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Adolf Eichmann

¿Esto se refiere a ti...?, por Orlando Viera-Blanco

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No creo en hacedores de fronteras borrosas entre “víctimas y verdugos”

 

De Abril a Junio de 1961, Arendt asistió como reportera de la revista The New Yorker, al proceso contra Adolf Eichmann en Jerusalén. De ahí surgió su libro más conocido y discutido, Eichmann en Jerusalén, con el subtítulo, Un informe sobre la banalidad del mal. Arendt abría un boquete en el debate sobre la moral colectiva, sobre la verdad de la razón vs. la verdad de los hechos. ¿Actuó el oficial Nazi de manera consciente y reflexiva en la comisión de sus crímenes o bajo órdenes burocráticas fuertemente vigiladas para ascender profesionalmente [banalización]?

Según Arendt, Adolf Eichmann no poseía características antisemitas ni rasgos de una persona de carácter retorcido o mentalmente enferma. Era un simple burócrata que cumplía órdenes sin reflexionar sobre sus consecuencias. Para Eichmann todo era realizado con celo y eficiencia, y no había en él un sentimiento de “bien o mal” en sus actos. Para Arendt, Eichmann no era el “monstruo”, el “pozo de maldad” considerado por la mayor parte de la prensa. Los actos de Eichmann no eran disculpables, ni él fue inocente, pero era un operario dentro de un sistema basado en los actos de exterminio. La tortura, la ejecución de seres humanos o la práctica de actos “malvados”, no son considerados a partir de sus efectos o de su resultado final, con tal que las órdenes para ejecutarlos provengan de estamentos superiores-sic-.

Esta idea ha sido sumamente debatida a partir de la publicación de su obra. Sobre la base de la verdad de los hechos, en un artículo de la revista británica de psicología The Psychologist, S. Alexander Haslam y Stephen Reicher argumentan que los crímenes a la escala que Eichmann, no pueden ser cometidos por “personas corrientes”. Las personas que cometen ese tipo de crímenes “se identifican activamente con grupos cuya ideología justifica y condona la opresión y destrucción de otros”. Es decir, saben que están cometiendo un crimen, pero encuentran un modo de justificarlo … Eichmann fue encontrado culpable por genocidio, y sentenciado a morir en la horca (1961).

Pero el debate se complicó cuando Arendt cargó contra judíos “colaboracionistas”, por el papel de “los consejos judíos” que habrían obtenido de los nazis un “enorme poder sobre la vida y la muerte”. En los campos de exterminio las entregas directas de las víctimas eran realizadas por esos consejos. Hecho condenado por rabinos e intelectuales hebreos, “como el capítulo más oscuro de la historia de los judíos”, pero sobre lo cual no era prudente prejuzgar. “Esto era espeluznante más no un problema moral”. Así lo sentenció Gershom Sholem, prestigioso filósofo, cabalista e historiador judío. Meses después de la publicación del libro [de Arendt], Sholem echaba de menos un juicio equilibrado sobre la actuación de los Consejos Judíos. Cito: “En los campos se destruía la dignidad de las personas y tal como dice usted misma [Arendt], se las llevaba a colaborar en su propia destrucción. ¿Por eso debe estar borrosa la frontera entre víctimas y verdugos? ¡Qué perversidad! ¿Debemos decir que los mismos judíos «participaron» en el asesinato de judíos?”

A lo que vamos. Hemos “institucionalizado” el “colaboracionismo” para referirse a una oposición “cómplice” al gobierno. ¡Cuidado! No pretendo una discusión moral sobre la actuación de algunos líderes de oposición, porque es un juicio que no nos compete (habiendo protestado o habiendo permanecido en casa). Aquellos que juzgan a opositores-cómo lo hizo Arendt a los consejos judíos-lo hacen desde un palco ético de pretendida superioridad, que desestima la vileza del verdugo y su ruindad, haciendo esas acusaciones, muy injustas por imprudentes, inciertas y divisionistas. Llamar traidor a la oposición por llamar a votar, es una imputación asida de una moral colectiva inexistente. Nadie puede acusar de cómplices a actores políticos de oposición por proponer salidas sufragadas, atribuyéndose [los tartufos del patíbulo], la verdad absoluta de una “última solución”. Como predijo Scholem, “hacer borrosa la frontera entre víctimas y verdugos”,es una insensatez. ¿Podemos decir que la oposición es “participante” de los asesinatos de Venezolanos? ¡Cuidado con escupir al cielo!

La propia Arendt reconoció en su libro “This means You”/Esto se refiere a ti, que el judaísmo moderno debe aferrarse a su auténtica tradición, y dejar el afán de sustituir a Moisés y David por Washington y Napoleón. Los judíos no pueden “rejuvenecerse” a costa de no judíos. Arendt reivindica que se haga del judaísmo una “consagración”, un arma en la lucha por la libertad. Lo mismo toca decir a opositores que quieren “rejuvenecer” actuando como no-opositores (tanto o más radicales e hirientes que el chavismo). Tenemos que adoptar una posición auténtica, conservadora, congregacional. Los judíos lo comprendieron. En la unidad de su pueblo, en la prudencia y comprensión de los episodios más oscuros de su historia, está su supervivencia. No creo en la banalización del mal (obediencia debida eximente), pero tampoco en hacedores de fronteras difusas entre “víctimas y verdugos”. Tengo claro quién es el bárbaro, como tengo claro que los trapos sucios se lavan en casa.

 

@ovierablanco

Los chavistas y la filosofía kantiana por Andrés Volpe

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En 1961, Eichmann, oficial nazi responsable de llevar a cabo el Holocausto, confesaba frente a un tribunal israelí que la filosofía kantiana siempre había guiado sus acciones. Hannah Arendt, una de las más importantes filósofas del siglo pasado y estando presente en el juicio, expresaba entonces incredibilidad al describir al oficial nazi como un hombre de modestos dotes intelectuales y como el último ser que pudiera tratar de guiar su vida de acorde a los altos preceptos morales de la filosofía kantiana. La monstruosidad de sus crímenes impedía que se tomaran en serio sus declaraciones, ya que los genocidas eran bestias brutas incapaces de desarrollar el entendimiento sutil de las cultas ideas de la filosofía alemana. Los criminales, se creía y quizás aún se crea, no filosofan.

Sin embargo, el juez Raveh, al escuchar semejante declaración, decidió interrogar a Eichmann sobre el asunto. Conocer el razonamiento de un genocida que aplicaba el imperativo categórico kantiano al cometer crímenes contra la humanidad era un asunto sumamente interesante o indignante para dejarlo pasar desapercibido.

Fue así como Eichmann proporcionó una definición del imperativo categórico que se adaptaba fielmente a las tres formulaciones, diciendo que su observación sobre Kant se refería a que el principio motivador de su voluntad siempre debía ser aquel que pudiera convertirse en el principio motivador de leyes universales. Esta declaración eliminaba cualquier duda que pudiera tenerse sobre el conocimiento que tuviera Eichmann sobre la filosofía kantiana. Ahora bien, él continuó diciendo que cuando le fue asignada la misión de llevar a cabo la solución final supo que no podría regir su vida de acorde al imperativo categórico, porque, según escribe Hannah Arendt en su obra, ¿qué criminal quiere que las leyes le otorguen el derecho a los demás de robarlo o asesinarlo? El criminal nunca podría, se asume racionalmente, desear que toda la sociedad se convierta en lo que él es, ya que entonces correría el mismo peligro de sus víctimas y podría pasar de victimario a víctima en cuestión de momentos. El criminal necesita del orden legal del Estado, tanto como todos los demás ciudadanos.

Esta contradicción fue reconocida por Eichmann y confesó que, mientras enviaba a millones de judíos a la muerte, se decía a sí mismo que ya no era dueño de sus propias acciones y que era incapaz de realizar un cambio en su situación, debido a que él le debía absoluta obediencia a Adolf Hitler y su régimen. Eichmann se veía a sí mismo como una pieza más de las muchas que conformaban la máquina de terror que era el Estado Nazi, reconociendo haber vivido durante un periodo en el cual ciertos crímenes habían sido legalizados por el Estado. Él no tenía ningún poder para impedir el genocidio. Eichmann argüía entonces que su voluntad había sido anulada por la obediencia debida a Adolf Hitler y, por lo tanto, le había sido imposible disfrutar de la capacidad de actuar de acuerdo a preceptos kantianos. Le era imposible ser un legislador universal.

Es en este momento cuando Hannah Arendt escribe brillantemente que Adolf Eichmann, quizás sin ser consciente de ello, deformó el imperativo categórico kantiano para dar paso a algo macabro, propiciándole la muerte no solo a millones de personas, sino también a cualquier idea sobre el individualismo: el imperativo categórico del Tercer Reich. Esta formulación puede leerse como el deber de actuar de acuerdo a como actuaría el Führer o, actuar de una manera que, de el Führer ver tus acciones, éstas serían aprobadas por él. Por lo tanto, bajo este argumento, el líder del régimen se convierte en el legislador universal.

Esta distorsión del imperativo categórico hace posible que en regímenes criminales, el asesino que actúa bajo el mandato de la ley sea considerado como un ciudadano respetuoso de esta, ya que los crímenes que se llevan a cabo han sido legalizados por el Estado. Es por esto que,  durante su juicio, Adolf Eichmann siempre insistió en haber sido un hombre que cumplió con su deber cabalmente, así como considerarse a sí mismo como un ciudadano respetuoso de la ley. Su obediencia frente al legislador universal de la Alemania nazi, Adolf Hitler, había sido siempre impecable y como prueba nos queda la memoria del Holocausto.

¿Cuántos chavistas que ahora cometen crímenes contra los venezolanos dirán, cuando todo acabe, que ellos solo actuaron de acorde a la legalidad del Estado revolucionario? ¿No da el Tribunal Supremo de Justicia sesudas interpretaciones legales que, dentro de la lógica chavista, se adaptan al deseo del legislador universal revolucionario, pero que a la vez cercenan los derechos naturales que garantizan la libertad y la vida? Hay que admitir, junto con todas sus consecuencias, que en Venezuela se vive, así como lo dijo Adolf Eichmann alguna vez sobre Alemania, un periodo en el cual los crímenes que ayuden al régimen a mantenerse en el poder han sido legalizados.

Un ejemplo reciente de este fenómeno fue el que vivió María Corina Machado al no poder postular su candidatura para las próximas elecciones parlamentarias. En este caso, más allá de las razones obvias, la explicación oficial dada por el Consejo Nacional Electoral al negarle el derecho de postularse fue que ella no contaba con la planilla necesaria que es emitida por el ente electoral. Así las cosas, podría decirse que el burócrata que le impidió la postulación actuaba de acorde a los deseos del legislador universal revolucionario. Pero, ¿sería esto una explicación satisfactoria para la realidad que busca esconder esta conducta? ¿Hubiese podido Eichmann argumentar que él siempre cumplió perfectamente con los reglamentos que regulaban el procedimiento de traslado de los judíos hacia los campos de concentración como defensa contra el crimen que cometía al obedecer la ley del régimen nazi?

Otro ejemplo sería el fenómeno que puede apreciarse al ver cómo todos los burócratas del Estado chavista siguen aplicando las disposiciones económicas que están llevando no solo al país a la ruina, sino a todo un pueblo hacia el hambre y la muerte. ¿Podría el burócrata que llevó a cabo la expropiación de los galpones de distribución de alimentos de la Polar argumentar su inocencia ya que él solo estaba cumpliendo con la ley? ¿Podría él decir que su inocencia se debe a que él siempre actuó de acuerdo a un principio filosófico de obediencia hacia el legislador universal, incluso sabiendo que eso ponía en riesgo el abastecimiento de alimentos en el país?

Surge, además, una interrogante mucho más importante. ¿Cuántos, entre los burócratas chavistas, argüirán que ellos no tenían ningún poder para cambiar las cosas? ¿Cuántos Guardias Nacionales se consuelan a sí mismos, luego de disparar contra un ciudadano que protesta pacíficamente, con el pensamiento de que ellos no tienen ninguna manera de cambiar el régimen que le da unas órdenes que, es posible, no quieran cumplir? ¿Qué diferencia hay entre un Adolf Eichmann que organizaba la logística que hizo posible el Holocausto y el Guardia Nacional Bolivariano que organiza las colas a las afueras de los supermercados venezolanos? ¿No puede decir el Guardia Nacional, al igual que Adolf Eichmann, que él solo seguía órdenes y que solo trataba de desempeñar su labor de la manera más eficientemente posible?

¿Cuántas personas hoy en día en Venezuela aplican el imperativo categórico del Tercer Reich, tal como lo hizo Adolf Eichmann al enviar a millones de personas a la muerte, sin percatarse de ello?

@andresvolpe

El Nacional