas. Los primeros intentos de Cuba por acabar con la democracia en Venezuela de Rafael Elino Martínez (2013) y Una vida en la izquierda. Memorias políticas de Víctor Hugo D´Paola (2014), entre otras. Todas critican el proceso de la lucha armada venezolana −en la que los autores participaron− evidentemente reaccionando a la apropiación que el proyecto chavista hizo de esa gesta. Posición absurda, de ningún aporte para la comprensión del proceso histórico y la madurez política de este país.

Los actores políticos de ayer recomponen su historia y ven el devenir continuo, aun rechazándolo, entre aquel proceso y este. Alberto Garrido, Pedro Pablo Linárez, Pastor Heydra o Antonio Sánchez García desde la investigación militante, pero también Héctor Pérez Marcano, Rafael Elino Martínez o Domingo Alberto Rangel desde el recuento nostalgioso coinciden en señalar como punto de unión a Fidel Castro. Falta hacen los historiadores que apliquen la crítica de testimonios.

Autor de una cantidad importante de libros que vale la pena leer cronológicamente para acercarnos a la reflexión de uno de los políticos más significativos de la izquierda venezolana, entre otros: Los peces gordos (1975); El Estado soy yo (1977), América y Fidel Castro (2001), o Socialismo en el siglo XXI ¿huida en el laberinto? (2007), es lamentable que esta despedida de Américo Martín sea también la firma del acta de defunción de aquel impetuoso, contestatario y revolucionario MIR que él contribuyó a fundar y también a disolver, asunto que estas memorias no tocan.

Sin embargo, algo fundamental y altamente estimable hay que reconocer en el antiguo líder mirico: nunca eludió su responsabilidad frente a los hechos de la guerrilla venezolana. Asumió su responsabilidad -como parte de la dirigencia insurreccional- de muchos equívocos y despropósitos, improvisaciones y temeridades, terquedades y delirios. Todo eso que también fue la lucha armada de los años sesenta.

Américo Martín. La terrible década de los 60. Memorias II 1960-1970. Caracas, Editorial Libros Marcados, 2013.

17 febrero 2022.

* Historiador. Profesor. Universidad de Los Andes. Mérida

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Américo Martín murió con la convicción de que el socialismo no existió ni existirá
El exparlamentario, abogado, escritor e intelectual venezolano falleció a la edad de 84 años. Con solo 15 años se incorporó a las luchas estudiantiles contra el perezjimenismo y se inscribió en AD en plena clandestinidad
«Resistir la tortura, algo tan difícil, esa mezcla de horror, impotencia y soledad», expresó en uno de sus libros de memorias. Fue víctima de ellas hasta la propia madrugada del 23 de enero de 1958, cuando observó desde una claraboya de la Cárcel Modelo de Caracas el júbilo por la caída de la dictadura 
Influenciado por la izquierda radical, tomó las armas y aceptó en la década de los 70 la pacificación propuesta por el primer gobierno de Rafael Caldera, lo que le permitió desarrollar una carrera política que lo llevó a ser congresista en el período entre 1978 a 1983
El dirigente político fue opositor al gobierno de Hugo Chávez desde sus comienzos.  Formó parte de la Coordinadora Democrática y fue miembro de la Mesa de Negociación y Acuerdos de 2002. En 2016, fue orador de orden en la AN con motivo del  205° aniversario del 5 de julio.  Instó desde allí a mantener la unidad «como premisa básica» 
 «Yo llegué a la conclusión de que el socialismo no existía en parte alguna, no habría existido ni existirá jamás nada parecido a lo que tenían en su cabeza Marx y Engels», declaró Martín a Tal Cual en una entrevista concedida en 2019

 

En 2016, fue el orador de orden de la sesión especial de la Asamblea Nacional con motivo del 205° aniversario de la firma del Acta de la Independencia, en donde instó a mantener la unidad «como premisa básica» y recalcó que el interés del país no podía sacrificarse «por orgullo personal».

 

En horas de la mañana del 17 de febrero se confirmó la muerte del político, escritor, abogado, exparlamentario e intelectual venezolano Américo Martín, a la edad de 84 años.

Con tan solo 15 años se incorporó a las luchas estudiantiles contra el perezjimenismo y se inscribió en Acción Democrática en plena clandestinidad, enfrentado a la furia represiva del régimen.

Martín llegó a ser encarcelado y conoció las brutales torturas en la Seguridad Nacional: palizas y corriente aplicada en la ingle para que delatara a sus compañeros de lucha, actos que describió hasta la misma madrugada del 23 de enero de 1958: «Resistir la tortura, algo tan difícil, esa mezcla de horror, impotencia y soledad», expresó en uno de sus libros de memorias. 

En esa fecha que marcó la transición a la democracia en su país, Martín pudo observar desde una claraboya de la Cárcel Modelo de Caracas  el estallido de gritos y banderas que celebraban la huida del dictador.

Influenciado por la izquierda radical, y al separarse de la tolda blanca  fundó junto con otros jóvenes el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que fue inhabilitado políticamente por el gobierno de Rómulo Betanocurt.

Es allí cuando inician la lucha armada que bien narró en su libro La terrible década de los 60, en donde describió sus años como comandante guerrillero y sus relaciones con Fidel Castro durante su permanencia en Cuba.

En 1971, el grupo aceptó la pacificación propuesta por el primer gobierno de Rafael Caldera, lo que le permitió a Martín desarrollar una carrera política que lo llevó a ser congresista en el período entre 1978 a 1983.

Martín se refirió a esos años de militancia radical en la izquierda y su posterior cambio en su último artículo de opinión publicado en Tal Cual el pasado 13 de febrero

«El asedio a los líderes de AD y la detención de mis tíos maternos me impulsan a asumir la política con ciega pasión. En el caso de un joven sin muchas experiencias vitales ese espíritu se identificaba con la resistencia y el supremo sacrificio. Entré de lleno en la vorágine y en ella permanecí en medio de los virajes impuestos por la realidad. Al llegar a los 7O años no tuve más remedio que tomarme las cosas con más calma y distancia. Razones físicas, sí, pero también un cansancio mental difuso», explicaba. 

Activa oposición al chavismo

El dirigente político fue opositor al gobierno de Hugo Chávez desde sus comienzos.  Formó parte de la Coordinadora Democrática y fue uno de los firmantes del decreto de Pedro Carmona Estanga tras los sucesos del 11 de abril de 2002, que terminaron con la salida provisional de Chávez del poder.

Asimismo, fue uno de los representantes de la sociedad civil en la Mesa de Negociación y Acuerdos de 2002, presidida por el expresidente de la Organización de Estados Americanos, César Gaviria, con la que se buscaba una salida política al conflicto en Venezuela. 

En 2016, fue el orador de orden de la sesión especial de la Asamblea Nacional con motivo del 205° aniversario de la firma del Acta de la Independencia, en donde instó a mantener la unidad «como premisa básica» y recalcó que el interés del país no podía sacrificarse «por orgullo personal».

En la misma alocución, exhortó a no satanizar el diálogo en el país.

«¿Por qué diablos en Colombia puedan negociar enemigos sumergidos en un guerra satánica de más de 52 años y en Venezuela, con pretextos banales, se desalientan negociaciones en busca de eventuales acuerdos? Naturalmente, hay diálogos serios y diálogos pocos serios. Los primeros son necesarios e inaplazables, los segundos, inaceptables (…) No hay razón para eludir un diálogo con la vista puesta en Venezuela», sostuvo entonces. 

Concluyó esa idea ratificando que dialogar en busca de acuerdos, «sin dejar los principios, puede ser la salvación de la humanidad o de un país»: « La flexibilidad política es infinitamente mejor que la intransigencia. Quien dialoga en serio, no pretenderá aplastar a otro. o engañarse, engañando al otro».

 

«El socialismo  quedó reducido a un nombre»

En una entrevista concedida al medio aliado Tal Cual en el año 2019, Martín opinó que en la actualidad era difícil hacer demarcaciones ideológicas como en el pasado, ya que después de la caída del Muro de Berlín  «prácticamente se murieron todas las ideologías duras, sin excluir al marxismo leninismo como filosofía, ni al socialismo como organización social».

Una frase en particular destaca de quien fuera un destacado militante de izquierdas: «Con la muerte de Mao Tse-Tung quedó claro que el socialismo había quedado reducido a un nombre, que en esencia no había tal socialismo».

«En mi libro ‘El Socialismo del siglo XXI: huida en el laberinto’ analizo qué es China, qué es Venezuela y qué es Cuba. Por supuesto, no es nada de lo que supuso Marx que podía ser, ni lo fueron la Unión Soviética, ni China. Yo llegué a la conclusión de que el socialismo no existía en parte alguna, no habría existido ni existirá jamás nada parecido a lo que tenían en su cabeza Marx y Engels. El socialismo es un imposible en esos términos», expresó entonces.

En esa conversación, también sostuvo que el actual gobierno no creían que la ideología socialista funcionaba, pero que continuaban defendiendo su «derrota».

El más carismático dirigente de su generación

Dirigentes políticos expresaron su pesar por la muerte de Martín. El expresidente del Consejo Nacional Electoral, Andrés Caleca, lo definió como el dirigente más carismático de su generación: «Brillante, valiente, honesto política y personalmente. Me honró con su amistad, el país pierde mucho son su partida», comentó en su cuenta en Twitter.

Ramón Guillermo Aveledo, exsecretario de la Mesa de la Unidad Democrática, destacó la «valentía para rectificar» de Martín, así como su «terca insistencia en la unidad y su compromiso con la democracia».

El periodista Alonso Moreiro  comentó que Martín era un político poco común: «Lector disciplinado, creativo, trabajador, honrado, un excelente orador, con una pluma fecunda».  Lamentó que no hubiese podido ver «el final de esta tragedia»

Por su parte, el politólogo Guillermo T. Aveledo recordó que Martín mantuvo una posición frontal contra el chavismo «y sin ambages desde el primer momento».

Entretanto, John Magdaleno escribió en su Twitter que  Martín era optimista respecto al futuro de Venezuela.

Mar 15, 2018 | Actualizado hace 6 años
Rómulo visto por Américo, por Carlos Canache Mata

 

Américo Martín hizo una importante exposición sobre Rómulo Betancourt el pasado 22 de febrero, fecha natalicia del gran líder. El título que dio a sus palabras fue “¿Por qué Rómulo Betancourt predominó sobre sus compañeros de generación?”.

En su primer exilio, durante el auge de la URSS, pasa por el Partido Comunista de Costa Rica, cuyos éxitos políticos y organizativos “se atribuyeron a la presencia en sus filas del joven exiliado venezolano Rómulo Betancourt” (Manuel Caballero, La Internacional Comunista y la Revolución Latinoamericana, pág. 91). Dijo Américo, en su enjundiosa disertación, que, al romper con esa militancia, en la lucha “contra esa onda avasallante” del determinismo marxista existente en la conciencia de la izquierda, “se levantó casi como gladiador solitario, Rómulo Betancourt…y lo hizo con cuerpo y alma, soportando a muy temprana edad complejas responsabilidades y brutales agresiones”. Martín añadió que los comunistas “no pudiendo soportar la audacia teórica de Rómulo, vertida cuatro años después en el Plan de Barranquilla (1931), optaron por enfrentarlo”.

Ese Plan, que Mariano Picón Salas comparó con la Carta de Jamaica (“una exageración de un calificado escritor que, sin embargo, entrevía el gran potencial de Betancourt”, glosa Américo), es de “índole reformista” y de evidente “rechazo al maximalismo de los extremistas”. En efecto, después de caracterizar la organización político-económica semifeudal y la penetración y explotación capitalista extranjera en el área petrolera, el Plan propone un programa mínimo,  en el que plantea las libertades y garantías democráticas; el control estatal de las industrias que, por su carácter, son monopolios de servicios públicos; y la revisión y expedición de “las leyes necesarias para resolver los problemas políticos, sociales y económicos que pondría a la orden del día la revolución”. Era el comienzo de la identificación con el pensamiento socialdemócrata.

El tema de esa identificación, recordó Américo en sus palabras, dio origen a una “polémica en el diario El Universal entre Carlos Canache Mata y yo”, porque él la negaba, mientras mi opinión era contraria. En realidad, fue posteriormente que Acción Democrática se afilió a la Internacional Socialista (socialdemócrata) y, por eso, acertadamente dijo Américo en su disertación que “sin embargo, al entrar al fondo del asunto se descubrirá que en esencia ese partido era y es socialdemócrata”.

Al hacer un símil entre Rómulo y Jóvito, Américo dijo que el primero privilegió la organización, y el segundo la tribuna: “tribuna o partido … la historia al final, puesta a decidir, ha escogido al partido más que a la tribuna”. Y si la organización se acompaña con la palabra, mejor.

     

La onda represiva de Maduro dejó en pañales a la de Pérez Jiménez

@franzambranor 

HASTA LA SEMANA PASADA, el Foro Penal contabilizaba 308 presos políticos, la mayor cifra desde la era “democrática” en Venezuela, solo dictadores como Marcos Pérez Jiménez, quien colocó tras las rejas a casi tres mil personas y Juan Vicente Gómez, famoso por sus métodos de tortura en la extinta cárcel de La Rotunda, superan a Nicolás Maduro en lo que respecta a privación de libertad por disentir.

Aunque parezca mentira dirigentes políticos que estuvieron presos durante el régimen de Pérez Jiménez (1953-1958) coinciden en que la represión hoy en día emprendida por el sucesor en Miraflores de Hugo Chávez es mayor y más cruenta.

Si bien el fallecido dictador que participó en el derrocamiento del presidente Rómulo Gallegos en 1948 y posteriormente se benefició del asesinato de Carlos Delgado Chalbaud para adueñarse de la silla presidencial, mandó con mano de hierro, persiguió y torturó a sus adversarios empleando a la temida Seguridad Nacional (la abuela del Sebin), nunca ordenó a sus subalternos arremeter contra la sociedad civil en masa y menos robar a los transeúntes en la calle.

“La de antes era una represión selectiva , iban contra ciertos líderes de partidos como Acción Democrática y el Partido Comunista y en menor medida contra Copei y URD”, dijo Americo Martín, preso político de la época perejimenizta.

Martín comenzó su lucha a la temprana edad de 15 años y cuando el dictador huyó a bordo del avión denominado “La Vaca Sagrada” se encontraba en la cárcel de El Obispo en El Guarataro, compañeros estaban distribuidos entre La Modelo en Catia, el campo de concentración de La Guasina en el Delta del Orinoco y los calabozos de la Seguridad Nacional, dirigidos por el policía con ínfulas de Joseph Goebbels, Pedro Estrada.

“En el presente la represión es colectiva, la sociedad civil no estaba inmiscuida en la lucha como ahora. Los políticos perseguidos eran desconocidos. La Guardia Nacional actuaba con peinillas y en un menor grado con bombas lacrimógenas, no había perdigones, ni metras”, agregó el padre de la actriz María Alejandra Martín y una de las voces principales del documental “Tiempos de Dictadura” de Carlos Oteyza.

Américo-Martín

Americo Martín

Para Enrique Aristeguieta, la violencia emprendida por los cuerpos de seguridad del Estado en la actualidad es mayor a la vivida en sus tiempos de combate versus Pérez Jiménez.

El miembro de la Junta Patriótica que derrocó al dictador el 23 de enero de 1958 asomó que Nicolás Maduro dejó en pañales a Pérez Jiménez en su afán por reprimir a los venezolanos a diario.

“No hay punto de comparación, esto es peor que la época de Boves, no se si Maduro sepa quien es Boves, por cierto”, soltó.

“Boves era un hombre para destruir, no un hombre para edificar”, dijo en una oportunidad el arzobispo Narciso Coll y Prat y para Aristeguieta esta frase podría aplicarse perfectamente al autodenominado “Presidente obrero”.

“La represión ahora es más cruenta, hay más saña, la cantidad de muertos es impresionante, los torturados y detenidos están en todos lados, los presos políticos antes eran remitidos básicamente a San Juan de Los Morros, hoy en día cualquier calabozo sirve para confinar a un reo de conciencia”, apuntó.

“Ahora se meten en apartamentos, allanan sin una orden, se llevan a gente con total impunidad, no es que no lo hiciera la Seguridad Nacional, pero es un patrón muy terrible y algo que no se había visto desde Rómulo Betancourt”.

El historiador Elías Pino Iturrieta tampoco logra ubicar la onda represiva de Nicolás Maduro en ningún momento de la época republicana venezolana. “La represión ahora es mayor, cuando Antonio Guzmán Blanco la represión se limitaba a un grupo de caudillos como una manera de ejercer el control. Cuando el Gomecismo predominaba el terror, si se sabía de alguien que adversaba a la dictadura iba a parar de una vez a La Rotunda, no habían manifestaciones masivas como ahora, la rebelión se remitió a esa llamada generación del 28, alrededor de 200 estudiantes presos y algunos en el exilio”, manifestó.

Pino Iturrieta consideró que a diferencia del perejimenizmo, la protesta hoy es a lo largo y ancho del país. “Él tenía la Seguridad Nacional, por supuesto que hubo persecuciones y atrocidades, pero tampoco la sociedad participó como lo está haciendo ahora. Básicamente estaba focalizada entre adecos y comunistas”.

Aristeguieta advierte que los utensilios empleados actualmente por los órganos represores poseen mayor contundencia y algunos están prohibidos en convenios internacionales de derechos humanos.

“La Guardia Nacional no salía a reprimir con armas como ahora, antes era puro machete y peinilla, salvo el 21 de enero que si hubo disparos”.

“En la democracia representativa hubo torturas, estudiantes desaparecidos, guerrilla. Pero ahora la represión es única y excepcional, en todos los rincones del país, sin taparse la cara, a grandes escalas”, esbozó Pino Iturrieta autor de los libros “Venezuela metida en cintura” y “País Archipiélago”.

“Parece que los efectivos no fuesen venezolanos y que disfrutaran reprimir y golpear a la gente, se comportan como cubanos”, salió al paso Aristiguieta.

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Enrique Aristeguieta

Martin sentenció que pese al asfixiante régimen en los cincuenta habían ciertas concesiones y se respetaban preceptos establecidos en la Convención de Ginebra.

“El tratamiento era inhumano, pero yo pude fundar una catedra universitaria en la cárcel del Obispo, en la que estuve hasta que cayó Pérez Jiménez, pero otros lideres como Hilarión Cardozo podían recibir visitas”.

“Esto que sucede ahora no tiene precedente, se desconocen las reglas del juego, la sociedad civil está completamente rodeada, hay mucha incertidumbre”, confesó Pino Iturrieta.

Martín expuso que aunque a Pérez Jiménez lo terminó tumbando una alianza cívico-militar, los uniformados le temían y tenían respeto porque era un profesional de carrera formado y graduado con honores.

“Pérez Jiménez se veía muy solido en las Fuerzas Armadas, tenia prestigio, los descontentos en el seno de los militares no se dejan ver, Maduro en cambio tiene que darle concesiones materiales a los militares para que lo acompañen en su locura”.

Martín también estableció otro punto de comparación entre los dos dictadores, uno que podría detonar una salida a la presente crisis.

“El escenario era distinto cuando Pérez Jiménez, la OEA era cómplice de las dictaduras en Latinoamérica, la Guerra Fría era favorable al régimen, los países se dividían entre los que apoyaban a la Unión Soviética y el resto, Estados Unidos se hacia de la vista gorda en ese entonces. Pérez Jiménez no tenía que disimular nada”.

Martín dice que ahora es más difícil disfrazar a un régimen vertical como el venezolano de democracia. “La globalización y la presión internacional hace que estos sistemas se vean más encerrados, Chávez hacia elecciones para hacerse ver democrático, vamos a ver si Maduro se atreve a cambiar las reglas del juego y ponerse el traje de tirano definitivamente”.

Para el analista, Maduro con su propuesta de Asamblea Nacional Constituyente destila mayor desfachatez. “Incluso Pérez Jiménez respetó la Constitución de 1952, la usó a su conveniencia por supuesto pero se asió a los parámetros, este (Maduro) quiere cambiar la que hizo su padre político porque ya no le sirve”.

Martín considera que el papel de las FAN es fundamental en una eventual transición hacia la democracia.

“Por lo que a mi compete, los militares podrían hacer dos cosas, la primera es no prestarse a reprimir, desobedecer las ordenes que le dan sus superiores y la segunda presionar al gobierno para que se de una salida en sana paz”.

Tanto Aristeguieta como Pino y Martín coinciden en que a la administración madurista lo único que le queda es la violencia y el apoyo militar y en ese sentido la dirigencia adversa debe capitalizar las oportunidades.

“La oposición está en un momento estelar, ha recuperado el crédito que había perdido, tienen un liderazgo excepcional, pero la magnitud de la crisis podría hacerle perder los hilos”, indicó Pino Iturrieta.

“El sacrificio de los estudiantes ha sido mucho, no soy quien para evaluar la estrategia de la oposición, pero aun creo que la salida debe ser electoral, considero que la oposición debe aprovechar al máximo el lobby internacional que tiene y la exposición que le puedan dar los medios independientes que quedan”, agregó Martín. “La presión es tanta que hay sanciones contra funcionarios del gobierno de Maduro, como la que se dio recientemente a los magistrados. Dentro del propio gobierno hay fracturas

Para la salida hay que buscar mecanismos corporativos, electorales, pacíficos y constitucionales”.

“Creo que la dirigencia opositora ha tenido un papel protagónico, pero tal vez ya sea la hora de cambiar de estrategia, porque basta de muertes, eso no se justifica. Prefiero ser historiador que pronosticador, pero creo que al final de este cuento las Fuerzas Armadas podrían tener un papel protagónico”, concluyó Aristeguieta.

El discurso de Américo Martín en la AN en 10 frases

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El político, abogado, ex parlamentario y ex guerrillero, Américo Martín, se convirtió este martes 5 de julio en el orador de orden de la sesión especial de la Asamblea Nacional con motivo del 205° aniversario de la firma del Acta de la Independencia.

Durante su discurso, Martín se refirió al referendo revocatorio y señaló que este era innegociable.

A continuación, las frases más importante pronunciadas por Martín en el hemiciclo:

1.- «El 5 de Julio no puede ser una fecha dirigida a fomentar la división».

2.- «Mantener la unidad es la premisa básica de cualquier cosa».

3.- «El interés del país no puede sacrificarse por orgullo personal».

4.- «El nacionalismo y el radicalismo, con frecuencia, fortalecen a quien quieren destruir».

5.- «El revocatorio es una causa popular, por lo cual debe respetarse y no obstaculizarse (…) El referendo revocatorio es innegociable (…) El alud de firmas le pertenecen a quienes lo suscriben. Vayan a entenderse con cada uno de los venezolanos».

6.- «¿Por qué diablos en Colombia puedan negociar enemigos sumergidos en un guerra satánica de 52 años y en Venezuela, con pretextos banales, se desalientan negociaciones en busca de eventuales acuerdos? Naturalmente  hay diálogos serios y diálogos pocos serios. Los primeros son necesarios e inaplazables, los segundos, inaceptables (…) No hay razón para eludir un diálogo con la vista puesta en Venezuela».

7.- «Dialogar en busca de acuerdos, sin dejar los principios, puede ser la salvación de la humanidad o de un país. La flexibilidad política es infinitamente mejor que la intransigencia. Quien dialoga en serio, no pretenderá aplastar a otro. o engañarse, engañando al otro».

8.- «Dios no podía estar a favor de un sistema absolutista. No prosperará en Venezuela la tesis de dos iglesias, la de los ricos y la de los pobres, como se intentó en Cuba».

9.- «Los organismos internacionales de defensa de Derechos Humanos son amigos, no enemigos».

10.- «La tragedia social de Venezuela reclama cambios inmediatos».