He visto, por Gonzalo Himiob Santome
Gonzalo Himiob May 07, 2017 | Actualizado hace 7 años
He visto, por Gonzalo Himiob Santome

Abuso-Protestas-Venezuela

He visto jóvenes envueltos en llamas y otros con el rostro y el cuerpo quebrados, pero con la dignidad intacta. He visto heridas abiertas y sangrantes en el pecho y en la cabeza, y he visto a quienes las causan llegar a sus casas al final del día a abrazar a sus hijos como si el joven al que hieren con saña en sus mañanas, tardes o noches no fuese también hijo de otro padre o de otra madre que lo ama tanto como él, el que nos daña, ama a los suyos. He visto demasiadas madres y demasiados padres llorar desconsolados y rendidos ante el ataúd de sus pequeños, que para ellos siempre lo serán, sin entender todavía qué les pasó, pero conscientes como nunca antes de que el mal sí existe y está hoy, por ahora, en el poder.

He visto disparos a quemarropa, patadas y golpes absurdos. He visto a la cobardía uniformada, con armas y pesados aparejos de simulada hombría a cuestas y alineada formación de combate, y a la valentía sonreírle esperanzada, con solo una franela entre torso y disparo o detrás de un simple escudo hecho en casa, toda juventud, toda brío. He visto cómo para reducir a un solo ciudadano que alza su voz ante la infamia, a un joven delgado y desarmado, o a una dama que hace de sus años y sus sueños su verdad, se necesitan tres, cuatro y hasta diez pares de botas, pero ni siquiera así prevalece el miedo. Y es que el coraje, cuando se nutre de ansías de un mejor futuro y de verdadero amor por la patria, siempre se impone.

He visto tanquetas tratando de aplastarnos el corazón dentro del pecho, y proyectiles que destrozan las gargantas de los que no querían más que cantar en libertad, mientras los que se supone que deberían respetarnos a todos bailan sobre la sangre joven que cada día derraman en sus ansias de poder. He visto que los pesados blindajes y los manguerazos de odio pueden quizás salvar momentáneamente a los que los usan de una justa pedrada o peor, hasta de un verso airado que les recuerde su juramento olvidado, pero también que no sirven para protegerlos de la vergüenza que desde ahora y para siempre marcará sus frentes. Es el precio de alzar, malditos como les llamó Bolívar, las armas de la patria contra sus compatriotas.

He visto el pesado humo gris y rojo que, con tanto derroche, busca hacernos llorar, ese que olvida que en este país no hacen falta gases para arrancarnos las lágrimas y que ese, precisamente, es el problema.

He visto pequeños recién nacidos asfixiados, hogares quemados, cristales rotos, y hombres desnudos que le hacen frente a toda esa barbarie solo con Dios en sus manos. He visto que los que deberían proteger a los más débiles, a los desarmados, a la Constitución y a la ley que juraron obedecer por encima de los caprichos de cualquier hombre, a esos que deberían estar persiguiendo delincuentes reales, escondiéndose detrás de formaciones alineadas de mujeres cuando es el pueblo el que los confronta en paz. Me pregunto dónde guardan su falsa virilidad cuando es un malandro de verdad, no un “terrorista” que solo existe en la imaginación de quienes los usan como esclavos, el que les planta la cara, o si actuarían igual si fuesen esas mujeres que les sirven de barrera contra la ciudadana inerme, no unas uniformadas subordinadas a ellos, sino sus madres, sus hijas, sus hermanas o sus esposas.

He visto la mirada de muchos padres a los que he tenido que decirles que no, que sus hijos no dormirán esta noche en casa, que quedarán al menos por unos días (en el mejor de los casos) a merced de la ignorancia y de la intolerancia disfrazada de tribunal, ya que su único pecado ha sido el de soñar una mejor Venezuela y reclamarla a quienes siguen sin entender que su tiempo ya pasó. He visto a la estupidez vestida de argumento, a la ceguera con galas de fiesta y a la muerte molesta porque no le gusta que la hagan lema ni tema de nadie ni de nada, mucho menos de un proyecto político. He visto también las miradas de los que llevan en cada marcha oficialista una insignia roja como si fuese una camisa de fuerza y sé que, aunque sus cuerpos y consignas desganadas digan otra cosa, sus corazones y sus pensamientos están al otro lado de la ciudad, allá donde el miedo vestido de verde sí muerde y vapulea a los que se atreven a decir lo que ellos callan.

He visto todas esas cosas y más. Pero también he visto, para mal del mal, que de cada tragedia, de cada vida perdida, de cada golpe, de cada bomba, de cada lágrima, de cada abuso, de cada dolor compartido, nace un ejército de voces unidas que no quieren ni van a callar o ceder ante la ruindad de unos pocos. He visto a nuestros hijos demostrando que casi veinte años de mentiras no pueden contra los valores que, en muchos menos años a veces, han aprendido en casa, y a nuestras mujeres demostrando que son las más bellas y dignas hijas del indómito mar caribe que hayan pisado esta tierra. He visto que, desde dónde menos te lo esperas, aún en la más profunda oscuridad, surge una mano amiga para el que la necesita, una palabra de consuelo a tiempo o un hombro en el que apoyarse cuando las piernas fallan. He visto nuestro cansancio, que es real y pasa sus facturas, pero no hace mella en quienes tienen claro a donde quieren llegar.

He visto que muchos comprenden ahora que hay hermandades indelebles que nacen del simple hecho de estar juntos, aún sin conocerse, en el fragor de la misma batalla por los mismos ideales, sin importar de dónde vienes, el lugar en el que vives, el color de tu piel, el grueso de tus cuentas o qué hagas para vivir. Y es que, aunque a la noche le disguste, aunque sus secuaces no quieran aceptarlo, tras la oscuridad, la irracionalidad y la violencia ciega siempre llegan, luminosos, el amanecer, la razón, la paz y, que les quede claro a los que hoy se creen intocables, la justicia.

@HimiobSantome