¡Sin comentarios! por Carlos Dorado
Carlos Dorado Ene 14, 2018 | Actualizado hace 6 años
¡Sin comentarios! por Carlos Dorado

MandelaN

Durante estos recientes días navideños y de año nuevo, tuve la oportunidad de leer algunos libros. Uno que me gustó fue: “La sonrisa de Mandela”, de John Carlin, corresponsal en Sudáfrica del periódico inglés “Independent” durante los años 1990-1995.

Me hizo recordar la imagen de Nelson Mandela saliendo de la cárcel, el domingo 11 de febrero de 1990, con su puño en alto, tras 26 años en la prisión. Fue una foto que marcó el principio del fin de una de las tiranías más abominables de la historia contemporánea de la humanidad.

El último discurso que había pronunciado había sido en 1964, durante un juicio en el que se enfrentaba a una posible condena a muerte. En ese momento dijo:” He luchado contra la dominación blanca y la dominación negra, he acariciado el ideal de una sociedad democrática y libre donde todos los hombres convivan en armonía e igualdad de oportunidades. Se trata de un ideal por el que espero vivir y que aspiro ver hecho realidad”.

Desde el mismo momento en que salió de la cárcel, entendió que la solución de Sudáfrica tenía que pasar por la paz, por la reconciliación y por la tolerancia política; a sabiendas de que la responsabilidad final de la violencia no era únicamente del gobierno, la policía o el ejército, sino también de los blancos y de los negros.

En ese momento se hizo una pregunta: ¿Por qué nos peleamos? Y su respuesta fue: “Intentemos la reconciliación”. No era un fanático, ni siquiera un romántico, era una persona pragmática y sagaz que
estaba consciente de cuáles eran las alternativas. Sólo por citar la zona de Johannesburgo, más de diez mil personas murieron allí como resultado de la violencia política durante los cuatro años posteriores a su liberación.

Si no se le ponía fin, su pueblo se vería arrastrado a una espiral de guerra y venganza, y todo estaría perdido. Inició así, la cruzada del diálogo y la reconciliación, basado en que ninguno de los
que eran enemigos podía vencer al otro. Evitó una cruenta guerra civil, y construyó una democracia que permanece tan estable como sana en su esencia.

Hoy Sudáfrica es un país en el que se respetan las instituciones, donde hay libertad de expresión y prensa, un poder judicial independiente, unas elecciones libres, y una vida política que  no se define por la raza. ¡La alejó del abismo!

Quizás a él, le hubiese resultado más fácil soltar los perros de la guerra; pero logró a través del diálogo, que los blancos y los negros abandonaran sus impulsos de venganza y sus miedos. Le hizo pensar de forma diferente, se basó en su integridad, y en su coherencia entre los valores que exponía y su comportamiento en la vida.

Avalado por muchos años de cárcel sufrimientos y trabajos forzosos, Mandela poseía unos valores fijos: La justicia, la igualdad, y el respeto por todos. ¡El más pragmático de los idealistas!

Supo ser tan inteligente como virtuoso, tan astuto como audaz. Una victoria ganada a pulso, venciendo a sus demonios personales, a sus vengativos seguidores negros, al gobierno del apartheid instalado durante tres siglos, y a la belicosa y dictatorial extrema derecha.

Una vez que llegó a presidente, y aquí es donde radica su mayor grandeza, llegando a la cima de su vida, cubierto de gloria y grandeza y admirado por todo el mundo, concedió el regalo del perdón y logró la reconciliación, mientras insistía en que nunca se había visto a sí mismo como un Dios, y que su mayor virtud era que estaba consciente de sus muchos defectos.

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