El anciano Por Gonzalo Himiob Santomé
Gonzalo Himiob May 17, 2015 | Actualizado hace 9 años
El anciano Por Gonzalo Himiob Santomé

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Te invito a ver más allá de los muchos años que curvan mi espalda, de las arrugas que marcan mi piel, de las manchas en mis dientes, de mis manos temblorosas y del tono extraño de mi voz. Mis ojos no son lo que eran, tampoco mi garganta ni mi memoria. Tenme paciencia.

Probablemente no he sido yo el que ha elegido mi ropa esta mañana, y si he sido yo, es posible que me haya equivocado mezclando prendas y colores que no van juntos, o que estaban de moda hace ya muchos años y hoy se ven anacrónicos o ridículos, así que si luzco extraño o desaliñado, no te sorprendas ni frunzas el ceño. Ya no soy el que antes era, y mis años me han hecho ver que cuando el tiempo es breve hay que focalizarse en cosas más importantes que en el color de las medias o de la camisa.

Trato de asearme yo mismo, pues no me gusta que personas extrañas me vean desnudo, y lo hago de la única manera en la que mis cansados brazos y mis temblorosas piernas me lo permiten. La edad nos deja rastros indelebles y aromas raros que no desaparecen con facilidad, así que trata de sentirme y de verme como yo trato de verme y sentirme, que no como a veces lo logro al final. Hago mi mejor esfuerzo, créeme.

¿Sabes? No hace mucho yo era como tú. Tenía al mundo a mis pies, era sano y fuerte. Mi sonrisa era como la tuya, iluminaba cualquier lugar al que yo llegaba. Mi paso y mis manos eran firmes, avasallantes, poderosos. Mi voz era profunda y dulce, y mis palabras jamás dejaban de hallar destino. No era, como ahora, invisible. Te costará creerlo, pero en las viejas canciones que a ti te suenan cursis y pasadas de moda, esas que, fastidioso, me empeño en escuchar una y otra vez, yo hallaba la misma emoción y la misma alegría que tú encuentras ahora escuchando esas notas nuevas, para mí tan estridentes y desarticuladas, que no soy capaz de entender. Hace nada, pues el tiempo vuela, yo también temblaba como ahora tú tiemblas cuando la persona que amas te besa o simplemente te mira llena de ternura o de deseo. Sí, de deseo. Nada de lo que soy ahora habla de eso, pero yo también fui fuego, pasión, entrega y a veces exceso, como tú. Sé que esta carcasa oxidada que ahora envuelve mi alma, que no ha envejecido como mi cuerpo y que siente lo mismo que sentía aquel muchachito que se asombraba ante cada nuevo milagro o cada sorpresa que le mostraba la vida, no lo demuestra, pero no te engañes, he vivido mucho y he hecho muchas cosas. Algunas de mis historias y experiencias, que no son tan diferentes de las que tú vives ahora, te dejarían con la boca abierta.

Somos iguales. Lo único que nos diferencia es el tiempo que hemos pasado en el mundo, no lo olvides. Yo he visto amaneceres y atardeceres, me he perdido en ilusiones y en decepciones y he recorrido mil caminos, algunos luminosos, otros no tanto; he hablado, soñado y llorado, también he reído. Todo lo hice a conciencia y sin arrepentimientos, pero no me idealices, no siempre fui bueno, nadie lo es todo el tiempo, y también acumulé durante mi vida unos cuantos pecados y varios errores. Puedo decir al menos que de ellos también aprendí, que hice lo que pude por corregir mis faltas y que, a veces, gracias a Dios, lo logré. He vivido, y eso es ya mucho decir, y he pagado cada experiencia, cada aprendizaje, cada lágrima y cada sonrisa, con monedas de una cuenta en la que no se pueden hacer depósitos: La del tiempo.

Por eso ahora que aún puedo, cuando veo y entiendo que cuidarme se te hace tan tedioso y cuesta arriba, te recuerdo que hasta hace nada era yo el que te llevaba en brazos, el que velaba por ti, el que te cuidaba. Hasta hace muy poco era yo el que tenía que cargarte para moverte de un lado a otro, era yo el que pasaba sus noches en vela cuando te enfermabas, era yo el que limpiaba tu cuerpo, tu ropa, tu cuarto y tus desastres. Era yo el que aguantaba tus rabietas y la montaña rusa de tus cambios de humor. Créeme, no era fácil. Cuando tú no podías valerte por ti mismo, era yo el que proveía, el que se sacrificaba, el que dejaba de hacer sus cosas o de tener lo que me gustaba para darte pan, techo y cobijo, para protegerte y para hacerte feliz. Cuando eras tú el que no controlaba sus esfínteres o sus palabras, era yo el que te aseaba y el que pasaba horas a tu lado intentando comprenderte. Yo te enseñé a decir “mamá”, a decir “papá” y a pedir agua y alimento. Allí estuve contigo, cuando por primera vez dijiste “te amo”, y en nada mermó mi alegría que, en tu inocencia, no entendieras muy bien lo que esas dos palabras significaban. También fui el que te reprendió cuando se te torcían los pasos, para que retomaras el camino del respeto y del bien. Si fallé o no, está en ti demostrarlo, pero siempre lo hice con amor; con firmeza, pero sin hacerte daño. Allí estuve cuando tu corazón se alegró con su primer amor y también cuando por primera vez te tocó recoger del suelo sus pedazos, y jamás dejé de apoyarte ni de amarte, incluso cuando a veces supiera que fallabas y que te equivocabas.

Cuando te dominaba el cansancio y no podías caminar, fueron mis hombros los que te llevaron “a caballito” por la vida. Si mi espalda no es hoy lo que antes era, en parte es por haber cumplido tantas veces, feliz como lo hice, ese hermoso deber contigo. Jamás me quejé, y de hecho daría lo que fuera por poder hacerlo de nuevo, pues aunque te creas “grande”, aunque te sientas y seas ya independiente, para mí siempre serás ese bebé que, desde su primer día en el mundo, y aún antes de nacer, ya lo era todo para mí.

Es verdad, no tengo el mismo buen humor de antes ¿Cómo tenerlo cuando tu corazón sigue añorando, aventurero, las mismas emociones que siempre anheló y logró pero tus piernas maltrechas y gastadas te mantienen pegado a una silla todo el día? Mi sonrisa no llega a mis labios con la misma facilidad de antes, pero por dentro soy, aunque sé que no lo parece, el mismo adolescente que se creía invencible y que era capaz de mover nubes y montañas solo con el pensamiento. Entiéndeme, no es fácil, sobre todo ahora que tanto de mis compañeros de viaje, tan queridos y tan cercanos, ya se han ido o están preparando sus maletas para su paso a la eternidad. Me veo en ellos, me represento en ellos, y siento que mi tiempo se me va, vertiginoso.

Pronto me iré, es ley de vida, pero aún sigo aquí. Te pido que me ames como yo aún te amo, que me respetes, que me tengas paciencia y que me cuides, ahora en mis últimos años, como yo cuidé de ti en tus primeros años. Solo te pido que me des, ahora que soy yo el que lo necesita, lo mismo que de mí recibiste cuando eras tú el que no podía estar solo.

Cumplirte cuando tú lo necesitaste fue para mí, más que un deber, un privilegio. Ahora te toca a ti verlo de la misma forma. Es mi derecho, es tu privilegio.

@HimiobSantome