Apellidos que comienzan por “A”: ¿Los nuevos pendejos?, por Toto Aguerrevere - Runrun
Apellidos que comienzan por “A”: ¿Los nuevos pendejos?, por Toto Aguerrevere

 

@totoaguerrevere

A principios de este año salió un estudio de mercadeo realizado por la Universidad de Georgetown el cual establece que el poder de compra es más rápido en las personas cuyo apellido comienza con una letra cercana al final del alfabeto. Los Rodríguez y los Uzcategui, para no meternos con los Zubillaga que seguro agotan CADIVI el 3 de enero, reaccionan más rápidamente ante una oferta que digamos, por ejemplo y muy certeramente, yo que soy Aguerrevere.

La razón detrás del estudio es una cuestión de infancia. Desde pequeños nos organizan en filas o listas por apellidos. El que es Alonso o Blanco siempre vendrá de primero, haciendo que los Vázquez o las Zambrano se sientan en desventaja. Eso hace que los últimos tomarán cualquier oportunidad que se les presente en la cual el apellido no sea una variable, para ponerse de primeros en la fila. En cambio alguien como yo, acostumbrado por la fuerza a ser el primero, tomaré mi tiempo para decidir.

Repaso el acto de graduación de mi colegio hace una chorrera de años y compruebo la teoría. Mientras mi amiga La Gorda Armas y yo entramos emparejados y a punta de silbidos (bueno la verdad es que somos gente simpática), alguien como Joan Zurilla tuvo que entrar con la música terminada y con los dos últimos hombres de lado y lado para paliar la disparidad entre la población masculina y femenina de mi salón. Mientras el aplauso fue más grande por la medalla de alguien como Abreu, la de Simmons fue menor porque ya los papás habían aplaudido 40 medallas y una más no iba a variar la emoción de la rutina.

Pero ser miembro de la primera letra del alfabeto también tiene sus desventajas. En la universidad, fui el conejillo de indias en todos los exámenes orales. Mientras a los Martínez y a las Quintero les preguntaban horas después «¿Cómo saliste?», a mi me tocaba «¿Qué te preguntaron». Los de mi lado constituíamos el último repaso, el balance para saber si los demás estaban estudiados o si tenían que prender un Belmont y sentarse a caletrear el cuaderno a como diera lugar. Mi doce era el potencial catorce de los Gutiérrez, el dieciséis de los Rísquez y el diecinueve de las Viso.

Ahora, en cuanto a compra se refiere, concuerdo plenamente con el estudio. Entre mi grupo de amigos soy el último en confirmar un plan vacacional y al que menos acuden para hacer una reservación en un restaurante. Jamás he comprado una entrada para un concierto en tarifa reducida mientras que alguien como Vallenilla, quien acampa en TicketMaster tres días antes de la venta, es quien se encarga de decirme que si no la compro hoy, no voy al concierto de esta noche.   La pizza 2×1 no la adquiero por la oferta, la compro por el nivel del hambre. Ahora entiendo el turquismo de mi amigo Carlos Romero quien no compra pizzas a menos de que haya una promoción y administra cupones como si fueren lingotes de oro. Para mí un cupón es de gente pichirre. Por eso es que estoy pelando.

No puedo hablar por todos mis cuates que componen las primeras páginas del directorio telefónico pero si el estudio es correcto, entonces explica mucho quien soy. Con toda seguridad me hubiera comido el boleto dorado dentro del chocolate de Willy Wonka. Quizás eso explique la  impaciencia que le tengo a las colas, mi poca receptividad a los infomerciales o confirme lo que creo me ha querido decir mi psicólogo todos estos años:

que soy un quedado.