Inercia política por Gabriel Reyes - Runrun
Sendai Zea Mar 11, 2013 | Actualizado hace 11 años
Inercia política por Gabriel Reyes

Pareciera difícil encontrar otro país en el mundo que mantuviera un dinamismo político semejante al venezolano. Sin lugar a dudas, como diría un viejo amigo: «Es imposible aburrirse en Venezuela». Pero no necesariamente lo que no nos aburre nos divierte, y este es nuestro caso. La preocupación y angustia son sentimientos que ya forman parte de nuestro día a día, al extremo que algunas personas prefieren aislarse para no ser contaminadas, para no somatizar el discurrir de la tragicomedia venezolana por el poder en todas sus facetas.

Ha fallecido el presidente Chávez, QEPD, tal vez el último caudillo de nuestra historia, un hombre que cambió la forma de hacer la política en Venezuela, quien desnudó nuestras carencias al extremo de hacer de ellas su fuente inagotable de energía y magnetismo.

Durante su larga y penosa enfermedad, el secretismo con el que el gobierno encargado manejó el tema de la salud del presidente nunca renunció a alimentar la esperanza del regreso del mandatario y con esto la temporalidad casi emergente de todo lo que a raíz de la prolongación de su ausencia se iba generando. El tiempo, inexorable e inclemente, obligó a la cantinflada inédita de interpretar el texto constitucional para crear un nuevo estado de funciones presidenciales: «PRESIDENTE ELECTO NO JURAMENTADO EN EJERCICIO». Algún día, no muy lejano, este bodrio servirá de ejemplo de los límites a los que se puede llegar para mantener el poder a toda costa evitando la necesidad imperiosa de legitimar el origen de los mandatos «sobrevenidos» como el del actual «PRESIDENTE ENCARGADO CANDIDATO», hecho que pareciera una vuelta más para el ventilador «revolucionario» de los herederos del difunto gobernante.

En mensajes, lacónicos y carentes de la estructura, que se le exige a un ESTADISTA, la oferta conciliatoria de quien recibe de gratis un mandato no electo, promete «mano dura» a quienes apegados al Contrato Social, fiel reflejo del «deber ser» democrático, disentimos del fondo y de la forma de tanta improvisación, atropello y mediocridad, todos argumentados en «el poder del pueblo», y públicamente entendidos como la prolongación del tutelaje insular que nos obliga a redefinir la palabra «soberanía» cada vez más golpeada por el discurso patriotero de quienes nunca conocieron su significado y menos las razones para defenderla.

Pretores huérfanos de liderazgo, adornados con galones y condecoraciones que son otorgadas por la adulación y el pragmatismo de sus agendas personales, aplaudieron y corearon con emoción las consignas políticas entonadas en estos actos recientes, haciendo ver que ni siquiera quedan los resquicios de la dignidad constitucional del mandato que le prohíbe a los uniformados formar parte de parcialidad política alguna. Esos pretores, más temprano que tarde, encontrarán en la nueva administración el obstáculo natural de quien trae bajo el brazo su propio plan de vuelo, y como en cualquier otro momento y lugar de la historia, pasarán a ser innecesarios, incómodos y desechables.

La reserva moral del país no descansa en algunos de los partidos políticos de la oposición, entelequias incapaces de comprender que la realidad política nacional trasciende más allá del tema electoral, cúmulos de egos atragantados que no entienden que el todo es más que la suma de las partes, que no analizan los guarismos con propiedad y se atribuyen como suyos votos que han sido contra el otro. Nuestra reserva descansa en algunas de sus figuras, tal vez no las más visibles, en los estudiantes, quienes con pundonor y valentía aceleraron el desenlace de esta tramoya y propiciaron, a costa de sus propias vidas, el clima de protesta legítima que debe caracterizar a los pueblos ultrajados. En los ciudadanos «de a pie», quienes sólo nos toman en cuenta para endosar nuestra voluntad política en un tarjetón cada cierto tiempo, y en los militares institucionales, especie en extinción pero que no tardará en emerger retomando las banderas de la democracia y del respeto por los derechos individuales y colectivos. En ellos fundamentamos nuestra esperanza y las oportunidades de construir un futuro diferente pars todos, un país donde el progreso deje de ser una etiqueta de mero mercadeo político y se convierta en una realidad palmaria.

Ahora, como surfistas aprendices, montados en la ola del culto a la personalidad del difunto, aceleran un proceso electoral esperando capitalizar una avalancha de voto emocional que ellos saben se desvanecerá cada día en el que la ineficiencia y la corrupción refresquen la realidad de quienes se entreguen al recuerdo del ausente y sean despertados con la crisis económica de un país quebrado, con la violencia desatada de un pueblo del lejano Oeste, y con la corruptela de los cleptócratas aferrados al ansiado botín.

Esta inercia no puede permitir que el país sea arrastrado a la legitimación apresurada de un bodrio gobiernero que no se sustentaría por sí mismo un año más, pero que una vez consumadas las elecciones, bajo el ventajismo descarado de condiciones y reglas, ya no tendremos nada más que hacer y nos tocará ver cómo por jugar a la democracia, la democracia habrá jugado con nosotros.

Son difíciles momentos en los que ningún posible candidato de oposición debería tener chance alguno, enfrentando la maquinaria de un gobierno que, sin escrúpulos, seguirá empleando los recursos de todos en apoyar al «delfín rojo» y que someterá cualquier intento de protesta pacífica organizada, apoyados en la incondicionalidad de los órganos represivos y en el sesgo del árbitro electoral.

Llegó el momento cuando todos debemos trabajar para impedir que la inercia política nos arrastre como un tsunami a las orillas de una playa desierta, y permita abrir un nuevo capítulo de lustros de oscurantismo, crisis y corrupción.

¡Amanecerá y veremos!

@greyesg