MIS BARAJITAS (VOLVÍ A TENER MANOS DE NIÑA) PT. II - Runrun

La línea de defensa central más sólida y la alineación de los ocho tipos más temible de su tiempo.

Una vez se lo dije a David, la primera vez que pude compartir con el en un Spring Trainning, le confesé que mi amor por el béisbol había comenzado en 1975, cuando descubrí la alegría que podía producir un hit o un doble play que parecía imposible.

Ese día creo que David se aburrió de escuchar mis recuerdos y de cómo hasta estuve a punto de ser Tigrera por culpa suya, aunque al final la genética pudo más.

Tampoco me quedé con los Rojos y en el 79 me fui para siempre con Baltimore, pero ese es otro cuento que tiene que ver con El Magallanes, Dave Parker y Ken Tekulve, la Serie Mundial entre Piratas y Orioles y la recordada publicidad de Jim Palmer en calzoncillos.

Llegué a Cincinnati feliz porque iba a estar con mi ídolo y amigo. No esperaba más nada que eso, ver el “13” descubierto en la tribuna central y compartir la alegría de ese momento, que sin duda sería inolvidable.

Lo que nunca imaginé, ni siquiera en la mañana del sábado, era que iba tenerlos a pocos metros de distancia…

En un salón de conferencias de prensa, un grueso número de periodistas aguardaba por David. Lo único que al menos yo esperaba, era que Concepción contestara unas preguntas y ya.

Estábamos desde temprano, así que pude sentarme al lado de Humberto Acosta. No era posible una mejor compañía.

Hablamos de lo que significaba la ceremonia de más tarde y nos quedamos callados cuando irrumpieron en la sala y se fueron sentando en este orden: Sparky Anderson, George Foster (calvo), Joe Morgan, Johnny Bench, David Concepción, Tany Pérez, Ken Griffey y Lee May. Aunque eran notorias las ausencias de Pete Rose o César Gerónimo, pronto no hizo falta nada más en aquel salón, ni en la vida.

Morgan y Bench conminaron a los periodistas con derecho a voto para Cooperstown a apoyar a Concepción. “Fue el mejor short stop de su época” ­­–dijo Morgan–. “Este tipo tiene que estar en el Salón de la Fama” –dijo categórico Bench.

Durante el encuentro quedó claro que la “magia” que todos recordamos de verdad existió y seguía existiendo aquel medio día. Ellos estaban tan contentos por el homenaje al amigo.

Sparky Anderson miraba conmovido a David, se reía y hasta se sorprendía con las historias que estaba escuchando, era ver a un papá orgulloso de sus muchachos.

Viéndolos divertirse de sólo recordar un turno, un inning o las bromas del club house, era fácil entender, 30 y tantos años después, por qué fue un equipo perfecto.

A Sparky no hay otra forma de recordarlo que viejito, pero ver a Morgan sin el afro, a Bench encorvado y pasado de peso y a David con pelo corto y cano, era lo que me devolvía a este tiempo, porque se hizo inevitable tener otra vez 8 años, con todas “mis barajitas” enfrente.

Entonces Humberto me regaló un recuerdo suyo. “Mira las manos de Bench  –dijo en voz bajita–. A mí me impresionó mucho una foto de su época de novato, enseñando diez pelotas con las dos manos, las sostenía entre los dedos, cinco en cada una, ¡imagínate el tamaño y la fuerza de esas manos!”. Comprobé esa memoria de inmediato, Johnny Bench tiene las manos enormes.

Al terminar, Daniel, mi esposo, quien me acompañó como fotógrafo y cómplice (además ese fue nuestro regalo de aniversario), se acercó al legendario receptor. El duro de aquella maquinaria fue muy afable, incluso le mandó un consejo a mi hijo mayor, “El Chino”, al enterarse de que también es cátcher y que a pesar de sus 10 años sabe quién es él, porque nosotros siempre le hablamos de aquellos Rojos y de él especialmente: “¡Díganle que aprenda los secretos de los lanzadores, que los vea trabajar, que conozca sus pitcheos, donde ponen la bola, los secretos de los pitchers son lo más importante para un catcher!”.

No me aguanté y ante lo grato del momento, le pedí que dejara posar mis manos en las suyas.