Como dice la CEV, «Abstenerse no basta». Foto portada de la Revista SIC Nro. 827 ¡Habló la CEV!, del Centro Gumilla.
Esta frase en un documento de la Conferencia Episcopal Venezolana, puso a reflexionar a muchos en el país, pero básicamente a las fuerzas que habían resuelto no participar en el proceso electoral convocado por el CNE de Maduro para el 6 de diciembre, al juzgar que no se daban las condiciones jurídicas ni políticas para hacerlo.
Así las cosas, tanto los partidos, como sectores de la sociedad civil comenzaron a dar sus opiniones sobre el particular. En medio de esta discusión, aparecieron argumentos que venían siendo sostenidos desde hace tiempo por grupos provenientes de la academia y del foro venezolano. Particular atención merece el trabajo realizado por La agrupación Alianza Nacional Constituyente Originaria (ANCO) coordinada, entre otros por Enrique Colmenares Finol, Blanca Rosa Mármol y Luis Aguana. Esta agrupación venía planteando desde hacía meses la realización de una “Consulta popular plebiscitaria vinculante”, como un mecanismo para orientar los esfuerzos de la sociedad venezolana en la lucha por promover un cambio político en el país.
Como resultado de ese debate, la Asamblea Nacional acordó la realización de una consulta popular y las dos preguntas que se harían a los venezolanos. Con base a ello, el presidente Guaidó ha convocado al país a cumplir la tarea.
Esta iniciativa obviamente genera muchas interrogantes. Se trata de una actividad en medio de las difíciles condiciones sociales y humanitarias que estamos viviendo. Habrá quien piense, con legítima preocupación, que no hay condiciones para hacerla y que en esas circunstancias podría ser riesgoso seguir adelante.
Lo repetimos, ciertamente es una apuesta arriesgada. No trataremos de argumentar ninguna justificación épica de las del tipo: “Si la naturaleza se opone lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”. Solo argumentaremos una tesis que es, a nuestro juicio, básica en la política. Las iniciativas son para ponerlas a prueba y las ideas para luchar por ellas. Las ideas solas nunca han ganado batallas, las ganan cuando se hacen carne, hueso y sangre de hombres y mujeres concretos. La política solo se prueba “probándola”, así como los franceses dicen que “la preuve du gateau c´est qu´on le mange”.
Un dirigente político debe sabe cuál es el justo medio entre el voluntarismo, ese vicio que consiste en tomar los deseos por realidades y creer que la luna es pan de horno porque la vemos redonda, y la necesidad de intentar que la realidad mute porque ponemos una política en la calle y luchamos por ella para que ese cambio se produzca. En efecto, el papel de un líder no es adaptarse a la realidad, sino transformarla.
Por supuesto que ello demanda trabajo y no solo declaraciones y tuits. Por supuesto que ello también demanda que los activistas de las organizaciones se vuelquen a construir los comités a lo largo y ancho del país, con gente de carne y hueso y no con perfiles de WhatsApp.
Hay un vacío inmenso, la gente está desesperada y luchando en las calles. Las protestas de este momento, a diferencia de las inmensas manifestaciones de las clases medias movilizadas de años anteriores, son de otra naturaleza. Son miles de compatriotas de pequeños pueblos donde no hay internet, sino comunicaciones precarias, que sin embargo, se han puesto de acuerdo para luchar.
No es verdad que la gente no se ocupa de lo político porque tiene otras necesidades, y estas protestas lo han demostrado. Todo lo contrario, la reivindicación social es la mejor manera de hacer el link con lo político. La narrativa de estas movilizaciones ha sido unánime y clara: en todas partes dicen que quieren que se vaya Maduro para que haya gasolina, gas, comida y asistencia para los enfermos de covid-19. La responsabilidad de un dirigente político es darle cauce a esos sentimientos.
Ahora bien, la pregunta es: ¿con cuál política se centraliza y organiza y se le da cauce a esas ganas de luchar? Hay varias opciones:
√ La primera es participar en las elecciones. Esta sería la ideal. La paliza al oficialismo sería brutal. El único problema es que lo del 6 D no son unas elecciones, son un bodrio que nadie reconoce porque los resultados ya están cantados y se ha violado toda la normativa para convocarlas.
√ La segunda opción es la de encargar, como un outsorcing y “llave en mano”, la libertad de nuestro país a terceros. Eso no existe. Los que tienen la ilusión en que algún día la 144 División del US marine Corp, suba por la autopista de La Guaira a Caracas, morirán del desengaño de no verlo nunca.
√ La tercera opción es la de esperar con los brazos cruzados con el “filosófico” argumento de que “no hay mal que dure 100 años, ni cuerpo que lo resista”.
La consulta nos da una probabilidad, pequeña es verdad, con unas preguntas que quizás no satisfacen a todo el mundo, pero una oportunidad de coger piedras nuevas y mejor barajadas, luego de la mano trancada de la partida que estamos jugando.
Es una posibilidad de llenar un vacío (y ya sabemos que la política y la física no los toleran) con una propuesta nuestra antes que con la inercia o, lo que es peor, con una política puesta por los malos de la película.
La historia es caprichosa y está llena de sorpresas, de eventos que han disparado grandes trasformaciones, de narices de Cleopatra; de collares de la reina; de pistoletazos en Sarajevo; de asaltos a palacios de gobierno como el de Ceceauscu; de caídas de muros de Berlín. Ahora los llaman cisnes negros. Todos han sido eventos inesperados. Pero todos, absolutamente todos, han contado en algún momento con una dirección política que detrás de bambalinas, o irrumpiendo de repente en el escenario, convirtieron aquellos episodios que habrían quedado en anécdotas, en hechos trasformadores de la vida y promotores del cambio.
Hay una buena oportunidad de movilizarnos. No pareciera el momento de las exquisiteces jurídicas o políticas. Concluimos esta nota con otro viejo aforismo “científico”: Quien no arriesga, ni gana ni pierde. Hoy, vale la pena arriesgar. La abstención no basta.
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