Askarov por Gonzalo Himiob Santomé
Gonzalo Himiob Jul 19, 2015 | Actualizado hace 9 años
Askarov por Gonzalo Himiob Santomé

Askarov

 

El joven es delgado, de tez morena y de ojos muy oscuros. Por las fotos que he visto de Askarov, su padre, puedo decir que el hijo se le parece mucho. Cuando entramos a la sala en la que esperaríamos la llegada de los representantes del Departamento de Estado, el Subsecretario de Estado Antony Blinken y Tom Malinowski, encargado del Bureau de Democracia, Derechos Humanos y Trabajo, nos lo presentaron de inmediato. No habla inglés ni español, así que su traductor ruso tuvo que ayudarnos a expresarle nuestro respeto por su padre.

Coincidimos en Washington porque nuestra ONG, el Foro Penal Venezolano, y Azimjon Askarov, han sido galardonados por el Departamento de Estado de los Estados Unidos de  Norteamérica con el premio anual, edición 2014, para los defensores de derechos humanos. Eran los instantes previos a la ceremonia oficial de premiación, así que pudimos conversar con él por unos minutos.

Azimjon Askarov, el padre del adusto joven, no pudo asistir. Está preso desde 2010, condenado a cadena perpetua. Su delito, por así llamarlo, es el mismo delito nuestro: Defender los derechos humanos en su país, y denunciar los excesos y abusos de las fuerzas policiales de su nación contra civiles. Askarov comenzó a trabajar hace más de veinte años en estos temas. En un primer momento, se ocupó del estado de las cárceles de su país, pero más adelante también se ocupó de los graves casos de violencia, tortura y tratos crueles, inhumanos y degradantes que ejecutaba la policía de Kirguistán contra los ciudadanos que manifestaban o protestaban en su país, que además tiene graves problemas por las luchas étnicas que allí se padecen. La constancia y perseverancia de Askarov  lo pusieron bajo la mira del poder, que tras acusarle falsamente de la comisión de varios delitos, lo sometió a un juicio en el que tanto el juez como la policía, abiertamente, intimidaron y amenazaron a los testigos de la defensa y hasta a sus abogados. Esa canción “me suena”.

Un observador internacional, nos recuerda su hijo, comentó lo mucho que le sorprendió entrar en la sala de audiencia en la corte de Kirguistán y ver en todos los presentes, menos en los fiscales y en el juez, las claras evidencias de que habían sido golpeados y amenazados. En la red pueden verse las imágenes de Askarov golpeado y vejado, mientras desde la cárcel, incluso en condiciones en las que más de uno ya se hubiera rendido, continúa su lucha.

Su libertad no se ve cercana, y el joven lo comenta en sus breves palabras al aceptar el premio en nombre de su padre. Su tristeza es evidente, y en un momento, saliendo un poco incluso de su impresionante seriedad, deja que sea su voz de hijo la que hable y nos comenta: “Mi padre no se está haciendo más joven”. Ya antes nos ha hablado del ser humano detrás del activista, del padre amoroso y responsable, y está preocupado por el transcurso del tiempo inclemente. Teme que la muerte y el abuso terminen ganando la batalla (Askarov tiene problemas de salud) y le arrebaten a su papá, allá en la injusta prisión que padece.

Lo escucho mientras da su discurso y veo en la historia de su padre el mismo sufrimiento, el mismo abuso, la misma arbitrariedad, que padecen acá en Venezuela nuestros presos políticos. En la mirada del muchacho, se intuye la misma nostalgia, la misma melancolía, que vive en las miradas de los hijos, de los padres, de las esposas y de las familias de nuestros presos políticos. Leo sobre la manera en la que injustamente se condenó a Askarov, ante un tribunal al que no le importaban la ley ni la verdad, allá tan lejos, y veo en su ordalía los mismos desplantes, las mismas frustraciones, la misma sumisión de los tribunales al poder político que se vive en nuestro país. Veo en una foto los moretones en su espalda, tras ser torturado, y me doy cuenta de que la misma foto la he visto acá en Venezuela, con otros rostros, demasiadas veces. Es un perseguido político, pero no solo es eso, es perseguido político por su labor como activista de derechos humanos. Esa historia, lamentablemente, también la conozco muy bien, y de primera mano.

Tomo la palabra en el acto, pues me toca, y destaco las tristes similitudes que pueden hallarse en situaciones como las que a nosotros, y a tantos en todo el mundo, nos han tocado en mala suerte. Los métodos, los abusos, el dolor, las mentiras, son iguales, sea que se pronuncien en español, en inglés o en kirghiz. Si en algún momento la universalidad de los derechos humanos ha cobrado sentido para mí, fue en ese instante, en el que me di cuenta de que al final del día seres humanos somos todos, y somos un conjunto, más allá de nuestras diferencias, que responde al hermoso mote único de humanidad. El abuso del poder contra cualquiera, donde quiera que se ejecute es, a la vez, el abuso del poder contra todos nosotros, por eso en estos temas la indiferencia y el miedo son nuestros peores enemigos.

Allí está la lección que debe aprenderse: Los derechos humanos son universales, son de todos nosotros y a todos, estemos dónde estemos, nos compete velar por ellos. Nadie está a salvo ni debe darlos jamás por sentados; la lucha por ellos, por su difusión y su protección es continua, pues de la misma manera en que en toda la historia de la humanidad han existido personas luminosas que han orientado con sus buenas acciones nuestros pasos, también existen otros que no dudarán ni un segundo en esclavizarnos bajo el oscuro yugo de la violencia y de la imposición si ello sirve a sus anhelos incontenibles de poder.

Concluye el acto y estas palabras que ahora escribo quedan rondando en mi mente. Las comparto con ustedes sabiendo incluso que quienes se saben culpables de violar nuestros derechos tergiversarán mi voz, como igual tergiversaron en Kirguistán la voz de Askarov, y probablemente cuando regrese me harán pagar la “osadía” de registrar para la historia y de decirles cara a cara esas verdades que no quieren escuchar. Nos acusarán falsamente y sin pruebas de ser “lacayos del imperio” y hasta de recibir dinero de dónde jamás nos ha llegado, ni nos va a llegar, ni un centavo, pero no cederemos terreno en nuestra lucha. Viajamos a recibir una placa y un reconocimiento, nada más, pero para algunos mentir se ha hecho tan cotidiano y necesario que ya les es casi un oficio.

Quizás lo que más les duele es darse cuenta de que no hay mentira que puedan decir que tape con un dedo el rojo sol de sus abusos y arbitrariedades, pero yo me contento, como le dijimos al despedirnos al hijo de Askarov, con saber que ni él, ni nosotros, estamos solos. El mundo no es tan indiferente como a veces parece. Seguiremos.

 

@HimiobSantome