Recuerdos de la hiperinflación latinoamericana
Recuerdos de la hiperinflación latinoamericana
Argentinos y peruanos hablan de los años de hiperinflación en sus países. Unos tuvieron más suerte que otros pero todos concuerdan en una cosa: vivir el día a día y no dejar pasar las oportunidades del momento son esenciales para poder superar la situación.

 

@LuisiSolano

«VIVÍAMOS CON LO JUSTO y la plata no alcanzaba, entonces plantábamos hortalizas para no comprar y hacíamos el pan nosotros. Todo era caro y la imaginación para sobrevivir estaba en su punto máximo.” Este pudiese ser el testimonio de cualquier latinoamericano que sobrevivió al fenómeno económico bastante conocido, pero superado, en la región: la hiperinflación. En este caso es un recuerdo de uno los lectores del diario argentino La Nación.

Desde octubre de 2017, Venezuela entró oficialmente en hiperinflación por primera vez en su historia. Si bien el país no es ajeno a la subida continua de precios y pérdida del valor del dinero, ese mes pasó la raya de 50%. De acuerdo con la Asamblea Nacional, única institución que desde enero de ese año presenta cifras luego que el Banco central de Venezuela dejara de publicarlas, en 2017 la inflación podría cerrar en 2.000 y 2.100 %

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Venezuela es el único país, junto a Zimbabue, que en pleno siglo XXI sigue lidiando con este problema, pero no es el primero de América Latina en vivir este proceso. Según el recuento del profesor de Políticas Públicas de la Universidad Simón Bolívar y miembro de la Academia Nacional de Medicina, Marino González, entre 1973 y 1990, al menos seis países del continente han sucedido episodios de hiperinflación: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Nicaragua y Perú. Hubo casos en la que la inflación anual pasó de 7.000% o incluso 11.000%, como sucedió en Nicaragua en 1990 y en Bolívia en 1985.

Cada episodio fue​ distinto debido a las características del país donde se vivieron,  pero sus protagonistas no dudan en señalar que aprovechar  el día a día y no dejar pasar las oportunidades del momento, para comprar comida o moneda fuerte, por ejemplo, son esenciales para poder superar la situación.

El caso argentino

Argentina sabe de hiperinflación. Uno de los episodios más recordados fue a finales de los 80. En febrero de 1989 el gobierno argentino, presidido por Raúl Alfonsín, decidió devaluar el austral, moneda lanzada 4 años antes, lo que hizo que se desatar la escalada inflacionaria hasta llegar a 200% en julio de ese año. Esto incluso obligó a la entrega anticipada del poder, en este caso al expresidente peronista Carlos Menem, y a la confiscación de los depósitos que fueron cambiados por un bono. Los precios se duplicaban cada 19 días. La inflación acumulada de 1989 fue de 3.079%.

Rubén Guillemi, periodista de 58 años de edad, se acuerda bien de esta época. En 1989, tenía 30 años y una familia en crecimiento. Vivía en Buenos Aires y a principios de ese año, sin saber lo que le esperaba, decidió demoler su casa para construir una más grande. De acuerdo a las cuentas de él y su esposa, sus ahorros eran más que suficientes para esta tarea. A pesar de ello, ella propuso cambiar el dinero argentino a una moneda más fuerte. No lo hicieron y a los Guillemi se les acabaron sus ahorros en cuestión de semanas. Se tardaron tres años en poder terminar su hogar. “Por culpa de la hiperinflación nos quedamos sin casa”, asegura.

“La economía enloqueció por completo”, todo era en efectivo y “en este momento”, era una frase constante, recuerda el comunicador. Para julio de ese año, él trabajaba en el diario Clarín, uno de los más prestigiosos del país y donde, como medida para llevar la situación económica, subían los sueldos todos los meses. Ese mes, cuando la inflación llegó a 200%, a él solo le pudieron aumentar 100%.

Entre las medidas que los Guillemi tomaban para sobrellevar la subida de los precios era que el día de pago, ella iba al periódico a buscar el efectivo para hacer compras antes de que subieran los precios en la tarde. También hacían  sus propias reparaciones y en ocasiones hablaban con el colegio de los niños para que les perdonara la cuota de ese mes. “Nos saltamos algunas comidas para que hubiese comida en casa para los chicos”, confiesa Rubén.

Sin embargo, no todo fue malo. Por esa experiencia, asegura que su generación se volvió más sensible a temas relacionados con los derechos humanos y aprendieron a “mirar el presente”, a vivir en el corto plazo.

 

Ramiro Pellet tenía 19 años, cursaba el primer año de periodismo en la universidad y vivía con sus padres, por lo que se considera un ‘espectador’, más que un sobreviviente de la hiperinflación. Su mamá y su papá son abogados y en ese momento él daba algunas clases de inglés para ganar algo de efectivo extra.

Esa época, especialmente en los meses de mayo, junio y julio, fueron de combustión política, económica y social para Argentina, recuerda Pellet.  A nadie le alcanzaba el sueldo y existía el temor social de un estallido. Se veía en la televisión el desborde en los comercios, especialmente a las afuera de Buenos Aires. ¿Otra cosa que recuerda? El asombro de los extranjeros que al llegar al país jamás habían escuchado de la hiperinflación. Como secuelas de este proceso, señala la inestabilidad política y la desconfianza en la banca.

Todo este proceso inflacionario también lo vivió Juan Carlos Sosa, un taxista de 65 años en Buenos Aires. Para ese entonces trabajaba en la Casa de la Moneda, donde era maquinista e impresor. “Tenías que hacer malabares para sobrevivir”, asegura.

Sosa comenta que entre las cosas que hacía para poder sobrellevar la situación era que, después de su turno, a las 10:00 a.m, aprovechaba su paga del día y  salía a comprar lo que necesitara o, en algunas ocasiones, dólares.  A pesar de que en su caso el salario se actualizaba día a día, no había precio de nada y los anaqueles se vaciaban rápido. “Con 100 dólares podías vivir un mes”, asegura.

El caso peruano

Otro caso de hiperinflación en el continente fue el de Perú, donde se registraron dos episodios: 1989 y 1990. En el mes de septiembre de 1988 la tasa mensual alcanzó 114%. Aunque la inflación de Perú se mantuvo alta entre esta fecha y julio de 1990, solo en este último mes fue superior a 50%. Los precios se duplicaban cada 13 días. Perú en 1989 alcanzó una inflación de 3.399% y en 1990 de 7.481%.

Julio Ormeño, de 56 años, vivió ambos procesos inflacionarios. Actualmente, Ormeño trabaja como inspector y certificación de carga para el comercio exterior. Se considera una persona con suerte pues a pesar de que en aquel momento tenía 26 años y dos hijas, siempre pudo trabajar en su área y mantener a flote a su familia.

Ormeño explica que todo empezó a ponerse más difícil con la llegada de Alan García Pérez a la presidencia en 1985. Sin embargo, tuvo su pico dos años antes de culminar su mandato, en 1989. Una tarde, el Ministro de la Economía, Abel Salinas, ofreció una rueda de prensa para explicarle al país las medidas a tomar, lo que en ese momento se conoció como “choque económico”. “El día después lo que teníamos en el bolsillo nos alcanzaba para un pan”, recuerda Ormeño.

En 1990, después de que Alberto Fujimori llega a la presidencia bajo la bandera de “No al choque económico”, se ve en la obligación de tomar medidas y también es su ministro de Economía, Juan Carlos Hurtado, el encargado de informarle a los peruanos. “Las consecuencias fueron peores”, recalca Ormeño.

El inspector recuerda que los peruanos con trabajos formales tuvieron la suerte de que se estableciera una política de indexación de sueldos, por lo que se actualizaban con la canasta familiar. Los más afectados, señala, fueron los trabajadores del sector informal. Apunta que estos procesos también significaron un cambio en el hábito de consumo de los peruanos, pues el pan era tan caro, que la gente empezó a comer papa, la cual se producía en el país pero no era muy popular. Hoy, Perú tiene una de las variedades más grandes de papa del mundo y una enorme reserva de este tubérculo.​ Sin embargo, no duda en señalar que en esos momentos lo más recomendable es tener paciencia y confianza en que todo va mejorar.