Los adioses por Víctor Maldonado
Víctor Maldonado C. Ene 16, 2015 | Actualizado hace 4 días
Los adioses

Adios

 

Hay demasiados “me voy” proferidos en los últimos tiempos con una urgencia insensata. Algo de temerario tienen estos últimos adioses, los más recientes, porque es inminente un cambio de rumbo ya que lo que estamos viviendo es insostenible. Por esa misma razón es que ante cada partida se cuela esa pregunta nunca expresada, ese “por qué te vas ahora cuando todo indica que estamos en tiempos de definiciones inaplazables. Por qué no te aguantas un poco más y sacas de donde ya no tienes fuerzas, ánimos y esperanzas para no lucir tan ahogados en la orilla, para no cometer suicidio precisamente cuando comienza a florecer la primavera y el deshielo suena a partida y no a regreso”. Claro que hay un desgaste, y el temor abre sus fauces para engullir cualquier resquicio de realismo. Hemos sido por demasiado tiempo exprimidos por este trapiche totalitario que a todos nos tiene exhaustos. Pero el agotamiento, tan legítimo como ciertamente es, nos puede jugar la trampa de hacernos renunciar a la  lucha cuando ya hemos ganado y por lo tanto cuando resulta un inmenso absurdo la rendición. No tiene sentido el hartazgo de oscuridad cuando es inminente el amanecer, pero así ocurre, y no hay nada que hacer. Cada quien tendrá que hacer sus propios saldos.

Pero las verdaderas despedidas son mucho más sutiles aunque igualmente enrevesadas. No tienen que ver con la gente sino con situaciones. Una crisis como la que estamos viviendo invita a la renuncia y al cambio. Obliga a reconocer que hemos vivido por muchos años una ficción que hoy resulta a todas luces insostenible. Exige de todos nosotros deslastrarnos de viejas convicciones para asumir otras. Un nuevo credo debe ser instaurado en sustitución de dogmas y dioses inservibles y anacrónicos, cuyo único mérito es el habernos impuesto como castigo la tragedia que estamos viviendo. El primer adiós es al socialismo romántico preñado de demagogia populista que muchas veces nos ha hecho creer que es posible la repartición de renta improductiva. El socialismo es un error de prepotencia autoritaria que nos ha hecho vivir la represión y la estupidez de una política que ni lava ni presta la batea. Ese mismo dogma hace que algunos venezolanos, los peores y menos dotados, hayan podido ser los regidores de nuestras vidas, armados y envalentonados por el exceso de poder, corrompidos por el desorden y la falta de controles. Y en el fondo, investidos de esa cobardía que los hace inmunes a la sensatez y la responsabilidad mientras tengan una audiencia que les crea las mentiras y los “mientras tanto” que hilvanan mientras transcurre esa caída libre hacia el abismo de la ruina social. Esa ideología es culpable. Al socialismo hay que decirle adiós definitivamente.

Detrás de cada seducción socialista hay una aspiración rentista. A ese rentismo que promueve negocios malos para el país y enriquecimientos inexplicables e indebidos hay que despedirlo sin atenuantes ni compasión. Ese rentismo que se engalana de compinches y salivación por la oportunidad del  privilegio mercantilista hay que dejarlo atrás para sustituirlo por la libre competencia y un sistema de mercado lo más abierto y competitivo posible. Subsidios y prerrogativas deben ser desterrados definitivamente, lo mismo que esa palabra infame (me refiero al adjetivo “estratégico”) por la que el estado se ha reservado –para su despilfarro exclusivo- lo que podría ser una palanca de riqueza y prosperidad para todos los venezolanos. Ojalá tengamos la valentía para desairar al estado omnipotente y exigir su desmontaje hasta niveles modestos pero mucho más eficaces.

El caudillo y sus montoneras fanáticas deben ser exiliados. No más líderes insustituibles ni supremos. Derrotemos el pecado del culto a la personalidad, exijamos la no-reelección para todos los cargos públicos y una rendición de cuentas exhaustiva y transparente de todos los mandatos. Caudillos, cachuchas y fijaciones eróticas deben ser sustituidas por la fortaleza de nuestras instituciones y el pudor republicano. Ojalá podamos ver el momento en el que las instituciones sean más importantes que las ambiciones. Tenemos que dejar de ser “el país sobre-manila” que cualquiera se coloca en el sobaco. Debemos comenzar a tener peso específico en términos de diversidad, pluralismo y fortaleza ciudadana. Adiós a la lubricidad política que hace de todos los líderes unos seductores del fanatismo y aprovechadores indebidos de nuestras debilidades como colectivo.

Otro adiós urgente es a la impunidad que producen el amiguismo, el compadrazgo y el uso sistemático de dos raseros diferentes para juzgar lo que es bueno y lo que es malo. Necesitamos decir adiós al crimen interesado, a la indiferencia criminal y al uso político de la justicia para vengarnos de nuestros enemigos y garantizar el libertinaje de nuestros secuaces. La justicia se modela con el ejemplo de los líderes, el apego a la ley debe ser norma universal y la lucha contra el delito no debería tener excepciones. Un país mejor que el que tenemos debe garantizar la paz y la convivencia entre los diversos. Y eso solamente se logra con el apego a la ley  que respete derechos y garantías. Adiós a la ley usada como mandarria autoritaria para esquilmar derechos y favorecer privilegios. Digamos “nunca más” a la violación de la propiedad, la vida, la presunción de inocencia, la reputación y los fueros ciudadanos. No favorezcamos la arbitrariedad ni siquiera en el caso que nos convenga y sabremos de país decente como el que muchos salen a buscar fuera de nuestras fronteras.

Hay que decir un adiós urgente al despilfarro y a la rumba irresponsable que se permite saquear al país del presente sin pensar en el futuro. Hay que despedirse del que se hace el pendejo cuando extiende la mano para recibir lo que en justicia no le pertenece. Saquear es robar. Expropiar por cuenta del latrocinio estatal es robar. Ser indiferentes al saqueo del país es robar. Ser sinvergüenzas y participar de un festín de recursos sin recato moral es robar. Y ahora que no queda nada, o muy poco hay que recordar que todos, o casi todos, metimos la mano sin preguntar y nos lucramos sin que eso haya perturbado nuestra moral. Adiós a un régimen que compra conciencias y corrompe almas. Adiós al silencio cómplice que niega el futuro y coloca muros al progreso del talento y el mérito. Adiós a esa conchupancia que ciega y que silencia.

Hay que despedirse del odio y de esa arrogancia fatal que pretende administrar un país aun en contra de la voluntad de sus ciudadanos. Tenemos que renunciar al frenesí de las mayorías que se convierten en aplanadoras y pretenden allanar la voz y los derechos de las minorías. Adiós a la prepotencia del que cree que ganar elecciones es poder prescindir de los que perdieron, y que los consensos son rituales a acatamiento al “hombre fuerte”. Hay que construir consensos y un acuerdo amplio para un país en el que quepamos todos amparados por el perdón, la justicia, la responsabilidad y la contrición social. Nadie debería ser o sentirse más importante que la prosperidad fundada en la libertad y el respeto. Nadie debería sentirse “supremo” en un país cuyo norte sea la justicia, la felicidad, la bondad y la libertad.

Todos estos adioses comienzan en el plano de nuestras convicciones. El totalitarismo y los “me voy” se han alimentado de esa duda prevalente que quisiera haber podido acertar en la implantación de una utopía que siempre fue inviable en sus promesas de redención y fatalmente acertada en su capacidad para hacernos daño. O sacamos el socialismo de nuestras almas o nunca podremos darle una despedida definitiva a toda esta violencia y sinrazones que por tanto tiempo nos ha vaciado de sentido.

 

@vjmc