Sin lugar a dudas es menester de cualquier analista político mantenerse en estado de vigilia ante los sucesos que ocurren en su entorno más cercano.
En Venezuela, resulta complicado el análisis estructural porque la agenda es tan convulsa que obliga a la revisión continua de hitos coyunturales con lecturas que pueden extraviarse entre el amarillismo de sectores interesados en expresiones superlativas y la indiferencia de lectores pasivos, presos de la desesperanza aprendida los últimos años de luchas estériles.
Por esto es necesario detenerse en los últimos días del gobierno y revisar los hechos con la sinergia que nos permita detectar la construcción de agendas paralelas, otras encontradas o en algún caso específico la omisión intencional de la política de la desinformación.
Los últimos días del gobierno se han caracterizado por la represión selectiva a usuarios de redes sociales, ante la ausencia del conflicto en la calle, pero esta idea no es un hecho aislado. A mi juicio se corresponde a un estadio más avanzado de mecanismos que garanticen el silencio en cualquier escenario donde el disenso político tome protagonismo. Este hecho no ha sido percibido como muy relevante, pero significa en sí mismo la transición de la oposición real, de la resistencia activa, hacia la inevitable clandestinidad que identifica a los regímenes de democracia precaria o ausente.
Los últimos días del gobierno han exhibido a un presidente activo, en alocuciones muy frecuentes, pero con el semblante desgastado de quien sufre los rigores de una crisis real, con la sensibilidad irascible de quien no es capaz de construir espacios plurales de diálogo y entendimiento en un momento de exigencias unilaterales de lealtad a toda prueba.
Los últimos días del gobierno han demostrado la ineficiencia de una política económica anacrónica, ineficiente y devastadora, que castiga los bolsillos de los venezolanos, último reducto de quienes con impuestos pretenden alimentar las alicaídas arcas de un tesoro en ruinas. El signo monetario ha sido el emblema del naufragio de un esquema perverso de rígidos controles que sólo han favorecido la cleptocracia galopante de las empresas fantasmas receptoras de la esperanza del venezolano que alimenta bonanzas nauseabundas en otros horizontes.
Los últimos días del gobierno se han caracterizado por la preparación demagógica del discurso populista y no menos absurdo de hacerle creer a los venezolanos que el aumento de la gasolina es para financiar misiones populares, que los consejos comunales dispondrán de dólares y que las leyes generadas de una habilitante perniciosa son para el beneficio del soberano. Configurando escenarios de aceptación para la arremetida de una crisis que es precedida por la frase de «Navidades Felices», irónicos episodios de cinismo exacerbado que no pueden ser digeridos por un pueblo que no consigue comida ni medicinas y que ve cómo su exiguo salario cada vez más mínimo se diluye ante la voracidad de la implacable inflación.
Los últimos días del gobierno han reafirmado la innegable transición del modelo pretoriano del difunto hacia el verde tutelaje de quien con aumentos de salarios y mayor espacio de poder civil espera mantener complacidos a los «ciudadanos en uniforme» como llamaba Adenauer, a los garantes de la Democracia, en tiempos convencionales.
Aumentar 45% el salario de todos los militares y 15% el salario mínimo del resto de los trabajadores exhibe una infinita pobreza de criterio que adorna la definición de una clase social privilegiada, de una estirpe plutocrática de beneficiados que groseramente marcan la diferencia en su tránsito por nuestra sociedad.
Los últimos días del gobierno han servido para comenzar una purga sin precedentes, apartando figuras claves y de confianza del difunto del centro de toma de decisiones, pretendiendo oscurecer el brillo de cualquiera que refleje la tenue luz de una gestión aceptable. El castigo al disenso interno es una tragedia griega. El ostracismo al que ha sido condenado el sector del chavismo que se atrevió a criticar el ejercicio de una gerencia pública desorientada y con mañas, hace de la Marea Roja un reducto en franco crecimiento donde se reproducen exponencialmente los chavistas que no son maduristas.
Los últimos días del gobierno no han podido lograr los espacios de entendimiento con una oposición atomizada para enfrentar con niveles de polarización política controlada el embate de una crisis económica que impactará el ámbito social más temprano que tarde.
De manera que quien analice los últimos días del gobierno encontrará muchos problemas sin resolver, otros emergiendo en el panorama de lo desconocido y unos, no menos importantes, que aparecerán en la medida en la que la respuesta a la crisis sea la represión.
Existen mecanismos totalmente constitucionales para descifrar las grandes crisis y en la medida en la que esta se generalice pueden saltar talanqueras los personajes que activan las válvulas que achicarían las turbulentas aguas que la marea trae consigo.
Los últimos días del gobierno nos han demostrado que ni en medio de una crisis como la descrita los opositores que representan a los partidos políticos han sido capaces de construir un discurso de esperanza, una fórmula de cambio posible que permee en la sociedad, que suba cerros y escale las cabezas de los millones de venezolanos atormentados que no ven luz al final del túnel y que temen de ver alguna que sea un tren en sentido contrario.
Amanecerá y veremos…