Mutaciones revolucionarias por Antonio Ledezma - Runrun

Giordani

Supongamos a Giordani entrando a gabinete,  dispuesto a continuar solo con su rumbo para no perderse en el indefinido limbo de Maduro. Así masculla Giordanilo que piensa soltarles a todos los cómplices. Camina por los pasillos miraflorinos con aire sedante, porque está resuelto a decir lo que lo tiene turbado. Dispuesto a prender el candelero aunque no queden cenizas. Avanza por esos pasadizos que huelen a expedientes sudados de Cadivi y a los guisos del Fondo Chino.

Los que intuyen a que viene, lo miran con una expresión de lejanía como contemplando a alguien que se pierde en un letargo. Depende de quien lo escuche en ese desierto sin voces. Frente a Maduro, en pleno gabinete, se arregla la corbata ajustándose su nueva vestimenta, como el que reniega de la franela roja como atuendo obligatorio. Su apariencia es de arlequín gótico, más bien barroco diría José Vicente.  “Por ahí anda esa momia con una moral que apesta a sudor seco”, rezonga sinuosa y trémulamente Rafael Ramírez, quien minutos antes, en conciliábulo, lo ha sentenciado como una víctima del maleficio de Mario Silva. ¡Ese viene a actuar con vileza! Mientras Elías Jaua lo mira de soslayo. Giordani responde con un rictus displicente.

Giordani luce conmovido, se le mueven los músculos de la cara cuando intenta pronunciar sus primeras palabras, provocando un hiriente comentario, esta vez de Diosdado: “Esos son los típicos pucheros de un traidor”. Giordani levanta la cabeza y cuelga su mirada en el retrato del líder fundador, el supremo de Sabaneta. Giordani recobra impulso en su arrebato de inspiración porque verlo es como inhalar aire puro para luchar. Rodríguez Torres lo fusila con una mirada amenazante, como diciéndole con los ojos: “Atrévete y prepárate para lo que te viene, tú también tienes vela en este entierro”.

Pero Giordani se siente protegido por una unción sacramental e impasiblemente se mantiene con un aire eclesiástico, propio de los cardenales cuando van al Vaticano. Paladea su propio hálito. Sabe de antemano que insistir en pedir rendición de cuentas de lo que pasó en Cadivi, es como esperar el parto de una cigüeña estéril. Él sabe con quién está tratando, los conoce muy bien, soñar otra cosa sería como confundir un perro dálmata con la vaca mariposa.

Giordani sabe que la pregonada lucha contra la corrupción en este gobierno, es como la energía eólica de la que tanto se habla pero que no existe. Pasa a la sala de reuniones, llega Maduro y lo saluda con una vaga cortesía. Se refugia en una burbuja propia de los abstraídos o ensimismados, padece de una soledad torturadora en ese gabinete donde sus miembros ocultan sus angustias.  Giordani los mira con la dócil congoja de quien no ha sabido evitar una catástrofe. Un impulso inescrutable de lealtad pero también de culpa lo atraviesa de la cabeza a los pies. Se queda simulando que no ha muerto su fe en la revolución, pero su gesto revela su impostura.

Con espasmo de dolor y una simétrica melancolía,  cuenta cómo se endeudó a la nación para financiar la campaña del presidente fallecido. Un delito fantasmal y procaz. Giordani lo confiesa todo con un lance impasible pero con una evidente persistencia fatigada. Sabe que está dando la espalda a su propio pasado. Que eso lo perseguiría aunque se entierre en un sarcófago de piedra caliza. Admite que el socialismo del siglo XXI es una advocación corrompida que dejó  de ser sagrada,  porque eso no tenía vida real. Busca una excusa de pudor balbuceando “lo sé todo pero lo ignoro todo”. Giordani suelta su letanía con una impavidez letal y administrando el decoro de su fracaso. Han tratado de pararlo, especialmente Maduro, quien  apelando al arrojo inútil de su ira, le dice “tú siempre has mentido porque lo que sabes es mentir”, pero Giordani no se detiene, ensaya su visible metamorfosis de revolucionario a traidor.

@alcaldeledezma

El Nacional