Enredados en las redes, por Julio Castillo Sagarzazu - Runrun
Enredados en las redes, por Julio Castillo Sagarzazu

Cuenta Winston Churchill que en una ocasión el presidente Wilson le pidió que definiera en una corta frase a la Segunda Guerra Mundial. Churchill le respondió. “la guerra que pudo haber sido evitada”. Cuando leemos sus memorias nos damos cuenta que lo que en realidad llevo a la guerra fue la aparición de un monstruo en las sociedades europeas de la época. Ese monstruo se llamó OPINION PUBLICA.

En efecto, quedar bien ante la opinión pública se convirtió en la verdadera raison d´etat de la mayoría de los partidos y líderes de los años 30. Ese fenómeno fue el que hizo decir al mismo Churchill que “la diferencia entre un hombre de estado y un político que no lo era, es que el primero piensa en las próximas generaciones y el segundo en las próximas elecciones”. Estas memorias dan cuenta de la alucinante cadena de torpezas, de ingenuidades y despropósitos que llevaron a los políticos europeos a callar o mirar para otro lado mientras permitían el rearme de Alemania en abierta violación, no solo al Tratado de Versalles, sino a las disposiciones de la naciente Sociedad de las Naciones. Ningún político quería ser señalado de guerrerista cuando se propusiera en su respectivo país reactivar su industria armamentística para disuadir a Alemania de su rearme. Tampoco nadie quiso provocar a Hitler. Le permitieron la anexión de Austria, la de los Sudetes checoeslovacos, creyendo que, de esa manera, lo mantendrían contento a él y a los electores que no querían saber nada de otra guerra.

Una sola advertencia seria habría hecho, de acuerdo al Tratado de Versalles, a las potencias europeas volver a ocupar pacíficamente las riberas orientales del Ruhr y habría desbaratado las intenciones expansionistas del Reich. Todos guardaron silencio hasta que llego la estupidez mayor. La firma del pacto de Múnich que, en la práctica, termino de dar luz verde y tiempo para que el dictador se hiciera del más poderoso ejército del continente.

Todo ocurrió, lo repetimos, porque muy pocos políticos quisieron decir la verdad. Los partidos socialistas y comunistas de entonces, ya jugaban el papel de “influencers” de la política y nadie quería ser señalado de derechista, monárquico o guerrerista.

La opinión pública se había hecho dueña de la política. Y lo “políticamente incorrecto” apareció como categoría política de lo que debía ser evitado a toda costa.

Aquella generación de diplomáticos profesionales y jefes de estado que comenzó con la firma del Tratado de Westfalia que puso fin a la guerra de los 30 años tuvo, cientos de años después, en aquellos señores de levita y pumpa que hicieron lo propio con la primera guerra mundial, a su ultimo exponente. Por aquellos años, estos caballeros que prácticamente sellaban alianzas estrechándose las manos y fumando un puro en un salón alfombrado, conocieron sus últimos días. Sus acuerdos eran “ad referéndum” de sus instituciones y solo se discutía lo que la prensa libre exponía. Eso hacía que privara el debate de las ideas más que el de las emociones.

Hoy día conocemos la misma patología, pero exponenciada y agravada por la aparición de las redes sociales. ¿Por qué exponenciada? Pues por la cantidad de gente que tiene acceso directo a ellas y ¿Por qué agravada? Pues porque a diferencia de la influencia de los medios de comunicación en los que se leen, escuchan o ven noticias creadas por periodistas, generalmente profesionales, en las redes sociales los productores de información son personas de los más variados intereses, proveniencias, niveles de cultura y formación, tan diferentes que es imposible establecer un patrón previsible de comportamiento frente a ellas.
Las redes, además tienen intrínsecamente un factor de perversión y desviación contaminante en sus contenidos. Tendemos a agruparnos con nuestros iguales, tenemos amigos y seguidores que tiende a pensar y actuar como yo. Los algoritmos y la política de coockies, tiende a crear burbujas de similares y nos producen la consiguiente deformación de creer que TODO EL MUNDO está pensando de una manera determinada, cuando en realidad estamos viendo las opiniones y la información de gente muy parecida a nosotros.

En estos angustiantes y aciagos días que vivimos en Venezuela, ha tomado particular interés concientizarse sobre este problema. Hoy pululan los mensajes y los mensajeros que disparan desde la cintura lo que se les viene en gana. Los proyectiles, así lanzados, tienen potencialmente una fuerza destructora mayor que los letales que se usan en las otras guerras. Esta guerra del espacio cibernético es mucho más barata y eficaz que cualquier otra. Ya un ejército no necesita matar a sus adversarios, sino desmoralizarlos con fake news o con campañas interesadas.

Muchos estudios han revelado que la influencia de hackers y trolls rusos fueron determinantes en influenciar las elecciones norteamericanas. Trump, de alguna manera, debe su elección a Putin. Lo mismo se descubrió en Francia cuando la manipulación de las redes sociales aporto beneficios ostensibles a Marine Le Pen.

Los días que se estamos presenciando han producido una verdadera hemorragia de opinadores en las redes sociales. Pero lo más grave, lo más inaudito, es que muchos de nuestros dirigentes políticos han caído en la tentación de hacer política para satisfacer al público de esta nueva galería virtual. Es común escuchar “la gente dice”, “la gente opina”, cuando un tuit pasa de los 10 retuits o de los 20 “me gusta”. Es impresionante ver como el grupo de WhatsApp ha sustituido la reunión del partido o del grupo parlamentario. Es increíble ver ese nuevo líder del selfie que se toma la foto, para dejar constancia de que esta en la pomada y en el sitio donde se supone que debería estar. Es desalentador ver como aquellos mismos que una vez salieron a marchar y a luchar contra el régimen, ahora liberan su conciencia poniendo un tuit y consideran que así han cumplido con la patria. Ya no nos rendimos ante la vetusta opinión pública, sino ante una infirma parte de ella, la de nuestra red social.
Vienen días duros. Juan Guaido, ha asumido responsabilidades importantes. Ya las amenazas revolotean sobre él. Vamos a necesitar mucho apoyo concreto y no virtual, para reforzar el que ya ha conseguido de la comunidad internacional y convertir sus iniciativas en algo más que declaraciones en las redes.

Tenemos en la oposición muy importantes diferencias, para que ocultarlas, pero ninguna como para no adoptar una agenda común de estos delicados días. No es necesario que estemos juntos, pero si debemos actuar juntos. Sin importar que no parezca “políticamente correcto” a veces.

Concluyo con esta frase de Benjamín Franklin dirigiéndose a los representantes de los Estados de la Unión. “O actuamos juntos, o nos colgaran por separado”.