Pa´lante Venezuela por Víctor Maldonado C. - Runrun
Sendai Zea Mar 06, 2013 | Actualizado hace 10 años
Pa´lante Venezuela por Víctor Maldonado C.

El presidente Chávez murió. Desde esta columna quiero hacer llegar mis sentimientos de pésame a sus familiares, amigos y seguidores. Es muy temprano para hacer un juicio definitivo sobre su larga gestión del gobierno. Habrá que esperar a que se sosieguen los sentimientos y resplandezca la verdad. Mientras eso ocurre no nos podemos quedar de brazos cruzados. Los países tienen que seguir adelante, enfrentando sus retos y tratando de resolver los problemas de las mayorías.

El país está sediento de unidad. Ha estado demasiado tiempo gobernándonos la crispación política y la pretensión de los sectarismos que creen que pueden tener un país prescindiendo de los que piensan diferente. El esfuerzo de la unidad nacional significa que todos los grupos y tendencias se abran a la posibilidad del mutuo reconocimiento, aceptando que todos somos hijos de un mismo proceso histórico y que todos somos imprescindibles para labrarnos un futuro signado por la paz y la prosperidad. Unidad significa apego a la Constitución y universalización de los derechos y garantías, entendiendo que todos somos iguales ante la ley y que por lo tanto no pueden haber ciudadanos de diferentes categorías. Y pudor republicano, porque las instituciones y poderes públicos deben estar al servicio de la nación y no de ninguna parcialidad. Esa sería su mejor contribución a este momento histórico.

El país tiene que reencontrarse con la solución de sus problemas políticos, económicos y sociales. Los venezolanos se están empobreciendo gracias a un modelo económico que no logra estabilizar la moneda ni abastecer apropiadamente los mercados, pero que tampoco genera empleos de calidad en las cantidades que los necesitamos. Eso hay que resolverlo y una de las vías es precisamente la invocación de acuerdos y consensos para lograr mayor productividad y mejores oportunidades para todos. El diálogo con la sociedad civil y estar dispuestos a revisar, corregir y replantear lo hecho hasta ahora es absolutamente necesario para seguir avanzando.

La seguridad ciudadana no puede seguir siendo tan lejana como ahora la sienten todos los venezolanos. Recuperar el orden social exige que todos combatamos la impunidad y declinemos el discurso de la revancha y el odio. Nos impone un interés mucho más marcado por el futuro que por nuestro pasado reciente y requiere mucho más silencio y el descanso del dedo que implacablemente acusa al otro de las desdichas nacionales. El diálogo aquí es imprescindible, pero para repartir responsabilidades y encontrar las vías para que cese la muerte y la violencia como el signo más terrible de nuestras ciudades.

La prosperidad y la equidad tienen que ser sostenibles. No tiene sentido que los que hoy disfrutan de algún beneficio lo hagan hipotecando la economía y la suerte de las generaciones futuras. La empresa privada venezolana es imprescindible para crear riqueza y para seguir construyendo la infraestructura que ahora lamentablemente realizan consorcios extranjeros que ni siquiera respetan nuestras leyes laborales y tampoco pagan impuestos. Reconciliarse con la empresa privada nacional, eliminar todos los obstáculos que ahora pesan sobre su productividad y confiar en las capacidades emprendedoras de los venezolanos es ahora un imperativo social y político, además de económico. Necesitamos muchas más empresas que las que tenemos actualmente.

Un país moderno no puede mantener a la mitad de su población trabajadora en el sector informal de la economía haciendo del rebusque una forma de vida y desasistido de la seguridad social que podría tener al contar con un empleo estable y bien remunerado. Tampoco podemos seguir engrosando la burocracia pública y haciendo que la administración sea cada día más costosa y económicamente inviable. No otra salida que la de patrocinar un vigoroso ciclo de creación de nuevas empresas cuyo fundamento sea la estabilidad jurídica, la estabilización macroeconómica, la consecución de la seguridad ciudadana y el sostenimiento de la paz. Las reglas claras se obtienen con diálogo y formulación de consensos de largo aliento.

Hay un déficit de infraestructura y de servicios públicos que todos los venezolanos sufrimos por igual. En ese ámbito el consenso es también una tarea que resulta impostergable. Conjugar prioridades y evitar el malestar de un apagón, de la falta de agua, de las cloacas que se desbordan, de los caminos y puentes que colapsan, de los desechos que no se recogen, de playas que ahora están contaminadas es un deber en el que todos estamos involucrados y que con diálogo, respeto y consenso social podemos comenzar a disolver. El retomar la senda de un país moderno y bien equipado exige de todos nosotros un gran monto de generosidad. No es posible que lo podamos hacer prescindiendo de la mitad del país, despreciando el talento, jugando al populismo y creyendo que soluciones de mala calidad no se revierten en las diversas formas de malestar que perturban la gobernabilidad de los países.

Cuando los gobiernos son débiles y los países están divididos las sociedades son atrapadas por el narcotráfico y la delincuencia organizada. Hoy por hoy la soberanía nacional tiene que ver con el mantener a raya los oscuros negocios que giran alrededor de la droga, los secuestros, la trata de blancas y  la comercialización de armas. Venezuela no está eximida de estos peligros, y algunos incluso afirman que muchas de estas tramas están fuertemente asentadas en Venezuela. El construir las bases de un sistema democrático de inteligencia es una labor inaplazable que tiene como condiciones limpiar nuestros organizamos de seguridad de cualquier intromisión foránea, hacerlos transparentes y garantizar un control institucional más efectivo.

La reinstitucionalización de las Fuerzas Armadas, el someterlas al poder civil y el dotarlas de mandos capaces de entender el importante mandato que les otorga la Constitución no puede quedar fuera de los consensos que necesitamos. En el discurso de los que ahora lo dirigen hemos visto una exacerbación del sectarismo político y un abandono también brusco del papel que les ha encomendado la sociedad venezolana. Un cuerpo militar subordinado a una revolución nos aleja del régimen democrático y alternativo que pactamos y nos coloca en el borde del peligroso precipicio de los hechos de fuerza y de los regímenes de facto. Esa desviación, que fue el producto de la convivencia de un presidente de origen y prácticas militares, que se rodeó de militares y que nunca abandonó definitivamente su uniforme, tiene que resolverse y eso solo es posible en el marco de un nuevo pacto social. Ignorar ese peligro no es evitarlo, sobre todo ahora que las alternativas que van a competir son ambas de origen civil.

Son muchos y muy variados los problemas que nos aquejan. Mi respeto por el momento de duelo que vive una porción importante de la colectividad nacional. Pero una vez concluidas las exequias nos queda a todos nosotros la responsabilidad de hacer viable un país para todos. Tal vez por eso, en esta transición y en homenaje a todas generaciones de venezolanos que han luchado por darle lustre a la patria, deberíamos cesar los partidos y comenzar a andar el camino de la reconciliación. Ese fue el ruego del Bolívar moribundo que en 1830 veía naufragar todas las razones de su lucha. La misma consigna se repite impenitente en este siglo XXI de los venezolanos.  ¿Estaremos dispuestos?

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