El tiempo de la dignidad, por Gonzalo Himiob Santomé - Runrun
El tiempo de la dignidad, por Gonzalo Himiob Santomé

presospoliticos

Creo que fue el escultor español Eduardo Chillida el que alguna vez dijo que un hombre siempre tiene que tener el nivel de la dignidad por encima del nivel del miedo, y su reflexión me suena particularmente oportuna en estos primeros días del año en los que los que se nutren del miedo lo han estado sembrando a diestra, y especialmente a siniestra, en toda la nación. Es su manera de contrarrestar la dignidad de una ciudadanía que, reprochables apatías y credulidades aparte (que también debemos revisar) tras dieciocho años de embestidas aún se mantiene, aunque a duras penas, en pie.

Ya desde el año pasado, ante las contundentes, pacíficas y multitudinarias manifestaciones cívicas de rechazo al gobierno, cabía esperar nuevas arremetidas represivas, pero nada como lo que ahora padecemos de la mano del ya nefasto, a pocos días de creado “Comando Antigolpe”. La designación de El Aissami como Vicepresidente nos revelaba que lejos de la vía de la concertación, y específicamente contra el cacareo “dialoguero”, la hoja de ruta del poder pasaba por la absoluta radicalización de su postura intransigente e inconstitucional, francamente antidemocrática, y por el incremento de la represión, muy particularmente de la “represión selectiva”, para desarticular y neutralizar cualquier activismo político que de cualquier forma se aparte de la fórmula “diálogo / burla / más diálogo / más burla” que comenzó en mayo del año pasado y que hasta ahora no ha arrojado, quitando unas pocas liberaciones puntuales, como para lavar la cara, y otras mucho más medidas y estudiadas, como para sacarles provecho, sino un saldo negativo indiscutible.

Lo peor es que en la movida, cuidadosamente calculada, no solo ha participado el gobierno. No ha jugado solo, sino que se ha cuidado de seleccionar como delanteros de la oncena supuestamente contraria a varios personajes que al parecer no entienden que la arquería a la que hay que hacerle goles está adelante de ellos, no detrás. Son los mismos caraduras que desarticulan cualquier iniciativa ciudadana, o política, que no cuadre en su agenda personal, los que uno no termina de comprender si son chicha o limonada y los que, ante cualquier éxito menor, sobre todo en lo que atañe al manejo de los presos políticos como si fuesen fichas para apostar en una mesa, se lo auto atribuyen sin empacho con bombos y platillos, incluso desconociendo el trabajo de años que otros factores han adelantado para que estas personas alcancen su libertad. Son los mismos que, tras la liberación de seis presos políticos en diciembre, de la que no dudaron en hacerse “dueños”, cuando vino de nuevo la razzia y las celdas de la indignidad se volvieron a llenar con seis presos “nuevos”, ahora callan y no dicen ni “esta boca es mía”. Claro, las “victorias” tienen muchos padres, el que es huérfano es el fracaso (del “diálogo” en este caso) que, a más estruendoso, más huérfano queda.

La ciudadanía está atrapada entonces entre dos espadas, y ya no vale la pena, pues está demasiado en juego, mantener los ojos cerrados a esta verdad. Por una parte, está el gobierno, al que hasta ese mote le queda grande si con la realidad en materia de seguridad, salud, economía, alimentación, educación o vivienda, por ejemplo, lo contrastamos y que, a no dudarlo, está hoy por hoy más que decidido, por muy poquitos que sean los que en realidad lo integran, a mantenerse donde está a costa de, literalmente, lo que sea. La prioridad no es la vida, el hambre, la seguridad ni la salud del pueblo, la prioridad es la silla, por eso estamos como estamos.

Pero por la otra, está una dirigencia opositora que, en su gran mayoría (y lamentablemente son pocas las excepciones que destacan) no hace más que tratar de salvar su pedazo de la torta y no piensa en más que en cómo quedan o quedarán sus cuadros y en cómo encajan o encajarán sus “cuotas” de poder, pequeñas o grandes, en todo este desbarajuste. Poco importa que el país se esté cayendo a pedazos. Lo que piense o deje de pensar, lo que realmente necesite la mayoría, no les interesa. Más que cualquier otra cosa, lo que les importa es sobrevivir e ir adelantando quién podría ser su candidato en el eventual escenario de una elección, nada más ¿No me lo creen? Acá tenemos más de 90 homicidios por cada 100.000 habitantes, los índices de desnutrición y mortandad infantil son de los más altos del mundo, la inflación está cercana a los cuatro dígitos, pero algunos ya montan sus tarantines, trabajan en inocultables campañas preelectorales, y buscan neutralizar, sentaditos al lado de los opresores, a sus posibles contendientes de la misma acera opositora, aunque eso les implique callar (léase, “hacerse el loco”, como decimos acá) ante los abusos indecibles, sistemáticos y generalizados, del poder. Lo más grave es que, al parecer, creen que al asumir esta postura están “protegidos” y van a evitar que, cuando al gobierno se le antoje (esto es, cuando dejen de serle útiles) les “pongan los ganchos” por cualquier nimiedad. No terminan de comprender que el que baila pegado con el diablo, a juro, se quema.

Mientras tanto, los que estamos fuera de un lado y del otro, los que tenemos que aguantar este show solo como espectadores, porque criticar, aportar, proponer o tratar de participar o de intervenir en lo que a todos nos afecta, pero de manera independiente, es visto como una “traición” imperdonable; los que somos la mayoría y sí pensamos en nuestra nación, pese a que estamos con el agua de esta mar embravecida al cuello, no vemos tabla a la cual aferrarnos ni luz al final del túnel.

Ya es hora de aclarar y de aceptar qué nos sirve y qué no nos sirve, con quién o con qué contamos y con qué, o con quién, no contamos. Para decidirlo solo debemos echar mano a la memoria, juzgar por nosotros mismos y sacar, más allá de cualquier imposición, nuestras propias conclusiones. El tiempo que vendrá, pues esto ya es insostenible y a todas luces está a punto de estallido, para llegar a ser auspicioso y próspero deberá deslastrarse de las pesadas y oscuras cargas que, tanto en los unos como en los otros, nos han traído y nos mantienen en este lodazal de miedo, de incertidumbre y de impotencia en el que nos ahogamos ahora. La actuación reciente de muchos de nuestros “líderes” nos demostró, qué duda cabe ya, que en muchos (demasiados) casos no estábamos siguiendo luminosos faros, sino engañosos cantos de sirena, y ya es hora de admitirlo y de actuar en consecuencia, armándonos de coraje para apartar a quien estorbe, sea quien sea y sin contemplaciones, para construir en paz una nueva forma de hacer las cosas que nos permita decidir, sin artificios ni cartas bajo la manga, nuestro propio camino. Si así lo hacemos será, por fin, el tiempo de la dignidad, de la dignidad por encima del miedo.

Será el tiempo de la ciudadanía. Mi tiempo, tu tiempo.

@HimiobSantome