¡LOS HIJOS QUE SE VAN!, por Carlos Dorado
¡LOS HIJOS QUE SE VAN!, por Carlos Dorado

Nido vacío

Por Carlos Dorado

¡Algún día se tienen que ir! Ya que quieren diseñar su propio camino, aunque hayamos tratado de enseñarles el nuestro. Ya sus raíces han crecido, y nuestro jardín les queda pequeño, y nuestro abono no los nutre ¡Los aires de independencia tocaron sus corazones! Ya quieren compartir sus vidas, con alguien que tenga la capacidad de soñar con ellos. Ya sus alas, las sienten lo suficientemente robustecidas como para echarse a volar; o simplemente…ya quieren volar.

¡Un buen día los hijos se van!, y sin importar cuándo, siempre su partida será muy temprana para nosotros, tomándonos de sorpresa, sin habernos dado cuenta de que poco a poco fuimos dejando de ser su centro, su norte, su sur…, su destino. Quieren crecer en otra dimensión, enfrentar el viento de una nueva vida, y saciar su sed de futuro. En el fondo, siempre subyace en nuestro subconsciente el deseo de que no crezcan; de que siempre estén a nuestro lado.

¡Un buen día los hijos se van!, y tenemos que aceptarlo, ya que nunca  fueron de nosotros, sólo hemos sido depositarios de sus vidas, mientras  desarrollaban sus alas para volar, en espera de que la vida se los lleve. Fuimos nosotros los equivocados, que nunca asumimos esa realidad.

Nos toca llorar en silencio cuando se van, nos toca llorar en silencio cuando no regresan. Cuando los vemos en todos los rincones, y en todos los objetos de la casa, sin que estén. Cuando dudamos de su suerte, cuando dudamos de su capacidad, cuando dudamos de su futuro, cuando dudamos de nosotros (sus arquitectos); que construimos los cimientos de esos edificios llamados hijos, nosotros los jardineros que plantamos las semillas de esos árboles, con la esperanza de que crezcan con el corazón sensible y responsable, las hojas sean de libertad, la corteza hecha de pasión, y los ilumine la luz de la educación, los valores y la moral.

Nosotros fuimos su futuro, pero ya somos su pasado, y poco a poco nos vamos quedando atrás, como ese barco que se va alejando desesperado por llegar a nuevos puertos; sabiendo que en el fondo de nuestro corazón quizás nunca vuelva a atracar en el nuestro, quedándonos solos y con el recuerdo de haberlos visto partir, de la oración por ellos, de las lágrimas que siempre nos acompañarán, y con la esperanza de que algún día regresen.

Nuestra tristeza, sólo es comparable a nuestro deseo de que sean felices, de que tengan una buena vida, y que no cometan nuestros errores. Y no lo harán: Cometerán los suyos. Y si esa primera experiencia fue equivocada, rezaremos para que  tengan la sabiduría y la fuerza para cambiarla. Pero cuando algún día vemos que son felices, con sus vidas,  con sus responsabilidades; entonces nuestro dolor se disipa, y nos olvidamos de que esas penas de amor por nuestros hijos son las peores. ¡Sufrimos tanto o más que ellos, sin ser ellos!

¡Buen viaje hijo! Olvídate de mis lágrimas, de mis gritos de silencio, de mi tristeza. Haz que cada día valga la pena. No dejes que la tristeza te abrume. Disfruta de esos nuevos lugares, de las personas que conocerás. Gasta más horas realizando que soñando, haciendo que planeando, viviendo que esperando; porque a pesar de que quien casi muere está vivo, quien casi vive ya murió.

Haz que en tu nueva vida seas feliz; pero piensa en regresar algún día, aunque sólo sea para tomar mis manos, esas manos que algún día te dieron apoyo, para escuchar mi voz, la que te enseñó a hablar. Así podré volver a disfrutar de ti.

¡Que Dios te bendiga hijo mío!

cdoradof@hotmail.com