De visita por Caracas por Francisco Gámez Arcaya @GamezArcaya - Runrun

baggage

 

El olor del litoral despertó recuerdos dormidos en las mentes de Julián y su esposa. Para los niños, sin embargo, fue sorpresa y desagrado. El calor que golpea la cara al salir del aeropuerto es una bienvenida áspera. Habían pasado tantos años. Julián y Graciela se casaron y se fueron. Hace diez años, sin hijos y sin temores, buscaron una sociedad que premiase el talento y el trabajo. Y aquella mañana lejana renunciaron a su calle de siempre, para adoptar otra, más limpia. Al comienzo no fue fácil arrancar el idioma del alma y aprender a sentir, soñar y pensar en una lengua distinta. Pero los niños, los que vinieron luego a completar aquel hogar, hablan español con acento extranjero. Para ellos el castellano es una lengua difícil que solo se habla en la mesa. No conocen el sabor del bocadillo de guayaba, ni su densa textura que se tropieza con pequeños grumos de azúcar. No conocen a los primos, ni el gusto del raspao de tamarindo con leche condensada. Para ellos son extraños aquellos helechos de la terraza de la abuela, que dan sombra al patio desde tiempos remotos. Pero hoy han venido de visita. Julián y Graciela se atrevieron. Piensan que venir a Caracas implica un riesgo mortal, y no les falta razón, si a las estadísticas nos ceñimos.

 

Llegaron de visita por unos días a estas tierras tan eternamente suyas, como voluntariamente renunciadas. Y al llegar, todo es abrazo para ellos. Reciben las lágrimas de alegría de un tío olvidado. Y los llenan de abundancias, como un gesto propio del trópico caraqueño, aunque el presupuesto sea estrecho. Parrillas a destiempo, desayunos copiosos, bullicio familiar y visitas. Los hijos no entienden el alboroto, pero gozan. La multitud de niños de su edad que juegan salvajemente cualquier cosa, es un impacto poderoso para sus mentes de primer mundo. Pero la sangre va haciendo amistades instantáneas, mientras Julián y Graciela pasan los días oyendo los mismos cuentos y contando las mismas historias. Luego, algún viaje fugaz al mar y otro a Galipán. Y ya. Se acabó la vacación. Vuelven a Maiquetía para abordar el vuelo que los llevará a su destino. Los niños aguantan las lágrimas y disimulan el dolor del nudo en la garganta, para contribuir a la falsa indiferencia de sus padres. En silencio pasan el equipaje de mano por la máquina. Todos ven fijamente al suelo con la excusa de tener los pies descalzos. Y dicen adiós a la familia con las manos, a distancia, mientras hacen la fila para el control de emigración. Entonces, la funcionaria de turno, que recién aprendió inglés, al ver los pasaportes foráneos, les dice: “Did you like Venezuela?”

 

Francisco Gámez Arcaya

@GamezArcaya