El juez imbécil por Miguel E. Weil Di Miele - Runrun
Sendai Zea Jul 24, 2013 | Actualizado hace 11 años
El juez imbécil por Miguel E. Weil Di Miele

JusticiaCiega[1]

Afirmaba Pérez Reverte hace unas semanas en su artículo dominical que un tonto puede ser mucho más peligroso que un malvado. Y no hay que darle muchas vueltas al argumento. El imbécil cuando se empecina con alguna imbecilidad, no hay forma ni manera, porque se regodea de su condición sin darse cuenta. Como el borracho que canta una salsa creyendo que suena como Oscar D’Leon, cuando suena como un gato moribundo y en sufrimiento. Sordo y desvergonzado.

La semana pasada escribí sobre Bárcenas, el tesorero del Partido Popular español, chanchullero confeso, y sobre la importancia de la institucionalidad en la rectificación del desbarajuste del Estado de Derecho, en el que las leyes parecían aplicarse de manera desigual sin justificación alguna. Me refería a los jueces, quienes han de hacer volver las aguas a su cauce. Pero el mismo día que publicamos el artículo, tubazo informativo: el presidente del Tribunal Constitucional español, (Pérez de los Cobos se apellida) que nada tiene que ver por ahora con el caso de Bárcenas, pero que como se imaginará el lector, es el papá de los helados de los jueces, fue militante (o sea, que pagaba cuota de inscripción y eso) del Partido Popular. Es como si nuestros Magistrados del Tribunal Supremo de Justicia gritaran a todo gañote: “¡Patria, Socialismo o Muerte! ¡Venceremos!”. O cosas por el estilo. Imagínese usted, que el grupete del TSJ que tiene que decidir sobre las irregularidades electorales denunciadas por un sector (por poner un ejemplo hipotético), apoyasen abiertamente al otro grupo, favorecido por el resultado. Pero eso es cosa de España, gracias a Dios y a Guaicaipuro.

Desvelada semejante atrocidad republicana, un juez, que sabe (o se supone que sabe) lo que es el Estado de Derecho y las implicaciones que tiene una patraña de ese calibre, dimitiría por aquello de la decencia, o por no hundir más el barco. Un abogado español (catalán preferiría él) me comentaba su profunda depresión, al enterarse de la noticia de la militancia de Pérez de los Cobos. Una especie de orfandad profesional, me decía, pues aquél tribunal y las decisiones que dictaba, habían sido para él palabra sacrosanta y tal. Y ahora, pues no. Aquello había desaparecido, porque la ñapa del cuento es que el señor que debería dimitir, o por lo menos haber confesado que era militante desde el principio, por sensatez, por racionalidad, porque debería darse cuenta del daño implícito que a la totalidad del Estado inflinge, y del estío severo al que podría estar sometiendo una cosecha democrática que requirió demasiado riego, de la que él mismo es producto, no lo hace.

La institucionalidad depende de hombres, y estos pueden ser malos, malucos, requetemalos, o buenos o inteligentes, o combinaciones de una cosa y otra. También pueden ser imbéciles. Y cuando el caso es el último, el pronóstico es grave. Como dice el catalán: Orfandad. Pero no sólo los abogados, sino la ciudadanía toda ante las arbitrariedades y los abusos de quienes pretenden imponer su voluntad sólo porque son, según la última cuenta, la mitad más uno; sometidos a otras voluntades, o execrados de la sociedad, bajo un sistema que hoy puede dominar una mayoría, pero mañana bien podría dominar otra. Un sitio horrible dónde manda el más fuerte. Y el imbécil lo que no ve, es precisamente eso. Que la salvajada que promueve hoy le sirve, pero mañana a lo mejor, no tanto. Quizás terminen como el borracho, cantando salsa: “llorarás y llorarás, sin nadie que te consuele”. Pero eso son cosas de la derecha española. Nuestros Magistrados, harían lo correcto, si algo así se demostrase. Eso con pesuvismo, no pasa… “y así te darás de cuenta, que si te engañan, duele”.

 

Miguel E. Weil Di Miele

miguelwd@yahoo.com

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