Un alfabeto de planes, por Gonzalo Himiob Santomé
Un alfabeto de planes, por Gonzalo Himiob Santomé

RevocatorioAP

@HimiobSantome

La semilla del caos y de la violencia social siempre está en la falta de alternativas. Cuando a la gente se la acorrala, cuando el gobierno nos cierra en la cara todas las puertas democráticas y pacificas que pueden llevar a la salida urgente, constitucional y legítima de la terrible crisis que en Venezuela se vive a todo nivel, es que más fácil es para algunos dejarse llevar por la tentación de los atajos y de los “caminos verdes”. Eso lo sabe el poder en Venezuela, eso lo saben Maduro y sus adláteres del CNE, y también saben que, en ese terreno, en el de la violencia, la inmediatez y las balas, es el único en el que le llevan ventaja a la ciudadanía.

Por eso es que el discurso y la línea oficiales van contra el RR con toda su artillería. El plan del oficialismo, mejor dicho, de los cogollos del oficialismo si hacemos caso a las encuestas, ya que un importante número de chavistas está muy descontento con Maduro, es que no tengamos RR este año, y lo han venido diciendo desde que se asomó y propuso la idea. Están apostando al desánimo y a sus consecuencias.

A esa apuesta, a la que pone los pocos huevos que les quedan en la canasta de una eventual respuesta violenta de la ciudadanía, para desde la represión desmedida que vendría retomar el control perdido de la situación, hay que sumarle otra. Hay otro motivo, ya harto conocido, un poco menos abstracto y más pragmático, que se asoma en este juego de demoras y trabas: Si el RR es este año, Maduro y el pasticho ideológico que encarna deben hacer sus maletas y “tomar las de Villadiego” este mismo año, pues eso es lo que ordena nuestra Carta Magna.

La cita de “La Celestina”, permítaseme la digresión, es deliberada, en honor a las tantas que hay ahora. En fin…

Si, por el contrario, el RR se realiza después del 10 de enero de 2017, Maduro sale de la presidencia, pero queda encargado de la misma quien para ese momento funja como Vicepresidente Ejecutivo, designado por Maduro, hasta que finalicen los dos años de periodo constitucional restantes. Esto, aunque le marcaría de manera clara su término de caducidad definitivo, le daría a la “revolución” dos años más de oxígeno y a Venezuela dos años más también, pero de agonía.

Como se ve, es un juego delicado y difícil, uno en el que, por un lado, Venezuela arriesga literalmente la supervivencia de su gente, y por el otro, los que integran la cúpula del gobierno se arriesgan a perder no solo sus prebendas, sino además el único manto, el del poder, que hasta ahora les ha protegido de las consecuencias legales e históricas seguras que a muchos de ellos les esperan cuando toda esta locura pase.

Por eso no debe sorprendernos que el oficialismo, prevaliéndose de las facultades e instituciones que aún mantiene bajo precario control, e incluso tergiversando y violando flagrantemente las normas, como es su costumbre, haga cualquier cosa que esté a su alcance para que el temido, y hasta cierto punto ya inevitable desenlace de esta tragedia, tarde en llegar todo lo que sea posible. Lo importante es entender que esto va a seguir siendo así, que el gobierno no va a cambiar su estrategia, y aceptar que para eso debemos estar todos preparados.

Ahora el empeño de la agenda política opositora está, y así debe ser, en lograr que el RR se realice este mismo año, pero ¿Qué pasa si, por las razones que sea, no se alcanza este objetivo? Suena mal, suena feo, suena a fracaso político y ciudadano, pero es definitivamente una posibilidad real, más allá de los tecnicismos e incluso de lo que digan las normas, que el RR sea en 2017. Puede parecer agorero o pesimista, pero de esto también hay que hablar con honestidad y asertividad ¿Por qué? Para evitar que la eventual mala nueva, que el trancazo posible contra la muralla de la negativa, si es que se plantea, nos sepa a puertas definitivamente cerradas o a peligrosa ausencia absoluta de alternativas democráticas.

A nadie le interesa vivir lo que podría ser de Venezuela si al pueblo se le se obliga, con acciones u omisiones, a ser o a sentirse como una fiera acorralada. Es responsabilidad de nuestros líderes demostrarnos que están conscientes de todos los posibles escenarios políticos y que, para cada uno de los que sean racionalmente previsibles (pues también en este polvorín que somos hay muchos imponderables que escapan de todo control o previsión) está articulada y pensada una alternativa inteligente, una estrategia común, pacífica, efectiva y meditada, que tenga la mira puesta en el bien general, que no en el prestigio personal o en las cuotas de cada partido, y que se refleje en un alfabeto completo de planes y opciones, sinceras y sensatas, que nos permitan no solo salir de la crisis, sino mantener a raya a la violencia, a la apatía, a la desesperanza y al caos.