Un divino tesoro que puede volver, por Alejandro Armas
Alejandro Armas Ene 26, 2018 | Actualizado hace 3 semanas
Un divino tesoro que puede volver

perezjimenez

Henos aquí a los venezolanos, no celebrando, sino conmemorando (expresión que tomo prestada del internacionalista y comunicador Daniel Lara) el 23 de enero de 1958. Porque, en verdad, no hay en este momento nada que festejar en cuanto se refiere a nuestra democracia, el concepto que más que ninguna otra cosa asociamos con aquella efeméride.

Sin duda, cuando se cumplieron los primeros 20 años del vuelo sobre Caracas del Vaca Sagrada, los ánimos eran muy diferentes. A pesar de la amenaza guerrillera, el país ya había realizado con éxito cuatro elecciones presidenciales y parlamentarias, y se encaminaba a realizar la quinta. Incluso hubo dos transiciones ordenadas en la presidencia de la República entre partidos opuestos, lo que evidenciaba que no se trataba de un régimen de partido hegemónico, como ocurría con el PRI en México.

Los venezolanos de ese entonces debieron sentir (no hablo en primera persona porque entonces mis padres eran unos niños) que la democracia estaba consolidada y que, sin esforzarse por mantenerla sana, podrían gozar de ella, mientras veían con pena a los vecinos subyugados por tiranías sanguinarias. Y ahora, a seis décadas de la caída de Pérez Jiménez, somos nosotros quienes suspiramos por esa democracia, al igual que Rubén Darío en sus versos sobre el divino tesoro de la juventud.

No creo que sea necesario que ahonde en detalles sobre por qué nuestra situación política está en su peor momento desde que… Bueno, pudiera decirse desde que terminaron las guerras civiles. Más bien quisiera hablar sobre lo que estamos haciendo o dejando de hacer para volver a ver la luz. Adelanto que no pretendo ofrecer un manual para lograr el cambio urgente paso por paso. Ya quisiera contar con semejante perspicacia y ponerla a la orden de mis conciudadanos. Es más, por responsabilidad y sinceridad intelectuales tengo que confesar que nunca había tenido tantas dudas sobre cuál es el sendero correcto. Pero hay algunas circunstancias sobre las que sí creo que puedo hacer contribuir con mi opinión.

El liderazgo opositor, aquellas personas que dedican su tiempo completo a guiarnos para salir de este desastre, atraviesa una crisis de representatividad severa. La falta de resultados en el intento por frenar al Gobierno ha producido una frustración razonable que, aunada a la extrema gravedad de la situación socioeconómica, se traduce en desesperación. Es inexcusable que los dirigentes, a sabiendas de la naturaleza del sistema al que adversan, lleguen al año 2018 sin una estrategia visible y que permita al menos mantener la fe para resistir el chaparrón. Si la tuvieran, no estarían permanentemente reaccionando a las jugadas del oficialismo, como si no las esperaran. Que ello ocurra una o dos veces es comprensible, pero no que sea así todo el tiempo.

La última de tales “sorpresas” cantadas fue el adelanto de las elecciones presidenciales. Al momento de escribir estas líneas, no ha habido un pronunciamiento por parte la MUD al respecto, más allá del ya cansino mensaje de que se reúnen para evaluar la situación, consultar con sectores de la sociedad y tomar una decisión conjunta y alineada con los intereses colectivos. Nada de eso estaría mal, si no fuera por el hecho de que debió hacerse mucho antes. Desde hace meses debió prepararse una respuesta para tenerla lista y presentarla ante el Gobierno apenas se hiciera la convocatoria, o incluso antes.

Para colmo, el llamado a comicios ha complicado otro problema grave para la disidencia: la marcada división en bloques con agendas antagónicas. Esta vez se manifiesta entre quienes no esperaron ni un instante para lanzar su candidatura, los que están indecisos y evalúan ir bajo una hipotética modalidad de protesta por las condiciones del proceso y, por último aquellos que rechazan tajantemente cualquier participación.

La falta de líneas maestras y de un mínimo de consenso entre las diferentes fuerzas opositoras, de mantenerse, hacen menos probable que se concrete la transformación necesaria para recuperar el país. Sé que he abordado este tema en ocasiones anteriores, pero creo que insistir vale la pena. Me permito entonces aprovechar esta semana conmemorativa para recordar cómo la superación de estos escollos fue un paso fundamental para que hubiera un 23 de enero.

Al igual que muchas de las fechas de orgullo patrio dentro y fuera de Venezuela, en torno a esta se ha creado una suerte de mito que engrandeció el protagonismo de las masas en el derribo de la dictadura perezjimenista. De esa forma se fomenta la noción del pueblo heroico, arquetipo de los nacionalismos. Por supuesto, los miles que salieron entonces a las calles a protestar contra el déspota merecen reconocimiento por su valentía. Lo incorrecto es asumir que fue un acto puramente espontáneo. Por usar la expresión popular, los cerros no bajaron y pusieron fin de manera abrupta a un clima de tranquilidad y estabilidad para la dictadura ininterrumpido desde el golpe que tumbó a Gallegos.

El autoproclamado gobierno de las Fuerzas Armadas había entrado en una crisis terminal desde mediados o finales del 1957. En mayo  de ese año circuló la célebre carta pastoral del arzobispo Arias Blanco, y en junio hubo otro evento que terminaría de golpear duro a la tiranía. Los cuatro partidos políticos de entonces (AD, Copei, URD y el PCV) decidieron juntarse por primera vez en una alianza circunstancial para enfrentar a Pérez Jiménez desde la clandestinidad. Ese fue el nacimiento de la Junta Patriótica Desde luego, la animadversión que sus integrantes se tenían entre ellos por sus aspiraciones de poder y, sobre todo, sus discrepancias ideológicas irreconciliables, no desapareció. Pero se decidió dejarla de lado por un tiempo.

Los partidos, sobre todo AD y el PCV, ya acumulaban casi una década de lucha clandestina, cada uno por cuenta propia. En ella, sus militantes corrieron riesgos gigantescos, que llevaron a exilios, encarcelamientos, torturas y asesinatos. Si bien el coraje implícito en estas acciones no es para nada desdeñable, no pudieron hacer que la dictadura se tambaleara.

Las cosas comenzaron a cambiar con la formación de la Junta Patriótica, sobre todo después de que Pérez Jiménez reemplazara las elecciones presidenciales que por obligación constitucional debían realizarse a finales de ese año, a solo un mes de la fecha para la cual los comicios estaban pautados. La respuesta de la oposición no se hizo esperar. El plebiscito con el que fueron reemplazadas las elecciones fue tildado de farsa y se actuó en consecuencia. Entre mítines fugaces se encendió un conjunto de manifetaciones. Los estudiantes universitarios y hasta de liceos comenzaron a protestar con una fuerza impresionante. Cada vez más sectores sociales se comprometieron y el descontento activo se extendió entre los propios militares, como demostró la rebelión encabezada por Hugo Trejo en Año Nuevo. Luego de ser postergado varias veces, la Junta Patriótica convocó a un paro que empezó el día 21. En pocas horas se generalizó, cundieron las protestas de calle, parte importante de las FF.AA. repudió al Gobierno y, sintiéndose sin ningún soporte, Pérez Jiménez huyó.

Tengo que subrayar que al repetir este relato no pretendo sugerir siquiera que las acciones específicas de la Junta Patriótica deban ser imitadas. Pero sí rescato su capacidad para el pensamiento estratégico rápido ante circunstancias adversas, así como su disposición a la unidad. Urge que la dirigencia opositora hoy desarrolle un plan maestro en el que cada orgnanización pueda actuar de forma autónoma, pero que permita reacciones conjuntas a eventualidades ineludibles (como las elecciones adelantadas; es así como pudiera zanjarse el debate sobre ir o no ir a votar, ya que cualquier decisión sería parte de una estrategia que contemple otras acciones).

Las formas importan, pero el fondo importa más. Si por rivalidades personales o antagonismos ideológicos los dirigentes no quieren posar tomados de manos a cada rato, pues que no lo hagan. Si cada uno tiene su propio programa de actos sin necesidar la participación de otros, que se atengan al mismo. Pero que por lo menos dejen de invertir la mayoría de sus esfuerzos en insultarse y acusarse entre ellos. Ya basta de esta comparsa infantil y absurda en la que intentan pisotearse y empujarse los unos a los otros, mientras el oficialismo mira de lejos, sonriente, y aplaude. Es una petición a los dirigentes, pero también a los intelectuales y demás generadores de opinión que los siguen.

Si esto se logra, veo mayores posibilidades de efectividad en la generación de cambios. Tal vez empezando por ahí podremos lograr que la democracia sea algo por lo que no tengamos que suspirar más. Ella puede estar herida, pero es inmortal. Así lo veo porque, repito, aunque no sepa qué debemos hacer concretamente, sí creo que siempre tendremos capacidad para imaginar una solución. En ese sentido, la democracia es un divino tesoro que puede perderse pero, a diferencia de la juventud a la que Rubén Darío cantó, puede volver.

@AAAD25