Mis barajitas: Omar Vizquel, como esculpido por Miguel Ángel - Runrun

He escrito tanto sobre Omar Vizquel que se me hace difícil no repetirme y no repetir lo que todo el mundo sabe: que es el mejor campo corto de la historia según su promedio de fildeo,  9 Guantes de Oro en fila, 11 en total que bien podrían ser13, porque ese año que Alex Rodríguez se ganó un Guante de Oro como torpedero, habrá bateado mucho, pero no hizo un mejor trabajo defensivo que el nuestro, quien sólo cometió 7 errores en 150 juegos, y el primero pudo haberlo logrado en 1992, pero se impuso Cal Ripken Jr, con quien comparte el récord de menos errores en una temporada, con 3. Es El único torpedero que ha ganado Guantes de Oro en ambas ligas.

Según todos quienes le vieron jugar desde niñito, no era difícil predecir que llegaría muy lejos en el beisbol. Especialmente en 1977, cuando destacó en el equipo preinfantil de Criollitos de Venezuela.

Lo conozco desde bachillerato, en el Liceo Francisco Espejo de El Cafetal. Era uno de los que hoy serían vistos como “populares”, sobre todo entre los varones quienes cuando hablaban de él destacaban que era un tremendo pelotero y pronosticaban que sería un profesional. Entre nosotros, los del Francisco Espejo, su leyenda comenzó mucho antes de lo que todos conocen.

Cuando había un rato libre se iba a la cancha de basquet, lo de él era el deporte. Esos brincos que da cuando es necesario para atrapar una bola que pretende pasar por encima de su cabeza, los hacía igualitos para “clavar” el balón en el aro, con ese “tamañito”.

Cuando estábamos por graduarnos en 1984, su debut en el profesional era inminente.

Firmó con el Caracas y con los Marineros de Seattle. Con los Leones brilló desde que llegó. Todo el mundo hablaba de sus manos, los comentaristas resaltaban su elegancia y cómo hacía las jugadas de rutina.

Aunque Adriano González León lo describía como “un príncipe medieval” por su elegancia, Omar es, como he dicho tantas veces, un hombre renacentista. Pertenece a la elite de los jugadores de este y todos los tiempos, aunque posee once Guantes de Oro, su negocio también es fabricar bates, fue conductor de un programa de televisión en Cleveland, llamado “Omar y sus amigos”, le gusta cocinar y se aplica, ha diseñado ropa deportiva, le da en serio a la percusión y además…pinta.

No descuida su alimentación y dedica horas al gimnasio para mantenerse en la buena forma de la que todos hablan.

Cuando vino en 2007 a despedirse de la afición de Venezuela, uniformado con los Leones del Caracas, me tocó entrevistarlo para la revista Look Caras.

Hicimos los arreglos para vernos unos días antes de que se devolviera a su casa en Seattle.

La cita fue en la piscina del Hotel Tamanaco, una tarde preciosa de diciembre, con esa luz tan linda que ilumina Caracas, el cielo despejado y al Ávila inmensísimo.

Cuando llegué lo encontré acostado en una silla de extensión, sin camisa.

La imagen me dejó unos segundos sin aliento…

Tiene los abdominales marcados “como un chocolate”, no sé si las fotos de David Beckham tienen su toque de photoshop, pero puedo jurar que los de Kike son tan reales como sus números. Sus brazos parecen  como esculpidos por Miguel Ángel.

Le pedí al fotógrafo que le hiciera una foto tal cual lo estaba viendo.

Antes de encender el grabador hablamos muchísimo, me dijo estaba como quería (no les voy a decir lo que pensé), se refería a la estabilidad de su carrera, a lo feliz que se siente con su esposa Nicole, “la gringa”, con quien lleva casado 15 años contra los pronósticos de que fracasarían por tener distintas culturas, su hijo Nicolás, que ya tiene 12 años y  las dos niñas que adoptaron, una de 11 y una bebé que llegó a la casa de meses.

Conversamos sobre su gusto por la pintura y de su amistad con el pintor larense Jesús Villalón y  el petareño Juan Urbina, a quienes compara con Luis Aparicio y David Concepción, haciendo un paralelismo bellísimo entre la pintura y el beisbol.

Se nos hizo imposible no regresar a la época del liceo, a las calles de El Cafetal, al atajo del estadio “Vidal López”, que queda justo al frente, al boulevard, a montarnos en un “San Ruperto”, aquel popular autobús que recorría toda Caracas.

Me confesó que cuando está en el frío invierno de Seattle, le conforta recordar el Ávila, al que no dejó de mirar, como para llevárselo con él.

Disfrutó al recordar las caimaneras que se armaban detrás de la casa de su abuela en Santa Eduvigis, en un terreno llamado “Las piedritas”, donde la bola picaba de manera extraña pero igual iba a parar a su guante. Jugaban rodeados de matas de mango, cuando terminaban los tumbaban para comérselos ahí mismo, pero los que estaban verdes se los llevaba a su abuela para que hiciera jalea.

En la galería del Salón de la Fama de Cooperstown hay una parte dedicada a fotografías, en una de ellas aparece él, con las piernas extendidas como un bailarín, bueno no, no como un bailarín, como Rudolf Nureyev, que lleva por título “Vizquel’s Ballet”.

Le hablé de la foto y además le conté que Milagros Socorro, en su libro “Con la V en el pecho”, describe un momento precioso de la entrevista con “Chico” Carrasquel, en la que él le hace mímicas de los desplazamientos de un campocorto y termina diciendo que para ella, aquel hombre grandote lo que estaba era bailando ballet.

Me explicó que jugar es como bailar. Es más, él le dice a los niños, cada vez que les da una clínica, que deben aprender a bailar salsa, porque los movimientos del short stop deben hacerse con precisón “de forma que no pierdas la concentración de seguir la pelota, coger la bola en el guante y tirar bien hacia primera base. Muchos de esos movimientos son fuera de balance y bailar es lo mismo: te lleva a una serie de pasos en los que quedas suspendido en el aire y de allí tienes que recobrar el ritmo de los pies y las piernas para llevar a tu pareja a la vuelta que quieres… Siempre les digo a los que juegan el sior o segunda, que si no saben bailar, se les va a hacer muy difícil realizar un doble play o una jugada hacia adelante”.

Lo recordé en las fiestas del liceo, bailando al ritmo de la Dimensión Latina.

Para terminar le pregunté si tiene conciencia de lo bueno que está, con esas palabras y de cuánto le gusta a las mujeres.

Escuchó la pregunta entre risas, incluso  creo que le dio pena.

Me dijo que sabía que hay mujeres a las que les gusta ver a los peloteros uniformados, con el pantalón ajustado, con un botón abierto o la camisa arremangada,  pero él prefiere no pensar en eso, no es eso lo que le interesa, le gusta más saber que es un ejemplo para los niños.

Lamenté mucho que la entrevista saliera publicada sin la foto de Omar en la tumbona, sé que me lo habrían agradecido.