Pompeyo Márquez, la muerte de un siglo
Pompeyo Márquez, la muerte de un siglo

@diegoarroyogil

MURIÓ POMPEYO MÁRQUEZ Y ES como si se hubiese muerto un siglo. De una u otra manera en esa muerte estamos todos, no solo para dolernos ante ella, sino también para vernos en el reflejo de una vida bien vivida que acaba de consumarse. Y lo ha hecho, hay que decirlo, junto a nosotros, a nuestro lado siempre, como Pompeyo, pues Pompeyo fue un hombre que se consagró a Venezuela como un cura del espíritu. Venezuela era su única religión. Mejor, su único credo. Y sus conciudadanos éramos los feligreses con los cuales daba esa lucha infinita por la libertad, que no termina.

Es bastante conocida la frase de Mariano Picón-Salas según la cual Venezuela entró en el siglo XX en 1936, con la muerte de “El Bagre” Juan Vicente Gómez. Fue precisamente ese año cuando Pompeyo, con tan solo 14, se inscribió en la Federación de Estudiantes e inició su carrera política, una Odisea en la que hubo de todo: yerros y aciertos, pérdidas y hallazgos, y gracias a la cual se ganó, con razón, una fama legendaria. Así será que aún hoy, tanto tiempo después de, por ejemplo, su lucha contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, Pompeyo Márquez sigue siendo, para muchos, Santos Yorme, que era su nombre de guerra cuando combatía la satrapía militar de los 50, y en lances de verdadero heroísmo sorteaba las garras de Pedro Estrada, que lo buscaba hasta debajo de las piedras con la intención de quebrarle el espinazo.

Y además de valiente e incluso polemista feroz cuando debía, era un dirigente como tienen que ser los dirigentes, tendientes a la interlocución cordial. Dio muestras de ello muy temprano, como cuando en 1952, siendo secretario general del Partido Comunista, se reunió con Alberto Carnevali, de Acción Democrática, a fin de lograr una mayor unidad política contra la dictadura. Acababan de asesinar a Leonardo Ruiz Pineda y el país estaba estremecido. Pompeyo, que apenas contaba 30 años, supo leer el momento y puso el ojo en las coincidencias a pesar de las diferencias.

Derrocado Pérez Jiménez, vino la democracia, y con ella otros retos de la lucha y otros problemas de la política. Desacuerdos en ese momento fundamentales con el gobierno de Rómulo Betancourt hicieron que Pompeyo, que había sido electo senador y ejercía el cargo, siguiera la línea insurreccional armada con responsabilidades de comisario, un error histórico que luego reconoció y cuya crónica abordó siempre sin ambages y con una entereza a veces apabullante.

Esa toma de conciencia explica, en buena medida, que lo hayamos visto luego como fundador del MAS, junto con Teodoro Petkoff, que también había hecho el camino de regreso y había roto con la línea ortodoxa del Partido Comunista. No solo la invasión de Checoslovaquia, liderada por la URSS, había puesto de manifiesto que el socialismo debía ser pensado como problema. Es que además Pompeyo Márquez había asistido, en 1956, al XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, en Moscú, y había escuchado de viva voz el devastador informe donde Nikita Jrushchov denunció los crímenes del padrecito Stalin. Fue un punto de quiebre que sirvió la mesa para los cambios del futuro, y Pompeyo estaba allí.

El senador Pompeyo Márquez que vuelve al Congreso, años más tarde, como dirigente del MAS, es un hombre que viene, pues, de grandes aprendizajes. Es el mismo que comprende, en 1984, la importancia de formar parte de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado, la Copre, alentada durante el gobierno de Lusinchi por el doctor Ramón J. Velásquez, entre otros, y cuyo objetivo era colaborar con una renovación del sistema democrático, que ya daba muestras más que evidentes de detención y decadencia. Pompeyo comprendió, decía, la importancia de ese compromiso. Lo comprendió como no lo comprendieron otros que, sin embargo, o quizá por eso, habían vivido una vida más cómoda dentro de sus propios partidos.

Cuando Chávez llegó al poder, Pompeyo Márquez venía de ser ministro de Fronteras del gobierno de Caldera y había abandonado el MAS. De nuevo, por sentido crítico y percepción histórica: Pompeyo no podía formar parte de un partido que había decidido apoyar al caudillo de turno, que entre bombos y platillos se proponía y actuaba como el gran árbitro nacional. Entonces comenzó la oposición abierta y directa, una vez más. Y Pompeyo acaba de morirse, 18 años después, inalterable y terminante en su defensa de los principios democráticos. Como Santos Yorme.

Hay hombres en el mundo cuya vida parece ser todo Política, como si fueran hijos o agentes puros de la Historia. Pompeyo Márquez era uno de ellos y demostró, entre otras cosas, que para ser dirigente no hace falta detentar cargos públicos. Para todo lo que hizo, fueron pocos los que tuvo, pero mucho lo que dio. Alguna gente se estará preguntando de qué murió Pompeyo Márquez. Murió de haber vivido. Así como vivió contra la muerte, contra este oscurantismo del que un día saldremos, como él quería.