Las dos superpotencias contaban con armamento atómico capaz de destruir a la humanidad. La paz se basó en la llamada “destrucción mutua asegurada”. Ninguna de las dos se atrevía a enfrentarse directamente con la otra, a pesar de lo cual se enfrentaban en sus respectivas áreas de influencia.
Aquella Guerra Fría, término acuñado por Bernard Baruch -consejero del presidente Roosevelt- y popularizado por el editorialista Walter Lippmann, copó las angustias de la humanidad.
Muy pronto uno de los dos sistemas demostró que era capaz de propiciar un mayor bienestar económico. Dentro del capitalismo el funcionamiento del mercado permitía un más eficiente aprovechamiento de los recursos. Las preferencias de los consumidores orientaba a los productores a través de los precios. Cuando los consumidores estaban dispuestos a pagar un mayor precio por un producto, surgían productores dispuestos a ofrecerlo para obtener una ganancia, hasta que la oferta superaba a la demanda y el precio de ese producto bajaba. La sociedad en su conjunto se beneficiaba y sus miembros lograban un mejor nivel de vida.
Por el contrario a quienes el destino obligó a vivir bajo regímenes comunistas no les tocó la misma suerte. Ciertamente el comunismo permitió la creación de estados y ejércitos poderosos. Al existir en ellos un sistema de planificación centralizada, sus responsables canalizaban la mayor parte de los recursos a atender las necesidades de los gobiernos. No contaban aquellos planificadores con el mecanismo de los precios para orientar la producción. Sólo después de satisfechas las prioridades del estado, se destinaba el remanente a atender las necesidades básicas de la población.
El comunismo murió por ineficiente. No fue capaz de resolver el problema de los ciudadanos ni de los países. Durante el llamado “Otoño de las Naciones”, en 1989, se vino a pique en todas las naciones europeas de la órbita soviética y en 1991 en la propia URSS que se desintegró en 15 naciones diferentes. Todo ocurrió sin que se disparase ni un tiro. “Es el fin de la historia” proclamó Fukuyama.
Por desgracia Venezuela se ha transformado en un nuevo ejemplo de la destrucción social, moral y económica que puede acarrear el marxismo. Mientras exhalaba sus últimos suspiros, el comunismo, aupado por una isla arruinada del Caribe, clavó sus garras en nuestra patria, la expolió y la destruyó. Su fracaso fue tal que, el “caso Venezuela”, será estudiado como un absurdo en las universidades del mundo.
Pero hoy no existen la URSS ni la guerra fría. Hay empresas rusas y chinas aprovechándose tanto como pueden del país y recibiendo contratos a dedo, pero ni Rusia ni China están librando una guerra por imponer un sistema. El marxismo feneció. Su último intento ocurrió en tierras venezolanas. Estamos siendo testigos de la muerte de un sistema.