El banco de las mentiras y del hambre, por Ramón Hernández
El banco de las mentiras y del hambre, por Ramón Hernández

Banco-

Es un banquero sin levita ni leontina, sin chofer. Usa una gorra roja de pelotero y camisa, también roja, que ostentan de manera grosera el nombre de la entidad financiera que creó la revolución y administran revolucionarios. No rinden cuentas, los entes públicos están salvos del escrutinio de la ciudadanía y el pueblo, su supervisor preferido, está ocupado en la búsqueda de medicinas, comida y el hospital dónde parir para cobrar el bono o hacerse la diálisis.

El banquero no hace cola. El banquero se lanza a la taquilla a pagar su ticket de estacionamiento sin importarle que alguien mayor, canoso y educado contaba los billetes de 50 y 100 bolívares para entregarle la remesa de 7.000 bolívares contantes y sonantes al cajero, el montante de la tarifa plana. Casi lo aparta y entrega su boleto y sin dudar le dice al del otro lado de la ventanilla que son 14.500 bolívares. Con presteza saca un fajo de billetes de 2.000 bolívares. Los cuenta, faltan 4.500. De la cartera agrega 3 de 1.000 y otros 3 de 500. Le entregan la factura y se va. No se siente obligado a dar las gracias ni a pedir permiso. Es uno de los nuevos dueños de la patria, pobre patria.

Los bancos no son una creación del socialismo. Marx quería acabar con ellos, más por razones prácticas que ideológicas. No quería que le siguieran cobrando los pagarés que se le atrasaban hasta que su amigo Engels, su gran colaborador y financista, le mandaba la mesada. El barbudo de Trevis nunca “perdió” la plusvalía, ni siquiera fue un mal pagado profesor, un enseñante. Una de las primeras medidas que se tomaron en Rusia al desplomarse la Unión Soviética fue privatizar la banca, la única manera de dinamizar la economía, pero después de 70 años de creación y fortalecimiento de las mafias, obviamente la delincuencia organizada se quedó con los mejores bocados.

En Venezuela, una alta proporción de las empresas financieras está en manos del Estado, como la televisión, la industria de alimentos, las empresas básicas y un largo etcétera, pero no la actividad. Menos bancos privados mueven, comparativamente, más procesos productivos. Hoy una galería de arte privada que funcione en un sucucho tiene más movimientos y clientes que cualquier museo nacional, aunque no cuente con la obesa burocracia que el Estado anexa a cualquier actividad.

Los banqueros públicos de gorra roja no miran a los lados, solo están atentos al teléfono, a la llamada de Miraflores, prestos y serviciales para preparar el próximo pago del carnet de la patria, de la misión madres, del regalo de Reyes o el próximo bono de carnaval y su respectiva octavita. Usan billetes de nueva denominación, no tienen que sufrir la humillación del cajero automático ni afrontar quedarse en casa por no tener para el pasaje, o que en las taquillas del banco apenas les entreguen 5.000 bolívares que no alcanzan ni para el estacionamiento. Viven en otro mundo; sin hambrientos escarbando en la basura ni familiares que saben cuántos minutos les quedan de vida porque llevan 7 días sin diálisis.

Los bancos tienen más de 4.000 años de antigüedad. Se desarrollaron en Mesopotamia y tuvieron su resurgimiento en la Edad Media con lombardos, judíos y templarios, que no estaban afectados por las prohibiciones de la Iglesia o le servían de alguna manera. La palabra banco viene de Italia, porque era en un banco o mesa que funcionaban en las plazas de las ciudades donde empezaron a operar. Los más emprendedores esperaban sentados que se les acercaran los necesitados de efectivo o de algún capital importante para iniciar alguna actividad comercial, casi siempre comercio de ultramar. Estos banqueros inventaron el dinero en papel, los cheques y también la bancarrota. Cuando no podían hacer frente a sus obligaciones, porque prestaban más de la cuenta o se comprometían sin tener los recursos tenían que manifestarlo de una manera gráfica, que todos los parroquianos en la plaza lo entendieran. Entonces destruían su banco a hachazos, era la bancarrota. Ahora el aviso es criptográfico, entre byte y bites. Quebrado.