El Confidencial: Venezuela a través de los ojos de la 'generación Chávez'
El Confidencial: Venezuela a través de los ojos de la ‘generación Chávez’

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Quienes nacieron en 1999 han visto el mismo discurso, el mismo modo de hacer las cosas, el mismo rostro durante 14 años. El 6 de diciembre de 1998 Hugo Chávez ganaba las elecciones presidenciales en Venezuela. Lo hacía con el respaldo de 3.673.685 votos, un 56,20% del censo electoral. El 2 de febrero de 1999 juró su cargo ante la “moribunda Constitución” de 1961. Horas después decretó el inicio de un proceso constituyente para cambiarla. Fue desde el Palacio de Miraflores, donde tuvo su silla desde entonces. Sólo lo sacarían de allí el breve y fallido golpe de Estado de abril de 2002 y la muerte, que se lo llevó el 5 de marzo de 2013. En las elecciones del 14 de abril de 2013 la silla presidencial fue para Nicolás Maduro, “el hijo de Chávez”. Dieciséis años de chavismo. Dieciséis años que marcan un modo de ver la vida, la política y Venezuela en los ojos de sus adolescentes.

 

Fabrizio

Nació en 2002. Como a cualquier adolescente, le encanta jugar con videojuegos. Y, sobre todo, adora el deporte. No le gusta el béisbol, pero le encanta el fútbol, el voleibol y hasta el ping-pong. Los practica cada semana, al igual que uno de sus hobbies favoritos, el parkour, “eso de la patineta que haces acrobacias y te caes mucho… Pues eso. Que te caes. Pero cayendo se aprende”, dice mientras abre sus ojos marrones, coronados por una grandes pestañas. Y, sobre todo, le fascina la escalada. La practica desde los 8 años.

También le gusta el cine, pero no va tanto como quisiera. “Hay que planificarlo bien, hay muchas colas (tráfico) y es un fastidio. Y muchos amigos no salen por la inseguridad”. Vive en Montalbán, una zona residencial de clase media en Caracas, de las pocas zonas con sus calles en forma de cuadrícula. Pero, como casi todas, solitaria y oscura como la boca de un lobo por la noche. Aunque dice que no hace falta que sea de noche para tomar precauciones. A varios de sus amigos les han robado al salir del colegio.

Las advertencias de su madre llegan hasta la recomendación de con quién juntarse o no y cómo llegar a la casa. “Me voy rápido. (Mi mamá) me dice que no me vaya caminando, que si en camionetica (autobús) o en metro. En taxi está demasiado caso y un taxista te puede robar”. Otra cosa que aprendió Fabrizio a sus 13 años es a no fiarse de nadie: “Ves a una persona que crees que es buena gente y no lo es. Por eso dice uno que Venezuela es uno de los países más peligrosos del mundo”.

Y por eso dice que sus amigos, la mitad de su clase, se van o se ha ido del país. Él también se quiere mudar. No es por la política, algo de lo que no le gusta hablar y de lo que le dejan conversar en su colegio privado. Para Fabrizio sólo hay un problema en Venezuela. “El país es muy hermoso pero la inseguridad está quebrando todo. No veo casi que nada más, porque la inseguridad conforma todo, que si el robo, el asesinato… Es horrible”. Incluso dice que el reciente encontronazo con Estados Unidos debido al decreto del presidente Barack Obama contra el país, es por esto, por la inseguridad.

Si en su mano estuviera mejorar algo, no duda el qué: “Contrataría a unos policías más responsables. Lo que hace falta aquí es policía, ya hay inseguridad«.

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Un niño venezolano antes de un combate de boxeo en Caracas (Reuters).

Santiago y Marta

Son hermanos. Él de 1999, ella de 2002. Hablan con respeto absoluto al turno del otro, dan respuestas al unísono. Se podría decir que son clase media, pero viven la estrechez económica y cuentan que hay muchas cosas que ya ni piensan en comprar, como un videojuego o ropa. Santiago escucha rap nacional e internacional. Marta está fascinada por los libros de fantasía y distopía, entre ellos, La historia interminable o 1984, donde todo le parece “feo, dictatorial, muy lavado de cerebro”. Los dos son parte desde hace unos años del Modelo de Naciones Unidas, donde “juegan” a ser como la ONU y a resolver conflictos del pasado, presentes y otros que aún no se han dado. Sólo hay algo que no les gusta hacer en el Modelo, que es representar a Venezuela y a su Asamblea Nacional. “Es muy desastrosa, nadie se lo toma en serio. Si un día no se gritan o no se insultan, no es la Asamblea de Venezuela”.

Tienen la percepción de que “antes” era todo mejor. Que había una competencia más sana. Lo creen por lo que les cuentan sus mayores. Para ellos, el principal problema del país es la ignorancia y el desdén de la gente con el tema político. “Hablan de política y ya, pero no hay algo más allá de eso, no hay un cómo podemos resolver la cosas”, dice Santiago. Y Marta completa la idea: “Las personas discuten, no se escuchan”. El resto de los problemas son “normales”, así mismo, entre comillas. Porque, aunque creen que la inseguridad es algo normal en el país, imaginan que “aunque en todos los sitios la hay, es posible que los adolescentes como nosotros puedan salir más libremente a la calle”.

Chávez era un líder y lo reconocen como tal, aunque no comulguen con sus ideas. “Era un buen orador, empático. Lo que hizo ha perjudicado la vida de muchas personas, pero también ha mejorado la de otras”, dice Santiago, para quien las intenciones del presidente fueron buenas, pero que en algún momento “se corrompió por el dinero o por el poder”. Marta también piensa que quiso mejorar Venezuela, poner a producir todo el país, explotar la agricultura, que hubiera una crecida económica y social… “Pero no le dio el tiempo, porque se descentró. Aunque le salió bien, ayudó a la mayoría, a los estratos más pobres, y eso le ayudó a mantenerse en el poder, pero no a cumplir las metas que se había planteado”.

Ven a Maduro como una persona no preparada, no válido como opción para el país. “Todavía no lo considero presidente. Sigo pensando como si estuviera en 2013, esperando que digan que Chávez murió, cuando decían si estaba vivo o no. Me han metido tanto en la cabeza que si está vivo, que todavía lo creo. Sigo creyendo que estamos esperando que se recupere y vuelva”. Y sobre la oposición, responden al unísono: “No me gusta”. Porque ven que las ideas son 100% opuestas al chavismo, que los extremos no son buenos, que no hay punto medio. “Me dan mala espina, mala impresión y son amarillistas”, dice ella.

 

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Una niña salta junto a una silueta de Chávez en la Plaza Bolívar, en Caracas (Reuters).

 

Igual les da mala espina la gente de su país. “La gente venezolana en general es muy corrupta: si tiene la oportunidad de ganar más dinero del que ganan o tener más poder, seguro hacen lo necesario para tenerlo”.

Los dos quieren estudiar fuera. Santiago porque piensa que las universidades venezolanas “antes estaban muy rankeadas (con mucho estatus), pero ahora te miran con prejuicio si dices que vienes de una de ellas”. Marta ve más a largo plazo. Quiere irse a España o Alemania, donde sea, pero lejos de Venezuela. “No siento que pueda aportar nada a este país. Tiene muchos problemas y son políticos”.

Ninguno quiere vivir con los problemas del país, “escasez, inseguridad, problemas económicos”. Dicen que han sufrido la escasez, que no es raro estar en casa sin azúcar o sin algún producto básico. Y que ir a cualquier lado es estar pendiente por el rabillo del ojo para que a uno “no le den un susto”. El fenómeno se extiende a sus compañeros de clase. Una de las amigas de Marta ya está inscrita en un instituto español. Empezará clases en septiembre.

Si tuvieran el poder de cambiar algo en el país, disolverían “todo órgano extraño, como el Ministerio de la Suprema Felicidad”. Santiago explica su plan de iniciar un curso de ética y moral a todos los policías y Marta haría que las leyes fueran más estrictas, “o que las penas fueran más estrictas y se cumplieran”. También cambiaría la educación, la moneda y acabarían con el adoctrinamiento político. “Pondría una cátedra que oriente a los niños a respetar las ideologías, seas cuales sean”, dicen.

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