Hay que volver a definir la cancha por Víctor Maldonado C.
Víctor Maldonado C. Mar 04, 2016 | Actualizado hace 1 semana
Hay que volver a definir la cancha

Política_

 

No son buenos tiempos para la improvisación. Tampoco son buenos para la demagogia y el populismo. Venezuela vive tiempos oscuros y difíciles que requieren un liderazgo que sepa qué decir y tenga muy clara la hoja de ruta, entre otras cosas porque el adversario no está dispuesto a atenerse a ninguna regla ni tiene entre sus atributos morales la contención. Los que nos adversan juegan duro y piensan que el menú de la represión es diverso y barato. Luego de diecisiete años está más que claro que la suerte del país no forma parte de sus intereses vitales. Más bien lo que los mueve es su propia supervivencia y ese afán voraz e incontrolable para consumirse hasta el último centavo de la renta petrolera, para repartirse hasta el último privilegio y para mantener hasta el último minuto la falsa expectativa de que el socialismo del siglo XXI es viable, tiene sentido y vale la pena.

El momento político exige claridad, congruencia, unidad, fraternidad, tolerancia y espíritu de grandeza. Que se repita incansablemente no necesariamente significa que se tenga en abundancia. El mantra que deberían repetir sin cesar todos los venezolanos debería hacer referencia a que, si subsisten los recelos, afloran los personalismos y se mantienen las agendas de lo pequeño lo único que vamos a lograr es extender por mucho más tiempo las penurias de los venezolanos. Se evidencia que hay un problema con “el momento político”, con la eficacia que resulta de hacer las cosas cuando deben hacerse, para no descontar la ventaja ni dar la oportunidad a la barbarie que se recomponga y tome la iniciativa. Lo mismo puede decirse de la futilidad que puede apropiarse de los espacios institucionales previamente ganados si se pierde el tiempo en iniciativas discordantes, o se pone el énfasis en el mero exhibicionismo y las formalidades. Hay también escasez de “liturgia política”. A veces la clandestinidad no ayuda, pero sería alentador que la ciudadanía sepa cuando se reúnen los líderes unitarios, cuáles son los puntos de la agenda, y también el monto de las dificultades que se afrontan para tomar decisiones e instrumentarlas con rapidez. La transparencia es buena siempre.

No hay soluciones económicas que no pasen por las soluciones políticas. El gobierno se ha negado una y otra vez a la definición de nuevos consensos. Lo que ofrece a cambio no satisface a nadie. Muchas reuniones, muchas cadenas que se imponen como parte del castigo a los que son convocados y al resto del país que tiene que aguantárselas. Muchas insinuaciones, algunas veces halagos implícitos, en otras ocasiones simplemente amedrentamiento y extorsión. Pero en ningún caso se alude a un nuevo plan económico que pueda deslindarse de lo que hasta ahora se ha hecho. Tampoco se aprecia preocupación o sentido de urgencia por el descalabro comercial que ha producido la decisión de desconocer la deuda con los proveedores, el inmenso daño que hacen los controles, la corrupción que provoca esa forma de administrar la economía y el desgano casi absoluto del ánimo emprendedor que resulta el tener que lidiar un día tras otro con inspecciones, extorsiones, amenazas, confiscaciones e inseguridad. Ningún empresario puede controlar absolutamente nada si incluso el mandar sus mercancías por las carreteras del país se transforma en un inmenso acto de fe. ¿Qué empresario puede tener confianza si los colectivos, grupos armados e incluso cuerpos de resguardo se confabulan para el saqueo y la confiscación? ¿Quién paga la merma de un inventario que además no existe como excedente? De esta forma no se puede vivir. Simplemente se sobrevive.

Hablemos claro. El país está financiando un estado que nos desborda. Para colmo, tampoco nos satisface. El estado empresario, omnipotente y arrogante es imposible de ser costeado por una población empobrecida e improductiva. No hay renta petrolera que resista este tipo de administración sin que termine siendo esto que vivimos. Cientos de empresas e iniciativas públicas que no son capaces de intentar siquiera el ser productivas y generar ganancias. Ni una cosa ni otra son posibles cuando se violan todos los principios de la gerencia y la sana administración. Nada puede resultar bueno de esos experimentos como “la gestión obrera” o la militarización de la gerencia pública. Ninguna empresa puede tolerar el diletantismo sin arruinarse. Pero no solo ha sido eso. Son empresas expoliadas en sus utilidades que se han destinado, por anticipado y sin producirlas realmente, a financiar las extravagancias sociales del régimen. 2.8 millones de empleados públicos que no reciprocan en términos de servicios de calidad. ¿Tiene sentido que todos paguemos en inflación e impuestos la puesta en escena de las empresas básicas? ¿Tiene sentido financiar con nuestras penurias todo ese estilacho militarista que se pavonea por despachos oficiales sin rendir cuentas ni presentar resultados? Porque el problema es que “no hay almuerzo gratis”. Alguien paga -y somos nosotros- el despilfarro y la metástasis gubernamental que ha tenido como punto culminante el socialismo del siglo XXI.

Un régimen que vive al día y que quiere que nosotros tengamos que hacer lo mismo, pero sin posibilidades alternativas. En eso consiste precisamente el autoritarismo.  En los aspectos políticos es obvio que ellos no saben qué hacer para quitarse de encima los escasos compromisos democráticos que aun subsisten. En economía ocurre algo similar. Las reservas internacionales siguen desvaneciéndose y nadie puede responder cómo es que en las actuales condiciones se puede mantener al país sin que los sectores más vulnerables colapsen. Vivir al día forma parte de esa inercia monstruosa y peculiar que obliga a todos los venezolanos a preguntarse sistemáticamente ¿para donde vamos? o ¿qué es lo que tiene que ocurrir para que el país tome otro curso?

Las respuestas no son obvias, y por eso mismo hay peligros que necesariamente tendremos que sortear. El primero de ellos implicaría intentar salir de esto “incrementalmente” saliendo del socialismo duro para terminar encallados en un socialismo más llevadero. Algunos piensan que es posible, incluso deseable, mantener la lógica actual pero mejor administrada. Eso es lo que hemos intentado toda la vida. Un gobierno fuerte, interventor, arbitrario y estatista, que mantiene en la asfixia cualquier posibilidad de mercado. A los empresarios se les impone una relación patrimonialista y mercantilista. Se les obliga a jugar en el marco de un status quo fuertemente proteccionista, se les hace salivar con tipos de cambio atractivos y se “les protege con políticas arancelarias”. Se mantiene el coqueteo constante con el estamento militar y la apuesta insensata que supone mantener al sistema de empresas públicas, porque es allí donde más fácilmente se reparten prebendas y poder. Ese socialismo light es el modelo más propicio para el clientelismo y la corrupción.

El segundo peligro es el peligro del “rebatiñismo”. Es otra forma de jugar al populismo. Se ofrecen medidas e iniciativas para supuestamente “favorecer al pueblo” pero que terminan siendo veneno social. Un ejemplo sencillo es la iniciativa legal que extiende el beneficio del ticket de alimentación a los jubilados. Sin caer en la discusión de si nuestros viejitos lo necesitan o merecen, lo cierto es que nadie se pregunta y mucho menos responde cómo se van a pagar esos compromisos. Lo mismo se puede decir de los incrementos del salario mínimo, “tu casa bien equipada”, la “gran misión vivienda” e incluso el programa para regalar las “canaimitas” a nuestros niños. Hay muchos supuestos programas sociales que son mamparas para los guisos que cocinan los más vivos.  No se trata de si se quiere o se necesita, sino de si se puede mantener un ritmo frenético de gastos sin que terminemos siendo todos los venezolanos los financistas a través de pobreza e inflación. Por lo tanto, ofrecer lo que antes no se ha financiado productivamente es rematar al país.

Los ciudadanos deberíamos exigir ideas claras y cursos realistas. Algunos políticos piensan que la única relación posible con los venezolanos es la oferta populista. Detrás de esa convicción se encubre un inmenso desprecio por el pueblo, muy poca entereza moral y escasa inteligencia. Por eso es que hay que volver a definir la cancha a través de cuatro parámetros que deberían servir de baremo para todo lo que se ofrezca o decida.

El primer ítem de control es el tamaño del estado. Mientras más grande sea será también más autoritario, corrompido e ineficaz. Mientras más pequeño será más controlable, financiable y enfocado. Por eso es que ante cada medida que se ofrezca hay que preguntar: ¿Esta medida agranda aún más al estado, o lo reduce significativamente?

El segundo ítem de control es el intervencionismo económico. Mientras más intensos sean los controles mayores serán las oportunidades de la corrupción y la extorsión. Más controles, menos posibilidad tendrá el ánimo emprendedor para cuajar en empresas viables. Menos controles, más estímulo al emprendimiento con todos sus concomitantes en términos de prosperidad y empleos de calidad. Por eso es que ante cada medida que se ofrezca hay que preguntar: ¿Esta medida incrementa el régimen de controles e intervencionismo que tanto daño ha hecho al sistema de mercado venezolano?

El tercer ítem de control es la vigencia de los derechos de propiedad. Más vías de hecho, expoliaciones y confiscaciones, menos libertades y mayor opresión. Sin la propiedad privada plural y diversa no hay garantías ciudadanas ni dignidad humana. Las expropiaciones deberían ser la excepción, pero aquí son la norma, la práctica constante y la amenaza perenne.  Por eso es que ante cada medida que se ofrezca hay que preguntar: ¿Esta medida respeta y reconoce los derechos de propiedad o los confisca indebidamente?

El cuarto ítem de control es la vigencia del sistema de mercado libre y competitivo fundado en el respeto del estado de derecho. Cuando hay mercado se fomenta la riqueza de todos y se potencian las libertades individuales. La ley debería afianzarlo y de ninguna manera limitarlo o intervenirlo. Controles de costos, precios, divisas y contratos matan la competencia y especializan a las empresas en la gestoría y no en la calidad de servicio al cliente. ¿Acaso nos ha ido mejor con el providencialismo populista al frente del país? Las consecuencias que ya vivimos nos dicen que no ha sido así.  A mayor mercado abierto y competitivo mayor diversidad de empresas, productos y servicios. Basta con que haya reglas del juego y que todos las respeten. Un sistema de mercado maltratado por el intervencionismo y acotado por el dedo de un burócrata termina ocasionando pobreza de opciones y oportunidades. Por eso es que ante cada medida que se ofrezca hay que preguntar: ¿Esta medida favorece o desfavorece al sistema de mercado libre y competitivo?

La política tiene que acostumbrarse a vivir episodios menos peripatéticos. Una política sin falsos héroes, sin redentorismos fraudulentos ni ofertas engañosas. Todos deberíamos querer y exigir una oferta que nos garantice vivir al amparo de la ley, con un gobierno reducido pero eficaz, participando de un mercado robusto, experimentando libertades y derechos, y viviendo en paz. ¿Será mucho pedir?

@vjmc