La “crisis de los cohetes”, medio siglo después por Simón Alberto Consalvi - Runrun

Uno de los más graves episodios de la confrontación Washington-Moscú en tiempos de la Guerra fría fue la “crisis de los cohetes” de 1962. La URSS había instalado secretamente en Cuba un arsenal de armas nucleares, con sus cohetes emplazados de tal manera que apuntaban directamente a Washington. El Presidente John F. Kennedy resolvió jugarse el todo por el todo. No tenía alternativa. Nikita Jruschov reconoció que había ido demasiado lejos, y  tuvo la sensatez de retirar los cohetes. El mundo, no obstante, tuvo la sensación de que había estado al borde del abismo. Así fue la Guerra Fría.

Esta es la historia en pocas palabras: El 22 de octubre de 1962, el Presidente de Estados Unidos denunció ante el mundo que su país había comprobado («on that imprisoned island»), el establecimiento de bases militares de la URSS. «Los propósitos de estas bases no son otros -dijo Kennedy- que disponer de un arsenal nuclear capaz de destruir el hemisferio occidental».

El Presidente tomó una serie de medidas de emergencia: a todo barco, de cualquier nación, le sería impedido aproximarse a Cuba si trasportaba materiales bélicos. El poderío nuclear de Estados Unidos fue puesto en máxima alerta. El mundo estuvo al borde del precipicio. Kennedy le pidió a Nikita Jruschov «eliminar esta amenaza clandestina, agresiva y provocadora, que atentaba contra la paz y la estabilidad entre ambas naciones». «Lo invito -añadió- a abandonar el proyecto de dominación mundial, y a unirse en un gran esfuerzo para poner fin a la peligrosa carrera armamentista y transformar la historia del hombre».

El jefe del Kremlin respondió con sensatez. Comprendió que la URSS había ido demasiado lejos y que Estados Unidos no podía permitir una batería de armas nucleares de largo y mediano alcance a tan pocos kilómetros de Washington. La «crisis de los cohetes» quedó inscrita en la historia como una advertencia contra las aventuras que atenten contra la supervivencia del género humano.

Simón Alberto Consalvi