Como hemos compartido en artículos anteriores, es inocultable el apremio del sector oficialista en acelerar el proceso de formalización de la República Popular Bolivariana de Venezuela, como el escenario posible donde la aplicación del paquete de leyes comunales que hoy son irrealizables se conviertan en la nueva realidad del venezolano.
Son muchos los factores que favorecen esta causa paralela a la electoral, que a mi juicio, lejos de constituir una «cortina de humo» representa la construcción de una agenda discursiva donde cada candidato del oficialismo se ha convertido de manera instantánea en el portavoz de esta nueva afrenta contra la voluntad de la otra mitad del país, esa que para el inquilino de Miraflores no tiene patria.
Primero, tenemos una oposición que luego del 7O comenzó un penoso proceso de fragmentación que debe detenerse de inmediato. Si hubo o no fraude, esta historia no es reciente. Data de mucho antes de que existiera una MUD, en cuyo espacio se hizo posible convocar unas primarias y contar con un candidato único en una campaña impresionante y en cuyo seno se fraguó un proyecto de país alternativo que no fue divulgado con la debida precisión, pero que representó el esfuerzo de muchos especialistas que atendieron a los principales problemas de Venezuela con soluciones efectivas.
Por esto, ha sido particularmente inconveniente, impertinente y hasta malintencionado el reclamo destemplado que desde el seno de la oposición se le hace a la MUD demostrando la supina ignorancia de la estrategia oportuna del verdadero adversario, ese quien nos ve y nos trata como «enemigos», y que aprovecha el momento de fractura para introducir un bodrio populista con discurso empoderador de la masa que sólo pretende darle la estocada final a nuestra moribunda democracia.
Instalar el Comunismo por la vía electoral de un proceso refrendario que se apoye en un registro de votantes corrupto, en rectores parcializados, en maquinitas oscuras y en otra suerte de ventajismos amorales, es el verdadero norte de este proceso constituyente, que lejos de recoger las opiniones e impresiones del Soberano, plantea una consulta mediática para justificar un paquete de factura intelectual antillana, trasnochado y caduco, pero muy útil para la construcción de esa «Patria Grande» que legalice el «chuleo» más escandaloso de la historia de América Latina.
Mientras esto sucede, todavía algunos enanos políticos que de oficio acogieron esta profesión, se mantienen peleando entre nosotros por las migajas de un pan inexistente, planteando estrategias esquivas al verdadero y único interés nacional que debe ser «Salvar la Democracia».
El 16D debemos de votar porque aún en el entendido del ventajismo inmoral de quienes pretenden eternizarse en una «dictadura electoral» debemos dejar constancia de que seguimos siendo la mitad del país quienes rechazamos las pretensiones comunistas del gobernante de turno, y que reclamamos un cambio de rumbo en las trasnochadas aspiraciones de convertirnos en el escenario de la más extraviada forma de gobierno posible en el siglo XXI en cualquier latitud del globo terráqueo.
Quisiera que los pocos medios de comunicación ajenos al latifundio radioeléctrico del régimen nos permitieran escuchar a las iglesias, a la academia, a los sindicalistas, los gremialistas y a los militares dignos expresar su opinión, mientras todavía pueden hacerlo, de lo que representará una verdadera hecatombe histórica para un pueblo que no merece sacrificar sus libertades individuales y colectivas persiguiendo un sueño utópico.
Amanecerá y veremos…
