Esto que vivimos, por Víctor Maldonado C.
Esto que vivimos, por Víctor Maldonado C.

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Sobran los adjetivos. Esto es algo más que una dictadura. Es un experimento totalitario. Un ensayo doméstico que, como señalaba Hannah Arend, “pretende la constante transformación de la realidad en ficción”. Para los que están al frente de ese intento terrible y cruel el poder no es para servir al ciudadano sino para mantener un constante enfrentamiento con la realidad, tratando infructuosamente de hacer valer sus propios puntos de vista a través de la organización que dicen tener, y la propaganda con la que nos aplastan comunicacionalmente.

Valdría la pena hacer el inventario de lo que dice esa propaganda y de los datos de la realidad. Desde los célebres “Fundos Zamoranos” hasta los CLAPS, la última invención del socialismo del siglo XXI, en todos los casos no ha habido sino esfuerzos infructuosos, bien vendidos por la hegemonía informativa y mejor resguardados por los efectos de la represión política. Un fracaso se olvida porque la tensión y la atención se coloca en otro evento. Y eso nos hace perder foco y sentido de realidad. Somos reactivos a una patraña que se nos va entregando por capítulos y que nos impide hacer una composición de tiempo y de lugar que sea razonable.  En Venezuela es peligroso asomarse a la verdad, porque la realidad es enemiga del estado. Un estado, eso sí, complejo, con escenarios montados con sutileza, con bufones, héroes, villanos, protagonistas y personajes secundarios, y un guionista que pretende mantener la tensión de cada entrega para que la gente no pierda el interés. Por eso mismo no hay peor peligro para el régimen que aquellos que no se atienen al guión. Esos terminan presos, exterminados o simplemente sacados de la serie. Este totalitarismo tropical se vive como una telenovela. Un solo libretista, muchos personajes pautados, y la pretensión de que haya un solo final posible, la permanencia del régimen. La fortaleza del guión es la atención que podamos prestarle. Hannah Arend siempre puso de relieve que “el poder tiene sus raíces en la colaboración voluntaria. Pertenece a un grupo y conserva su existencia solo en tanto y cuanto ese grupo permanece unido”. Valdría la pena preguntarse si somos nosotros los que mantenemos la fuerza del régimen. Si paradójicamente somos la razón de su permanencia. Si somos la tierra donde el totalitarismo ha echado raíces. Si somos la antítesis necesaria.

La trampa del guión totalitario es que nos mantiene unidos en la misma expectación. Haber asumido su neolengua, pensar y actuar en sus términos, interactuar sumisamente con sus instituciones, tener las mismas expectativas, querer solamente un cambio de protagonistas, pero manteniendo la misma trama, nos hace formar parte de esa unidad que fortalece el sistema y que no nos ha dejado salirnos de este embrollo. Vivimos un enredo del que somos parte. De allí que no es posible salir si no se intentan métodos de lucha política colectiva que intenten romper esa colaboración atenta que mantenemos con esta trama totalitaria. Dejar de pensar como ellos, movilizar a la población para que tome conciencia de que no hay alternativa a una realidad que exige cambio, crear rupturas en el sistema de cooperación inconsciente que alimenta la fortaleza del régimen, objetar sistemáticamente, confrontar ideas y realidades, exigir cambios sustanciales, y hacer todo lo que conduzca a la socavación del poder tiene que ser parte esencial del libreto alternativo. No puede mantenerse un modus vivendi que sustenta al poder porque quiere jugar con sus reglas. Salir de esto que estamos viviendo obliga a una ruptura conceptual radical.  Esa ruptura implica imaginar nuevos medios y nuevos fines, incompatibles con los que hasta ahora hemos considerado. Hay que romper filas.

Hasta ahora hemos vivido una trágica ficción. Nos han colocado en un sendero en el que parecemos, pero no somos. Parecemos ciudadanos cuando acatamos las reglas del juego que ellos nos han impuesto, pero en esa medida nos hemos transformado en siervos y tontos útiles. Cada vez que ellos apelan a nuestro civismo están queriendo tomar ventaja. Ellos piden diálogo, nosotros respondemos con lo que es políticamente correcto y al final del cuento ellos salen más fuertes y nosotros más debilitados. Ellos piden sujeción a las reglas democráticas, nosotros las respetamos y ellos las interpretan a su conveniencia. Ellos salen más fortalecidos y nosotros más debilitados. Ellos piden reconocimiento de sus instituciones, nosotros las respetamos, nombramos nuestros representantes, y luego ellos aplican unas reglas que les mantiene en mayoría. Ellos salen fortalecidos y nosotros debilitados. Cada vez que lanzamos sus dados, no somos más decentes, solo somos más pendejos.

La gente tiene razón de acusar agotamiento de tanto insistir con tan pocos resultados. Cansada de este totalitarismo extendido que miente y agravia. Cansados de la violencia de una mentira que parece valer más que la realidad. Agotados de la perversidad del sistema. Agobiados por nuestra reducción a escalas inhumanas. Tristes por la soledad y la desbandada. Arruinados económicamente y negados a cualquier visión de futuro. Resignados a reconocernos fatalmente como comparsa de una telenovela que no quisiéramos que exista, y recorriendo una y otra vez el sendero de la hegemonía de ellos, que es a la vez nuestra derrota. Vivimos aferrados a una balsa de la que somos lastre ¿Podemos salir de nuestros propios espejismos?

La realidad nos da la razón. El socialismo del siglo XXI es la receta perfecta para la miseria. No hay un solo flanco de realizaciones que contradiga esta afirmación. Estamos arruinados y la causa es el gobierno. Y si es así tenemos que elaborar la ruptura. No podemos darles el beneficio de la duda. No podemos seguir permitiendo que ellos nos piensen y que nosotros seamos la realización de esos pensamientos. La ruptura tiene que ser emocional, conceptual y en el plano de los resultados. ¿Estamos preparados para esa ruptura? Significa no esperar nada de ellos. Desasirnos de cualquier esperanza al respecto. Ellos no van a concedernos nada, ni libertad, ni prosperidad, ni dignidad. Ellos son el error, nosotros tenemos que elaborar nuestras verdades y construir nuestros resultados sobre nuestro propio mapa de ruta y calculando cuál debe ser nuestro destino. Tenemos que empezar a desobedecer el guión, comenzar a pensar por nosotros mismo, romper con el rentismo espiritual que nos ata a ellos, y empezar a escribir nuestra propia historia. ¿Seremos capaces? No podemos tener dos señores, ni dos intereses mal conjugados. No podemos jugar con Dios y con el diablo, no podemos ser gobierno y oposición a la vez. No podemos enfrentar el totalitarismo con una mano y con la otra negociar el presupuesto de una gobernación. Salir de esto implica trazar una raya y tener identidad clara y definiciones precisas.

Porque el resto paga la dentera. El resto pasa hambre y sufre una disonancia cognitiva enloquecedora. Y sí, hay que construir una unidad más amplia y más responsable, mejor balanceada, más allá de los intereses, jugadas y escenarios de los que quieren ser presidentes y por eso mismo olvidan la suerte del país. Una unidad menos narcisista y por eso mismo empática con los que hoy sufren.

Debemos construir una unidad genuina que nos mantenga juntos, sin exclusiones perversas, sin cálculos mezquinos, sin cartas escondidas. La unidad es la gran necesidad de este momento. Unidad de fines, que no es lo mismo que medrar una plataforma unitaria para conseguir objetivos personales. Martin Luther King decía que la unidad es la única forma de transformar nuestros deseos en realidades. Pero no una falsa entidad que luego se nos impone como parte de este totalitarismo autoritario, sino aquella que nos permita avanzar en términos de ciudadanía y derechos. Una que nos aliente y nos conforte luego de este largo y azaroso camino que hemos recorrido a través de esta larga noche de injusticia y opresión. Una que nos permita practicar el coraje y la determinación de un proceso creciente de deslegitimación y desobediencia. Una que no siga siendo el concierto de los fracasos, sino que permita el avance espiritual que todos necesitamos.

Solo así podemos llegar a ser un ejército poderoso capaz de cambiar realidades, sin divisiones, todos como parte de un cuerpo que es uno en la esperanza, la fe y la solidaridad. Uno en el futuro que quiere construir y compartir. Uno en la sed de libertad y respeto. Uno en la necesidad de justicia e inclusión. Uno en la práctica de la paz. Uno en la felicidad que se construye para que todos la disfruten.

@vjmc