MIS BARAJITAS: ANTONIO "LOCO" TORRES... TIPO KIRK DOUGLAS - Runrun

Uno de los habituales amigos de la casa y el stadium era Antonio Torres, mejor conocido como “El Loco” Torres.

Una vez nos fue a visitar acompañado de dos peloteros importados; por ahí debe haber una foto, en algún álbum o alguna gaveta. Nunca supe, ni averigüé quiénes eran, porque en esos días el beisbol no era tan importante para mí, sólo que este “Loco” se me hacía inevitable, porque era muy de la casa, de las parrillas, de los sancochos, de Pedro Infante, de los sábados después de la caimanera…

Era muy gracioso.

Su hablar era insólito, le atribuía significados a las palabras que no tenían e inventaba otras. Hablaba de “peligri” en lugar de pedigree o  “gruar” por garuar. Era muy divertido y sus compañeros de juego siempre le gastaban bromas. Era increíblemente inocente, incluso infantil.

Un día se fueron a comer después de la partida y escogieron uno de sus restaurantes de siempre, el Juan Sebastián Bar, ese botiquín de reputación en el que todas las generaciones tenemos un cuento.

Papá ordenó unos caracoles y el Loco lo imitó. Cuando llegó el plato con las pinzas, papá ni se inmutó, esperando ver qué haría el Loco, pues él tampoco hizo nada, y así pasaron varios minutos en los que, sobre todo los espectadores, se divirtieron mucho, cómplices de la maldad. Finalmente mi papá comenzó a comer y el Loco también, siguiendo lo que su amigo hacía. Era loco, pero no pendejo.

A la mañana siguiente supe de la anécdota porque papá me la contó en el desayuno,  muerto de risa.

Cuando íbamos al estadio el Loco siempre estaba pendiente, en realidad estaba pendiente de todos los niños.

Cambiaba billetes por monedas y luego las repartía entre los muchachitos que le rodeaban esperando un bolívar y a veces un “fuerte”. Mucho de lo que ganaba lo repartía de esa forma.

Lamentablemente no faltaron los aprovechadores, razón por la cual, cuando el Loco le ganó un juicio por prestaciones al Caracas, Miguel Sanabria, seguramente el amigo que más escuchaba, le aconsejó poner el dinero en un fideicomiso para que no lo gastara en dos días.

Los fanáticos del beisbol, y especialmente los caraquistas, lo recordamos como coach.

Era un “padre” para los jugadores, todos los Leones de los 70 y 80 recuerdan al Loco como un coach especial, paternal. Se fajaba con ellos, con el fongo, les deba sesiones extras de bateo y les hablaba muchísimo, en medio de sus “disparates” había sabiduría.

No olvidaré nunca su dolor cuando el féretro de Baudilio Díaz llegó al Universitario. Lloraba como un niño y clamaba al cielo por “su hijo”, mientras la urna le daba la vuelta al cuadro y los fanáticos que fuimos hasta allí gritábamos “¡jonrón, jonrón!” .

Hasta que murió siempre supe de él.

Me lo encontraba en el estadio, al final, tristemente, en verdad parecía un loco, pero en el estadio, en las sillas de las tribunas, hablando con los cerveceros y con viejos conocidos, se le veía aliviado, como si aquella mole de cemento fuese  su refugio.

Creo que fue un tipo buenmozo, tenía un hoyito en la barbilla, tipo Kirk Douglas, y bigote y cejas pobladas, que al final contrastaban con su pelo blanco porque se las pintaba con un creyón oscuro.

Fue una de las figuras más queridas de nuestra pelota, aun cuando nunca más volvió al Caracas. Incluso fue coach del Magallanes y de los Tiburones.

Los caraquistas siempre lo sentimos como nuestro y lo recordamos como un hombre amable, atento, tal vez empalagoso, pero no fastidioso, ocurrente, ingenioso, espontáneo.

Un  “Loco” que vivió para el beisbol.