La noticia es la esperanza, por Sebastián de la Nuez - Runrun
La noticia es la esperanza, por Sebastián de la Nuez

 

La hegemonía comunicacional continúa viento en popa. Ya no es un trapo rojo acá u otro más allá que se saca de la manga Nicolás Maduro en una cadena, no. Ahora se sabe que el chavismo ha sido, desde el principio, un gigantesco gobelino rojo y sofocante echado sobre casi un millón de kilómetros cuadrados para despistar al país democrático. El paquetazo de hace unos días fue solo otra puntada en el zurcido del gobelino, ya bastante desgastado, con el cual se estrenó Hugo Chávez en 1998

 

“El gobierno miente. No importa cuándo leas esto”.

Tuit fijado por Luis Carlos Díaz

 

 

@sdelanuez

 

Porque tiene la sartén por el mango —es decir, a las Fuerzas Armadas, al menos hasta nuevo aviso—, por su músculo petrolero —aún debilitado— y su cerebro cubano,  el grupo gubernamental sigue marcando la agenda informativa venezolana y manipulando las tendencias en algunas redes sociales. El espectro comunicacional es mayormente rojo, el control hegemónico sigue viento en popa y hay algo imposible de soslayar y es que, sea como sea, las decisiones gubernamentales afectan la vida de la gente, directa e inapelablemente. Esa es una condición esencial de la noticia: que el hecho afecte a un número extraordinario de personas dentro de un entorno determinado.

El paquetazo chavista anunciado por Nicolás Maduro ocupa los titulares en estos días, por encima del caso Requesens y por encima, también, del paro convocado por una parte de la oposición. Es justo que así sea pues el conjunto de decisiones afecta de manera decisiva el futuro de treinta millones de personas. Pero el país civilizado no tiene porqué permanecer, ahora, durante semanas, dándose cabezazos contra la pared. El país civilizado es capaz de producir su propia agenda informativa e imponérsela al grupo gubernamental.

Hay intersticios. La tecnología juega a favor del más inteligente, del más estratégico, del mejor preparado. Las reacciones al paquetazo son una bola de nieve que va adquiriendo forma de parálisis a medida que avanza y arrolla otras posibilidades de comunicación. Por cierto: hay un vídeo de José Guerra, una voz autorizada, que debería alcanzar records de viralidad pues dice todo lo que debe decirse sobre ese cúmulo de errores que ha decretado Nicolás Maduro.

Sin embargo, en la dispersa, atormentada y confundida opinión pública venezolana debería tomar mayor cuerpo aquella oferta informativa relacionada con el país posible. Sencillamente porque ese país posible se atisba claramente en los puntos de luz que han construido organizaciones no gubernamentales, universidades, grupos comunitarios, fundaciones, empresas. Ese país alternativo, cercano, plausible, está allí, dentro del infierno llamado Venezuela. Es un milagro. Y dentro de ese país alternativo, hay gente. Líderes, promotores sociales, educadores, activistas de diversas causas, intelectuales.

El autor español José Antonio Marina, en Las culturas fracasadas, alude al concepto de inteligencia social, capacidad que tienen las sociedades de ampliar las posibilidades vitales de sus ciudadanos. Por supuesto, debe haber muchas maneras de ampliar tales posibilidades vitales. Una manera simplista de resumirlas o compendiarlas, y dar la receta fácil para Venezuela, sería algo así como “ponga en práctica todo lo contrario a lo que ha hecho el chavismo durante estos veinte años”: tendría pleno sentido puesto que, haya sido adrede o no, el resultado de las políticas sociales en las últimas dos décadas ha sido, sin dudas, el socavamiento de las capacidades vitales de la sociedad en todo sentido, en todos los ámbitos.

Pero no es así de fácil dar fórmulas inapelables. La belleza de todo esto —la hay dentro de la tragedia— es que la manera ardua pero segura de fortalecer la sociedad, empoderándola con herramientas y no con dádivas, creando tejido social, se ha venido dando entre las malas noticias y a pesar de ellas. Sobre esas experiencias hay que poner una lupa. Son replicables. Sus prácticas deberán ser convertidas en políticas de Estado cuando esta pesadilla pase. Constituyen un haber sin desperdicio. Hay emprendimientos mediáticos como La vida de nos, que ponen de bulto la solidaridad del venezolano, los avatares de la emigración a marcha forzada, la valentía de la mujer criolla y los casos de reconciliación entre bandas de jóvenes en algunas barriadas. Esa línea de trabajo hay que ampliarla, favorecerla, mimarla. Que sea lectura obligada en las escuelas, al menos en las escuelas no vigiladas por el chavismo.

Hay, por otra parte, una vistosa documentación sobre violaciones a los Derechos Humanos y corrupción en portales que ejercen el periodismo de investigación asociados entre sí y con investigadores o medios de otros países: Armando Info, El Pitazo, Runrun.es, Crónica Uno; pero todo ello no basta. Hay que diseñar el país deseado desde ahora, y ese diseño no hay que inventarlo puesto que está en marcha. Los medios y las redes deben reflejarlo, eso sí.

En la Venezuela actual, la esperanza es noticia sobre todo atendiendo a lo que también es característico de lo noticioso: aquello que sorprende por oculto o desusado. Si la esperanza no encuentra difusión y enaltecimiento, la bola de desazón y desconcierto echada a andar con el paquetazo va a producir efectos secundarios, psicológicos y de otro tipo.

Ya lo dice Leonardo Padrón en sus tuits recientes, recordando la sempiterna retórica chavista, la de ocultar la verdad con palabras amañadas. Pone etiquetas grandilocuentes a una entelequia (“país potencia”) o disfraza al producto supremo del fracaso económico (“bolívar soberano”). Nada es verdad en el chavismo, todo es maquillaje, tergiversación y apropiación indebida, incluso del lenguaje. Es un error dividir la era chavista entre un antes y un después de la muerte del golpista. Ha sido todo el tiempo el mismo proceso, una contumaz línea tipo “Pallá es que vamos” con alguna que otra sinuosidad o traspiés pero sin jamás perder su norte. Por eso, este último paquetazo no es un paquetazo madurista. Es chavista. Todo lo que padece el país es obra y designio de Chávez, “el supremo”.