Sobre mitos y leyendas... - Runrun
Sendai Zea Mar 26, 2013 | Actualizado hace 11 años
Sobre mitos y leyendas…


Todo estaba muy bien planificado. Llegaría el momento cuando el cuerpo cansado de llevar a cuestas los rigores de una penosa enfermedad cediera al inevitable deceso, destino inexorable de todos los mortales, final esperado por propios y extraños, menos por los estrategas de la burla al pueblo quienes lo colocaban en planos y posiciones confusas de sesiones de entrenamiento físico, reuniones de 5 horas hablando de economía o redactando documentos de 16 páginas en una convalecencia invisible . Estos baluartes de la mentira alimentaban la esperanza futil del regreso victorioso del héroe épico tras vencer a la muerte, y con esto lo que compraban era tiempo para desarrollar una de las páginas más oscuras de nuestra historia republicana.

Tal vez hoy, quienes de verdad querían al hombre enfermo y cansado lamenten haber permitido que desplegara una campaña electoral tan intensa en Octubre, desgastando en grado superlativo el organismo ya maltrecho de quien fuera tantas veces intervenido quirúrgicamente, de quien todavía era sometido a terapias de químicos y radiaciones. Seguramente la fotografía del prócer bajo la lluvia significaba mucho para el acervo político de la revolución, pero no para quien sufrió las penurias del dolor, los rigores del verdadero proceso. Pero, la decisión se tomó para preservar el «status quo», el hombre se inmolaría voluntariamente desplegando otra batalla que contribuyera a lo que en muy pocos meses constituyó uno de los elementos constructivos del mito heróico del «nuevo libertador», colocado como nuevo convidado a la alucinación póstuma de Bolívar, al lado de Jesús y del Quijote, con méritos suficientes para sus seguidores para descansar sin la pausa de 25 años requerida por la ley en el Panteón Nacional. Llorado con verdadero dolor por muchos venezolanos y adulado penosamente postmortem por burócratas de escasa formación y menor verguenza, el mito se construye como la única forma de consolidar las voluntades políticas alrededor de un proyecto desgastado, de un liderazgo sucesor cuestionado, soso, sin conexión emotiva con el pueblo, sin el «burdel» del antecesor, sin carisma, sin verbo elocuente, sin chispa, sin convicciones, sin olor a cuarteles, sin otra cosa que la voluntad expresa de ser «el sucesor» por mandato expreso de quien en un acto autoritario dejó en vida la herencia política a quien tal vez menos méritos tenía, a quien nunca se midió con nadie, a quien nadie reconoce como forjador de la gesta revolucionaria, algo así como un actor de reparto en una novela que, por razones indescifrables, tal vez insulares, se impuso a los actores principales, pasando inclusive por encima de la lógica constitucional amparado en cantinfléricas interpretaciones de un elástico texto.

A los hiper preparados funerales que no dejaron espacio alguno a la improvisación de la suerte sobrevenida se les adhirió de manera inconveniente la polémica discusión de la verdadera verdad sobre las circunstancias del deceso del líder, hechos que para nada contribuyeron al rescate del entendimiento de una situación preñada de curiosidades, de poca transparencia y de definitiva negligencia a la hora de rendirle cuentas al soberano.

Así llegamos a una campaña electoral demasiado curiosa, corta y breve, porque así mandan los segmentos que les conviene de la Carta Magna o porque eso impide que el helio se escape del globo inflado y comience su vertiginoso descenso al plano de la realidad terrenal, donde el desgobierno que preside desde hace 100 días no ha podido hacer otra cosa que llevar con inercia el derrumbe de nuestra economía con medidas como una devaluación para «proteger al pueblo» y otra que será en breve consumada por un «órgano superior» que actuará indefectiblemente como «Comisario Político» para repartir entre «empresarios» filtrados por registros burocráticos de exclusión sistémica los mendrugos de nuestra inmensa riqueza para que sean reciclados en mercados de reconocimiento prohibido pero que tanto han enriquecido a boligarcas fanfarrones.

El orondo candidato se pasea ufanándose de la popularidad que adolece, del conocimiento que extraña, de la preparación que nunca logró, del apoyo que comienza a cuestionar porque siente que ya tiene méritos suficientes para escribir su propia historia aunque se resigne a atender las consejas de sus asesores caribeños de repetir incansablemente el nombre del difunto y no dejar de aparecer en cada afiche, en cada panfleto, en cada valla a su lado, recordando a quienes lograron conectarse con el ausente que él es el heredero. Esto, siempre adornado con sus propias acciones, patriotas y sublimes, como colocar el himno de Cuba en una cadena nacional, o demostrar en sus intentos de peroratas que le falta un poco de ignorancia en cualquier tema que aborde.

Pero él se siente seguro porque cumple con las instrucciones de decir que el otro candidato si ganase le quitaría al pueblo lo que su mentor hizo. Siempre es más barato decir lo que el otro haría mientras los electores esperan por su plan de gobierno, ese que no es otra cosa que el reciclaje del plan del difunto porque él no es capaz de coordinar nada consistente. No está preocupado, él sabe que las encuestas lo favorecen, aún más cuando se trate del «ilustrado» encuestólogo que detrás de la apariencia intelectualoide esconde el sesgo nada objetivo que un investigador de las ciencias sociales nunca debió exhibir. ¿Cómo preocuparse?, si la autoridad electoral, árbitro imparcial por definición, exhibía con orgullo el brazalete que identifica a los partidarios del proceso. «Es una de nosotros», diría sin el menor pudor, el mismo pudor que exhibió el responsable de la custodia de la voluntad popular el día de los comicios, adulante pretor del régimen de quien ya no importa si fue el penúltimo de su promoción o el primero en irrespetar el artículo 328 de nuestra Constitución Nacional a la que le prestó desobediente juramento.

Del otro lado camina a pasos acelerados por todo el territorio nacional un muchacho con un sueño, un demócrata confeso, un obrero del cambio, esperando que una oposición partidista ambigua por instantes olvide las agendas particulares y se una sin reservas en el esfuerzo de venderle al país entero un nuevo proyecto alternativo para edificar una nación libre y soberana, esperando que la oposición no afiliada a los partidos políticos y hasta decepcionada de ellos y sus líderes salga a la calle a materializar con su voto el compromiso con el progreso.

Cuenta la leyenda que los verdaderos libertadores se fraguaron al calor del respeto por las libertades individuales y colectivas, con la bendición de la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos y con el esfuerzo de un pueblo sin fracturas donde todos se traten como hermanos.

Prefiero creer en esta leyenda que rescata el lado humano de mi Venezuela que colaborar en construir un mito para un semidios, ídolo de pies de barro que es erigido para mantener a un grupo de oportunistas en la más vergonzosa cleptocracia que recuerde nuestra historia.

Como decía Rousseau,

«Si hubiera tenido que escoger el lugar de mi nacimiento, habría elegido una sociedad de una grandeza limitada por la extensión de las facultades humanas…, un Estado en que, conociéndose entre sí todos los particulares, ni las obscuras maniobras del vicio ni la modestia de la virtud hubieran podido escapar a las miradas y del juicio del público…

Hubiera querido nacer en un país en el cual el soberano y el pueblo no tuviesen más que un solo y único interés…

Hubiera querido vivir y morir libre, es decir, de tal manera sometido a las leyes, que ni yo ni nadie hubiese podido sacudir el honroso yugo…

Hubiera, pues, querido que nadie en el Estado pudiese pretender hallarse por encima de la ley, y que nadie desde fuera pudiera imponer al Estado su reconocimiento»

Soy venezolano, libre y demócrata y quiero que todos mis conciudadanos también lo sean para vencer la pobreza material y las miserias humanas en las que no podemos sucumbir por la desesperanza ni por la decepción.

Amanecerá y veremos…

@GReyesG 

«Quem te Deus esse Jussit, et humana qua parte locatus es in re, Disce » PERSIO, sát. III, v. 71