Entre ironías, astucias, argucias y envidias…por Antonio José Monagas - Runrun

EL PODER político es al ámbito desde el cual se moviliza la política. Su tenencia, no es exclusiva del manejo de la política que dinamiza la actuación de gobierno. Toda persona, se hace de una cuota de poder político por dos razones fundamentales. Primeramente, porque el hombre en esencia es un ser político. Cada elección que hace con base en sus preferencias, las realiza a partir de lo que son sus intereses y necesidades. Ya lo manifestaba Aristóteles cuando asintió que el hombre es un animal político. Habló de él endilgándole el calificativo de “zon politikón”. Razón ésta que le permitió justificar su condición gregaria en medio de toda sociedad, colectividad, comunidad u organización.

En segundo lugar, porque sus intereses y necesidades han de conducirlo a elegir el objetivo que luzca más conveniente o más convincente desde su conocimiento o su vivencia. Y es ahí cuando, ante la disyuntiva que las circunstancias o coyuntura le provee, asume el poder político para validar y enfatizar su elección, desde su razón o propuesta. O bien porque se sumerge en una diatriba y el tiempo le exige, irrevocable y taxativamente, su decisión más inmediata. Aunque muchas veces, dicha situación lo lleva a sacrificar la reflexión en aras de la inmediatez, urgencia o prioridad. Su resultado, puede lucirse cual “golpe de suerte”. O también, derivado del carácter comedido de la determinación tomada.

Sin embargo, el problema es otro cuando ese mismo poder político es manejado con los recursos de la política gubernamental. Tanto como en el espacio en que se debaten las decisiones que configuran el discurrir de la dinámica política. Es lo que caracteriza el estilo convencional o tradicional de hacer política. Sobre todo, en países que se hallan subyugados por las imposiciones de un subdesarrollo dominado por las debilidades de la democracia o por las apetencia de un populismo demagógico.

Es el terreno en que la política se hace mediante la exposición de emociones que se traducen en actitudes de soberbia. O de complicidad con hechos bochornosos, como el de la corrupción que permea todos los niveles de gobierno. O de fútil encrespamiento que se manifiesta ante la inadmisible posibilidad de equivocarse frente a subalternos que, incluso, pueden tener mejores credenciales y méritos que quien lidera la función o nodo estratégico del cuadro organizacional de gobierno.

Cualquiera de estas tres actitudes, comprometen a gobernantes incapaces de reconocer en el subalterno o contraparte, razón alguna que pueda considerarse en función de hacer más funcional la situación problematizada o cuestionada. Y ante la cual, algunas veces, excepcionalmente, se ha dispuesto alguna movilidad de capacidad y recursos apostando al hecho de ofrecer un resultado alineado con las expectativas y requerimientos manifestados de cara al problema en curso.

Es ahí cuando sin advertir los problemas que por estas razones se acumulan, o que surgen de condiciones similares a la arriba mencionada, se obtienen resultados de una mediocre gestión de gobierno. Tanto, que decepciona y desilusiona. Entonces, salta acá la pregunta: ¿qué pasa con estos gobiernos que, pese a que se endilgaron condiciones que garantizarían resultados cónsonos con la oferta electoral, sus resultados son trágicos? Y por qué al final, ¿no lograron resolver los problemas elementales que aquejan a la población en general?

No es fácil que un gobernante, indistintamente de haber alcanzado el poder en medio de una confrontación condescendiente con valores políticos, morales y éticos, se muestre obstinado ante la razón que pone en evidencia la íntima relación entre planificación, gobierno, política y gerencia. Este desconocimiento, propio de este tipo de gobernante, da paso franco a problemas que impiden el mejor desenvolvimiento de soluciones aportadas por la teoría de organización, de planificación y de la teoría política.

En medio de consideraciones que se tornan meras contradicciones, se tranca cualquier posibilidad u oportunidad con la que pueda contar el gobernante para zafarse del enredo que su desconocimiento ha causado. Quizás, involuntariamente. Pero es acá, cuando el gobernante cae en problemas relacionados con la desorganización a nivel de discusiones, con la elaboración de decisiones, con la prepotencia de él o de algunos de los miembros del Despacho ante situaciones imbricadas con realidades que no terminan de explicar o diferenciar. Con problemas cuyas razones se encuentran alejadas de conceptos, metodologías e instrumentos de análisis capaces de otear causas y efectos de un mal gobierno.

Se plantea pues un conflicto que no es fácil advertirlo toda vez que se trata del enfrentamiento entre lo circunstancial y la objetividad u ecuanimidad de la cual se vale la teoría para allanar la arbitrariedad e improvisación como condiciones de cualquier realidad. O porque saben tentar al gobernante cuando el poder político se encapricha con la presunción de quien cree tener la capacidad suficiente para solventar la multiplicidad de problemas que son parte del mundo de gobierno. Sobre todo, cuando se reconoce que dicho mundo está atestado de contrariedades que se bandean, particularmente, entre ironías, astucias, argucias y envidias…

 

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