Medellín: de la decadencia al porvenir por Juan Pablo Sucre G. - Runrun

Medellin

Hace unos meses leí una crónica del multifacético periodista-novelista-entrevistador venezolano, Leonardo Padrón, sobre los conciertos que ofreció la internacional “Reina del Pop”, Madonna, en el marco de su MDNA TOUR 2012, en la ciudad de Medellín, la segunda ciudad en población de nuestra vecina Colombia.

Padrón relató su impresión como la capital del Departamento de Antioquia emergía cual “diva posmoderna” al convertirse en la anfitriona de uno de los espectáculos más notables en el mundo del showbusiness antes que muchas otras ciudades más pobladas del continente. No obstante, el sentido de su escrito fue resaltar la importante experiencia de contar con sendas fechas -con ventas agotadas- donde hubo espectadores de múltiples latitudes, en una ciudad supuestamente secundaria de un país que estaba hasta hace pocos años invisibilisado -o más bien estigmatizado-, por haber sido –¿o sigue siendo?- hub de uno de los crímenes organizados más importantes del Planeta: el narcotráfico.

Aquí pretendo relatar las principales conclusiones a las que pude llegar luego de una fugáz experiencia reciente que tuve al conocer Medellín, en donde me adentré en las entrañas -en su underground-, en una ciudad que pasó de ser colombiana, incluso latinoamericana, para convertirse en una metrópoli cosmopolita, en donde hacen vida personas de múltiples orígenes, con énfasis en ciudadanos norteamericanos y pares de sus naciones aliadas, debido a lo que abajo desarrollaremos, fundamentalmente por las razones políticas y militares que todos sabemos, además de su posición estratégica y la prosperidad económica que goza dicha región.

“Medallo” -como la llaman sus ciudadanos con cariño-, cuenta ya con unos 2 millones 500 mil habitantes. Su ubicación la coloca en el ombligo geoestratégico de Latinoamérica, incluyendo a Centroamérica y el norte de Suramérica en pleno, con todas sus salidas marítimas: al Pacífico, al Caribe y, por ende, al Atlántico. Perpendicular al istmo de Panamá -léase al Canal de Panamá-. A pesar que es una zona montañosa sin salida directa al océano, aunque para eso le sirven los puertos muy cercanos de Cali (Pacífico) y Barranquilla y Cartagena (Caribe-Atlántico), además de acceder vía terrestre por el sur a la Amazonia (Brasil y Venezuela amazónica) y al sur-oriente con Bogotá (la Capital política-financiera colombiana y Los Andes y el Occidente venezolano) y más allá con la Región Andina (Ecuador, Bolivia y Perú).

Con sólo pisar su aeropuerto internacional, uno empieza a sentir que la concepción de “tercer mundo” se nos desdibuja vertiginosamente de aquella estación. Las vallas publicitaria y su contenido –muchos de órden institucional de parte de entes gubernamentales así como de empresas privadas y mixtas, regando mensajes con valores y expresando optimismo y esperanza ante el porvenir-. La pulcritud; la calidad y puntualidad del transporte público; la esmerada atención de “los parceros y las parceras”, reflejan una filosofía profunda de servicio que destaca respecto a la mayoría de plazas latinoamericanas.

Y ni hablar cuando comparamos con nuestra Venezuela, donde en los últimos años de bombardeos de propaganda “igualitaria” y de “reivindicaciones de clases” e ideologización de izquerda, han divorciado a un sector importante de los venezolanos de lo que debe ser una básica buena atención, con un discurso tóxico que ha envenenado a la población haciéndoles confundir el buen servicio con servilismo, por lo que se recomienda abstenerse a practicarlo, so-pena de ser catalogados “antirevolucionarios” o -peor aun- “antipatriotas”.

Todo ello es un error crucial para el futuro que luce a todas luces matrecho en nuestra mal aconsejada Venezuela, desde que éstas “cúpulas podridas” tomaron el poder en el año 1998. Pero incluso antes, desde que -de golpe- aparecieron en la escena pública luego del famoso “por ahora”, aquél fatídico 4 de febrero de 1992, cuando debutó publicamente el “proceso” que le ha costado a la otrora Nación emblema del progreso latinoamericano muchas décadas de retroceso, en bajada y sin frenos.

El “líder supremo” de la “revolución bolivariana”, varias veces aseveró de manera enérgica que “Venezuela cambió para siempre”. Muy cierto, pero para mal, para peor, para mucho peor de lo que había en el descenlace fatídico de la llamada “Cuarta República”, que ya estaba bastante torcida.

Volviendo al tema y espacio que nos ocupa, Antioquia, y en concreto, Medellín, ha sido una tierra que se ha ganado palmo a palmo su vigorosa posición actual, y sería muy injusto encasillar la causa de su empuje solamente al negocio bandera –entre los más rentables, si no el más del mundo-: el narcotráfico. Eso sería una bofetada a la inmensa mayoría de la población, al grueso de trabajadores honestos que todos los días se levantan a laborar en los campos cafetaleros –cuyo rubro se exporta a todo el mundo con excelsa calidad-, o las flores ornamentales -también un negocio pujante- y de tantos otro rubros agrícolas y ganaderos; en las fábricas textiles -con calidad de talla mundial-; en su variada oferta de restaurantes y hoteles -donde el servicio es impecable-; a los policías y miembros honorables de las fuerzas militares -que han enfrentado y ganado la guerra contra los narcoguerrilleros y narcoterroristas, quienes confunden el plano de la ideología, ya que todos pasaron a ser esclavos del dinero y del poder sin escrúpulos, antivalores que para esa gente tiene más peso que la vida humana-; a los empleados en general que atienden con la mejor sonrisa a los locales y visitantes para servirle “con mucho gusto”, sin por ello disminuir su condición humana, como han hecho creer desde los hilos del poder “Castro-chavista” a nuestra Venezuela contaminada de “Socialismo del siglo XXI”.

Los “paisas”, tal como popularmente se les reconoce a los antioqueños, son personas llenas de buena vibra y optimismo. En el marco de su bicentenario, la edición de la Revista Semana del 16 al 23 de agosto, publicó una descripción en cápsulas que expresa los caracteres de su cultura. Es un resúmen de un estudio que coordinó la Gobernación del Departamento con apoyo del Grupo Sura, con investigación del EAFIT y las consultoras Invamer y Etniológica. Básicamente, refleja que los antioqueños están muy orgullosos de su gentilicio, así como de su condición de colombianos. En resumen, son regionalistas en su más absoluta esencia.

Más de la mitad de los jóvenes pujan por entrar a las universidades. En ese sentido, 66% de los encuestados creen que la calidad de la educación ha mejorado. El futuro lo ven con ojos positivos: con buena salud, casa propia, enriquecimiento espiritual y con un matrimonio felíz -los valores más profundos están entre las prioridades de la mayoría-. Algo curioso que resalta el estudio es el grado de confianza en el prójimo, que triplica a la media de los demás pobladores colombianos. Todos son signos vigorosos para quienes miran mercados para invertir y desarrollar empresas, e incluso a quienes están buscando alternativas donde desarrollar sus vidas junto a sus seres queridos.

Un poco de historia reciente…

La región antioqueña ha sido el epicentro de las luchas políticas y bélicas de Colombia en las últimas décadas. Comenzando con que fue en Medellín, como es harto conocido, donde un humilde ser proveniente del poblado aledaño de Rionegro, Pablo Emilio Escobar Gaviria, conformó durante los años 80 hasta comienzo de los 90, el llamado “Cartel de Medellín”, una de las mafias de crímen, terrorismo y destrucción más moustruosas que ha experimentado la humanidad, erigiéndose como una de las personas más ricas y poderosas del Planeta, quien llegó a poner en vilo a toda la estructura de poder político y militar de Colombia, hasta el punto que tuvo que ser llamado con urgencia la intervención del ejército más poderoso del mundo para ponerle coto, al “Imperio mesmo”.

Los Estados Unidos de América, suministraría tecnología y ayudaría a perseguir a Escobar y a su red criminal, a quien finalmente dieron de baja el 2 de diciembre del año 1993, en “El Envigado”, sector popular de la ciudad de Medellín, luego de un gigantezco y lamentable costo traducido en cientos de muertes, dolor, división y desmoralización de toda la sociedad neogranadina.

Pero pasa que después de la destrucción suele venir la reacción a la barbarie, la reconstrucción, la vuelta a los valores más básicos: a los dogmas, a la familia, al respeto al prójimo, al trabajo honesto… y más cuando llegó a lo más alto de la magistratura nacional un hombre que promulgaba todos los principios que la sociedad colombiana anhelaba, quien, por cierto, casual o providencialmente, fue otro “paisa” –excepcional-: don Álvaro Uribe Vélez.

Este abogado de la Universidad de Antioquia, de 61 años de edad, con título en “Resolución de Conflictos” de La Universidad de Harvard y luego becado para realizar estudios políticos en Oxford; de expresión pausada pero con una convicción que hace rendir a cualquier fiera, fue el capitán que enderezó el barco que se encontraba a la deriva, enclaustrado en el abismo, en el caos de un Estado a punto de ser considerado con la dura y humillante etiqueta de “canalla” o Rogue State.

Uribe ocupó la Presidencia de la República entre los años 2002 y 2010, luego de forzar la reelección como institución –que no existía en su Texto Fundamental- y ejercer el segundo período gracias a una Reforma Constitucional aprobada luego de árduas discusiones en el Congreso de la República de Colombia.

Uribe cumplió “juiciosamente” los pasos de la carrera política. Desde muy jóven empezó en cargos en empresas gubernamentales y distintos entes de gobierno locales, departamentales y nacionales. Fue electo Alcalde de la ciudad de Medellín en 1982, a los 40 años; Senador de la República a los 44 (1986-1994) y Gobernador de Antioquia a los 48 (1995-1997); cerrando su trayectoria pública -por ahora, ya que sigue muy activo-, como Presidente de la República de Colombia, electo a los 51 años de edad, donde permaneció 8 años en dos períodos constitucionales.

Su política ante los narcoterrorista fue contundente, transparente y concisa: ningún tipo de negociación con los narco-insurgentes y activación de todo el peso del Estado de Derecho, de la Ley, del Órden Público… del Bien. Es así como la respuesta sólo podía ser una sóla: plomo -diametralmente opuesta a la filosofía que aplicó en vida su “paisano” Escobar Gaviria: que amenazaba a sus enemigos, políticos, periodistas, militares, policias, jueces y ciudadanos comunes con sus ebirros para subyugarlos con la famosa y dilapidaria frase: “plata o plomo”.

La respuesta vino secundada por las fuerzas políticas, diplomáticas y militares de Norteamérica, alianza que ya había sido heredada de la administración de su predecesor, Andrés Pastrana Arango (Presidente de la República de Colombia entre 1998 y 2002), luego de la humillación que sufrió como líder de la Nación cuando los narcoguerrilleros burlaron su buena voluntad negociadora con la llamada “Zona de Distención o Zona de Despeje de San Vicente del Caguán” (1998-2002).

Por cierto, una de las peores infamias que en su trayectoria podrán mostrar los “comunistas” de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), así como el Ejército de Liberación Nacional (ELN), ya que se acordaron 42.000 hectáreas de tierras situadas entre los Departamentos del Meta y Caquetá, como una de las condiciones necesarias para alcanzar la codiciada paz. Dicha Zona fue utilizada durante los 3 años que duró la concesión para sembradíos de sustancias psicotrópicas ilícitas, libre de supervisión de las autoridades, burlándose así de Pastrana y su gobierno, pero sobretodo del pueblo colombiano y de la Comunidad Internacional que nuevamente imprimieron esperanzas en un proceso más cuyo anhelo fue desperdiciado y frustrado por la deslealtad de los narcoterroristas rufianes.

Es de hacer notar que eran los tiempos en que Hugo Chávez tomaba el poder y rebautizaba con gran esperanzas a la República de Venezuela –mediante la Asamblea Constituyente convocada en 1999- con el epopéyico adjetivo de “República Bolivariana”. El flamante presidente venezolano -cómo olvidarlo- disfrazado como observador junto a sus conocidos emisarios de su gobierno, secundaba y velaba en tal proceso colombiano todas las peticiones de sus alíados, de sus “costillas”, los narcoterroristas –mentirosos y negociadores desleales- de las FARC.

Andrés Pastrana pecó por inocente -cómo no-, pero no lo juzgaría a la ligera, pues su confiado actuar fue el detonante político interno definitivo para solicitar apoyo de fuerzas extranjeras -militarmente superiores- que ayudarían –y así lo hicieron- a eliminar a los grupos insurgentes que pasaron de ser los veladores armados de los sembradíos de los carteles de Medellín y de Cali, a ser los herederos del negocio que conocieron de fuente directa de parte de “sus patrones”, los pioneros narcoterroristas, Pablo Escobar Gaviria, los hermanos Rodríguez Orejuela y sus entornos mafiosos.

También, en el otro extremo -hay que decirlo-, las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), sucumbieron ante la misma tentación, corrompiendo sus misiones originarias por el dinero a chorros que produce el negocio de los estupefacientes ilícitos en sus distintas fases de producción, distribución y comercialización.

El “Plan Colombia”

Así las cosas, Pastrana y el expresidente estadounidense Bill Clinton, sellaron en el año 1999 la alianza bilateral que transformaría a Colombia -y en especial a la región in comento-.

El “Plan Colombia”, también conocido como el “Plan para la Paz, la Prosperidad y el Fortalecimiento del Estado” o, simplemente, el “Plan Colombia para la paz”, es un acuerdo bilateral suscrito entre los gobiernos de Colombia y Estados Unidos. Los objetivos específicos fueron “generar una revitalización social y económica, terminar el conflicto armado en Colombia y crear una estrategia antinarcóticos”.

El acuerdo se ha sucedido bajo la modalidad de “extensiones temporales” con las administraciones de Uribe y de su sucesor, Juan Manuel Santos. Del otro lado,  desde Washington D.C., se han pasado el relevo los presidentes George W. Bush y el actual inquilino de la Casa Blanca, Barack Obama.

El gobierno estadounidense distribuye los recursos teconológicos y económicos bajo el programa “Andean Counterdrug Initiative” (ACI) o «Iniciativa Andina Contra las Drogas» y recibe soporte del “Foreign Military Financing” (FMF) o «Financiación para Fuerzas Militares Extranjeras» del “Department of Defense’s central counternarcotics account” o “Cuenta Central Antinarcóticos del Departamento de Defensa de los Estados Unidos·.

La administración de los acuerdos bilaterales no ha sido del todo armónica, por los intereses nacionales -naturales- contrapuestos que han surgido entre sendas naciones. El principal objetivo de Washington ha sido el de prevenir el flujo de drogas ilegales hacia los Estados Unidos, como también apoyar institucional y diplomáticamente a Colombia a promover la paz y el desarrollo económico -que a la vez contribuye a la seguridad en la Región Andina-, que se les fue de las mano, en gran parte con el avance del “Castro-comunismo” venezolano-cubano que lideraron Hugo Chavez junto a los hermanos Castro por más de una década.

Colombia, por su parte, procuraba la paz, el desarrollo económico e incrementar la seguridad y terminar con el tráfico ilegal de drogas. Pero la relación se ha ampliado de lo estrictamente antinarcótico a la guerra contra el terrorismo a nivel macro, debido a que los criminales organizados, sean políticos o mafias civiles, retroalimentan con gran parte de esos flujos de dinero a la guerra de guerrillas del Siglo XXI que busca debilitar el Estado constituído, tanto dentro de Colombia como en otras latitudes donde puedan alterar el órden y distraer a su enemigo más poderoso, los Estados Unidos de América, así como a su red global de alíados y grupos de interés -Estados, organimos internacionales, organizaciones no gubernamentales,  empresas trasnacionales y todo lo que huela a libertad económica, libre comercio, iniciativa privada o emprendimiento-, es decir, a los principios y valores fundamentales que promueve el sistema capitalista liberal anglosajón.

El Tratado de Libre Comercio (TLC) EEUU-Colombia

El “Acuerdo de Promociones Comerciales entre Estados Unidos y Colombia”, mejor conocido como TLC -en inglés: Colombia Trade Promotion Agreement (TPA)-, es un Tratado de Libre Comercio bilateral entre ambos países. Fue aprobado el 10 de octubre del 2011 por el Congreso norteamericano y entró en vigencia el 15 de mayo del año 2012.

Las negociaciones de dicho Acuerdo comenzaron varios años antes. Como antecedentes, primeramente Colombia negoció junto a sus socios de la Comunidad Andina (CAN) –incluyendo con Venezuela- posiciones conjuntas ante el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), proyecto hemisférico para derribar gradualmente las barreras comerciales de 34 países de las tres Américas y del Caribe, desde Canadá hasta Argentina –todos los países menos Cuba-. Éste ambicioso esquema se planteó en la primera “Cumbre de Las Américas”, realizada en la ciudad de Miami en el año 1994, y estuvo más de una década negociándose hasta que fue boicoteado por la ola de izquierda que tomó países claves de Suramérica, liderada, claro está, por la tripleta Chávez-Castro-Kichner, que plantearon la “brillante” “Alternativa Bolivariana para las Américas” (ALBA), esquema de países chulos de Venezuela que chuparon todo lo que pudieron –y siguen haciéndolo- a cambio de apoyos incondicionales en cuanta asamblea, conferencia, foro, organismo internacional o programa se le ocurriese al “nuevo libertador de Venezuela”.

El ALBA no ha tenido ningún sentido ni resultado palpable más que político. El ALBA fue –ya casi hay que hablar en pasado- un gran fracaso que le ha costado billones de dólares a un país cuya infraestructura y servicios públicos están mucho más precarios que cuando tomaron el poder hace casi 15 años.

Mencionamos mucho a Venezuela en éste capítulo que habla del TLC entre EEUU y Colombia porque fue la excusa que Hugo Chávez utilizó para patear el tablero de la CAN y salir de un acuerdo que comenzó en al 1969 junto aBolivia, Colombia, Ecuador y Perú, por considerar que dicha alianza comercial significaba una ofensa con sus socios andinos. Luego de eso, se enfocó en hacer a nuestro país Estado miembro del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), que es un acuerdo subregional inspirado en principios menos proteccionistas y más liberales comercialmente hablando, aunque tanto Argentina como Brasil –también Uruguay- contaban –y siguen contando, por ahora- con gobiernos ideológicamente amigos.

De vuelta al TLC, concluímos que es un instrumento complementario que un aliado tan cercano y necesario en la Subregión, como lo es Colombia para los Estados Unidos, no podía no tenerlo. En ese sentido, la mesa está servida para que la relación tanto comercial como legalmente siga fluyendo y continúe profundizándose. Y así parece estar sucediendo…

foto plan colombia 1

Medellín: presente y futuro

El 7 de agosto de 2010, asumió la Presidencia de la República de Colombia Juan Manuel Santos Calderón, con más de 9 millones de votos –la mayor votación de la historia de Colombia-. Éste periodista y economista nacido en Bogotá en el año 1951, es miembro del clan familar propietarios del conservador diario “El Tiempo” –también primo del exvicepresidente y actual pre-candidato presidencial, Francisco Santos, quien se ha convertido en uno de los principales críticos de Santos, junto al mismo Uribe, por diferencias fundamentalistas-.

Santos Calderón, fue un consentido miembro del Partido Liberal, y tiene una destacada carrera política, habiendo detentado altísimos cargos como Ministro de Comercio Exterior en el gobierno de César Gaviria –quien sustituyó al asesinado candidato del “Nuevo Liberalismo” por el grupo de narcotraficantes llamados “Los Extraditables”, liderados por Pablo Escobar el 18 de agosto de 1989: Luis Carlos Galán Sarmiento- y además fue Ministro de Hacienda durante la gestión de Andrés Pastrana Arango.

Juan Manuel Santos abandonó el Partido Liberal en el año 2002 para unirse a la creación del “Partido de la U”, junto a Álvaro Uribe Vélez, arroyando electoralmente en su debut. Fue nombrado por el flamante presidente Uribe en el cargo más importante para la línea que tomaría dicha gestión: Ministerio de Defensa -posición que detentó desde julio de 2006 hasta mayo de 2009 cuando, luego que la Corte Constitucional negara la posibilidad de una segunda reelección de Uribe, se lanzó como el sucesor surfeando en dicha plataforma política-.

La gestión de Santos en la cartera de Defensa será recordada como la implacable avanzada por la reconquista de las fuerzas institucionales de la República, cuestión que cambió la historia de Colombia, ya que propinaron los más duros reveses a los cabecillas de las FARC después que en el año 2008 muriera por causas naturales el líder del ejército insurgente por más de 44 años, Manuel Marulanda, alias “Tirofijo”.

Santos, con apoyo de los Estados Unidos, bajo las órdenes de Uribe Vélez, gestionó las operaciones que darían baja a Luis Edgar Devia Silva, alias “Raúl Reyes”, en un controvertido ataque en territorio fronterizo ecuatoriano en enero de 2008 -que casi coloca en guerra a esos países -y hasta Hugo Chávez se asomó en dicho impase, amenazando con mandar tropas y aviones Sukoi en contra del país vecino, en solidaridad con el gobierno ecuatoriano de Rafael Correa, cercano a su línea política-. Ese mismo año se rescataría con vida a la excandidata presidencial secuestrada en febrero del año 2002, Ingrid Betancourt -así como a otros rehenes políticos y militares-, en un operativo tácticamente brillante. Luego vino otro atino más, la eliminación del que heredó la batuta narcoguerrillera, Víctor Julio Suárez, alias Jorge Briceño, o más coloquialmente conocido como el “Mono Jojoy”, en septiembre de 2010.

Hoy las fuerzas nargoguerrilleras continúan en gran parte del territorio colombiano rural. No obstante, su poderío militar ha sido acorralado y mermado sustantivamente, sobretodo sus cabezas estrategicas. Nuevas negociaciones de paz se están desarrollando en caliente en la ciudad de La Habana, Cuba, pero esta vez el poder de negociación claramente lo tienen las fuerzas institucionales. Santos, astutamente presiona y los acorrala ante a las cuerdas procurando un referéndum en las elecciones nacionales parlamentarias o presidenciales a celebrarse en el 2014 y 2015, respectivamente, a sabienda que los narcoinsurgentes no aceptarán quedar en evidencia ante la inmensa mayoría de colombianos que los repudia. Los rebeldes, por su lado, se enfocan en solicitar una Asamblea Nacional Constituyente que reforme la Constitución de 1991 y que les garantice su reinserción pacífica a la vida civil y política de la República. La semana pasada por primera vez las FARC reconocieron en La Habana haber causado “crudeza y dolor” y que podrían pedir disculpas por dichas atrocidades. Mientras tanto, solicitaron una pausa a la Mesa de Negociación para analizar la propuesta del gobierno encabezado por el respetado jurista Humberto De La Calle.

Sin embargo, desde el mes pasado han optado en paralelo por una nueva estrategía por la vía política de insurgencia sindical y gremial, alterando el avispero social mediante marchas y paros, –volviendo a lo básico, pues-, lo que puede leerse como un retroceso de décadas en su capacidad belicista.

Por el Plan Colombia y todo lo mencionado arriba, gran parte del negocio de la droga ha sido expulsado a México y otros países vecinos. Sin embargo, es falso afirmar que es o será erradicado a corto plazo. Las transacciones solamente han cambiado de manos. Los grandes bancos que hacen presencia en Medellín y la infraestructura del lujo de manera abierta (concesionarios de vehículos y motos, tiendas de grandes marcas lujosas internacionales, hoteles 5 estrellas, discotecas, restaurantes, etc.) dejan en evidencia que las finanzas del “narcolavado” solamente han sido arrancadas del manejo de grupos oscurantistas y ahora se lucen sin complejos en las calles de Medallo, en los centros comerciales, en los clubes campestres, en las fiestas, ferias y festivales.

Y tenía que ser así, pues si Estados Unidos, Europa y el mundo entero han perdido la lucha contra el tráfico y el consumo de sustancias estupefacientes –ya es sabido que muchos de los estados de Norteamerica han legalizado –y es discusión caliente en éstos momentos en los que no lo han hecho- el consumo de las soft drugs “medicinal” y ahora incluso hasta se está  permitiendo “recreacionalmente”, y ni hablar de países europeos más liberales que lo han hecho desde hace lustros –como Holanda-, y es que no pueden seguir permitiendo que mafias manejen esos gigantezcos flujos de capital, pues el fruto del negocio de la droga cuando se imponen barreras se desvía al financiamiento del terrorismo en todas sus formas, así como otros flajelos (prostitución, trata de blancas, sicariato, guerra de bandas, etc).

Así las cosas, Medellín, como meca global de este flagelo, es y ha sido históricamente el mejor terroir para la siembra de tales sustancias y donde están todas las mejores mentes, es decir, el más calificado know how de décadas acumuladas manejando la médula de tal negocio -así como también Cali y los territorios aledaños-, por ello se verá cada vez más beneficiada de esa realidad.

Pensarán los lectores que no es nada nuevo, que ya lleva varias décadas siendo así. Es cierto, pero la diferencia está ahora en que el mayor mercado mundial está derribando las trabas para su consumo paulatinamente, lo que implica el cese de la persecusión para su distribución y venta. Ello indica que el negocio se irá democratizando cada vez más. De pasar de pocas cabezas de un par de carteles hace apenas una década, ahora cualquier emprendedor podrá experimentar con laboratorios de marihuana, haschish, cripy o cripa, anfetaminas y algunos analgésicos y tranquilizantes –apuesto que ya en eso deben estar las grandes trasnacionales tabacaleras y hasta farmaceúticas-.

Es por ello que uno ve haciendo vida en esa mediana ciudad a ciudadanos norteamericanos, árabes, israelíes, españoles, rusos y cuanta persona quiera aprovecharse no sólo de los beneficios de la bonanza directa de negocios todavía dudosos, sino de la venta de bienes y servicios –legales y honestos- gracias al dinero que se desborda y chorreará cada vez más durante las décadas venideras, pues “la nota” ahora es que se pone buena.

 

Abogado de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas (2001) con especialidad en Derecho Corporativo –Mención Cumlaude- de la Universidad Metropolitana de Caracas (2004) y postgrado en Relaciones Económicas Internacionales de la Universidad de Barcelona, España (2005). Fue abogado de la Secretaría General de la Comunidad Andina y asistente en las negociaciones de los acuerdos entre la CAN-MERCOSUR y del Área de Libre Comercio de las Américas. Fue Consultor asociado en la firma Lextrategy por 7 años. Ha sido articulista para los diaios venezolanos El Nacional, El Universal y Runrun.es.

AActualmente es consultor independiente en el área. También es emprendedor en el área del entretenimiento, gastronomía, moda, estilo de vida y tendencias.

@juanpsucre