CUENTO: MIS BARAJITAS (VOLVÍ A TENER MANOS DE NIÑA) PARTE I - Runrun

No podría decir que fue un sueño, porque la verdad es que nunca imaginé tenerlos enfrente. Los miraba y era inevitable devolverme a 1975.

Me daba curiosidad entender por qué papá disfrutaba tanto viendo un juego de béisbol en la televisión. A veces peleaba él solo. ¡Furioso! Con un manager, un árbitro o un jugador que se había ponchado parado.

No entendía qué era “quedarse con la majagua al hombro”, pero era obvio que eso de no hacer swing era lamentable. Lo escuchaba murmurar “¡esa era!” o preguntarle a la caja de imágenes cuánto más iba a esperar para mandar a calentar un pitcher…

También aplaudía, se paraba a decretar un out (aunque yo no comprendía El gesto), estaba de acuerdo con El comentario de López Silvero o mandaba a callar a Mario Dubois porque quería escuchar El ambiente del estadio o explicarme (y yo sin entender) lo que era la “bicicleta” o un squeezy play (pasaron años hasta que entendí), para terminar diciendo “por eso la llaman jugada suicida”.

Todo lo que hacía papá frente al televisor era divertido, pasaba del máximo estado de felicidad hasta la peor amargura de un inning a otro, de un pitcheo al otro. Muchas veces, cuando ya parecía que sería una noche terrible, terminaba celebrando sólo en la sala y yo lo escuchaba de lejos decir “por eso el béisbol es el béisbol”.

Cada vez que se transmitía un juego no encontraba nada más divertido que sentarme con el a ver la pelota. Aquella atracción comenzaba a parecerme mejor que cualquier otro programa.

El béisbol era un tema exclusivo de nosotros dos. Era mi papá quien me compraba los álbumes de barajitas.

Aquellos álbumes podían ser de “cromos adhesivos” que había que cuidar especialmente, porque se dañaban con facilidad y las otras, las de cartón, importadas, con doble cara, en una la foto y en la otra los números.

Las barajitas más preciadas de la época fueron las de los Rojos de Cincinnati, equipo que acaparaba la atención de la mayoría de los niños, porque jugaba el venezolano David Concepción.

Cuando llegó la postemporada y Cincinnati fue a la Serie Mundial contra los Medias Rojas de Boston, aquel equipo, conocido como la “Gran Maquinaria Roja” era el favorito y aquellos hombres los grandes ídolos del béisbol.

Al menos en mi caso fue más adelante, mucho más adelante, cuando entendí que Sparky Anderson era genial, lo increíble de esa alineación y la maravilla de su defensiva.

Yo simplemente sabía de la satisfacción de papá viendo aquellos juegos. El se emocionaba explicándome por qué Concepción y Joe Morgan eran la mejor combinación alrededor de la segunda base de todas las grandes ligas, de la clase de catcher que era Johnny Bench, un “pelotero joseador” (y tuve que buscar el significado en el diccionario escolar “Sopena” y no lo encontré), que si venía Pete Rose era como decir ¡viene un hit!, que George Foster era un gran bate y Ken Griffey era inteligentísimo para jugar pelota…

Era imposible no interesarse en el béisbol viéndolos jugar a ellos, a la Big Red Machine.

Desde aquel octubre el béisbol se convirtió en algo demasiado importante para mí. Cierro los ojos y puedo recordar perfectamente la promoción que hacía Wiston Vallenilla, padre…“¡En vivo, directo, vía satélite, desde el Riverfront Stadium de Cincinnati!”

Pocas cosas era posible ver vía satélite, creo que sólo el Miss Universo, el boxeo y algún otro programa eran transmitidos con tanta pompa. La transmisión era en blanco y negro, pero era fácil imaginarse El verde del monstruo del Fenway y de la grama artificial del estadio vecino del río.

Un dirigible, así lo describía Gonzalo, hacía una toma cenital del estadio, en la que se podían ver los tres puentes que están sobre el río, que siempre se vio oscuro al lado del iluminado parque de pelota.

Esa misma imagen fue la que vi por la ventanilla del avión, justo antes de aterrizar…

No lo sabía en ese momento, pero aquella postal imaginaria, esa imagen, que era la única que reconocía de una ciudad desconocida, pero tan familiar, era un anticipo a todo lo bueno que recordaría en ese corto viaje. ¿A quién que haya sido seguidor de los Rojos de esos días no le parece que Cincinnati es un nombre casi tan común como Barquisimeto o cualquier otra ciudad venezolana que uno no conocía pero que sabía sobre ella?. Incluso la ciudad era de uno y uno de la ciudad: “¡soy de Cincinnati!”, decíamos los niños de entonces.