¡2012: Una Campaña para analizar! por Gabriel Reyes - Runrun
¡2012: Una Campaña para analizar! por Gabriel Reyes

En el diseño y desarrollo de campañas electorales solo hay dos formas bien diferenciadas de hacer política, de manera constructiva o destructiva. No es una cuestión de estilo, es un tema de estrategias, de enfoques pragmáticos de la realidad del momento, del horizonte percibido como cercano y la necesidad de avanzar a toda costa.

Esta semana finaliza una de las campañas electorales presidenciales más interesantes desde le punto de vista técnico. Independientemente del resultado del 7 de Octubre próximo, existen elementos que revelan un desempeño táctico que merece un análisis detallado, más allá de la pasión subjetiva de las preferencias políticas de quien tenga acceso a ellas.

No corresponde a la mera retórica académica el hecho de haber presenciado el despliegue de un variado portafolio de artilugios electorales que evidencian la presencia de asesores nacionales y foráneos de amplia experiencia. Y aunque nos quedan todavía cuatro días de campaña, me tomaré la licencia de compartir con ustedes mi análisis del esfuerzo de un candidato por permanecer en el poder.

El candidato presidente arrancó con la duda que cubría como un manto de escepticismo su participación activa en el proceso de la campaña ya que presentaba un cuadro de salud que no era alentador. Por momentos, algunos analistas consideraron que no podía enfrentar este exigente reto, que lo haría de forma virtual y hasta algunos más atrevidos señalaron que el candidato sería otro. No fue así, y quien entra con el handicap de la convalecencia se percata de la máxima que señala que «Candidato enfermo no gana elecciones». En ese momento, como el Ave Fénix y dejando a muchos sorprendidos, reaparece bailando y brincando el candidato declarado como «terminal» por algunos sectores.

Una matriz DOFA de diagnóstico señalaba que la percepción generalizada apuntaba a un personaje violento, por lo que, al igual que en el 2007, el amor y el corazón fueron los protagonistas. El «Corazón del Pueblo» acompañó a la efervescencia nacionalista que fue alimentada con el mote de «El Candidato de la Patria». La utilización de colores alternativos al rojo suavizaban el sectarismo y permitirían el acercamiento a los ninis, remozando la imagen desgastada del candidato de rojo. Un «remake» con estilo del 2007 que ignoró que «una cosa piensa el burro y otro quien lo arrea». El personaje, tal vez entrampado entre la enfermedad y la ineficiencia que lo rodea, dio rienda suelta a lo mejor de su repertorio y comenzó señalando que quien no estaba con él «no tenía patria», frase trillada, pero que en estas circunstancias anulaba el posible efecto inclusivo del mensaje de una propaganda bien diseñada. La violencia de su discurso no pudo ser tapada por la indumentaria multicolor que algunas veces parecía estrafalaria, como la chaqueta con bufanda en Bolívar, o la chaqueta de invierno en Apure. En resumen, una acertada estrategia inicial, anulada por el mismo protagonista de la historia.

Ignorar al adversario era parte de lo recomendado, pero adjetivarlo peyorativamente no creo que formara parte del equipo de asesores. Como decir que Capriles era «como la nada» no surtió el efecto, y el «frijolito» estaba quemado, entonces surgió el término «majunche» que no causó mella en el otro candidato, quien siempre ignoró los ataques verbales de su contendor y se deslazaba por todo el país como el reincidente no pudo. Surgen unas declaraciones algo subidas de tono del retador en un contexto sindical y el repitiente sintió que era su oportunidad para atornillarle otra frase de las suyas: «Jalabolas», expresión que conjugó de forma aislada o con el prefijo de «Majunche jalabolas». El efecto fue obvio. Demasiado atorrante y distorsionó la dinámica comunicacional, más aún cuando las multitudes lo coreaban, dejando por sentado que el insulto se convertía en el arma de quien en 14 años como candidato había agotado su repertorio de argumentos válidos y apelaba al lamentable terreno de la campaña destructiva. El intento de prohibición del uso de una gorra por parte del candidato originado en el ente rector del proceso electoral solo sirvió para que esta prenda se convirtiera en el ícono de la oposición, del deseo al cambio, de la irreverencia a las instituciones genuflexas, del hastío al ventajismo.

Ya era un hecho que el desplazamiento del candidato Capriles en concentraciones y movilizaciones numerosas inquietaba al reincidente, y eso motivó al equipo a prender el motor izquierdo de un avión que caía «en barrena». La Guerra Sucia, como algunos la llaman, es una estrategia diseñada para generar matrices de opinión pública que torpedeen la credibilidad y popularidad del adversario. Algunos de sus más conocidos practicantes, como el tristemente recordado Montesinos, apeló al «soborno» en video con muy buenos resultados inmediatos, pero con un destino nada envidiable. Surge entonces el caso «Caldera» donde un diputado, a mi juicio torpe, ingenuo y algo extraviado, cae en la trampa de recibir dinero de un empresario totalmente identificado con el oficialismo y se genera una gran polémica que dura media hora, porque el candidato retador, actuando como un estadista, lo aparta de inmediato de su entorno y asume el rol valiente de enrostrarle a su amigo, que él no acepta actos de dudosa procedencia en su equipo de trabajo. Esto acabó con la historia de una lanza envenenada que se convirtió en boomerang y le demostró al país cómo se debe actuar en casos donde al menos quepa la sombra de la duda en el proceder de un personaje público. El tema en la agenda no era entonces el «soborno». Pasó a ser la acción decidida, inmediata y transparente de un verdadero líder, hecho que fue ampliamente contrastado con la actitud reiterada de quien ha visto cómo se ha generado una cleptocracia complaciente alrededor de su figura, sin que sus protagonistas puedan, al menos, ser investigados.

Ya el tema de las encuestas que le daban 20 puntos o más al reincidente no eran temas tomados en serio, y todos los venezolanos entendimos que los estudios de opinión pública habían sido desvirtuados y convertidos en simples instrumentos de propaganda política, hechos para todos los gustos. Entonces, surge un panfleto forjado de un supuesto plan de gobierno atribuido a la MUD, pero denunciado por un ex gobernador de reputación demasiado dudosa y por un gris diputado, viuda de las primarias opositoras, quienes emergen en la palestra política como los voceros de esta nueva treta de burdas costuras que no ha calado en ningún sector de la sociedad, por más que hagan del panfleto casi el argumento indispensable del guión del reincidente en sus escuetas giras por las pocas poblaciones que pudo visitar. Este repertorio de pifias eran alternadas por el impelable discurso diluviano para generar miedo con la irresponsable mención de una eventual «guerra civil» si no ganaba las elecciones.

Esta semana es el cierre. Cada vez que el candidato retador encabeza multitudes a su favor, la cadena presidencial de cualquier evento burocrático impone un bloqueo al derecho que tenemos todos los venezolanos de apreciar en vivo la emoción de una campaña constructiva, que ha llevado a todos los rincones del país la esperanza de un proyecto alternativo de inclusión, de paz social y de rescate de la calidad de vida del ciudadano. Anacrónicos personajes con vetustas ideas desconocen que el tapar esas transmisiones genera mayor expectativa en poder apreciarlas a posteriori y refuerzan el rechazo a quien pretende imponer lo que el venezolano debe ver en su televisor.

Cuanto esfuerzo en despropósitos para alguien que después de 14 años manejando un país a su antojo, todavía habla del futuro como si nunca hubiera sido presidente. Cuántos millones de bolívares y cuánto empleo de los recursos del Estado han sido gastados en este intento desesperado por detener la historia de un pueblo que pide a gritos un cambio en su rumbo, que necesita oxigenar su moribunda democracia con el antídoto de la alternabilidad, elemento olvidado del texto constitucional a conveniencia de quienes plantean la perpetuidad de un régimen desgastado y profundamente inefectivo en atender las necesidades de los venezolanos.

Quedan muy pocos días y a pesar de lo que algunos encuestólogos refieren, creo que «las cartas están echadas». Trabajemos sin prisa y sin pausa en la motivación de nuestros electores y celebremos la fiesta electoral del comienzo de una nueva etapa de nuestra vida republicana.

Amanecerá y veremos…